Muy cerca del desierto de Tabernas, en la pedanía de Las Alcubillas, en Almería, Alina Florentina y su excuñado oían desde la puerta de un cortijo en medio de la nada el teléfono móvil de Cristian Iona, expareja de ella. Pero nadie descolgaba. Fue a finales del invierno del año pasado, un domingo pasadas las diez de la noche después de que Florentina hubiese esperado horas a que Iona le devolviera a sus hijas. Las encontró cuando abrieron de una patada la puerta: Elisa y Larisa, que tenían dos y cuatro años, llevaban muertas más de 12 horas. Su padre, Iona, con una orden de alejamiento de su exmujer por violencia machista desde hacía dos años, las había envenenado en una de las visitas que tenía acordadas por un juzgado. “Prácticamente todos los casos de violencia vicaria han podido ocurrir por fallos”, resume la jurista Altamira Gonzalo.
El último estudio de Themis sobre estos procesos de familia concluye que en la mayoría de los casos los propios juzgados no están aplicando la ley al no incluir la perspectiva de género para dictar sus fallos
Muy cerca del desierto de Tabernas, en la pedanía de Las Alcubillas, en Almería, Alina Florentina y su excuñado oían desde la puerta de un cortijo en medio de la nada el teléfono móvil de Cristian Iona, expareja de ella. Pero nadie descolgaba. Fue a finales del invierno del año pasado, un domingo pasadas las diez de la noche después de que Florentina hubiese esperado horas a que Iona le devolviera a sus hijas. Las encontró cuando abrieron de una patada la puerta: Elisa y Larisa, que tenían dos y cuatro años, llevaban muertas más de 12 horas. Su padre, Iona, con una orden de alejamiento de su exmujer por violencia machista desde hacía dos años, las había envenenado en una de las visitas que tenía acordadas por un juzgado. “Prácticamente todos los casos de violencia vicaria han podido ocurrir por fallos”, resume la jurista Altamira Gonzalo.
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