No todos los puentes se construyen a base de piedra y ladrillo. Andrea González (Tui, 1987), gestora cultural, pianista, docente y presidenta de Juventudes Musicales de España, ha recibido premios y menciones internacionales y se ha recorrido los escenarios del mundo casi de arriba a abajo. Dos veces seleccionada entre «Las Top 100 Mujeres Líderes de España», la última este año, dedica su carrera a acercar patrimonios, disciplinas y generaciones; no en vano, siente un gran apego por su villa natal y la pasarela que alberga, enlace físico entre Galicia y Portugal. Hoy, el lugar es conocido como epicentro del IKFEM Festival Tui-Valença, el certamen transfronterizo que dirige desde 2013 y ya es símbolo de culturas que atraviesan fronteras.—¿Cómo conviven en ti la pianista, la gestora y la divulgadora?—Creo que lo que más me apasiona es utilizar la música como instrumento de transformación social. Cuando he podido lo he hecho en un escenario, conectando con el público, y ahora lo hago cada vez más a través de la gestión cultural. Los escenarios los toco menos desde hace un par de años, cuando lancé mi disco con Warner Music descubriendo la música del monje benedictino Rosendo Salvado. Le dediqué mucho tiempo en mis últimos años de investigación, y hasta pude grabar dos documentales, uno de ellos en Australia (y el otro colaborando con el guitarrista y cantante Rosendo Mercado). Quizás es un poco el cierre de mi etapa pianística, que me ha llevado a tantos sitios maravillosos. Y ahora tengo más esta dedicación por la docencia. Soy profesora de Producción y Gestión de Música y Artes Escénicas en el Conservatorio Superior de Música de Vigo. También soy directora del IKFEM Festival Tui-Valença y presidenta de la Confederación de Juventudes Musicales de España, y todo ello ya me lleva largo y tendido, muchas horas de mi día.—¿Qué te llevó a sumergirte en la vida de Rosendo Salvado y qué conexión tienes con su legado?—Soy fan completamente de este personaje por su modelo de vida y como persona. Siempre me resultó muy atractiva esta dualidad entre gran gestor y gran músico, sumado a su enorme sensibilidad ante lo social. Fue defensor de los derechos de los aborígenes: vio lo que había detrás de estas personas y les enseñó música con una orquesta para demostrar al mundo que eran capaces. Mi admiración quizás viene de esa capacidad de transformar, de mejorar su entorno teniendo en cuenta a todas las personas, diferentes y diversas. Esto me gusta porque es mi ADN.—¿Beben de estos valores los proyectos que impulsas?—Precisamente este año, dentro del IKFEM Festival Tui-Valença, hicimos la gala CaixaSon, que habla también de la inclusión, de la accesibilidad. Juntamos a usuarios de cuatro entidades de discapacidad física y mental, personas mayores y refugiadas, de Galicia y del norte de Portugal: APPACDM, Vontade, Diversidades Acolle y Universidade Senior. Es un proyecto conveniado por la Fundación La Caixa y el Banco BPI para crear esta agrupación diversa, plural y unida. Convivieron medio año en un taller formativo y realizaron un concierto en el que creo que fueron capaces de sensibilizar a las 1.500 personas que asistieron, diciendo que querer es poder. Además tuvimos la suerte de sumar a Antonio Orozco y a Rita Rocha. —Cerrada esta edición, ¿qué sensaciones quedan flotando?—Estamos… la palabra es felices, porque hemos conseguido trasladar, tocar al público. Creo que hemos sido capaces de trascender, de ser más que un festival de música de alta calidad, que por supuesto lo es. Hemos hecho una clausura con lo mejor del jazz del mundo: la Orquestra Jazz de Matosinhos, esta big band portuguesa, junto a Perico Sambeat, un saxofonista de jazz internacional de lo mejor que tenemos en España. Y desde Orozco, con lo más excelente del pop, a James Rhodes en música clásica. La sensación es de haber conseguido un nivel artístico muy alto y, al mismo tiempo, de haber trasladado el mensaje de que no hay fronteras. —¿Cuánto ha cambiado el festival en estos diez años y adónde se dirige?