De repente, en la boda de un amigo, alguien se te presenta con nombre y apellidos. ¿Cómo? Y lo repite. Tiene la voz grave, como de haberse tragado un micrófono de radio y un montón de horas de clases de dicción. De pronto, te preguntas: ya sé quién es este tipo, ¿pero quién es este tipo? Te hubiese gustado contestar recitando todos tus apellidos, también los que no son gallegos, o inventarte un antepasado de alta cuna, quizá un Grande de España o un Romanov (eso tiene que imponer, estás seguro), pero la verdad es que todo sucede tan rápido que apenas puedes responder con tu nombre propio. Y es la mejor respuesta. Hay gente que va por el mundo así, como si todo fuera una reunión para medrar, una oportunidad para ganar su primer millón o por lo menos engrosar su agenda de contactos, que es una biblia en construcción. «Vales lo que vale tu agenda», repiten. Visten el traje como un uniforme, van a clases de golf, duermen poco, se mueven mucho. No hablan: hacen pitchings. Y sonríen igual que los tristes: por obligación o por contrato. El networker es un emprendedor sin suerte o al que aún no le ha llegado el pelotazo; no el que cree merecer, al menos. Como los lobitos de Plaza Castilla, tienen hambre, mucha, y juegan a las oficinas como nadie: huelen el poder como la sangre, y en los cócteles, tras un par de maniobras de exploración, siempre acaban en los corrillos de bien, adulando y haciendo reír a los que tienen el mando para dar y pedir favores. Saben que lo importante en esto no es trabajar, sino fantasmear: fingen estrés, ocupación, fardan de gestas que le escucharon a otro en una fiesta a la que tal vez no fueron y se las apropian. No han venido a esta vida a sudar, sino a medrar. Se alimentan de ambición. Y poco más.«Los networkers no conciben una separación entre el curro y la vida: para ellos todo es proyecto, hasta el amor. Por es sus citas son como entrevistas de trabajo»Los networkers no conciben una separación entre el trabajo y la vida: para ellos todo es proyecto, hasta el amor. En Tinder no tienen biografía, tienen currículum, y lo mismo en Bumble y el resto de aplicaciones en las que no buscan pareja, sino un socio, o socia, para seguir creciendo. Por eso sus citas se parecen tanto a una entrevista de trabajo. ¿Y a qué te dedicas? ¿Y te va bien o te quieres mover? ¿Y te imaginas la vida aquí o en otra ciudad? ¿Sabes inglés? ¿Y francés? ¿Vas al gimnasio por las mañanas? ¿Dónde estudiaste? ¿Te puedo preguntar cuánto ganas? ¿Y conoces a…? Necesitan que todo sea productivo, eficiente, rápido. Quieren llegar los primeros, pero solo piensan en la carrera: solo saben correr, en realidad. Para ellos, el sexo es un deporte.No lo dirán así, pero lo piensan: creen que todo lo que no es trabajo es una pérdida de tiempo, y es algo que sienten en las entrañas, sobre todo los domingos. Son esa clase de personas que presumen de no leer novelas: prefieren el ensayo. O lo que ellos llaman ensayo, que es autoayuda para emprendedores. Cosas como ‘Piense y hágase rico’, ‘Si lo crees lo creas’ o ‘El club de las cinco de la mañana’. No son literarios: son literales. Ya no van al cine y apenas disfrutan con la música, porque con tanto pódcast no tienen tiempo para explorar, y siguen escuchando los grupos de su adolescencia, y tal vez ese otro que da un concierto en La Riviera al que van a ir con la panda de la oficina. No pueden faltar. Y en los veranos, van a donde toque. Y no les importa quedarse en Madrid. Entre el paraíso y el imperio, siempre eligen el imperio. De repente, en la boda de un amigo, alguien se te presenta con nombre y apellidos. ¿Cómo? Y lo repite. Tiene la voz grave, como de haberse tragado un micrófono de radio y un montón de horas de clases de dicción. De pronto, te preguntas: ya sé quién es este tipo, ¿pero quién es este tipo? Te hubiese gustado contestar recitando todos tus apellidos, también los que no son gallegos, o inventarte un antepasado de alta cuna, quizá un Grande de España o un Romanov (eso tiene que imponer, estás seguro), pero la verdad es que todo sucede tan rápido que apenas puedes responder con tu nombre propio. Y es la mejor respuesta. Hay gente que va por el mundo así, como si todo fuera una reunión para medrar, una oportunidad para ganar su primer millón o por lo menos engrosar su agenda de contactos, que es una biblia en construcción. «Vales lo que vale tu agenda», repiten. Visten el traje como un uniforme, van a clases de golf, duermen poco, se mueven mucho. No hablan: hacen pitchings. Y sonríen igual que los tristes: por obligación o por contrato. El networker es un emprendedor sin suerte o al que aún no le ha llegado el pelotazo; no el que cree merecer, al menos. Como los lobitos de Plaza Castilla, tienen hambre, mucha, y juegan a las oficinas como nadie: huelen el poder como la sangre, y en los cócteles, tras un par de maniobras de exploración, siempre acaban en los corrillos de bien, adulando y haciendo reír a los que tienen el mando para dar y pedir favores. Saben que lo importante en esto no es trabajar, sino fantasmear: fingen estrés, ocupación, fardan de gestas que le escucharon a otro en una fiesta a la que tal vez no fueron y se las apropian. No han venido a esta vida a sudar, sino a medrar. Se alimentan de ambición. Y poco más.