Michael Bennett tenía apenas 23 años cuando coreografió en 1966 su primer musical en Broadway (‘A Joyful Noise’), que apenas tuvo doce representaciones antes de bajar el telón. Poco podía imaginar que menos de una década más tarde pondría en pie un espectáculo que permaneció en cartel durante casi quince años, con 6.137 representaciones. ‘ A Chorus Line ‘ fue durante mucho tiempo el musical más longevo de Broadway (actualmente ocupa la séptima posición) y hoy puede decirse sin temor a exagerar que es uno de los títulos fundamentales de la historia del teatro musical estadounidense.Y todo comenzó una noche de enero de 1974 en un estudio de Nueva York, el Nickolaus Exercise Center. Allí se reunieron veinticuatro bailarines de Broadway -ellos mismos se autodenominan ‘ gypsies ‘, gitanos, por su tipo de vida nómada y desordenada- para charlar acerca de sus vidas, de sus inquietudes, de sus temores, de sus frustraciones, de sus sueños… Hablaron durante más de doce horas, que quedaron grabadas. Michael Bennett , que ya había coreografiado espectáculos de éxito como ‘ Company ‘ o ‘Follies’, con el que obtuvo dos premios Tony, vio en aquellas confesiones y relatos la base para un musical, que vería la luz primero dentro del New York Shakespeare Festival que dirigía Joseph Papp , que tuvo que pedir prestados los 1,6 millones de dólares que costaba la producción. Fue el 15 de abril de 1975 en el Newman Theater, una pequeña sala de 300 butacas donde se ofrecieron un centenar de funciones (el éxito fue tal que ante la falta de localidades, Liza Minnelli tuvo que ver la función sentada en las escaleras de un pasillo). Pronto, claro, la producción pasaría a Broadway -el circuito teatral comercial neoyorquino-, donde vio la luz el 27 de julio del mismo año (hace unos días se celebró una función especial para recordar los cincuenta años del estreno) continuó el éxito y llegaron los reconocimientos; logró nueve de los doce premios Tony a los que optaba, además de siete Drama Desk Awards y el premio Pulitzer, entre otros galardones. El éxito, evidentemente, radicaba en el propio musical, que contrariamente a lo que era habitual en Broadway en aquellos momentos huía del gran espectáculo y de las producciones aparatosas para centrarse en la historia de veinticuatro jóvenes que aspiraban a formar parte de un musical. Hay que tener en cuenta que en 1974 Nueva York era una ciudad llena de problemas. El Bronx era un polvorín donde cada semana se producían treinta incendios; el crimen, el vandalismo y la delincuencia formaban parte de la vida cotidiana de la ciudad -en ese año se produjeron allí 1500 asesinatos-; el metro estaba en un estado deplorable y era escenario de frecuentes delitos. A ello se sumaba una crisis económica y fiscal, que llevó en 1975 al alcalde de la ciudad, Abe Beame , a declarar que Nueva York, no podía pagar sus deudas, y que provocó grandes recortes en los servicios públicos, incluyendo la Policía, la limpieza o el transporte. Como contraste, la vida cultural de la ciudad vivía una gran efervescencia creativa, que se manifestaba especialmente en las artes escénicas y la música. Ese fue el germen de ‘ A Chorus Line ‘ y, tal vez, también su motor. «En 1974, no había otro trabajo -dijo Bennett refiriéndose al elenco original -Si lo hubiera habido, no habrían estado en el Shakespeare Festival por 100 dólares a la semana. Nadie es tan noble».Tres pinceladas Después de más de 15 años en cartel , los productores de ‘A chorus line’ anunciaron a principios de 1990 que la última función sería el 31 de marzo. La avalancha de compra de entradas fue tal que se tuvo que extender el número de funciones durante casi un mes más. El coreógrafo Roy Smith trajo a España en 1984 el musical. La adaptación al español era de Nacho Artime y Jaime Azpilicueta, que habían triunfado ya con ‘Jesucristo Superstar’ y ‘Evita’. El problema es que no se encontraron intérpretes que pudieran bailar, cantar y actuar, y el elenco se conformó con artistas estadounidenses de origen hispanoamericano. Más de 200 intérpretes entre reemplazos y sustituciones pasaron por la producción original en sus 15 