—Mantiene su esencia. Nació con esa idea de pluralidad, de programar diferentes estilos musicales y conectar culturas y personas diversas. Ahora lo que hacemos es avanzar y forjar más alianzas con el tejido privado, la administración pública y el tercer sector. Estamos creando y construyendo una ciudad modelo transfronteriza para Europa, uniendo a los altavoces que trabajan en el ámbito del Cruce de la Eurorregión. Hace unos años juntamos a Ágatha Ruiz de la Prada y a la portuguesa Katty Xiomara en una fusión de música y moda en el puente, con asociaciones de Galicia y Portugal. Queremos aunar alianzas a ambos lados y creo que eso está convirtiendo al festival en un referente en el eje vertebrador del ámbito europeo y peninsular. Me gusta mucho últimamente la expresión de un «gran abrazo ibérico», de Salvador Sobral, y en ese sentido buscamos unir a artistas que nunca habían tocado juntos. Por ejemplo, Salvador Sobral con Marco Mezquida, Chano Domínguez con Mário Laginha. Este año hemos tenido a Fillas de Cassandra con Milhanas, dos grandes, cada una en su ámbito. Es un reto, pero siempre intentamos sorprender en el escenario.—¿Qué debe estar siempre sobre la mesa al hablar de liderazgo cultural?—Para mí es clave, y más hoy en día, hablar de unidad. Lo pongo en mayúsculas. El lema del festival es ‘Somos puente’; porque sí, lo somos entre España y Portugal, es cierto. Somos el único festival de la Península que conecta ambas naciones y llevamos 13 años haciéndolo. Pero también somos un puente que une culturas, que cohesiona territorios, que conecta personas.—¿Cuál es el papel de Juventudes Musicales en la retención del talento?—Hoy, el nivel en música es muy alto. Creo que somos un faro que detecta al joven talento. Por ejemplo, a través de los más de cien concursos que llevamos hechos en distintos instrumentos musicales dentro del ámbito de la clásica, la música antigua y el jazz; y ahora intentamos abrir camino en otros géneros y músicas más modernas. Pero también somos un trampolín. Un premio que damos es una gira de conciertos por nuestras asociaciones y festivales de referencia de todo el país. También tenemos residencias artísticas, acabamos de abrir una en Málaga. Un programa de internacionalización con la Embajada de Estados Unidos… Además, hoy es muy normal que se vayan a hacer sus másteres al extranjero. Y al hablar de conjuntos, les supone un reto muy grande porque la ambición es irse cada uno a estudiar a un centro diferente del mundo. Entonces, ¿cómo vas a crear una familia musical, un cuarteto estable si cada uno puede decidir estudiar en un lugar diferente? Sabemos del talentazo que hay en España, pero tenemos que facilitar oportunidades para que estos músicos cuiden su formación, su proyección y, sobre todo, que si se van puedan volver y vivir de ello. —¿Qué capacidad de conexión tiene la clásica con las nuevas generaciones?—Pues me sorprende cada vez más la experiencia de espectáculo que ofrecen. Porque cada vez incorporan elementos nuevos, coreografías, vestimentas… innovan incluso en el diálogo con su público. Van un paso más allá con esa percepción que tenemos de la música clásica. Los jóvenes están realmente conectados, muy pendientes de ofrecer un producto musical diferente al concepto que se tenía hasta ahora. Cuidan las redes sociales, civilizan al público a través de ellas. Y tanto la clásica como otros estilos, pienso que cada vez caminan más de la mano. Y son las nuevas generaciones, precisamente, las que están un poco revolucionando esta nueva manera de entender la música clásica cuando, quizás, a artistas más consolidados les da más pereza incorporar estas nuevas líneas. James Rooks es un gran ejemplo. Aquí nos ha interpretado Bach, Beethoven, Brahms, Rachmaninoff… a través de una comunicación fluida, se convierte en un producto más aceptable para un público generalista. Y yo creo que, precisamente, son los jóvenes los que ahora están haciendo este cambio de paradigma. Creo que las grandes programaciones se enriquecerían muchísimo con esta nueva visión fresca que traen los jóvenes. En esta línea, veo muy interesante que la globalización nos da una mirada más abierta a lo que ocurre en