La piedra no suena, pero guarda sonidos. Eso es lo primero que se aprende en ‘Hacia ecos de lo sagrado’, el último trabajo de Ana Zamora con la compañía Nao d’amores, estrenado el 10 de julio de 2025 en el Monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias. Lo segundo que se aprende es que ciertas experiencias no necesitan ser explicadas: se perciben. A veces basta con cerrar los ojos y dejar que una campana, un canto lejano o unos pasos sobre losas húmedas hagan su trabajo, porque este no es un espectáculo para ser visto, sino para ser escuchado. Y no solo con los oídos, sino con la memoria.El viento bajaba desde las ruinas como si también supiera que aquella noche algo iba a suceder. Algo que no era una función teatral común, sino un acto colectivo, una invocación al tiempo y al espacio. Las piedras, los muros, el agua del claustro, incluso las ausencias, eran parte de la escena. No como decorado, sino como cuerpo escénico. Aquí, el escenario no se ilumina: se activa.El Monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias se alza entre pinares y viñas en Pelayos de la Presa, al suroeste de la Comunidad de Madrid. Es una construcción de líneas sobrias, casi desnudas, donde la austeridad se respira en cada piedra. Fundado a finales del siglo XII, sus muros recogen la transición del románico al protogótico, sin ornamento, sin vanidad. Todo en él –desde la fuente del lavabo hasta el eco en la nave principal– fue concebido con una idea precisa: que el silencio hablara. Durante siglos, este fue un lugar de recogimiento, trabajo y silencio. Luego, claro, vinieron los saqueos, los incendios, el abandono, y el monasterio cayó en el olvido. A finales del siglo XX, comenzó una lenta tarea de recuperación. Hoy, aunque marcado por la ruina, el espacio conserva una dignidad serena, casi intacta. Entrar allí es como adentrarse en el tiempo.Se escucha un murmullo a través de la paredAna Zamora, premio Nacional de teatro en 2023, lleva más de veinte años dedicada a rescatar el teatro medieval y prebarroco, no como arqueóloga (pero en sus producciones para que excava para lograr el detalle), sino como dramaturga. En sus manos, los textos antiguos se convierten en herramientas vivas para pensar el presente.Con ‘Hacia ecos de lo sagrado’, da un paso más allá: no parte de un texto, sino de un espacio, de un sonido, de un silencio. Lo que se representa, en realidad, es un espacio; una experiencia escénica que no necesita explicación ni creencias, pero sí una entrega atenta. Y es que este proyecto (como ella misma ha dicho) no nace del deseo de reconstruir el pasado, sino de escucharlo.La pregunta que lo atraviesa no es «qué sucedía aquí hace siglos», sino: ¿qué queda de todo eso en nosotros hoy? El monasterio no es solo el lugar del estreno: es el origen del espectáculo. Sus muros fueron pensados, siglos atrás, para amplificar sonidos, palabras, ecos. La arquitectura fue hecha para la reverberación. Y eso es lo que la compañía ha querido recuperar: una forma de teatralidad que nace no de lo visual, sino de lo acústico. Una dramaturgia del oído.La palabra suena distinta bajo una bóveda románica. El canto se alarga, se curva, se mezcla con el aire. Cada rincón del monasterio tiene un sonido propio, una función sonora. La fuente del lavabo, las pisadas en el claustro, los ecos de las voces. Todo tiene voz. Todo, incluso el silencio. Zamora ha hablado a menudo de Jerzy Grotowski como referente. Su «teatro pobre» y su idea del actor como ser que se entrega –no actúa, no finge, sino que se vacía– encuentra aquí un eco muy particular. Porque lo que proponen los intérpretes de ‘Hacia ecos de lo sagrado’ no es un espectáculo al uso, sino una experiencia colectiva. Hay personajes y escenas delimitadas, pero lo se queda es la presencia, la voz, el cuerpo y el tiempo.El elenco (Alfonso Barreno, Juan Díaz de Corcuera, Rafael Ortiz, Alejandro Pau, Elena Rayos, María Alejandra Saturno, Alejandro Sigüenza, Isabel Zamora) actúa con nosotros. Y aunque no se nos pide participar, estamos implicados, pues el público no puede escapar porque todo está diseñado para implicar: la acústica, la luz, la penumbra, los cantos. Lo emocional se filtra poco a poco, hasta dejarnos dentro sin que sepamos cómo.Pero para que eso suceda, hay que despojarse de mucho. De las expectativas de lo espectacular. De los hábitos de consumo rápido. De la necesidad de comprenderlo todo. Este no es un teatro de certezas. Es un teatro que te obliga a parar. ‘Hacia ecos de lo sagrado’ no ofrece respuestas ni explicaciones. Tampoco busca conmover desde la narrativa o la espectacularidad. Lejos de cualquier intento de reconstrucción histórica o evocación nostálgica, el trabajo de Nao d’amores propone una forma contemporánea de relacionarse con el pasado. El resultado es una obra exigente, vocal y fuera de los códigos habituales, que invita a repensar qué puede ser hoy el teatro, desde dónde se construye y qué tipo de percepción exige. La piedra no suena, pero