Como en verano no hay fiestas divertidas, he tenido que pegar la oreja a lo que se cuece en la política nacional. Por eso, esta columna de hoy viene a ser el espejo en el que mirarse, ya no como sociedad, sino principalmente, como mentidero nacional. La política española, como la arquitectura o el periodismo, ha vivido una lenta pero inevitable decadencia. Si antes se construían catedrales, hoy se hacen chiringuitos de verano. Desgraciadamente no es cosa de un solo partido: es una práctica habitual en la política del país entero. No importa el color de la bandera ni mucho menos la ideología, esa cosa rara que antiguamente levantaba proyectos políticos basados en fundamentos. Hoy, lo más parecido a una idea es un espeto de obviedades que huelen peor que una sardina podrida y que tienen menos fondo que la piscina de los niños en el hotel de pulsera todo incluido.Un claro ejemplo lo hemos vivido esta semana, con la fugaz dimisión de Noelia Núñez , una mujer de 32 años que llevaba diez trabajando en el Partido Popular y que, como hacen todos los grandes políticos actuales, tenía un currículo más falseado que las zapatillas Mike que compré la semana pasada en el mercadillo de San Cristóbal de los Ángeles. Luego se recurre a los tópicos de «la política de la Transición», «la talla de aquellos hombres» y demás añoranzas patrias; pero, claro, parece que nos olvidamos valorar las posibles consecuencias de una catástrofe en el momento en el que suceden los nombramientos y no cuando no se tiene más remedio. Lo de Noelia Núñez es un claro ejemplo de cómo la clase política vale lo mismo que un pedo en un bar de carretera. No se tiene más remedio porque no hay muchos más bares por la zona, por ese motivo uno entra con la nariz tapada y las expectativas rotas. El mero hecho de que esta mujer fuera nombrada vicesecretaria, o viceportavoz o vice lo que quieran, solo demuestra que la clase política de hoy está tan lejos de su añorada Transición como los telegramas o la objetividad de los periodistas. Con Adolfo Suárez, por ejemplo, el portavoz fue Abril Martorell, que estudió Ingeniería Agrónoma y Ciencias Políticas y fue uno de los grandes negociadores de los famosos Pactos de la Moncloa, que buscaban la concordia de un país que venía del franquismo y de la peste arrastrada de 40 años de dictadura. Al final, ha resultado que el espíritu de la Transición tiene los mismos enemigos en la derecha que en la izquierda, pues ya se sabe por dónde cojean los demás. Desde Patxi López, el ingeniero que tuvo que dejarlo a los 28 años porque no le daba el cabolo, a Noelia, que no terminamos de saber muy bien si estudió o solo trabajó en el PP, está la altura de nuestros representantes públicos. El problema no es la oposición. El problema de hoy son los propios partidos, que son una red clientelar de mediocres que no saben hacer la o sin que les pongas el humo en la boca. Y desde ahí, todo va hacia abajo, como una rueda perdida en una carretera de un puerto de montaña cualquiera. Madrid se ha convertido en verano en una puesta en escena de política de segunda. Si un tipo como Abril Martorell tenía visión de país, Núñez tuvo el enfoque de una activista de campaña; si el primero entendía la política como un ejercicio de altura, la segunda lo hacía como una guerrillera de trinchera llena de barro y charcos de agua. Pero lo más grave de esta situación es que Noelia Núñez no es la excepción, sino el síntoma, uno que empieza cuando en vez de exigir currículums en los partidos se busca el carisma. Abril representaba la solemnidad de la política como servicio. Noelia Núñez representa la política como producto. Y esto es lo que ocurre cuando las listas del partido se rellenan con ‘influencers’ de partido, con mediocres de broma, con modas de la derrota en la que nos hemos convertido. Qué ganas de que vuelvan a invitarme a alguna fiesta. Como en verano no hay fiestas divertidas, he tenido que pegar la oreja a lo que se cuece en la política nacional. Por eso, esta columna de hoy viene a ser el espejo en el que mirarse, ya no como sociedad, sino principalmente, como mentidero nacional. La política española, como la arquitectura o el periodismo, ha vivido una lenta pero inevitable decadencia. Si antes se construían catedrales, hoy se hacen chiringuitos de verano. Desgraciadamente no es cosa de un solo partido: es una práctica habitual en la política del país entero. No importa el color de la bandera ni mucho menos la ideología, esa cosa rara que antiguamente levantaba proyectos políticos basados en fundamentos. Hoy, lo más parecido a una idea es un espeto de obviedades que huelen peor que una sardina podrida y que tienen menos fondo que la piscina de los niños en el hotel de pulsera todo incluido.Un claro ejemplo lo hemos vivido esta semana, con la fugaz dimisión de Noelia Núñez , una mujer de 32 años que llevaba diez trabajando en el Partido Popular y que, como hacen todos los grandes políticos actuales, tenía un currículo más falseado que las zapatillas Mike que compré la semana pasada en el mercadillo de San Cristóbal de los Ángeles. Luego se recurre a los tópicos de «la política de la Transición», «la talla de aquellos hombres» y demás añoranzas patrias; pero, claro, parece que nos olvidamos valorar las posibles consecuencias de una catástrofe en el momento en el que suceden los nombramientos y no cuando no se tiene más remedio. Lo de Noelia Núñez es un claro ejemplo de cómo la clase política vale lo mismo que un pedo en un bar de carretera. No se tiene más remedio porque no hay muchos más bares por la zona, por ese motivo uno entra con la nariz tapada y las expectativas rotas. El mero hecho de que esta mujer fuera nombrada vicesecretaria, o viceportavoz o vice lo que quieran, solo demuestra que la clase política de hoy está tan lejos de su añorada Transición como los