nuestro país o en otros lugares. Me gusta utilizar el término ‘glocal’: lo global con lo local. Claro, sin nunca renunciar a tu identidad y tu esencia. Pero tenemos que confiar en lo que hemos estado apostando tantos años, que es en la educación musical. [Los jóvenes] lo están haciendo fenomenal. Y tenemos para largo en nuestro país. No todos los puentes se construyen a base de piedra y ladrillo. Andrea González (Tui, 1987), gestora cultural, pianista, docente y presidenta de Juventudes Musicales de España, ha recibido premios y menciones internacionales y se ha recorrido los escenarios del mundo casi de arriba a abajo. Dos veces seleccionada entre «Las Top 100 Mujeres Líderes de España», la última este año, dedica su carrera a acercar patrimonios, disciplinas y generaciones; no en vano, siente un gran apego por su villa natal y la pasarela que alberga, enlace físico entre Galicia y Portugal. Hoy, el lugar es conocido como epicentro del IKFEM Festival Tui-Valença, el certamen transfronterizo que dirige desde 2013 y ya es símbolo de culturas que atraviesan fronteras.—¿Cómo conviven en ti la pianista, la gestora y la divulgadora?—Creo que lo que más me apasiona es utilizar la música como instrumento de transformación social. Cuando he podido lo he hecho en un escenario, conectando con el público, y ahora lo hago cada vez más a través de la gestión cultural. Los escenarios los toco menos desde hace un par de años, cuando lancé mi disco con Warner Music descubriendo la música del monje benedictino Rosendo Salvado. Le dediqué mucho tiempo en mis últimos años de investigación, y hasta pude grabar dos documentales, uno de ellos en Australia (y el otro colaborando con el guitarrista y cantante Rosendo Mercado). Quizás es un poco el cierre de mi etapa pianística, que me ha llevado a tantos sitios maravillosos. Y ahora tengo más esta dedicación por la docencia. Soy profesora de Producción y Gestión de Música y Artes Escénicas en el Conservatorio Superior de Música de Vigo. También soy directora del IKFEM Festival Tui-Valença y presidenta de la Confederación de Juventudes Musicales de España, y todo ello ya me lleva largo y tendido, muchas horas de mi día.—¿Qué te llevó a sumergirte en la vida de Rosendo Salvado y qué conexión tienes con su legado?—Soy fan completamente de este personaje por su modelo de vida y como persona. Siempre me resultó muy atractiva esta dualidad entre gran gestor y gran músico, sumado a su enorme sensibilidad ante lo social. Fue defensor de los derechos de los aborígenes: vio lo que había detrás de estas personas y les enseñó música con una orquesta para demostrar al mundo que eran capaces. Mi admiración quizás viene de esa capacidad de transformar, de mejorar su entorno teniendo en cuenta a todas las personas, diferentes y diversas. Esto me gusta porque es mi ADN.—¿Beben de estos valores los proyectos que impulsas?—Precisamente este año, dentro del IKFEM Festival Tui-Valença, hicimos la gala CaixaSon, que habla también de la inclusión, de la accesibilidad. Juntamos a usuarios de cuatro entidades de discapacidad física y mental, personas mayores y refugiadas, de Galicia y del norte de Portugal: APPACDM, Vontade, Diversidades Acolle y Universidade Senior. Es un proyecto conveniado por la Fundación La Caixa y el Banco BPI para crear esta agrupación diversa, plural y unida. Convivieron medio año en un taller formativo y realizaron un concierto en el que creo que fueron capaces de sensibilizar a las 1.500 personas que asistieron, diciendo que querer es poder. Además tuvimos la suerte de sumar a Antonio Orozco y a Rita Rocha. —Cerrada esta edición, ¿qué sensaciones quedan flotando?—Estamos… la palabra es felices, porque hemos conseguido trasladar, tocar al público. Creo que hemos sido capaces de trascender, de ser más que un festival de música de alta calidad, que por supuesto lo es. Hemos hecho una clausura con lo mejor del jazz del mundo: la Orquestra Jazz de Matosinhos, esta big band portuguesa, junto a Perico Sambeat, un saxofonista de jazz internacional de lo mejor que tenemos en España. Y desde Orozco, con lo más excelente del pop, a James Rhodes en música clásica. La sensación es de haber conseguido un nivel artístico muy alto y, al mismo tiempo, de haber trasladado el mensaje de que no hay fronteras. —¿Cuánto ha cambiado el festival en estos diez años y adónde se dirige?