años de vidaY es que la crisis económica y social que afectaba a la ciudad también lo hacía en el mundo del espectáculo. La mayoría de los bailarines vivían al día, sin seguridad laboral, y había una lucha feroz por conseguir trabajos a pesar de que a menudo estaban muy mal pagados. ‘A Chorus Line’ contaba historias reales de supervivencia; de personas que procedían de lugares como Byhalia (Misisipi), Royal Oak (Míchigan) o Arlington (Vermont), que soñaban con vivir en Manhattan y triunfar en Broadway. El musical, considerado por muchos como un « acto de esperanza y afirmación », que demostraba que el teatro podía ser un lugar luminoso dentro de una ciudad rodeada de oscuridad, mostraba además a jóvenes marginales: latinos, afroamericanos, asiáticos, homosexuales, y a personas que, por su edad, empiezan a perder su sitio en el mundo del espectáculo. Esa lucha por encontrar su voz, por salir del anonimato (algo que no logran, en un final agridulce) hizo que el público se identificase con aquellos veinticuatro bailarines y sus historias individuales.Además, la música de Marvin Hamlisch , que contaba ya con tres óscars por su trabajo en ‘Tal como éramos’ y ‘El golpe’, contribuyó notablemente. Canciones como ‘I Hope I Get it’ ‘At the Ballet’, ‘What I Did for Love’ y, sobre todo, ‘One’, calaron en el público y trascendieron el escenario. Michael Bennett tenía apenas 23 años cuando coreografió en 1966 su primer musical en Broadway (‘A Joyful Noise’), que apenas tuvo doce representaciones antes de bajar el telón. Poco podía imaginar que menos de una década más tarde pondría en pie un espectáculo que permaneció en cartel durante casi quince años, con 6.137 representaciones. ‘ A Chorus Line ‘ fue durante mucho tiempo el musical más longevo de Broadway (actualmente ocupa la séptima posición) y hoy puede decirse sin temor a exagerar que es uno de los títulos fundamentales de la historia del teatro musical estadounidense.Y todo comenzó una noche de enero de 1974 en un estudio de Nueva York, el Nickolaus Exercise Center. Allí se reunieron veinticuatro bailarines de Broadway -ellos mismos se autodenominan ‘ gypsies ‘, gitanos, por su tipo de vida nómada y desordenada- para charlar acerca de sus vidas, de sus inquietudes, de sus temores, de sus frustraciones, de sus sueños… Hablaron durante más de doce horas, que quedaron grabadas. Michael Bennett , que ya había coreografiado espectáculos de éxito como ‘ Company ‘ o ‘Follies’, con el que obtuvo dos premios Tony, vio en aquellas confesiones y relatos la base para un musical, que vería la luz primero dentro del New York Shakespeare Festival que dirigía Joseph Papp , que tuvo que pedir prestados los 1,6 millones de dólares que costaba la producción. Fue el 15 de abril de 1975 en el Newman Theater, una pequeña sala de 300 butacas donde se ofrecieron un centenar de funciones (el éxito fue tal que ante la falta de localidades, Liza Minnelli tuvo que ver la función sentada en las escaleras de un pasillo). Pronto, claro, la producción pasaría a Broadway -el circuito teatral comercial neoyorquino-, donde vio la luz el 27 de julio del mismo año (hace unos días se celebró una función especial para recordar los cincuenta años del estreno) continuó el éxito y llegaron los reconocimientos; logró nueve de los doce premios Tony a los que optaba, además de siete Drama Desk Awards y el premio Pulitzer, entre otros galardones. El éxito, evidentemente, radicaba en el propio musical, que contrariamente a lo que era habitual en Broadway en aquellos momentos huía del gran espectáculo y de las producciones aparatosas para centrarse en la historia de veinticuatro jóvenes que aspiraban a formar parte de un musical. Hay que tener en cuenta que en 1974 Nueva York era una ciudad llena de problemas. El Bronx era un polvorín donde cada semana se producían treinta incendios; el crimen, el vandalismo y la delincuencia formaban parte de la vida cotidiana de la ciudad -en ese año se produjeron allí 1500 asesinatos-; el metro estaba en un estado deplorable y era escenario de frecuentes delitos. A ello se sumaba una crisis económica y fiscal, que llevó en 1975 al