telegramas o la objetividad de los periodistas. Con Adolfo Suárez, por ejemplo, el portavoz fue Abril Martorell, que estudió Ingeniería Agrónoma y Ciencias Políticas y fue uno de los grandes negociadores de los famosos Pactos de la Moncloa, que buscaban la concordia de un país que venía del franquismo y de la peste arrastrada de 40 años de dictadura. Al final, ha resultado que el espíritu de la Transición tiene los mismos enemigos en la derecha que en la izquierda, pues ya se sabe por dónde cojean los demás. Desde Patxi López, el ingeniero que tuvo que dejarlo a los 28 años porque no le daba el cabolo, a Noelia, que no terminamos de saber muy bien si estudió o solo trabajó en el PP, está la altura de nuestros representantes públicos. El problema no es la oposición. El problema de hoy son los propios partidos, que son una red clientelar de mediocres que no saben hacer la o sin que les pongas el humo en la boca. Y desde ahí, todo va hacia abajo, como una rueda perdida en una carretera de un puerto de montaña cualquiera. Madrid se ha convertido en verano en una puesta en escena de política de segunda. Si un tipo como Abril Martorell tenía visión de país, Núñez tuvo el enfoque de una activista de campaña; si el primero entendía la política como un ejercicio de altura, la segunda lo hacía como una guerrillera de trinchera llena de barro y charcos de agua. Pero lo más grave de esta situación es que Noelia Núñez no es la excepción, sino el síntoma, uno que empieza cuando en vez de exigir currículums en los partidos se busca el carisma. Abril representaba la solemnidad de la política como servicio. Noelia Núñez representa la política como producto. Y esto es lo que ocurre cuando las listas del partido se rellenan con ‘influencers’ de partido, con mediocres de broma, con modas de la derrota en la que nos hemos convertido. Qué ganas de que vuelvan a invitarme a alguna fiesta. Como en verano no hay fiestas divertidas, he tenido que pegar la oreja a lo que se cuece en la política nacional. Por eso, esta columna de hoy viene a ser el espejo en el que mirarse, ya no como sociedad, sino principalmente, como mentidero nacional. La política española, como la arquitectura o el periodismo, ha vivido una lenta pero inevitable decadencia. Si antes se construían catedrales, hoy se hacen chiringuitos de verano. Desgraciadamente no es cosa de un solo partido: es una práctica habitual en la política del país entero. No importa el color de la bandera ni mucho menos la ideología, esa cosa rara que antiguamente levantaba proyectos políticos basados en fundamentos. Hoy, lo más parecido a una idea es un espeto de obviedades que huelen peor que una sardina podrida y que tienen menos fondo que la piscina de los niños en el hotel de pulsera todo incluido.Un claro ejemplo lo hemos vivido esta semana, con la fugaz dimisión de Noelia Núñez , una mujer de 32 años que llevaba diez trabajando en el Partido Popular y que, como hacen todos los grandes políticos actuales, tenía un currículo más falseado que las zapatillas Mike que compré la semana pasada en el mercadillo de San Cristóbal de los Ángeles. Luego se recurre a los tópicos de «la política de la Transición», «la talla de aquellos hombres» y demás añoranzas patrias; pero, claro, parece que nos olvidamos valorar las posibles consecuencias de una catástrofe en el momento en el que suceden los nombramientos y no cuando no se tiene más remedio. Lo de Noelia Núñez es un claro ejemplo de cómo la clase política vale lo mismo que un pedo en un bar de carretera. No se tiene más remedio porque no hay muchos más bares por la zona, por ese motivo uno entra con la nariz tapada y las expectativas rotas. El mero hecho de que esta mujer fuera nombrada vicesecretaria, o viceportavoz o vice lo que quieran, solo demuestra que la clase política de hoy está tan lejos de su añorada Transición como los telegramas o la objetividad de los periodistas. Con Adolfo Suárez, por ejemplo, el portavoz fue Abril Martorell, que estudió Ingeniería Agrónoma y Ciencias Políticas y fue uno de los grandes negociadores de los famosos Pactos de la Moncloa, que buscaban la concordia de un país que venía del franquismo y de la peste arrastrada de 40 años de dictadura. Al final, ha resultado que el espíritu de la Transición tiene los mismos enemigos en la derecha que en la izquierda, pues ya se sabe por dónde cojean los demás. Desde Patxi López, el ingeniero que tuvo que dejarlo a los 28 años porque no le daba el cabolo, a Noelia, que no terminamos de saber muy bien si estudió o solo trabajó en el PP, está la altura de nuestros representantes públicos. El problema no es la oposición. El problema de hoy son los propios partidos, que son una red clientelar de mediocres que no saben hacer la o sin que les pongas el humo en la boca. Y desde ahí, todo va hacia abajo, como una rueda perdida en una carretera de un puerto de montaña cualquiera. Madrid se ha convertido en verano en una puesta en escena de política de segunda. Si un tipo como Abril Martorell tenía visión de país, Núñez tuvo el enfoque de una activista de campaña; si el primero entendía la política como un ejercicio de altura, la segunda lo hacía como una guerrillera de trinchera llena de barro y charcos de agua. Pero lo más grave de esta situación es que Noelia Núñez no es la excepción, sino el síntoma, uno que empieza cuando en vez de exigir currículums en los partidos se busca el carisma. Abril representaba la solemnidad de la política como servicio. Noelia Núñez representa la política como producto. Y esto es lo que ocurre cuando las listas del partido se rellenan con ‘influencers’ de partido, con mediocres de broma, con modas de la derrota en la que nos hemos convertido. Qué ganas de que vuelvan a invitarme a alguna fiesta. RSS de noticias de espana
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