Cuando ya íbamos palmando, hubo un momento en que las cámaras enfocaron a Caparrós, y sentí un deseo irrefrenable de abrazarlo. De haber estado en el campo, cerca de él, le habría arrimado un caldo caliente y una mantita. Este hombre, pensé, con todo lo que lleva encima, ¿realmente tiene necesidad de esto? Claro que nada se puede hacer contra la enfermedad sevillista, esa jodida patología que le lleva a uno, por ejemplo, a sacrificar una tarde estupenda de jueves para trasegar caracoles y cervezas por una nueva jornada de fatiguita liguera.Con el fallecimiento del Santo Padre y el inminente cónclave vaticano, los purpurados están de moda. Lo más cercano, cromáticamente hablando, a los purpurados de la Iglesia en LaLiga española son los rojillos del Osasuna. A ellos les tocaba decidir si habría por fin para el Sevilla fumata blanca, después de una dolorosa sucesión de fumatas negras que nos trae por la calle de la amargura. Pero la cosa rojilla se puso rojísima con la expulsión de Lukebakio en el minuto 32. Dos rojas, de hecho, decidieron el partido. La primera se consumó, la segunda fue retirada tras revisión del VAR. Y ambas definieron de forma prístina la falta de relevancia y entidad que este Sevilla ha acabado adquiriendo entre los estamentos balompédicos españoles. La primera tarjeta a Lukebakio no debió ser para nada roja. El árbitro estaba pegado a la jugada, y ninguna duda le llevó a acudir al VAR. La segunda tarjeta roja al osasunista Ibáñez también cogió al árbitro muy cerca de la falta, pero esta vez sí quiso revisarla en los monitores. Esta segunda tampoco fue roja, pero en un primer momento, al levantar la cartulina, pareció como si el árbitro hubiera querido compensar su rotunda primera pifia. Desde el VAR, sin embargo, debieron convencerle de que esta segunda sí merecía rectificación. Una desfachatez y una desvergüenza con el Sevilla, por el tremendo agravio comparativo que resultaría impensable en otro club al que los árbitros todavía le conserven el respeto.No nos respetan A este Sevilla le han perdido del todo el respeto. El ejemplo más claro está en las dos cartulinas rojas que marcaron el encuentro. Ninguna debió pitarse, pero solo una se hizo efectiva.Con una roja desde el minuto 32, y perdiendo desde el minuto 25, poco podía hacer el Sevilla, o más bien este Sevilla. Solo quedaba optar por convertir el rojo en un emblema del valor, como dejó escrito Stephen Crane en aquella célebre e inolvidable novela bélica. Una novela que era un alegato contra el miedo. Pero la realidad es que el Sevilla, hasta el descanso, se condujo como un pollo sin cabeza, sin tener muy claro qué hacer, hacia dónde correr, cómo reaccionar.Caparrós compareció en El Sadar con un once algo sorprendente. Con elecciones, como la de Diego Hormigos de titular, bastante desconcertantes. A Juanlu lo puso de extremo, y a Sow, de mediapunta á la Baptista. Debe ser complicado intentar innovar cuando uno va tan corto de ingredientes; es como atreverse con la nouvelle cuisine sin tener otra cosa que garbanzos y patatas en la despensa. En el segundo tiempo, siguió probando ideas. Y una de las más acertadas fue sacar a García Pascual, con quien el técnico debería contar más para lo que resta de Liga. Otros cambios, como el de Suso o Peque, llegaron demasiado tarde. En todo caso, no podemos decir que el Sevilla se amilanara con un jugador menos. Tuvo hasta tres ocasiones bastante claras -la de Agoumé, clarísima- en sendos saques de esquina.Pero el partido había tenido, desde muy pronto, un color rojo. Un color, que, me temo, no va a abandonar al Sevilla en lo que resta de temporada. En plena madurez, el pintor abstracto Mark Rothko, conocido por sus creaciones monocromáticas, creó la que se considera una de sus obras cumbre: Rojo claro sobre rojo oscuro. De ese Pantone, me temo, no vamos a salir hasta que termine LaLiga. Y mucho ojo: ahora nos toca el Leganés. Que, por cierto, sí logró el empate jugando con uno menos. Cuando ya íbamos palmando, hubo