guarda sonidos. Eso es lo primero que se aprende en ‘Hacia ecos de lo sagrado’, el último trabajo de Ana Zamora con la compañía Nao d’amores, estrenado el 10 de julio de 2025 en el Monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias. Lo segundo que se aprende es que ciertas experiencias no necesitan ser explicadas: se perciben. A veces basta con cerrar los ojos y dejar que una campana, un canto lejano o unos pasos sobre losas húmedas hagan su trabajo, porque este no es un espectáculo para ser visto, sino para ser escuchado. Y no solo con los oídos, sino con la memoria.El viento bajaba desde las ruinas como si también supiera que aquella noche algo iba a suceder. Algo que no era una función teatral común, sino un acto colectivo, una invocación al tiempo y al espacio. Las piedras, los muros, el agua del claustro, incluso las ausencias, eran parte de la escena. No como decorado, sino como cuerpo escénico. Aquí, el escenario no se ilumina: se activa.El Monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias se alza entre pinares y viñas en Pelayos de la Presa, al suroeste de la Comunidad de Madrid. Es una construcción de líneas sobrias, casi desnudas, donde la austeridad se respira en cada piedra. Fundado a finales del siglo XII, sus muros recogen la transición del románico al protogótico, sin ornamento, sin vanidad. Todo en él –desde la fuente del lavabo hasta el eco en la nave principal– fue concebido con una idea precisa: que el silencio hablara. Durante siglos, este fue un lugar de recogimiento, trabajo y silencio. Luego, claro, vinieron los saqueos, los incendios, el abandono, y el monasterio cayó en el olvido. A finales del siglo XX, comenzó una lenta tarea de recuperación. Hoy, aunque marcado por la ruina, el espacio conserva una dignidad serena, casi intacta. Entrar allí es como adentrarse en el tiempo.Se escucha un murmullo a través de la paredAna Zamora, premio Nacional de teatro en 2023, lleva más de veinte años dedicada a rescatar el teatro medieval y prebarroco, no como arqueóloga (pero en sus producciones para que excava para lograr el detalle), sino como dramaturga. En sus manos, los textos antiguos se convierten en herramientas vivas para pensar el presente.Con ‘Hacia ecos de lo sagrado’, da un paso más allá: no parte de un texto, sino de un espacio, de un sonido, de un silencio. Lo que se representa, en realidad, es un espacio; una experiencia escénica que no necesita explicación ni creencias, pero sí una entrega atenta. Y es que este proyecto (como ella misma ha dicho) no nace del deseo de reconstruir el pasado, sino de escucharlo.La pregunta que lo atraviesa no es «qué sucedía aquí hace siglos», sino: ¿qué queda de todo eso en nosotros hoy? El monasterio no es solo el lugar del estreno: es el origen del espectáculo. Sus muros fueron pensados, siglos atrás, para amplificar sonidos, palabras, ecos. La arquitectura fue hecha para la reverberación. Y eso es lo que la compañía ha querido recuperar: una forma de teatralidad que nace no de lo visual, sino de lo acústico. Una dramaturgia del oído.La palabra suena distinta bajo una bóveda románica. El canto se alarga, se curva, se mezcla con el aire. Cada rincón del monasterio tiene un sonido propio, una función sonora. La fuente del lavabo, las pisadas en el claustro, los ecos de las voces. Todo tiene voz. Todo, incluso el silencio. Zamora ha hablado a menudo de Jerzy Grotowski como referente. Su «teatro pobre» y su idea del actor como ser que se entrega –no actúa, no finge, sino que se vacía– encuentra aquí un eco muy particular. Porque lo que proponen los intérpretes de ‘Hacia ecos de lo sagrado’ no es un espectáculo al uso, sino una experiencia colectiva. Hay personajes y escenas delimitadas, pero lo se queda es la presencia, la voz, el cuerpo y el tiempo.El elenco (Alfonso Barreno, Juan Díaz de Corcuera, Rafael Ortiz, Alejandro Pau, Elena Rayos, María Alejandra Saturno, Alejandro Sigüenza, Isabel Zamora) actúa con nosotros. Y aunque no se nos pide participar, estamos implicados, pues el público no puede escapar porque todo está diseñado para implicar: la acústica, la luz, la penumbra, los cantos. Lo emocional se filtra poco a poco, hasta dejarnos dentro sin que sepamos cómo.Pero para que eso suceda, hay que despojarse de mucho. De las expectativas de lo espectacular. De los hábitos de consumo rápido. De la necesidad de comprenderlo todo. Este no es un teatro de certezas. Es un teatro que te obliga a parar. ‘Hacia ecos de lo sagrado’ no ofrece respuestas ni explicaciones. Tampoco busca conmover desde la narrativa o la espectacularidad. Lejos de cualquier intento de reconstrucción histórica o evocación nostálgica, el trabajo de Nao d’amores propone una forma contemporánea de relacionarse con el pasado. El resultado es una obra exigente, vocal y fuera de los códigos habituales, que invita a repensar qué puede ser hoy el teatro, desde dónde se construye y qué tipo de percepción exige. La piedra no suena, pero guarda sonidos. Eso es lo