—Mantiene su esencia. Nació con esa idea de pluralidad, de programar diferentes estilos musicales y conectar culturas y personas diversas. Ahora lo que hacemos es avanzar y forjar más alianzas con el tejido privado, la administración pública y el tercer sector. Estamos creando y construyendo una ciudad modelo transfronteriza para Europa, uniendo a los altavoces que trabajan en el ámbito del Cruce de la Eurorregión. Hace unos años juntamos a Ágatha Ruiz de la Prada y a la portuguesa Katty Xiomara en una fusión de música y moda en el puente, con asociaciones de Galicia y Portugal. Queremos aunar alianzas a ambos lados y creo que eso está convirtiendo al festival en un referente en el eje vertebrador del ámbito europeo y peninsular. Me gusta mucho últimamente la expresión de un «gran abrazo ibérico», de Salvador Sobral, y en ese sentido buscamos unir a artistas que nunca habían tocado juntos. Por ejemplo, Salvador Sobral con Marco Mezquida, Chano Domínguez con Mário Laginha. Este año hemos tenido a Fillas de Cassandra con Milhanas, dos grandes, cada una en su ámbito. Es un reto, pero siempre intentamos sorprender en el escenario.—¿Qué debe estar siempre sobre la mesa al hablar de liderazgo cultural?—Para mí es clave, y más hoy en día, hablar de unidad. Lo pongo en mayúsculas. El lema del festival es ‘Somos puente’; porque sí, lo somos entre España y Portugal, es cierto. Somos el único festival de la Península que conecta ambas naciones y llevamos 13 años haciéndolo. Pero también somos un puente que une culturas, que cohesiona territorios, que conecta personas.—¿Cuál es el papel de Juventudes Musicales en la retención del talento?—Hoy, el nivel en música es muy alto. Creo que somos un faro que detecta al joven talento. Por ejemplo, a través de los más de cien concursos que llevamos hechos en distintos instrumentos musicales dentro del ámbito de la clásica, la música antigua y el jazz; y ahora intentamos abrir camino en otros géneros y músicas más modernas. Pero también somos un trampolín. Un premio que damos es una gira de conciertos por nuestras asociaciones y festivales de referencia de todo el país. También tenemos residencias artísticas, acabamos de abrir una en Málaga. Un programa de internacionalización con la Embajada de Estados Unidos… Además, hoy es muy normal que se vayan a hacer sus másteres al extranjero. Y al hablar de conjuntos, les supone un reto muy grande porque la ambición es irse cada uno a estudiar a un centro diferente del mundo. Entonces, ¿cómo vas a crear una familia musical, un cuarteto estable si cada uno puede decidir estudiar en un lugar diferente? Sabemos del talentazo que hay en España, pero tenemos que facilitar oportunidades para que estos músicos cuiden su formación, su proyección y, sobre todo, que si se van puedan volver y vivir de ello. —¿Qué capacidad de conexión tiene la clásica con las nuevas generaciones?—Pues me sorprende cada vez más la experiencia de espectáculo que ofrecen. Porque cada vez incorporan elementos nuevos, coreografías, vestimentas… innovan incluso en el diálogo con su público. Van un paso más allá con esa percepción que tenemos de la música clásica. Los jóvenes están realmente conectados, muy pendientes de ofrecer un producto musical diferente al concepto que se tenía hasta ahora. Cuidan las redes sociales, civilizan al público a través de ellas. Y tanto la clásica como otros estilos, pienso que cada vez caminan más de la mano. Y son las nuevas generaciones, precisamente, las que están un poco revolucionando esta nueva manera de entender la música clásica cuando, quizás, a artistas más consolidados les da más pereza incorporar estas nuevas líneas. James Rooks es un gran ejemplo. Aquí nos ha interpretado Bach, Beethoven, Brahms, Rachmaninoff… a través de una comunicación fluida, se convierte en un producto más aceptable para un público