un momento en que las cámaras enfocaron a Caparrós, y sentí un deseo irrefrenable de abrazarlo. De haber estado en el campo, cerca de él, le habría arrimado un caldo caliente y una mantita. Este hombre, pensé, con todo lo que lleva encima, ¿realmente tiene necesidad de esto? Claro que nada se puede hacer contra la enfermedad sevillista, esa jodida patología que le lleva a uno, por ejemplo, a sacrificar una tarde estupenda de jueves para trasegar caracoles y cervezas por una nueva jornada de fatiguita liguera.Con el fallecimiento del Santo Padre y el inminente cónclave vaticano, los purpurados están de moda. Lo más cercano, cromáticamente hablando, a los purpurados de la Iglesia en LaLiga española son los rojillos del Osasuna. A ellos les tocaba decidir si habría por fin para el Sevilla fumata blanca, después de una dolorosa sucesión de fumatas negras que nos trae por la calle de la amargura. Pero la cosa rojilla se puso rojísima con la expulsión de Lukebakio en el minuto 32. Dos rojas, de hecho, decidieron el partido. La primera se consumó, la segunda fue retirada tras revisión del VAR. Y ambas definieron de forma prístina la falta de relevancia y entidad que este Sevilla ha acabado adquiriendo entre los estamentos balompédicos españoles. La primera tarjeta a Lukebakio no debió ser para nada roja. El árbitro estaba pegado a la jugada, y ninguna duda le llevó a acudir al VAR. La segunda tarjeta roja al osasunista Ibáñez también cogió al árbitro muy cerca de la falta, pero esta vez sí quiso revisarla en los monitores. Esta segunda tampoco fue roja, pero en un primer momento, al levantar la cartulina, pareció como si el árbitro hubiera querido compensar su rotunda primera pifia. Desde el VAR, sin embargo, debieron convencerle de que esta segunda sí merecía rectificación. Una desfachatez y una desvergüenza con el Sevilla, por el tremendo agravio comparativo que resultaría impensable en otro club al que los árbitros todavía le conserven el respeto.No nos respetan A este Sevilla le han perdido del todo el respeto. El ejemplo más claro está en las dos cartulinas rojas que marcaron el encuentro. Ninguna debió pitarse, pero solo una se hizo efectiva.Con una roja desde el minuto 32, y perdiendo desde el minuto 25, poco podía hacer el Sevilla, o más bien este Sevilla. Solo quedaba optar por convertir el rojo en un emblema del valor, como dejó escrito Stephen Crane en aquella célebre e inolvidable novela bélica. Una novela que era un alegato contra el miedo. Pero la realidad es que el Sevilla, hasta el descanso, se condujo como un pollo sin cabeza, sin tener muy claro qué hacer, hacia dónde correr, cómo reaccionar.Caparrós compareció en El Sadar con un once algo sorprendente. Con elecciones, como la de Diego Hormigos de titular, bastante desconcertantes. A Juanlu lo puso de extremo, y a Sow, de mediapunta á la Baptista. Debe ser complicado intentar innovar cuando uno va tan corto de ingredientes; es como atreverse con la nouvelle cuisine sin tener otra cosa que garbanzos y patatas en la despensa. En el segundo tiempo, siguió probando ideas. Y una de las más acertadas fue sacar a García Pascual, con quien el técnico debería contar más para lo que resta de Liga. Otros cambios, como el de Suso o Peque, llegaron demasiado tarde. En todo caso, no podemos decir que el Sevilla se amilanara con un jugador menos. Tuvo hasta tres ocasiones bastante claras -la de Agoumé, clarísima- en sendos saques de esquina.Pero el partido había tenido, desde muy pronto, un color rojo. Un color, que, me temo, no va a abandonar al Sevilla en lo que resta de temporada. En plena madurez, el pintor abstracto Mark Rothko, conocido por sus creaciones monocromáticas, creó la que se considera una de sus obras cumbre: Rojo claro sobre rojo oscuro. De ese Pantone, me temo, no vamos a salir hasta que termine LaLiga. Y mucho ojo: ahora nos toca el Leganés. Que, por cierto, sí logró el empate jugando con uno menos. Cuando ya íbamos palmando, hubo un momento en que las