A nadie le sorprende que el protagonista cumpla con su destino, ya sea James Bond liquidando al villano o una madre de Alcorcón que consigue frenar a última hora su desahucio. Es lo lógico, lo esperable; el desenlace merecido para el héroe al que hemos acompañado durante 90 (o 180) minutos. Es lo que tiene que suceder, y no importa que caiga por el camino la ‘chica Bond’ o que la abuela se quede tiesa del disgusto en el salón. Y llevamos tantos años viéndolo que no nos sorprende que las 1.200 balas de los malos pasen rozando la cabeza del agente secreto o que en ese cuidado drama intimista, que nace del «proceso orgánico» de un laboratorio de guion clónico, la protagonista encuentre al final un rayito de luz que le haga esbozar media sonrisa ante tanta miseria humana (o capitalista, que es la más habitual por esos guiones). Romper el pactoY en esas, de pronto, a Óliver Laxe, todo él filosofía oriental y misticismo, cuidados y delicadeza, le da por romper con el pacto y ser un cabrón con sus personajes. No les deja cumplir con su destino cinematográfico, que no sería otro que terminar el «viaje del héroe» y culminar lo que en el primer tramo de ‘Sirat’ se plantea. No da lo esperado, vaya, ese final que cualquiera de las decenas de miles de personas que ya han visto la película podrían haber escrito: la familia protagonista consigue el reencuentro con la hija pródiga en mitad del desierto. Después habría metáfora, habría imágenes preciosas, habría mensaje, habría, al fin, un final; un viaje y un propósito. Pero Laxe no está ahí, no le importan esos personajes vacíos y secos como la lengua tras un día de ‘rave’ en el desierto. Pasa de ellos, por suerte, porque la vida está llena de personas que son un pan sin sal (o peor, que se creen que tienen carisma y son unos pelmas) y que también pueden tener una historia interesante, aunque ellos no lo sean. Noticia Relacionada PANTALLAS estandar Si Amarás a tus personajes sobre todas las cosas Oti Rodríguez Marchante Es el primer mandamiento de cualquier cineasta si quiere que su película sea inolvidable para el públicoAsí que Laxe cuenta la historia de estos tipos pequeños para hacer una película grande, y como ellos no nos importan él hace que importen las imágenes, lo que rueda, y deja una escena [juramos que no habrá destripamientos aquí] que no se olvida, un giro de guion que no solo es lógico sino que, además, es «más lógico» que el ‘Deus Ex Machina’ al que Hollywood y Cannes nos han malacostumbrado. Laxe, en lugar de mirar a sus personajes, elige mirar a los espectadores y les da algo diferente en una época de sobreabundancia de cine y de series, de contenido plataformero, de ‘reel’ va y ‘story’ viene, de mira qué plano secuencia. Rueda algo memorable en plena época de la atención líquida. ¿Qué más da el destino de los tipos esos? Es mejor el viaje. Sin ácido, claro. Porque Laxe no se hace un ‘Titane’ o un ‘Sparta’ para provocar al espectador un revoltijo y que le den ganas de no volver al cine hasta que se invente lo de ‘Men in Black’ para borrar recuerdos. Al contrario, Laxe pone luz a unos personajes que pueden ser poco memorables, pero de los que se recordará su destino. Eso vale el precio de una entrada.Fotograma de ‘Pacifiction’, de Albert SerraPorque desde Los Ángeles hasta Alcarrás, provincia de Lérida, está claro que lo de siempre, lo lógico, es hacer del héroe o del villano alguien atractivo o interesante para que el espectador empatice. Ahí llega el ‘avioncito’, abre la boca, ¡qué crack es el Joker! «Si tú pones en una máquina todo el audiovisual que se hace en el mundo, yo podría decirte que el 95% se dedica a la distracción o a la destrucción. A narcotizarnos para que sigamos viviendo con una imagen idealizada de nosotros mismos. Es decir, neurotizados», dijo en estas páginas Óliver Laxe.La lógica dice que hay que construir un personaje que interese para que la película interese. Si el personaje es bueno, lo demás ya tal. Salvando -y mucho- las distancias, esto es igual que lo que hacen algunos para calibrar si una película es buena o mala: si encaja en mi visión ideológica del mundo, es buena; si Roca Rey mata a seis toros, es mala. Oliver Laxe Miguel MuñizY con esas, muchos críticos cortocircuitaron con ‘Tardes de soledad’, donde Albert Serra tomó su decisión más conservadora e hizo del protagonista un héroe, que es justo lo contrario de lo que había hecho en ‘Pacifiction’: ¿qué hacía aquel hombre en la Polinesia y por qué nos interesaba? Nada, claro, pero el desdén por el ‘prota’ quedaba eclipsado por escenas inolvidables. Igual que los ‘raveros’, que podrían haber tenido su viaje en una playa de surferos llena de tiburones. Y en ambas Sergi López, allá y acá, con la misma cara de a verlas venir. La vida. Gente poco memorable bien encuadrada. A nadie le sorprende que el