Practicar la caridad con langostinos resulta desproporcionado. Y podría tomarlo como un sarcasmo filantrópico el pobre que padece hambre atrasada. Para ser virtuoso no es necesario hacer el ridículo. Leo en este periódico, que no se calla nada, que el Ayuntamiento de Villaviciosa de Córdoba compró langostinos para dar de comer a «familias vulnerables del pueblo», aunque el langostino no tenga la consideración de producto de primera necesidad. Pero satisface más que si lo fuera. También encargó gambas y paté y gulas, menudencias que palidecen ante el rey de la cocina de clase media. ¿Quién como el langostino?, diría Óscar López -un crustáceo que ha llegado a ministro-, refiriéndose metafóricamente al presidente del Gobierno. Para el Ayuntamiento de Villaviciosa de Córdoba, un vulnerable local no es menos que un ministro de España. Ese municipio está gobernado por el PSOE , y es de justicia nombrar al benefactor cuando se ensalza una obra de misericordia. Todos somos iguales ante los langostinos, y un pobre no debe alimentarse exclusivamente de sobras, pan duro y las bellotas muertas que se extienden alrededor de las encinas. Ludwig Wittgenstein , uno de los más grandes pensadores del siglo XX, junto con Patxi López , dijo en una carta a su familia que «un filósofo no debería gozar de mayor consideración que un fontanero». Si nos atenemos al pensamiento de Patxi López, que está más próximo al fontanero, socialismo es igualdad. En la mesa y en la sauna. A juicio de uno, que es más de carne, el langostino goza de un prestigio infundado entre los políticos y los sindicalistas. Lo mismo sucede con las casas de consolación, que han quedado reducidas a un asunto de familia. La palabra langostino tiene una fuerza expresiva de despedida de soltero con lucecitas, es una explosión de vulgaridad sindical que hace añorar la suculenta dignidad del arroz con pollo de la posguerra. Para la opinión pública, los langostinos públicos resultan tan escandalosos como la prostitución pública. Por eso, para tranquilizar a la opinión pública, la alcaldesa de Villaviciosa ha decidido informarse reservadamente, por si en las facturas de compra de alimentos hubiera algún error conceptual. El gran Ábalos ya tendría concluido el estudio, por el procedimiento de convertir a cada langostino en sobrino suyo. Y la familia es cosa sagrada para un dirigente socialista. Por el moralizador Bolaños sabemos que hablar de la familia en un debate parlamentario envilece la convivencia, y no se debe hacer. Y como dijo Wittgenstein en la última proposición del ‘Tractatus’, «de lo que no se puede hablar es mejor callar».Aunque se trate de un menú incompleto, porque le faltan vino y postre, cualquier pobre de la capital se daría con un omeprazol en los dientes por poderlo disfrutar. A ver si se animan en Capitulares. Practicar la caridad con langostinos resulta desproporcionado. Y podría tomarlo como un sarcasmo filantrópico el pobre que padece hambre atrasada. Para ser virtuoso no es necesario hacer el ridículo. Leo en este periódico, que no se calla nada, que el Ayuntamiento de Villaviciosa de Córdoba compró langostinos para dar de comer a «familias vulnerables del pueblo», aunque el langostino no tenga la consideración de producto de primera necesidad. Pero satisface más que si lo fuera. También encargó gambas y paté y gulas, menudencias que palidecen ante el rey de la cocina de clase media. ¿Quién como el langostino?, diría Óscar López -un crustáceo que ha llegado a ministro-, refiriéndose metafóricamente al presidente del Gobierno. Para el Ayuntamiento de Villaviciosa de Córdoba, un vulnerable local no es menos que un ministro de España. Ese municipio está gobernado por el PSOE , y es de justicia nombrar al benefactor cuando se ensalza una obra de misericordia. Todos somos iguales ante los langostinos, y un pobre no debe alimentarse exclusivamente de sobras, pan duro y las bellotas muertas que se extienden alrededor de las encinas. Ludwig Wittgenstein , uno de los más grandes pensadores del siglo XX, junto con Patxi López , dijo en una carta a su familia que «un filósofo no debería gozar de mayor consideración que un fontanero». Si nos atenemos al pensamiento de Patxi López, que está más próximo al fontanero, socialismo es igualdad. En la