primero que se aprende en ‘Hacia ecos de lo sagrado’, el último trabajo de Ana Zamora con la compañía Nao d’amores, estrenado el 10 de julio de 2025 en el Monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias. Lo segundo que se aprende es que ciertas experiencias no necesitan ser explicadas: se perciben. A veces basta con cerrar los ojos y dejar que una campana, un canto lejano o unos pasos sobre losas húmedas hagan su trabajo, porque este no es un espectáculo para ser visto, sino para ser escuchado. Y no solo con los oídos, sino con la memoria.El viento bajaba desde las ruinas como si también supiera que aquella noche algo iba a suceder. Algo que no era una función teatral común, sino un acto colectivo, una invocación al tiempo y al espacio. Las piedras, los muros, el agua del claustro, incluso las ausencias, eran parte de la escena. No como decorado, sino como cuerpo escénico. Aquí, el escenario no se ilumina: se activa.El Monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias se alza entre pinares y viñas en Pelayos de la Presa, al suroeste de la Comunidad de Madrid. Es una construcción de líneas sobrias, casi desnudas, donde la austeridad se respira en cada piedra. Fundado a finales del siglo XII, sus muros recogen la transición del románico al protogótico, sin ornamento, sin vanidad. Todo en él –desde la fuente del lavabo hasta el eco en la nave principal– fue concebido con una idea precisa: que el silencio hablara. Durante siglos, este fue un lugar de recogimiento, trabajo y silencio. Luego, claro, vinieron los saqueos, los incendios, el abandono, y el monasterio cayó en el olvido. A finales del siglo XX, comenzó una lenta tarea de recuperación. Hoy, aunque marcado por la ruina, el espacio conserva una dignidad serena, casi intacta. Entrar allí es como adentrarse en el tiempo.Se escucha un murmullo a través de la paredAna Zamora, premio Nacional de teatro en 2023, lleva más de veinte años dedicada a rescatar el teatro medieval y prebarroco, no como arqueóloga (pero en sus producciones para que excava para lograr el detalle), sino como dramaturga. En sus manos, los textos antiguos se convierten en herramientas vivas para pensar el presente.Con ‘Hacia ecos de lo sagrado’, da un paso más allá: no parte de un texto, sino de un espacio, de un sonido, de un silencio. Lo que se representa, en realidad, es un espacio; una experiencia escénica que no necesita explicación ni creencias, pero sí una entrega atenta. Y es que este proyecto (como ella misma ha dicho) no nace del deseo de reconstruir el pasado, sino de escucharlo.La pregunta que lo atraviesa no es «qué sucedía aquí hace siglos», sino: ¿qué queda de todo eso en nosotros hoy? El monasterio no es solo el lugar del estreno: es el origen del espectáculo. Sus muros fueron pensados, siglos atrás, para amplificar sonidos, palabras, ecos. La arquitectura fue hecha para la reverberación. Y eso es lo que la compañía ha querido recuperar: una forma de teatralidad que nace no de lo visual, sino de lo acústico. Una dramaturgia del oído.La palabra suena distinta bajo una bóveda románica. El canto se alarga, se curva, se mezcla con el aire. Cada rincón del monasterio tiene un sonido propio, una función sonora. La fuente del lavabo, las pisadas en el claustro, los ecos de las voces. Todo tiene voz. Todo, incluso el silencio. Zamora ha hablado a menudo de Jerzy Grotowski como referente. Su «teatro pobre» y su idea del actor como ser que se entrega –no actúa, no finge, sino que se vacía– encuentra aquí un eco muy particular. Porque lo que proponen los intérpretes de ‘Hacia ecos de lo sagrado’ no es un espectáculo al uso, sino una experiencia colectiva. Hay personajes y escenas delimitadas, pero lo se queda es la presencia, la voz, el cuerpo y el tiempo.El elenco (Alfonso Barreno, Juan Díaz de Corcuera, Rafael Ortiz, Alejandro Pau, Elena Rayos, María Alejandra Saturno, Alejandro Sigüenza, Isabel Zamora) actúa con nosotros. Y aunque no se nos pide participar, estamos implicados, pues el público no puede escapar porque todo está diseñado para implicar: la acústica, la luz, la penumbra, los cantos. Lo emocional se filtra poco a poco, hasta dejarnos dentro sin que sepamos cómo.Pero para que eso suceda, hay que despojarse de mucho. De las expectativas de lo espectacular. De los hábitos de consumo rápido. De la necesidad de comprenderlo todo. Este no es un teatro de certezas. Es un teatro que te obliga a parar. ‘Hacia ecos de lo sagrado’ no ofrece respuestas ni explicaciones. Tampoco busca conmover desde la narrativa o la espectacularidad. Lejos de cualquier intento de reconstrucción histórica o evocación nostálgica, el trabajo de Nao d’amores propone una forma contemporánea de relacionarse con el pasado. El resultado es una obra exigente, vocal y fuera de los códigos habituales, que invita a repensar qué puede ser hoy el teatro, desde dónde se construye y qué tipo de percepción exige. RSS de noticias de cultura
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