Por descendencia y tradición, yo debería ser taurómaco. Mi abuelo Miguel, emigrado a Cuba en busca de la fortuna que no ofrecía la Mallorca de principios del siglo XX, viajaba cada año a Barcelona desde La Habana para asistir a los festejos de la Monumental: catorce días de ida y otros tanto de vuelta a bordo de un vapor, señal inequívoca de que las cosas le iban bien en la antigua provincia española de ultramar y de que su afición por la lidia rayaba la obsesión. Mi tío Ángel, marido de la hermana de mi padre, fue un reputado cronista de los primeros años del Coliseo Balear. Conoció a Juan Belmonte y departía sobre las vanguardias literarias con Ignacio Sánchez Mejías. Sus dibujos al carboncillo de toreros y picadores en faena decoraban las paredes de mi casa familiar.Nada de todo esto me caló, esa es la verdad, y mi interés por los toros, más allá de verlos perezosamente en televisión cuando era crío, se limitó a lo más elemental de su jerga aplicada a la vida cotidiana: «una mala tarde la tiene cualquiera», «haber visto torear al Gallo», «no hay quinto malo» y todas esas expresiones de la cultura popular española que las campañas animalistas, a pesar de su contumacia, no han logrado erradicar del lenguaje, como tampoco han logrado acabar con la Fiesta, según pude comprobar ayer, con 53 años y el escepticismo por bandera, en mi primera noche de toros en el Coliseo Balear. Yo mismo me pregunto qué hacía allí y por qué estoy escribiendo esto. Honestamente, les diré que no lo tengo del todo claro, pero sospecho que en mi gesto hay algo político; una extraña necesidad de posicionarme frente al trazo grueso y el argumento pueril de quienes, ya sea con motivo de la tauromaquia o cualquiera de las cosas que hoy se debaten a gritos en España, se pasan la vida sermoneando al personal desde la atalaya de su moralina . Ayer, concretamente, deseándoles la muerte a los toreros al ritmo de batucada en las puertas del Coliseo e incurriendo en la grosera falsedad de acusarles de cobardía, mientras los asistentes a la corrida, salubres y civilizados, desplegaban silenciosas pancartas ignorando la escena como quien ve llover. ¡ Cobardía, qué poca vergüenza ! Hay insultos que no merecen ser respondidos.Noticia Relacionada estandar No Triunfo de Castella en la torera noche de Morante en Palma ABC Manzanares corta una oreja y el de La Puebla falla con la espada con gran ambiente en los tendidosMe temo que fuimos bastantes los que anoche acudimos al Coliseo por razones que no tienen que ver exactamente con los toros, así que quizás sea aventurado dar por hecho que la afición, entendida como una prolongación del arte y no como un mero acto social o de reafirmación intelectual, ha regresado a Mallorca. Dudo que, salvo unas pocas excepciones, hubiera entre el público mucha gente capaz de juzgar lo que ocurrió en el coso con un mínimo de rigor. Por cierto, parece ser que Morante no tuvo su mejor día y que los toros fueron flojitos. Juraría que Castella y Manzanares estuvieron más que correctos, y sospecho que mi abuelo y mi tío, que fueron hombres de genio vivo, no hubieran sido tan generosos en su juicio como lo fue el respetable palmesano al desplegar su pañolada. Volveré . Eso sí, la próxima vez me gustaría sentarme cerca de Chapu Apaloaza . Para que me explique, a ver si se me pega algo. Por descendencia y tradición, yo debería ser taurómaco. Mi abuelo Miguel, emigrado a Cuba en busca de la fortuna que no ofrecía la Mallorca de principios del siglo XX, viajaba cada año a Barcelona desde La Habana para asistir a los festejos de la Monumental: catorce días de ida y otros tanto de vuelta a bordo de un vapor, señal inequívoca de que las cosas le iban bien en la antigua provincia española de ultramar y de que su afición por la lidia rayaba la obsesión. Mi tío Ángel, marido de la hermana de mi padre, fue un reputado cronista de los primeros años del Coliseo Balear. Conoció a Juan Belmonte y departía sobre las vanguardias literarias con Ignacio Sánchez Mejías. Sus dibujos al carboncillo de toreros y picadores en faena decoraban las paredes de mi casa familiar.Nada de todo esto me caló, esa es la verdad, y mi interés por los toros, más allá de verlos perezosamente en televisión cuando era crío, se limitó a lo más elemental de su jerga aplicada a la vida cotidiana: «una mala tarde la tiene cualquiera», «haber visto torear al Gallo», «no hay quinto malo» y todas esas expresiones de la cultura popular española que las campañas animalistas, a pesar de su contumacia, no han logrado erradicar del lenguaje, como tampoco han logrado acabar con la Fiesta, según pude comprobar ayer, con 53 años y el escepticismo por bandera, en mi primera noche de toros en el Coliseo Balear. Yo mismo me pregunto qué hacía allí y por qué estoy escribiendo esto. Honestamente, les diré que no lo tengo del todo claro, pero sospecho que en mi gesto hay algo político; una extraña necesidad de posicionarme frente al trazo grueso y el argumento pueril de quienes, ya sea con motivo de la tauromaquia o