Isabel Coixet (Barcelona, 1960) fue una niña que odiaba las manualidades y ahora es una mujer que hace collages: la vida es así, y ella también. El collage, cuenta, es un lugar en el que se pueden abrazar un recortable de la infancia y una foto tomada en Tokio y una imagen comprada en Hungría; algo de armonía en el caos del fragmento, que es el caos de mirar el mundo. La cineasta reúne ahora sus obras en una exposición que podrá ver en la sala 30 del Museo Thyssen hasta el 14 de septiembre. —La primera obra de la exposición es un autorretrato. Está desenfocado. Y no es favorecedor.—No es un selfi Kardashian, desde luego.—Es la antítesis, más bien. Y dice: «Fuiste un accidente». —Es una frase para mí importante. Hay que recordarlo: fuiste un accidente. Y todos, por muy deseados que hayamos sido por nuestros padres, somos accidentes. Además, pongo una cara que…—La exposición se titula ‘Aprendizaje en la desobediencia’. ¿Qué enseña la desobediencia? —[Ríe] Es una frase de Estrella de Diego [la comisaria de la exposición] que resume bien lo que es para mí hacer collage. Yo era una niña que odiaba los trabajos manuales: solo me gustaba el olor del pegamento Imedio cuando los niños abrían los tubos. El resto lo odiaba. Pero he aprendido a amarlo. Y lo he aprendido sin ninguna pretensión. Hace muchos años que los hago y no esperaba exponerlos, porque siempre que un artista hace una cosa en una disciplina y luego hace otra en otra, siempre tienes que explicar por qué. Y yo estoy muy cansada de explicar. Pero bueno, me han convencido.—¿Qué le aporta el collage? —Me permite no pensar y dejarme llevar. Me permite olvidar la estructura un poco férrea del cine y de la literatura de un planteamiento, un nudo y un desenlace, por muy poco lineales que sean las obras. Me permite olvidar eso y jugar con los diferentes planos. En el collage conviven en un mismo plano los reportables que tenías de niña, unas fotos que compraste en un mercadillo de Hungría, fotonovelas cutres de los años setenta italianas y una imagen que tomaste en Tokio. Y eso de repente adquiere una armonía, cobra sentido. Me gusta dejar que los materiales hablen. Aunque a veces no pasa. He quemado muchos collages, y bien quemados están. Espero quemar muchos más. El collage te permite equivocarte y el cine no.«Todos, por muy deseados que hayamos sido por nuestros padres, somos accidentes»—En un collage aparece esta frase: «Algún día todo el mundo habrá tomado una foto de todo el mundo». —Está ocurriendo. Tú vas por la calle y ves a un señor haciendo fotos para Google Maps. El otro día vi a uno y lo seguí durante mucho rato, iba con su mochila y su cámara por las calles de mi barrio. Lo seguí y lo filmé sin que se diera cuenta. Y pensé: algún día la gente verá esta calle en Google Maps y verá a una loca siguiendo a alguien mientras lo filma [a carcajadas]. —Ya han descubierto asesinatos por Google Maps… —Se hace de todo. Hay gente que ha tomado esas imágenes y las ha resignificado. Todo es susceptible de resignificación. Menos lo de la foto del atardecer.—¿Qué atardecer? —Una de las cosas que me causa más horror es ese momento de Ibiza de la gente aplaudiendo una puesta de sol. Y hacen dos aplausos, paran, le hacen una foto, y siguen aplaudiendo. Y paran y le hacen otra foto… Una puesta de sol es algo que uno nunca debería fotografiar, porque no hay manera.—Es como la luna: siempre es peor la imagen que la visión en directo. —La luna, las puestas de sol, los amaneceres… No hay que hacerlo. —Aquí hay hasta imágenes compradas en Siberia. ¿Es coleccionista? —Empiezo a pensar que tengo un síndrome de Diógenes importante. Yo voy al Rastro y me tienen que detener. Acabo de rodar una película en Italia [‘Los tres cuencos’] y vivía al lado de Porta Portese. Es vergonzoso toda la cantidad de materiales que conseguí, desde revistas de los sindicatos pre-Mussolini, pósters de películas de los años 40, fotonovelas… Me acuerdo que cuando iba con mi madre a la peluquería veía a las señoras leyendo fotonovelas y me parecía una cosa asquerosa, de gente besándose, y ahora tengo una colección de fotonovelas salvadoreñas, panameñas, mexicanas, colombianas, españolas…—¿Hay alguna relación entre el collage y el cine? ¿O son dos mundos bien separados? —Estás bastante separados. Aunque podría buscar las concomitancias. Creo que en muchas de las piezas hay palabras que empleo mucho, también referencias a la cultura japonesa, imágenes de mujeres… —Collage, fotografía, cine, escritura… ¿Y ahora qué?