alcalde de la ciudad, Abe Beame , a declarar que Nueva York, no podía pagar sus deudas, y que provocó grandes recortes en los servicios públicos, incluyendo la Policía, la limpieza o el transporte. Como contraste, la vida cultural de la ciudad vivía una gran efervescencia creativa, que se manifestaba especialmente en las artes escénicas y la música. Ese fue el germen de ‘ A Chorus Line ‘ y, tal vez, también su motor. «En 1974, no había otro trabajo -dijo Bennett refiriéndose al elenco original -Si lo hubiera habido, no habrían estado en el Shakespeare Festival por 100 dólares a la semana. Nadie es tan noble».Tres pinceladas Después de más de 15 años en cartel , los productores de ‘A chorus line’ anunciaron a principios de 1990 que la última función sería el 31 de marzo. La avalancha de compra de entradas fue tal que se tuvo que extender el número de funciones durante casi un mes más. El coreógrafo Roy Smith trajo a España en 1984 el musical. La adaptación al español era de Nacho Artime y Jaime Azpilicueta, que habían triunfado ya con ‘Jesucristo Superstar’ y ‘Evita’. El problema es que no se encontraron intérpretes que pudieran bailar, cantar y actuar, y el elenco se conformó con artistas estadounidenses de origen hispanoamericano. Más de 200 intérpretes entre reemplazos y sustituciones pasaron por la producción original en sus 15 años de vidaY es que la crisis económica y social que afectaba a la ciudad también lo hacía en el mundo del espectáculo. La mayoría de los bailarines vivían al día, sin seguridad laboral, y había una lucha feroz por conseguir trabajos a pesar de que a menudo estaban muy mal pagados. ‘A Chorus Line’ contaba historias reales de supervivencia; de personas que procedían de lugares como Byhalia (Misisipi), Royal Oak (Míchigan) o Arlington (Vermont), que soñaban con vivir en Manhattan y triunfar en Broadway. El musical, considerado por muchos como un « acto de esperanza y afirmación », que demostraba que el teatro podía ser un lugar luminoso dentro de una ciudad rodeada de oscuridad, mostraba además a jóvenes marginales: latinos, afroamericanos, asiáticos, homosexuales, y a personas que, por su edad, empiezan a perder su sitio en el mundo del espectáculo. Esa lucha por encontrar su voz, por salir del anonimato (algo que no logran, en un final agridulce) hizo que el público se identificase con aquellos veinticuatro bailarines y sus historias individuales.Además, la música de Marvin Hamlisch , que contaba ya con tres óscars por su trabajo en ‘Tal como éramos’ y ‘El golpe’, contribuyó notablemente. Canciones como ‘I Hope I Get it’ ‘At the Ballet’, ‘What I Did for Love’ y, sobre todo, ‘One’, calaron en el público y trascendieron el escenario. Michael Bennett tenía apenas 23 años cuando coreografió en 1966 su primer musical en Broadway (‘A Joyful Noise’), que apenas tuvo doce representaciones antes de bajar el telón. Poco podía imaginar que menos de una década más tarde pondría en pie un espectáculo que permaneció en cartel durante casi quince años, con 6.137 representaciones. ‘ A Chorus Line ‘ fue durante mucho tiempo el musical más longevo de Broadway (actualmente ocupa la séptima posición) y hoy puede decirse sin temor a exagerar que es uno de los títulos fundamentales de la historia del teatro musical estadounidense.Y todo comenzó una noche de enero de 1974 en un estudio de Nueva York, el Nickolaus Exercise Center. Allí se reunieron veinticuatro bailarines de Broadway -ellos mismos se autodenominan ‘ gypsies ‘, gitanos, por su tipo de vida nómada y desordenada- para charlar acerca de sus vidas, de sus inquietudes, de sus temores, de sus frustraciones, de sus sueños… Hablaron durante más de doce horas, que quedaron grabadas. Michael Bennett , que ya había coreografiado espectáculos de éxito como ‘ Company ‘ o ‘Follies’, con el que obtuvo dos premios Tony, vio en aquellas confesiones y relatos la base para un musical, que vería la luz primero dentro del New York Shakespeare Festival que dirigía Joseph Papp , que tuvo que pedir prestados los 1,6 millones de dólares que costaba la producción. Fue el 15 de abril de 1975 en el Newman Theater, una