protagonista cumpla con su destino, ya sea James Bond liquidando al villano o una madre de Alcorcón que consigue frenar a última hora su desahucio. Es lo lógico, lo esperable; el desenlace merecido para el héroe al que hemos acompañado durante 90 (o 180) minutos. Es lo que tiene que suceder, y no importa que caiga por el camino la ‘chica Bond’ o que la abuela se quede tiesa del disgusto en el salón. Y llevamos tantos años viéndolo que no nos sorprende que las 1.200 balas de los malos pasen rozando la cabeza del agente secreto o que en ese cuidado drama intimista, que nace del «proceso orgánico» de un laboratorio de guion clónico, la protagonista encuentre al final un rayito de luz que le haga esbozar media sonrisa ante tanta miseria humana (o capitalista, que es la más habitual por esos guiones). Romper el pactoY en esas, de pronto, a Óliver Laxe, todo él filosofía oriental y misticismo, cuidados y delicadeza, le da por romper con el pacto y ser un cabrón con sus personajes. No les deja cumplir con su destino cinematográfico, que no sería otro que terminar el «viaje del héroe» y culminar lo que en el primer tramo de ‘Sirat’ se plantea. No da lo esperado, vaya, ese final que cualquiera de las decenas de miles de personas que ya han visto la película podrían haber escrito: la familia protagonista consigue el reencuentro con la hija pródiga en mitad del desierto. Después habría metáfora, habría imágenes preciosas, habría mensaje, habría, al fin, un final; un viaje y un propósito. Pero Laxe no está ahí, no le importan esos personajes vacíos y secos como la lengua tras un día de ‘rave’ en el desierto. Pasa de ellos, por suerte, porque la vida está llena de personas que son un pan sin sal (o peor, que se creen que tienen carisma y son unos pelmas) y que también pueden tener una historia interesante, aunque ellos no lo sean. Noticia Relacionada PANTALLAS estandar Si Amarás a tus personajes sobre todas las cosas Oti Rodríguez Marchante Es el primer mandamiento de cualquier cineasta si quiere que su película sea inolvidable para el públicoAsí que Laxe cuenta la historia de estos tipos pequeños para hacer una película grande, y como ellos no nos importan él hace que importen las imágenes, lo que rueda, y deja una escena [juramos que no habrá destripamientos aquí] que no se olvida, un giro de guion que no solo es lógico sino que, además, es «más lógico» que el ‘Deus Ex Machina’ al que Hollywood y Cannes nos han malacostumbrado. Laxe, en lugar de mirar a sus personajes, elige mirar a los espectadores y les da algo diferente en una época de sobreabundancia de cine y de series, de contenido plataformero, de ‘reel’ va y ‘story’ viene, de mira qué plano secuencia. Rueda algo memorable en plena época de la atención líquida. ¿Qué más da el destino de los tipos esos? Es mejor el viaje. Sin ácido, claro. Porque Laxe no se hace un ‘Titane’ o un ‘Sparta’ para provocar al espectador un revoltijo y que le den ganas de no volver al cine hasta que se invente lo de ‘Men in Black’ para borrar recuerdos. Al contrario, Laxe pone luz a unos personajes que pueden ser poco memorables, pero de los que se recordará su destino. Eso vale el precio de una entrada.Fotograma de ‘Pacifiction’, de Albert SerraPorque desde Los Ángeles hasta Alcarrás, provincia de Lérida, está claro que lo de siempre, lo lógico, es hacer del héroe o del villano alguien atractivo o interesante para que el espectador empatice. Ahí llega el ‘avioncito’, abre la boca, ¡qué crack es el Joker! «Si tú pones en una máquina todo el audiovisual que se hace en el mundo, yo podría decirte que el 95% se dedica a la distracción o a la destrucción. A narcotizarnos para que sigamos viviendo con una imagen idealizada de nosotros mismos. Es decir, neurotizados», dijo en estas páginas Óliver Laxe.La lógica dice que hay que construir un personaje que interese para que la película interese. Si el personaje es bueno, lo demás ya tal. Salvando -y mucho- las distancias, esto es igual que lo que hacen algunos para calibrar si una película es buena o mala: si encaja en mi visión ideológica del mundo, es buena; si Roca Rey mata a seis toros, es mala. Oliver Laxe Miguel MuñizY con esas, muchos críticos cortocircuitaron con ‘Tardes de soledad’, donde Albert Serra tomó su decisión más conservadora e hizo del protagonista un héroe, que es justo lo contrario de lo que había hecho en ‘Pacifiction’: ¿qué hacía aquel hombre en la Polinesia y por qué nos interesaba? Nada, claro, pero el desdén por el ‘prota’ quedaba eclipsado por escenas inolvidables. Igual que los ‘raveros’, que podrían haber tenido su viaje en una playa de surferos llena de tiburones. Y en ambas Sergi López, allá y acá, con la misma cara de a verlas venir. La vida. Gente poco memorable bien encuadrada. A nadie le sorprende que el protagonista cumpla con