—Supongo que soy un culo inquieto. Hay cosas que me gusta hacer y las hago. Aunque me he pasado también muchos años de mi vida sin hacer fotos y sin escribir. Y está bien. Me parece que estar en barbecho un tiempo viene bien. Ahora vengo de un momento de trabajar como una loca. He grabado una serie de ocho capítulos en Francia para ARTE [‘Alguien debería prohibir los domingos por la tarde’], además de la película en Italia. Creo que una de las cosas que necesito es estar un año sin rodar y a lo mejor sin escribir. No lo sé. Ya veremos.«Creo que una de las cosas que necesito es estar un año sin rodar y a lo mejor sin escribir»—Por cierto: Garci siempre dice que el futuro del cine está en los museos. ¿Cómo lo ve? —Hay museos de cine preciosos. El museo de Torino es maravilloso. Hay uno en Catania sobre ‘El Padrino’ que es increíble. Y están muy bien como anécdota. Pero el cine lo que tiene que estar es en los cines. Y tiene que estar en la vida de las personas a las que les gusta el cine. En el museo no lo veo, la verdad. Creo que el lenguaje museístico no tiene que ver con el cine. Para mí el cine está en las salas de cine, que es su hábitat natural. Y cuanto menos elitista sea, mejor. En la serie que acabo de hacer es verdad que hay un personaje que dice: «El cine está muerto y estamos todos en el funeral haciendo ver como que está vivo». Eso lo dice un personaje de lo que he escrito. Pero yo no lo pienso así.—¿El cine todavía tiene futuro?—Sí, aunque vamos a asistir a cosas que no pensábamos que iban a suceder. Todos los estudios están abriendo estudios paralelos con inteligencia artificial. De momento yo todavía no he visto nada que merezca la pena, así como en textos sí que he visto textos hechos con inteligencia artificial que valgan la pena. Hay un cineasta que ha hecho un documental en el que hablan con Werner Herzog, que dice que jamás, ni en cien años, la inteligencia artificial podrá hacer un guión como los suyos. A la semana, el cineasta vuelve y le enseña un guión hecho con IA. Y de pronto ves a Werner Herzog palidecer. El día que vi a Werner Herzog palidecer pensé: estamos jodidos. Aunque después… no sé, todas las épocas han tenido de repente cortes radicales con el pasado. Y luego el pasado ha vuelto. A veces hurtadillas, a veces definitivamente. Lo estamos viendo en la historia también… Mientras vaya al cine a ver la primera obra de un cineasta del que no sé nada, y después de media hora de aburrimiento vea algo, un subidón, un hálito de vida, pensaré: vale, vamos bien.Noticia Relacionada estandar Si Óliver Laxe: «Hoy en día no hay nada más contracultural y punki que hablar de fe» Fernando Muñoz ‘Sirat’, con la que ganó el premio del Jurado de Cannes, se estrena este viernes con una de las propuestas más sorprendentes de los últimos tiempos—Casi todas las obras giran en torno a una frase. Como si la literatura o la escritura fuera un disparadero de la creatividad. —Soy eso que en catalán se dice ‘lletraferit’, letraheridos, que es la palabra más bonita del catalán. La literatura es un punto cardinal para mí, es el norte, es algo tan importante como el cine. Es verdad que por mi naturaleza mi cabeza piensa en imágenes, pero las palabras siempre han estado conmigo. Ahora también asistimos a una apropiación seudomuseística de la literatura. Pienso en todos estos ‘tiktokers’ de libros, en los ‘book influencers’, los clubs de lectura… —Hay quien hace fiestas de lectura: quedar para leer en comunidad. —Hay gente que se une para tomar ayahuasca, hay gente que se une para leer… No lo sé. Para mí la lectura es algo capital e íntimo. A veces leo en voz alta, por ejemplo cuando algún amigo a estado muy chungo. Pero en fin, ese tipo de lectura compartida no es mi rollo. Para mí la lectura es acumular libros, comprar muchos libros, leer, releer, descubrir, hablar… Aunque tampoco hay que hablar mucho de literatura. De hecho, si fuera por mí no hablaría ni de cine. Para qué darle tantas vueltas. Isabel Coixet (Barcelona, 1960) fue una niña que odiaba las manualidades y ahora es una mujer que hace collages: la vida es así, y ella también. El collage, cuenta, es un lugar en el que se pueden abrazar un recortable de la infancia y una foto tomada en Tokio y una imagen comprada en Hungría; algo de armonía en el caos del fragmento, que es el caos de mirar el mundo. La cineasta reúne ahora sus obras en una exposición que podrá ver en la sala 30 del Museo Thyssen hasta el 14 de septiembre. —La primera obra de la exposición es un autorretrato. Está desenfocado. Y no es favorecedor.