«Los networkers no conciben una separación entre el curro y la vida: para ellos todo es proyecto, hasta el amor. Por es sus citas son como entrevistas de trabajo»Los networkers no conciben una separación entre el trabajo y la vida: para ellos todo es proyecto, hasta el amor. En Tinder no tienen biografía, tienen currículum, y lo mismo en Bumble y el resto de aplicaciones en las que no buscan pareja, sino un socio, o socia, para seguir creciendo. Por eso sus citas se parecen tanto a una entrevista de trabajo. ¿Y a qué te dedicas? ¿Y te va bien o te quieres mover? ¿Y te imaginas la vida aquí o en otra ciudad? ¿Sabes inglés? ¿Y francés? ¿Vas al gimnasio por las mañanas? ¿Dónde estudiaste? ¿Te puedo preguntar cuánto ganas? ¿Y conoces a…? Necesitan que todo sea productivo, eficiente, rápido. Quieren llegar los primeros, pero solo piensan en la carrera: solo saben correr, en realidad. Para ellos, el sexo es un deporte.No lo dirán así, pero lo piensan: creen que todo lo que no es trabajo es una pérdida de tiempo, y es algo que sienten en las entrañas, sobre todo los domingos. Son esa clase de personas que presumen de no leer novelas: prefieren el ensayo. O lo que ellos llaman ensayo, que es autoayuda para emprendedores. Cosas como ‘Piense y hágase rico’, ‘Si lo crees lo creas’ o ‘El club de las cinco de la mañana’. No son literarios: son literales. Ya no van al cine y apenas disfrutan con la música, porque con tanto pódcast no tienen tiempo para explorar, y siguen escuchando los grupos de su adolescencia, y tal vez ese otro que da un concierto en La Riviera al que van a ir con la panda de la oficina. No pueden faltar. Y en los veranos, van a donde toque. Y no les importa quedarse en Madrid. Entre el paraíso y el imperio, siempre eligen el imperio. De repente, en la boda de un amigo, alguien se te presenta con nombre y apellidos. ¿Cómo? Y lo repite. Tiene la voz grave, como de haberse tragado un micrófono de radio y un montón de horas de clases de dicción. De pronto, te preguntas: ya sé quién es este tipo, ¿pero quién es este tipo? Te hubiese gustado contestar recitando todos tus apellidos, también los que no son gallegos, o inventarte un antepasado de alta cuna, quizá un Grande de España o un Romanov (eso tiene que imponer, estás seguro), pero la verdad es que todo sucede tan rápido que apenas puedes responder con tu nombre propio. Y es la mejor respuesta. Hay gente que va por el mundo así, como si todo fuera una reunión para medrar, una oportunidad para ganar su primer millón o por lo menos engrosar su agenda de contactos, que es una biblia en construcción. «Vales lo que vale tu agenda», repiten. Visten el traje como un uniforme, van a clases de golf, duermen poco, se mueven mucho. No hablan: hacen pitchings. Y sonríen igual que los tristes: por obligación o por contrato. El networker es un emprendedor sin suerte o al que aún no le ha llegado el pelotazo; no el que cree merecer, al menos. Como los lobitos de Plaza Castilla, tienen hambre, mucha, y juegan a las oficinas como nadie: huelen el poder como la sangre, y en los cócteles, tras un par de maniobras de exploración, siempre acaban en los corrillos de bien, adulando y haciendo reír a los que tienen el mando para dar y pedir favores. Saben que lo importante en esto no es trabajar, sino fantasmear: fingen estrés, ocupación, fardan de gestas que le escucharon a otro en una fiesta a la que tal vez no fueron y se las apropian. No han venido a esta vida a sudar, sino a medrar. Se alimentan de ambición. Y poco más.«Los networkers no conciben una separación entre el curro y la vida: para ellos todo es proyecto, hasta el amor. Por es sus citas son como entrevistas de trabajo»Los networkers no conciben una separación entre el trabajo y la vida: para ellos todo es proyecto, hasta el amor. En Tinder no tienen biografía, tienen currículum, y lo mismo en Bumble y el resto de aplicaciones en las que no buscan pareja, sino un socio, o socia, para seguir creciendo. Por eso sus citas se parecen tanto a una entrevista de trabajo. ¿Y a qué te dedicas? ¿Y te va bien o te quieres mover? ¿Y te imaginas la vida aquí o en otra ciudad? ¿Sabes inglés? ¿Y francés? ¿Vas al gimnasio por las mañanas? ¿Dónde estudiaste? ¿Te puedo preguntar cuánto ganas? ¿Y conoces a…? Necesitan que todo sea productivo, eficiente, rápido. Quieren llegar los primeros, pero solo piensan en la carrera: solo saben correr, en realidad. Para ellos, el sexo es un deporte.No lo dirán así, pero lo piensan: creen que todo lo que no es trabajo es una pérdida de tiempo, y es algo que sienten en las entrañas, sobre todo los domingos. Son esa clase de personas que presumen de no leer novelas: prefieren el ensayo. O lo que ellos llaman ensayo, que es autoayuda para emprendedores. Cosas como ‘Piense y hágase rico’, ‘Si lo crees lo creas’ o ‘El club de las cinco de la mañana’. No son literarios: son literales. Ya no van al cine y apenas disfrutan con la música, porque con tanto pódcast no tienen tiempo para explorar, y siguen escuchando los grupos de su adolescencia, y tal vez ese otro que da un concierto en La Riviera al que van a ir con la panda de la oficina. No pueden faltar. Y en los veranos, van a donde toque. Y no les importa quedarse en Madrid. Entre el paraíso y el imperio, siempre eligen el imperio. RSS de noticias de cultura
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