mesa y en la sauna. A juicio de uno, que es más de carne, el langostino goza de un prestigio infundado entre los políticos y los sindicalistas. Lo mismo sucede con las casas de consolación, que han quedado reducidas a un asunto de familia. La palabra langostino tiene una fuerza expresiva de despedida de soltero con lucecitas, es una explosión de vulgaridad sindical que hace añorar la suculenta dignidad del arroz con pollo de la posguerra. Para la opinión pública, los langostinos públicos resultan tan escandalosos como la prostitución pública. Por eso, para tranquilizar a la opinión pública, la alcaldesa de Villaviciosa ha decidido informarse reservadamente, por si en las facturas de compra de alimentos hubiera algún error conceptual. El gran Ábalos ya tendría concluido el estudio, por el procedimiento de convertir a cada langostino en sobrino suyo. Y la familia es cosa sagrada para un dirigente socialista. Por el moralizador Bolaños sabemos que hablar de la familia en un debate parlamentario envilece la convivencia, y no se debe hacer. Y como dijo Wittgenstein en la última proposición del ‘Tractatus’, «de lo que no se puede hablar es mejor callar».Aunque se trate de un menú incompleto, porque le faltan vino y postre, cualquier pobre de la capital se daría con un omeprazol en los dientes por poderlo disfrutar. A ver si se animan en Capitulares. Practicar la caridad con langostinos resulta desproporcionado. Y podría tomarlo como un sarcasmo filantrópico el pobre que padece hambre atrasada. Para ser virtuoso no es necesario hacer el ridículo. Leo en este periódico, que no se calla nada, que el Ayuntamiento de Villaviciosa de Córdoba compró langostinos para dar de comer a «familias vulnerables del pueblo», aunque el langostino no tenga la consideración de producto de primera necesidad. Pero satisface más que si lo fuera. También encargó gambas y paté y gulas, menudencias que palidecen ante el rey de la cocina de clase media. ¿Quién como el langostino?, diría Óscar López -un crustáceo que ha llegado a ministro-, refiriéndose metafóricamente al presidente del Gobierno. Para el Ayuntamiento de Villaviciosa de Córdoba, un vulnerable local no es menos que un ministro de España. Ese municipio está gobernado por el PSOE , y es de justicia nombrar al benefactor cuando se ensalza una obra de misericordia. Todos somos iguales ante los langostinos, y un pobre no debe alimentarse exclusivamente de sobras, pan duro y las bellotas muertas que se extienden alrededor de las encinas. Ludwig Wittgenstein , uno de los más grandes pensadores del siglo XX, junto con Patxi López , dijo en una carta a su familia que «un filósofo no debería gozar de mayor consideración que un fontanero». Si nos atenemos al pensamiento de Patxi López, que está más próximo al fontanero, socialismo es igualdad. En la mesa y en la sauna. A juicio de uno, que es más de carne, el langostino goza de un prestigio infundado entre los políticos y los sindicalistas. Lo mismo sucede con las casas de consolación, que han quedado reducidas a un asunto de familia. La palabra langostino tiene una fuerza expresiva de despedida de soltero con lucecitas, es una explosión de vulgaridad sindical que hace añorar la suculenta dignidad del arroz con pollo de la posguerra. Para la opinión pública, los langostinos públicos resultan tan escandalosos como la prostitución pública. Por eso, para tranquilizar a la opinión pública, la alcaldesa de Villaviciosa ha decidido informarse reservadamente, por si en las facturas de compra de alimentos hubiera algún error conceptual. El gran Ábalos ya tendría concluido el estudio, por el procedimiento de convertir a cada langostino en sobrino suyo. Y la familia es cosa sagrada para un dirigente socialista. Por el moralizador Bolaños sabemos que hablar de la familia en un debate parlamentario envilece la convivencia, y no se debe hacer. Y como dijo Wittgenstein en la última proposición del ‘Tractatus’, «de lo que no se puede hablar es mejor callar».Aunque se trate de un menú incompleto, porque le faltan vino y postre, cualquier pobre de la capital se daría con un omeprazol en los dientes por poderlo disfrutar. A ver si se animan en Capitulares. RSS de noticias de espana/andalucia
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