—No es un selfi Kardashian, desde luego.—Es la antítesis, más bien. Y dice: «Fuiste un accidente». —Es una frase para mí importante. Hay que recordarlo: fuiste un accidente. Y todos, por muy deseados que hayamos sido por nuestros padres, somos accidentes. Además, pongo una cara que…—La exposición se titula ‘Aprendizaje en la desobediencia’. ¿Qué enseña la desobediencia? —[Ríe] Es una frase de Estrella de Diego [la comisaria de la exposición] que resume bien lo que es para mí hacer collage. Yo era una niña que odiaba los trabajos manuales: solo me gustaba el olor del pegamento Imedio cuando los niños abrían los tubos. El resto lo odiaba. Pero he aprendido a amarlo. Y lo he aprendido sin ninguna pretensión. Hace muchos años que los hago y no esperaba exponerlos, porque siempre que un artista hace una cosa en una disciplina y luego hace otra en otra, siempre tienes que explicar por qué. Y yo estoy muy cansada de explicar. Pero bueno, me han convencido.—¿Qué le aporta el collage? —Me permite no pensar y dejarme llevar. Me permite olvidar la estructura un poco férrea del cine y de la literatura de un planteamiento, un nudo y un desenlace, por muy poco lineales que sean las obras. Me permite olvidar eso y jugar con los diferentes planos. En el collage conviven en un mismo plano los reportables que tenías de niña, unas fotos que compraste en un mercadillo de Hungría, fotonovelas cutres de los años setenta italianas y una imagen que tomaste en Tokio. Y eso de repente adquiere una armonía, cobra sentido. Me gusta dejar que los materiales hablen. Aunque a veces no pasa. He quemado muchos collages, y bien quemados están. Espero quemar muchos más. El collage te permite equivocarte y el cine no.«Todos, por muy deseados que hayamos sido por nuestros padres, somos accidentes»—En un collage aparece esta frase: «Algún día todo el mundo habrá tomado una foto de todo el mundo». —Está ocurriendo. Tú vas por la calle y ves a un señor haciendo fotos para Google Maps. El otro día vi a uno y lo seguí durante mucho rato, iba con su mochila y su cámara por las calles de mi barrio. Lo seguí y lo filmé sin que se diera cuenta. Y pensé: algún día la gente verá esta calle en Google Maps y verá a una loca siguiendo a alguien mientras lo filma [a carcajadas]. —Ya han descubierto asesinatos por Google Maps… —Se hace de todo. Hay gente que ha tomado esas imágenes y las ha resignificado. Todo es susceptible de resignificación. Menos lo de la foto del atardecer.—¿Qué atardecer? —Una de las cosas que me causa más horror es ese momento de Ibiza de la gente aplaudiendo una puesta de sol. Y hacen dos aplausos, paran, le hacen una foto, y siguen aplaudiendo. Y paran y le hacen otra foto… Una puesta de sol es algo que uno nunca debería fotografiar, porque no hay manera.—Es como la luna: siempre es peor la imagen que la visión en directo. —La luna, las puestas de sol, los amaneceres… No hay que hacerlo. —Aquí hay hasta imágenes compradas en Siberia. ¿Es coleccionista? —Empiezo a pensar que tengo un síndrome de Diógenes importante. Yo voy al Rastro y me tienen que detener. Acabo de rodar una película en Italia [‘Los tres cuencos’] y vivía al lado de Porta Portese. Es vergonzoso toda la cantidad de materiales que conseguí, desde revistas de los sindicatos pre-Mussolini, pósters de películas de los años 40, fotonovelas… Me acuerdo que cuando iba con mi madre a la peluquería veía a las señoras leyendo fotonovelas y me parecía una cosa asquerosa, de gente besándose, y ahora tengo una colección de fotonovelas salvadoreñas, panameñas, mexicanas, colombianas, españolas…—¿Hay alguna relación entre el collage y el cine? ¿O son dos mundos bien separados? —Estás bastante separados. Aunque podría buscar las concomitancias. Creo que en muchas de las piezas hay palabras que empleo mucho, también referencias a la cultura japonesa, imágenes de mujeres… —Collage, fotografía, cine, escritura… ¿Y ahora qué?