<p class=»ue-c-article__paragraph»>Es peligroso fetichizar las historias de triunfo, pero la de Tonda Ros es irresistible, un diamante escondido en el lodo mundano de las bravatas tardocapitalistas. Se trata de uno de tantos artistas que se dedicaba un poco a todo: un corto por aquí, un videoclip por allá, un <i>spot </i>para esta marca, un logo animado para esta otra, todo ese jazz. La dispersión laboral a la que nos condena el siglo XXI, con todas las incertidumbres multiplicadas al vivir en Los Ángeles, una de las ciudades más abusivas del planeta si eres <strong>joven</strong>, tienes más de un talento y no respetas tus horas de sueño. El caso es que en el año 2016 tomó una decisión que no desentonaría en un santoral: dedicar un total de ocho años a tiempo completo al desarrollo de un proyecto que no toma como punto de referencia un pelotazo contemporáneo ni sigue ninguna moda reconocible, pero tampoco pretende vampirizar la nostalgia de un clásico. O sea, la pesadilla de un departamento de marketing, un artefacto condenado a ser <i>de nicho, </i>un término que conocen muy bien los periodistas culturales y los trabajadores del sector funerario. A día de hoy, <i>Blue Prince</i>, la ópera prima de Tonda Ros como creador de videojuegos, es un fenómeno que trasciende los límites habituales del éxito <i>indie. </i><strong>Las quinielas lo sitúan como posible ganador a mejor juego del año en los premios del sector y es normal leer textos que lo consideran uno de los mejores títulos de todos los tiempos. </strong></p>
El fenómeno actual de Blue Prince se podría comparar con el de Pulp Fiction en el año 1994. O sea, el de una obra que nace rota y construye su identidad desde ahí.
<p class=»ue-c-article__paragraph»>Es peligroso fetichizar las historias de triunfo, pero la de Tonda Ros es irresistible, un diamante escondido en el lodo mundano de las bravatas tardocapitalistas. Se trata de uno de tantos artistas que se dedicaba un poco a todo: un corto por aquí, un videoclip por allá, un <i>spot </i>para esta marca, un logo animado para esta otra, todo ese jazz. La dispersión laboral a la que nos condena el siglo XXI, con todas las incertidumbres multiplicadas al vivir en Los Ángeles, una de las ciudades más abusivas del planeta si eres <strong>joven</strong>, tienes más de un talento y no respetas tus horas de sueño. El caso es que en el año 2016 tomó una decisión que no desentonaría en un santoral: dedicar un total de ocho años a tiempo completo al desarrollo de un proyecto que no toma como punto de referencia un pelotazo contemporáneo ni sigue ninguna moda reconocible, pero tampoco pretende vampirizar la nostalgia de un clásico. O sea, la pesadilla de un departamento de marketing, un artefacto condenado a ser <i>de nicho, </i>un término que conocen muy bien los periodistas culturales y los trabajadores del sector funerario. A día de hoy, <i>Blue Prince</i>, la ópera prima de Tonda Ros como creador de videojuegos, es un fenómeno que trasciende los límites habituales del éxito <i>indie. </i><strong>Las quinielas lo sitúan como posible ganador a mejor juego del año en los premios del sector y es normal leer textos que lo consideran uno de los mejores títulos de todos los tiempos. </strong></p>
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