<p>Al principio se rió, perplejo, pero luego se sintió un poco ofendido. Ocurrió en un peculiar congreso que reunió a finales de los años 90 en Brasil a científicos y a filósofos. Fue entonces cuando alguien desplegó con nerviosismo un papelito y le espetó a <strong>Bruno Latour</strong>: «Tengo una pregunta para usted: <strong>¿cree en la realidad?</strong>». «¡Por supuesto!», respondió el francés, «¿por quién me toma?». Latour confesaría después en su libro La esperanza de Pandora que aquella pregunta le dolió. ¿Cómo era posible que su esfuerzo de décadas junto a otros pensadores posmodernos por levantar las alfombras de los laboratorios hubiera mutado, en el fragor de las llamadas guerras de la ciencia, en algo tan parodiable? Lo gracioso es que, de hecho, todo había empezado con una parodia.</p>
Harto de cháchara, coló en una revista académica un artículo que parodiaba la palabrería de los grandes filósofos franceses del siglo XX. El escándalo destruyó los frágiles puentes entre ciencias y humanidades
<p>Al principio se rió, perplejo, pero luego se sintió un poco ofendido. Ocurrió en un peculiar congreso que reunió a finales de los años 90 en Brasil a científicos y a filósofos. Fue entonces cuando alguien desplegó con nerviosismo un papelito y le espetó a <strong>Bruno Latour</strong>: «Tengo una pregunta para usted: <strong>¿cree en la realidad?</strong>». «¡Por supuesto!», respondió el francés, «¿por quién me toma?». Latour confesaría después en su libro La esperanza de Pandora que aquella pregunta le dolió. ¿Cómo era posible que su esfuerzo de décadas junto a otros pensadores posmodernos por levantar las alfombras de los laboratorios hubiera mutado, en el fragor de las llamadas guerras de la ciencia, en algo tan parodiable? Lo gracioso es que, de hecho, todo había empezado con una parodia.</p>
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