—Supongo que soy un culo inquieto. Hay cosas que me gusta hacer y las hago. Aunque me he pasado también muchos años de mi vida sin hacer fotos y sin escribir. Y está bien. Me parece que estar en barbecho un tiempo viene bien. Ahora vengo de un momento de trabajar como una loca. He grabado una serie de ocho capítulos en Francia para ARTE [‘Alguien debería prohibir los domingos por la tarde’], además de la película en Italia. Creo que una de las cosas que necesito es estar un año sin rodar y a lo mejor sin escribir. No lo sé. Ya veremos.«Creo que una de las cosas que necesito es estar un año sin rodar y a lo mejor sin escribir»—Por cierto: Garci siempre dice que el futuro del cine está en los museos. ¿Cómo lo ve? —Hay museos de cine preciosos. El museo de Torino es maravilloso. Hay uno en Catania sobre ‘El Padrino’ que es increíble. Y están muy bien como anécdota. Pero el cine lo que tiene que estar es en los cines. Y tiene que estar en la vida de las personas a las que les gusta el cine. En el museo no lo veo, la verdad. Creo que el lenguaje museístico no tiene que ver con el cine. Para mí el cine está en las salas de cine, que es su hábitat natural. Y cuanto menos elitista sea, mejor. En la serie que acabo de hacer es verdad que hay un personaje que dice: «El cine está muerto y estamos todos en el funeral haciendo ver como que está vivo». Eso lo dice un personaje de lo que he escrito. Pero yo no lo pienso así.—¿El cine todavía tiene futuro?—Sí, aunque vamos a asistir a cosas que no pensábamos que iban a suceder. Todos los estudios están abriendo estudios paralelos con inteligencia artificial. De momento yo todavía no he visto nada que merezca la pena, así como en textos sí que he visto textos hechos con inteligencia artificial que valgan la pena. Hay un cineasta que ha hecho un documental en el que hablan con Werner Herzog, que dice que jamás, ni en cien años, la inteligencia artificial podrá hacer un guión como los suyos. A la semana, el cineasta vuelve y le enseña un guión hecho con IA. Y de pronto ves a Werner Herzog palidecer. El día que vi a Werner Herzog palidecer pensé: estamos jodidos. Aunque después… no sé, todas las épocas han tenido de repente cortes radicales con el pasado. Y luego el pasado ha vuelto. A veces hurtadillas, a veces definitivamente. Lo estamos viendo en la historia también… Mientras vaya al cine a ver la primera obra de un cineasta del que no sé nada, y después de media hora de aburrimiento vea algo, un subidón, un hálito de vida, pensaré: vale, vamos bien.Noticia Relacionada estandar Si Óliver Laxe: «Hoy en día no hay nada más contracultural y punki que hablar de fe» Fernando Muñoz ‘Sirat’, con la que ganó el premio del Jurado de Cannes, se estrena este viernes con una de las propuestas más sorprendentes de los últimos tiempos—Casi todas las obras giran en torno a una frase. Como si la literatura o la escritura fuera un disparadero de la creatividad. —Soy eso que en catalán se dice ‘lletraferit’, letraheridos, que es la palabra más bonita del catalán. La literatura es un punto cardinal para mí, es el norte, es algo tan importante como el cine. Es verdad que por mi naturaleza mi cabeza piensa en imágenes, pero las palabras siempre han estado conmigo. Ahora también asistimos a una apropiación seudomuseística de la literatura. Pienso en todos estos ‘tiktokers’ de libros, en los ‘book influencers’, los clubs de lectura… —Hay quien hace fiestas de lectura: quedar para leer en comunidad. —Hay gente que se une para tomar ayahuasca, hay gente que se une para leer… No lo sé. Para mí la lectura es algo capital e íntimo. A veces leo en voz alta, por ejemplo cuando algún amigo a estado muy chungo. Pero en fin, ese tipo de lectura compartida no es mi rollo. Para mí la lectura es acumular libros, comprar muchos libros, leer, releer, descubrir, hablar… Aunque tampoco hay que hablar mucho de literatura. De hecho, si fuera por mí no hablaría ni de cine. Para qué darle tantas vueltas. Isabel Coixet (Barcelona, 1960) fue una niña que odiaba las manualidades y ahora es una mujer que hace collages: la vida es así, y ella también. El collage, cuenta, es un lugar en el que se pueden abrazar un recortable de la infancia y una foto tomada en Tokio y una imagen comprada en Hungría; algo de armonía en el caos del fragmento, que es el caos de mirar el mundo. La cineasta reúne ahora sus obras en una exposición que podrá ver en la sala 30 del Museo Thyssen hasta el 14 de septiembre. —La primera obra de la exposición es un autorretrato. Está desenfocado. Y no es favorecedor.