cualquiera de las cosas que hoy se debaten a gritos en España, se pasan la vida sermoneando al personal desde la atalaya de su moralina . Ayer, concretamente, deseándoles la muerte a los toreros al ritmo de batucada en las puertas del Coliseo e incurriendo en la grosera falsedad de acusarles de cobardía, mientras los asistentes a la corrida, salubres y civilizados, desplegaban silenciosas pancartas ignorando la escena como quien ve llover. ¡ Cobardía, qué poca vergüenza ! Hay insultos que no merecen ser respondidos.Noticia Relacionada estandar No Triunfo de Castella en la torera noche de Morante en Palma ABC Manzanares corta una oreja y el de La Puebla falla con la espada con gran ambiente en los tendidosMe temo que fuimos bastantes los que anoche acudimos al Coliseo por razones que no tienen que ver exactamente con los toros, así que quizás sea aventurado dar por hecho que la afición, entendida como una prolongación del arte y no como un mero acto social o de reafirmación intelectual, ha regresado a Mallorca. Dudo que, salvo unas pocas excepciones, hubiera entre el público mucha gente capaz de juzgar lo que ocurrió en el coso con un mínimo de rigor. Por cierto, parece ser que Morante no tuvo su mejor día y que los toros fueron flojitos. Juraría que Castella y Manzanares estuvieron más que correctos, y sospecho que mi abuelo y mi tío, que fueron hombres de genio vivo, no hubieran sido tan generosos en su juicio como lo fue el respetable palmesano al desplegar su pañolada. Volveré . Eso sí, la próxima vez me gustaría sentarme cerca de Chapu Apaloaza . Para que me explique, a ver si se me pega algo. Por descendencia y tradición, yo debería ser taurómaco. Mi abuelo Miguel, emigrado a Cuba en busca de la fortuna que no ofrecía la Mallorca de principios del siglo XX, viajaba cada año a Barcelona desde La Habana para asistir a los festejos de la Monumental: catorce días de ida y otros tanto de vuelta a bordo de un vapor, señal inequívoca de que las cosas le iban bien en la antigua provincia española de ultramar y de que su afición por la lidia rayaba la obsesión. Mi tío Ángel, marido de la hermana de mi padre, fue un reputado cronista de los primeros años del Coliseo Balear. Conoció a Juan Belmonte y departía sobre las vanguardias literarias con Ignacio Sánchez Mejías. Sus dibujos al carboncillo de toreros y picadores en faena decoraban las paredes de mi casa familiar.Nada de todo esto me caló, esa es la verdad, y mi interés por los toros, más allá de verlos perezosamente en televisión cuando era crío, se limitó a lo más elemental de su jerga aplicada a la vida cotidiana: «una mala tarde la tiene cualquiera», «haber visto torear al Gallo», «no hay quinto malo» y todas esas expresiones de la cultura popular española que las campañas animalistas, a pesar de su contumacia, no han logrado erradicar del lenguaje, como tampoco han logrado acabar con la Fiesta, según pude comprobar ayer, con 53 años y el escepticismo por bandera, en mi primera noche de toros en el Coliseo Balear. Yo mismo me pregunto qué hacía allí y por qué estoy escribiendo esto. Honestamente, les diré que no lo tengo del todo claro, pero sospecho que en mi gesto hay algo político; una extraña necesidad de posicionarme frente al trazo grueso y el argumento pueril de quienes, ya sea con motivo de la tauromaquia o cualquiera de las cosas que hoy se debaten a gritos en España, se pasan la vida sermoneando al personal desde la atalaya de su moralina . Ayer, concretamente, deseándoles la muerte a los toreros al ritmo de batucada en las puertas del Coliseo e incurriendo en la grosera falsedad de acusarles de cobardía, mientras los asistentes a la corrida, salubres y civilizados, desplegaban silenciosas pancartas ignorando la escena como quien ve llover. ¡ Cobardía, qué poca vergüenza ! Hay insultos que no merecen ser respondidos.Noticia Relacionada estandar No Triunfo de Castella en la torera noche de Morante en Palma ABC Manzanares corta una oreja y el de La Puebla falla con la espada con gran ambiente en los tendidosMe temo que fuimos bastantes los que anoche acudimos al Coliseo por razones que no tienen que ver exactamente con los toros, así que quizás sea aventurado dar por hecho que la afición, entendida como una prolongación del arte y no como un mero acto social o de reafirmación intelectual, ha regresado a Mallorca. Dudo que, salvo unas pocas excepciones, hubiera entre el público mucha gente capaz de juzgar lo que ocurrió en el coso con un mínimo de rigor. Por cierto, parece ser que Morante no tuvo su mejor día y que los toros fueron flojitos. Juraría que Castella y Manzanares estuvieron más que correctos, y sospecho que mi abuelo y mi tío, que fueron hombres de genio vivo, no hubieran sido tan generosos en su juicio como lo fue el respetable palmesano al desplegar su pañolada. Volveré . Eso sí, la próxima vez me gustaría sentarme cerca de Chapu Apaloaza . Para que me explique, a ver si se me pega algo. RSS de noticias de cultura
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