generalista. Y yo creo que, precisamente, son los jóvenes los que ahora están haciendo este cambio de paradigma. Creo que las grandes programaciones se enriquecerían muchísimo con esta nueva visión fresca que traen los jóvenes. En esta línea, veo muy interesante que la globalización nos da una mirada más abierta a lo que ocurre en nuestro país o en otros lugares. Me gusta utilizar el término ‘glocal’: lo global con lo local. Claro, sin nunca renunciar a tu identidad y tu esencia. Pero tenemos que confiar en lo que hemos estado apostando tantos años, que es en la educación musical. [Los jóvenes] lo están haciendo fenomenal. Y tenemos para largo en nuestro país. No todos los puentes se construyen a base de piedra y ladrillo. Andrea González (Tui, 1987), gestora cultural, pianista, docente y presidenta de Juventudes Musicales de España, ha recibido premios y menciones internacionales y se ha recorrido los escenarios del mundo casi de arriba a abajo. Dos veces seleccionada entre «Las Top 100 Mujeres Líderes de España», la última este año, dedica su carrera a acercar patrimonios, disciplinas y generaciones; no en vano, siente un gran apego por su villa natal y la pasarela que alberga, enlace físico entre Galicia y Portugal. Hoy, el lugar es conocido como epicentro del IKFEM Festival Tui-Valença, el certamen transfronterizo que dirige desde 2013 y ya es símbolo de culturas que atraviesan fronteras.—¿Cómo conviven en ti la pianista, la gestora y la divulgadora?—Creo que lo que más me apasiona es utilizar la música como instrumento de transformación social. Cuando he podido lo he hecho en un escenario, conectando con el público, y ahora lo hago cada vez más a través de la gestión cultural. Los escenarios los toco menos desde hace un par de años, cuando lancé mi disco con Warner Music descubriendo la música del monje benedictino Rosendo Salvado. Le dediqué mucho tiempo en mis últimos años de investigación, y hasta pude grabar dos documentales, uno de ellos en Australia (y el otro colaborando con el guitarrista y cantante Rosendo Mercado). Quizás es un poco el cierre de mi etapa pianística, que me ha llevado a tantos sitios maravillosos. Y ahora tengo más esta dedicación por la docencia. Soy profesora de Producción y Gestión de Música y Artes Escénicas en el Conservatorio Superior de Música de Vigo. También soy directora del IKFEM Festival Tui-Valença y presidenta de la Confederación de Juventudes Musicales de España, y todo ello ya me lleva largo y tendido, muchas horas de mi día.—¿Qué te llevó a sumergirte en la vida de Rosendo Salvado y qué conexión tienes con su legado?—Soy fan completamente de este personaje por su modelo de vida y como persona. Siempre me resultó muy atractiva esta dualidad entre gran gestor y gran músico, sumado a su enorme sensibilidad ante lo social. Fue defensor de los derechos de los aborígenes: vio lo que había detrás de estas personas y les enseñó música con una orquesta para demostrar al mundo que eran capaces. Mi admiración quizás viene de esa capacidad de transformar, de mejorar su entorno teniendo en cuenta a todas las personas, diferentes y diversas. Esto me gusta porque es mi ADN.—¿Beben de estos valores los proyectos que impulsas?—Precisamente este año, dentro del IKFEM Festival Tui-Valença, hicimos la gala CaixaSon, que habla también de la inclusión, de la accesibilidad. Juntamos a usuarios de cuatro entidades de discapacidad física y mental, personas mayores y refugiadas, de Galicia y del norte de Portugal: APPACDM, Vontade, Diversidades Acolle y Universidade Senior. Es un proyecto conveniado por la Fundación La Caixa y el Banco BPI para crear esta agrupación diversa, plural y unida. Convivieron medio año en un taller formativo y realizaron un concierto en el que creo que fueron capaces de sensibilizar a las 1.500 personas que asistieron, diciendo que querer es poder. Además tuvimos la suerte de sumar a Antonio Orozco y a Rita Rocha. —Cerrada esta edición, ¿qué sensaciones quedan flotando?