—No es un selfi Kardashian, desde luego.—Es la antítesis, más bien. Y dice: «Fuiste un accidente». —Es una frase para mí importante. Hay que recordarlo: fuiste un accidente. Y todos, por muy deseados que hayamos sido por nuestros padres, somos accidentes. Además, pongo una cara que…—La exposición se titula ‘Aprendizaje en la desobediencia’. ¿Qué enseña la desobediencia? —[Ríe] Es una frase de Estrella de Diego [la comisaria de la exposición] que resume bien lo que es para mí hacer collage. Yo era una niña que odiaba los trabajos manuales: solo me gustaba el olor del pegamento Imedio cuando los niños abrían los tubos. El resto lo odiaba. Pero he aprendido a amarlo. Y lo he aprendido sin ninguna pretensión. Hace muchos años que los hago y no esperaba exponerlos, porque siempre que un artista hace una cosa en una disciplina y luego hace otra en otra, siempre tienes que explicar por qué. Y yo estoy muy cansada de explicar. Pero bueno, me han convencido.—¿Qué le aporta el collage? —Me permite no pensar y dejarme llevar. Me permite olvidar la estructura un poco férrea del cine y de la literatura de un planteamiento, un nudo y un desenlace, por muy poco lineales que sean las obras. Me permite olvidar eso y jugar con los diferentes planos. En el collage conviven en un mismo plano los reportables que tenías de niña, unas fotos que compraste en un mercadillo de Hungría, fotonovelas cutres de los años setenta italianas y una imagen que tomaste en Tokio. Y eso de repente adquiere una armonía, cobra sentido. Me gusta dejar que los materiales hablen. Aunque a veces no pasa. He quemado muchos collages, y bien quemados están. Espero quemar muchos más. El collage te permite equivocarte y el cine no.«Todos, por muy deseados que hayamos sido por nuestros padres, somos accidentes»—En un collage aparece esta frase: «Algún día todo el mundo habrá tomado una foto de todo el mundo». —Está ocurriendo. Tú vas por la calle y ves a un señor haciendo fotos para Google Maps. El otro día vi a uno y lo seguí durante mucho rato, iba con su mochila y su cámara por las calles de mi barrio. Lo seguí y lo filmé sin que se diera cuenta. Y pensé: algún día la gente verá esta calle en Google Maps y verá a una loca siguiendo a alguien mientras lo filma [a carcajadas]. —Ya han descubierto asesinatos por Google Maps… —Se hace de todo. Hay gente que ha tomado esas imágenes y las ha resignificado. Todo es susceptible de resignificación. Menos lo de la foto del atardecer.—¿Qué atardecer? —Una de las cosas que me causa más horror es ese momento de Ibiza de la gente aplaudiendo una puesta de sol. Y hacen dos aplausos, paran, le hacen una foto, y siguen aplaudiendo. Y paran y le hacen otra foto… Una puesta de sol es algo que uno nunca debería fotografiar, porque no hay manera.—Es como la luna: siempre es peor la imagen que la visión en directo. —La luna, las puestas de sol, los amaneceres… No hay que hacerlo. —Aquí hay hasta imágenes compradas en Siberia. ¿Es coleccionista? —Empiezo a pensar que tengo un síndrome de Diógenes importante. Yo voy al Rastro y me tienen que detener. Acabo de rodar una película en Italia [‘Los tres cuencos’] y vivía al lado de Porta Portese. Es vergonzoso toda la cantidad de materiales que conseguí, desde revistas de los sindicatos pre-Mussolini, pósters de películas de los años 40, fotonovelas… Me acuerdo que cuando iba con mi madre a la peluquería veía a las señoras leyendo fotonovelas y me parecía una cosa asquerosa, de gente besándose, y ahora tengo una colección de fotonovelas salvadoreñas, panameñas, mexicanas, colombianas, españolas…—¿Hay alguna relación entre el collage y el cine? ¿O son dos mundos bien separados? —Estás bastante separados. Aunque podría buscar las concomitancias. Creo que en muchas de las piezas hay palabras que empleo mucho, también referencias a la cultura japonesa, imágenes de mujeres… —Collage, fotografía, cine, escritura… ¿Y ahora qué?