cámaras enfocaron a Caparrós, y sentí un deseo irrefrenable de abrazarlo. De haber estado en el campo, cerca de él, le habría arrimado un caldo caliente y una mantita. Este hombre, pensé, con todo lo que lleva encima, ¿realmente tiene necesidad de esto? Claro que nada se puede hacer contra la enfermedad sevillista, esa jodida patología que le lleva a uno, por ejemplo, a sacrificar una tarde estupenda de jueves para trasegar caracoles y cervezas por una nueva jornada de fatiguita liguera.Con el fallecimiento del Santo Padre y el inminente cónclave vaticano, los purpurados están de moda. Lo más cercano, cromáticamente hablando, a los purpurados de la Iglesia en LaLiga española son los rojillos del Osasuna. A ellos les tocaba decidir si habría por fin para el Sevilla fumata blanca, después de una dolorosa sucesión de fumatas negras que nos trae por la calle de la amargura. Pero la cosa rojilla se puso rojísima con la expulsión de Lukebakio en el minuto 32. Dos rojas, de hecho, decidieron el partido. La primera se consumó, la segunda fue retirada tras revisión del VAR. Y ambas definieron de forma prístina la falta de relevancia y entidad que este Sevilla ha acabado adquiriendo entre los estamentos balompédicos españoles. La primera tarjeta a Lukebakio no debió ser para nada roja. El árbitro estaba pegado a la jugada, y ninguna duda le llevó a acudir al VAR. La segunda tarjeta roja al osasunista Ibáñez también cogió al árbitro muy cerca de la falta, pero esta vez sí quiso revisarla en los monitores. Esta segunda tampoco fue roja, pero en un primer momento, al levantar la cartulina, pareció como si el árbitro hubiera querido compensar su rotunda primera pifia. Desde el VAR, sin embargo, debieron convencerle de que esta segunda sí merecía rectificación. Una desfachatez y una desvergüenza con el Sevilla, por el tremendo agravio comparativo que resultaría impensable en otro club al que los árbitros todavía le conserven el respeto.No nos respetan A este Sevilla le han perdido del todo el respeto. El ejemplo más claro está en las dos cartulinas rojas que marcaron el encuentro. Ninguna debió pitarse, pero solo una se hizo efectiva.Con una roja desde el minuto 32, y perdiendo desde el minuto 25, poco podía hacer el Sevilla, o más bien este Sevilla. Solo quedaba optar por convertir el rojo en un emblema del valor, como dejó escrito Stephen Crane en aquella célebre e inolvidable novela bélica. Una novela que era un alegato contra el miedo. Pero la realidad es que el Sevilla, hasta el descanso, se condujo como un pollo sin cabeza, sin tener muy claro qué hacer, hacia dónde correr, cómo reaccionar.Caparrós compareció en El Sadar con un once algo sorprendente. Con elecciones, como la de Diego Hormigos de titular, bastante desconcertantes. A Juanlu lo puso de extremo, y a Sow, de mediapunta á la Baptista. Debe ser complicado intentar innovar cuando uno va tan corto de ingredientes; es como atreverse con la nouvelle cuisine sin tener otra cosa que garbanzos y patatas en la despensa. En el segundo tiempo, siguió probando ideas. Y una de las más acertadas fue sacar a García Pascual, con quien el técnico debería contar más para lo que resta de Liga. Otros cambios, como el de Suso o Peque, llegaron demasiado tarde. En todo caso, no podemos decir que el Sevilla se amilanara con un jugador menos. Tuvo hasta tres ocasiones bastante claras -la de Agoumé, clarísima- en sendos saques de esquina.Pero el partido había tenido, desde muy pronto, un color rojo. Un color, que, me temo, no va a abandonar al Sevilla en lo que resta de temporada. En plena madurez, el pintor abstracto Mark Rothko, conocido por sus creaciones monocromáticas, creó la que se considera una de sus obras cumbre: Rojo claro sobre rojo oscuro. De ese Pantone, me temo, no vamos a salir hasta que termine LaLiga. Y mucho ojo: ahora nos toca el Leganés. Que, por cierto, sí logró el empate jugando con uno menos. RSS de noticias de deportes
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