su destino, ya sea James Bond liquidando al villano o una madre de Alcorcón que consigue frenar a última hora su desahucio. Es lo lógico, lo esperable; el desenlace merecido para el héroe al que hemos acompañado durante 90 (o 180) minutos. Es lo que tiene que suceder, y no importa que caiga por el camino la ‘chica Bond’ o que la abuela se quede tiesa del disgusto en el salón. Y llevamos tantos años viéndolo que no nos sorprende que las 1.200 balas de los malos pasen rozando la cabeza del agente secreto o que en ese cuidado drama intimista, que nace del «proceso orgánico» de un laboratorio de guion clónico, la protagonista encuentre al final un rayito de luz que le haga esbozar media sonrisa ante tanta miseria humana (o capitalista, que es la más habitual por esos guiones). Romper el pactoY en esas, de pronto, a Óliver Laxe, todo él filosofía oriental y misticismo, cuidados y delicadeza, le da por romper con el pacto y ser un cabrón con sus personajes. No les deja cumplir con su destino cinematográfico, que no sería otro que terminar el «viaje del héroe» y culminar lo que en el primer tramo de ‘Sirat’ se plantea. No da lo esperado, vaya, ese final que cualquiera de las decenas de miles de personas que ya han visto la película podrían haber escrito: la familia protagonista consigue el reencuentro con la hija pródiga en mitad del desierto. Después habría metáfora, habría imágenes preciosas, habría mensaje, habría, al fin, un final; un viaje y un propósito. Pero Laxe no está ahí, no le importan esos personajes vacíos y secos como la lengua tras un día de ‘rave’ en el desierto. Pasa de ellos, por suerte, porque la vida está llena de personas que son un pan sin sal (o peor, que se creen que tienen carisma y son unos pelmas) y que también pueden tener una historia interesante, aunque ellos no lo sean. Noticia Relacionada PANTALLAS estandar Si Amarás a tus personajes sobre todas las cosas Oti Rodríguez Marchante Es el primer mandamiento de cualquier cineasta si quiere que su película sea inolvidable para el públicoAsí que Laxe cuenta la historia de estos tipos pequeños para hacer una película grande, y como ellos no nos importan él hace que importen las imágenes, lo que rueda, y deja una escena [juramos que no habrá destripamientos aquí] que no se olvida, un giro de guion que no solo es lógico sino que, además, es «más lógico» que el ‘Deus Ex Machina’ al que Hollywood y Cannes nos han malacostumbrado. Laxe, en lugar de mirar a sus personajes, elige mirar a los espectadores y les da algo diferente en una época de sobreabundancia de cine y de series, de contenido plataformero, de ‘reel’ va y ‘story’ viene, de mira qué plano secuencia. Rueda algo memorable en plena época de la atención líquida. ¿Qué más da el destino de los tipos esos? Es mejor el viaje. Sin ácido, claro. Porque Laxe no se hace un ‘Titane’ o un ‘Sparta’ para provocar al espectador un revoltijo y que le den ganas de no volver al cine hasta que se invente lo de ‘Men in Black’ para borrar recuerdos. Al contrario, Laxe pone luz a unos personajes que pueden ser poco memorables, pero de los que se recordará su destino. Eso vale el precio de una entrada.Fotograma de ‘Pacifiction’, de Albert SerraPorque desde Los Ángeles hasta Alcarrás, provincia de Lérida, está claro que lo de siempre, lo lógico, es hacer del héroe o del villano alguien atractivo o interesante para que el espectador empatice. Ahí llega el ‘avioncito’, abre la boca, ¡qué crack es el Joker! «Si tú pones en una máquina todo el audiovisual que se hace en el mundo, yo podría decirte que el 95% se dedica a la distracción o a la destrucción. A narcotizarnos para que sigamos viviendo con una imagen idealizada de nosotros mismos. Es decir, neurotizados», dijo en estas páginas Óliver Laxe.La lógica dice que hay que construir un personaje que interese para que la película interese. Si el personaje es bueno, lo demás ya tal. Salvando -y mucho- las distancias, esto es igual que lo que hacen algunos para calibrar si una película es buena o mala: si encaja en mi visión ideológica del mundo, es buena; si Roca Rey mata a seis toros, es mala. Oliver Laxe Miguel MuñizY con esas, muchos críticos cortocircuitaron con ‘Tardes de soledad’, donde Albert Serra tomó su decisión más conservadora e hizo del protagonista un héroe, que es justo lo contrario de lo que había hecho en ‘Pacifiction’: ¿qué hacía aquel hombre en la Polinesia y por qué nos interesaba? Nada, claro, pero el desdén por el ‘prota’ quedaba eclipsado por escenas inolvidables. Igual que los ‘raveros’, que podrían haber tenido su viaje en una playa de surferos llena de tiburones. Y en ambas Sergi López, allá y acá, con la misma cara de a verlas venir. La vida. Gente poco memorable bien encuadrada. RSS de noticias de cultura
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