—Supongo que soy un culo inquieto. Hay cosas que me gusta hacer y las hago. Aunque me he pasado también muchos años de mi vida sin hacer fotos y sin escribir. Y está bien. Me parece que estar en barbecho un tiempo viene bien. Ahora vengo de un momento de trabajar como una loca. He grabado una serie de ocho capítulos en Francia para ARTE [‘Alguien debería prohibir los domingos por la tarde’], además de la película en Italia. Creo que una de las cosas que necesito es estar un año sin rodar y a lo mejor sin escribir. No lo sé. Ya veremos.«Creo que una de las cosas que necesito es estar un año sin rodar y a lo mejor sin escribir»—Por cierto: Garci siempre dice que el futuro del cine está en los museos. ¿Cómo lo ve? —Hay museos de cine preciosos. El museo de Torino es maravilloso. Hay uno en Catania sobre ‘El Padrino’ que es increíble. Y están muy bien como anécdota. Pero el cine lo que tiene que estar es en los cines. Y tiene que estar en la vida de las personas a las que les gusta el cine. En el museo no lo veo, la verdad. Creo que el lenguaje museístico no tiene que ver con el cine. Para mí el cine está en las salas de cine, que es su hábitat natural. Y cuanto menos elitista sea, mejor. En la serie que acabo de hacer es verdad que hay un personaje que dice: «El cine está muerto y estamos todos en el funeral haciendo ver como que está vivo». Eso lo dice un personaje de lo que he escrito. Pero yo no lo pienso así.—¿El cine todavía tiene futuro?—Sí, aunque vamos a asistir a cosas que no pensábamos que iban a suceder. Todos los estudios están abriendo estudios paralelos con inteligencia artificial. De momento yo todavía no he visto nada que merezca la pena, así como en textos sí que he visto textos hechos con inteligencia artificial que valgan la pena. Hay un cineasta que ha hecho un documental en el que hablan con Werner Herzog, que dice que jamás, ni en cien años, la inteligencia artificial podrá hacer un guión como los suyos. A la semana, el cineasta vuelve y le enseña un guión hecho con IA. Y de pronto ves a Werner Herzog palidecer. El día que vi a Werner Herzog palidecer pensé: estamos jodidos. Aunque después… no sé, todas las épocas han tenido de repente cortes radicales con el pasado. Y luego el pasado ha vuelto. A veces hurtadillas, a veces definitivamente. Lo estamos viendo en la historia también… Mientras vaya al cine a ver la primera obra de un cineasta del que no sé nada, y después de media hora de aburrimiento vea algo, un subidón, un hálito de vida, pensaré: vale, vamos bien.Noticia Relacionada estandar Si Óliver Laxe: «Hoy en día no hay nada más contracultural y punki que hablar de fe» Fernando Muñoz ‘Sirat’, con la que ganó el premio del Jurado de Cannes, se estrena este viernes con una de las propuestas más sorprendentes de los últimos tiempos—Casi todas las obras giran en torno a una frase. Como si la literatura o la escritura fuera un disparadero de la creatividad. —Soy eso que en catalán se dice ‘lletraferit’, letraheridos, que es la palabra más bonita del catalán. La literatura es un punto cardinal para mí, es el norte, es algo tan importante como el cine. Es verdad que por mi naturaleza mi cabeza piensa en imágenes, pero las palabras siempre han estado conmigo. Ahora también asistimos a una apropiación seudomuseística de la literatura. Pienso en todos estos ‘tiktokers’ de libros, en los ‘book influencers’, los clubs de lectura… —Hay quien hace fiestas de lectura: quedar para leer en comunidad. —Hay gente que se une para tomar ayahuasca, hay gente que se une para leer… No lo sé. Para mí la lectura es algo capital e íntimo. A veces leo en voz alta, por ejemplo cuando algún amigo a estado muy chungo. Pero en fin, ese tipo de lectura compartida no es mi rollo. Para mí la lectura es acumular libros, comprar muchos libros, leer, releer, descubrir, hablar… Aunque tampoco hay que hablar mucho de literatura. De hecho, si fuera por mí no hablaría ni de cine. Para qué darle tantas vueltas. RSS de noticias de cultura
Noticias Similares