pequeña sala de 300 butacas donde se ofrecieron un centenar de funciones (el éxito fue tal que ante la falta de localidades, Liza Minnelli tuvo que ver la función sentada en las escaleras de un pasillo). Pronto, claro, la producción pasaría a Broadway -el circuito teatral comercial neoyorquino-, donde vio la luz el 27 de julio del mismo año (hace unos días se celebró una función especial para recordar los cincuenta años del estreno) continuó el éxito y llegaron los reconocimientos; logró nueve de los doce premios Tony a los que optaba, además de siete Drama Desk Awards y el premio Pulitzer, entre otros galardones. El éxito, evidentemente, radicaba en el propio musical, que contrariamente a lo que era habitual en Broadway en aquellos momentos huía del gran espectáculo y de las producciones aparatosas para centrarse en la historia de veinticuatro jóvenes que aspiraban a formar parte de un musical. Hay que tener en cuenta que en 1974 Nueva York era una ciudad llena de problemas. El Bronx era un polvorín donde cada semana se producían treinta incendios; el crimen, el vandalismo y la delincuencia formaban parte de la vida cotidiana de la ciudad -en ese año se produjeron allí 1500 asesinatos-; el metro estaba en un estado deplorable y era escenario de frecuentes delitos. A ello se sumaba una crisis económica y fiscal, que llevó en 1975 al alcalde de la ciudad, Abe Beame , a declarar que Nueva York, no podía pagar sus deudas, y que provocó grandes recortes en los servicios públicos, incluyendo la Policía, la limpieza o el transporte. Como contraste, la vida cultural de la ciudad vivía una gran efervescencia creativa, que se manifestaba especialmente en las artes escénicas y la música. Ese fue el germen de ‘ A Chorus Line ‘ y, tal vez, también su motor. «En 1974, no había otro trabajo -dijo Bennett refiriéndose al elenco original -Si lo hubiera habido, no habrían estado en el Shakespeare Festival por 100 dólares a la semana. Nadie es tan noble».Tres pinceladas Después de más de 15 años en cartel , los productores de ‘A chorus line’ anunciaron a principios de 1990 que la última función sería el 31 de marzo. La avalancha de compra de entradas fue tal que se tuvo que extender el número de funciones durante casi un mes más. El coreógrafo Roy Smith trajo a España en 1984 el musical. La adaptación al español era de Nacho Artime y Jaime Azpilicueta, que habían triunfado ya con ‘Jesucristo Superstar’ y ‘Evita’. El problema es que no se encontraron intérpretes que pudieran bailar, cantar y actuar, y el elenco se conformó con artistas estadounidenses de origen hispanoamericano. Más de 200 intérpretes entre reemplazos y sustituciones pasaron por la producción original en sus 15 años de vidaY es que la crisis económica y social que afectaba a la ciudad también lo hacía en el mundo del espectáculo. La mayoría de los bailarines vivían al día, sin seguridad laboral, y había una lucha feroz por conseguir trabajos a pesar de que a menudo estaban muy mal pagados. ‘A Chorus Line’ contaba historias reales de supervivencia; de personas que procedían de lugares como Byhalia (Misisipi), Royal Oak (Míchigan) o Arlington (Vermont), que soñaban con vivir en Manhattan y triunfar en Broadway. El musical, considerado por muchos como un « acto de esperanza y afirmación », que demostraba que el teatro podía ser un lugar luminoso dentro de una ciudad rodeada de oscuridad, mostraba además a jóvenes marginales: latinos, afroamericanos, asiáticos, homosexuales, y a personas que, por su edad, empiezan a perder su sitio en el mundo del espectáculo. Esa lucha por encontrar su voz, por salir del anonimato (algo que no logran, en un final agridulce) hizo que el público se identificase con aquellos veinticuatro bailarines y sus historias individuales.Además, la música de Marvin Hamlisch , que contaba ya con tres óscars por su trabajo en ‘Tal como éramos’ y ‘El golpe’, contribuyó notablemente. Canciones como ‘I Hope I Get it’ ‘At the Ballet’, ‘What I Did for Love’ y, sobre todo, ‘One’, calaron en el público y trascendieron el escenario. RSS de noticias de cultura
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