—Estamos… la palabra es felices, porque hemos conseguido trasladar, tocar al público. Creo que hemos sido capaces de trascender, de ser más que un festival de música de alta calidad, que por supuesto lo es. Hemos hecho una clausura con lo mejor del jazz del mundo: la Orquestra Jazz de Matosinhos, esta big band portuguesa, junto a Perico Sambeat, un saxofonista de jazz internacional de lo mejor que tenemos en España. Y desde Orozco, con lo más excelente del pop, a James Rhodes en música clásica. La sensación es de haber conseguido un nivel artístico muy alto y, al mismo tiempo, de haber trasladado el mensaje de que no hay fronteras. —¿Cuánto ha cambiado el festival en estos diez años y adónde se dirige?—Mantiene su esencia. Nació con esa idea de pluralidad, de programar diferentes estilos musicales y conectar culturas y personas diversas. Ahora lo que hacemos es avanzar y forjar más alianzas con el tejido privado, la administración pública y el tercer sector. Estamos creando y construyendo una ciudad modelo transfronteriza para Europa, uniendo a los altavoces que trabajan en el ámbito del Cruce de la Eurorregión. Hace unos años juntamos a Ágatha Ruiz de la Prada y a la portuguesa Katty Xiomara en una fusión de música y moda en el puente, con asociaciones de Galicia y Portugal. Queremos aunar alianzas a ambos lados y creo que eso está convirtiendo al festival en un referente en el eje vertebrador del ámbito europeo y peninsular. Me gusta mucho últimamente la expresión de un «gran abrazo ibérico», de Salvador Sobral, y en ese sentido buscamos unir a artistas que nunca habían tocado juntos. Por ejemplo, Salvador Sobral con Marco Mezquida, Chano Domínguez con Mário Laginha. Este año hemos tenido a Fillas de Cassandra con Milhanas, dos grandes, cada una en su ámbito. Es un reto, pero siempre intentamos sorprender en el escenario.—¿Qué debe estar siempre sobre la mesa al hablar de liderazgo cultural?—Para mí es clave, y más hoy en día, hablar de unidad. Lo pongo en mayúsculas. El lema del festival es ‘Somos puente’; porque sí, lo somos entre España y Portugal, es cierto. Somos el único festival de la Península que conecta ambas naciones y llevamos 13 años haciéndolo. Pero también somos un puente que une culturas, que cohesiona territorios, que conecta personas.—¿Cuál es el papel de Juventudes Musicales en la retención del talento?—Hoy, el nivel en música es muy alto. Creo que somos un faro que detecta al joven talento. Por ejemplo, a través de los más de cien concursos que llevamos hechos en distintos instrumentos musicales dentro del ámbito de la clásica, la música antigua y el jazz; y ahora intentamos abrir camino en otros géneros y músicas más modernas. Pero también somos un trampolín. Un premio que damos es una gira de conciertos por nuestras asociaciones y festivales de referencia de todo el país. También tenemos residencias artísticas, acabamos de abrir una en Málaga. Un programa de internacionalización con la Embajada de Estados Unidos… Además, hoy es muy normal que se vayan a hacer sus másteres al extranjero. Y al hablar de conjuntos, les supone un reto muy grande porque la ambición es irse cada uno a estudiar a un centro diferente del mundo. Entonces, ¿cómo vas a crear una familia musical, un cuarteto estable si cada uno puede decidir estudiar en un lugar diferente? Sabemos del talentazo que hay en España, pero tenemos que facilitar oportunidades para que estos músicos cuiden su formación, su proyección y, sobre todo, que si se van puedan volver y vivir de ello. —¿Qué capacidad de conexión tiene la clásica con las nuevas generaciones?—Pues me sorprende cada vez más la experiencia de espectáculo que ofrecen. Porque cada vez incorporan elementos nuevos, coreografías, vestimentas… innovan incluso en el diálogo con su público. Van un paso más allá con esa percepción que tenemos de la música clásica. Los jóvenes están realmente conectados, muy pendientes de ofrecer un producto musical diferente al concepto que se tenía hasta ahora. Cuidan las redes sociales, civilizan al público a través de ellas. Y tanto la clásica como otros estilos, pienso que cada vez caminan más de la mano. Y son las nuevas generaciones, precisamente, las que están un poco revolucionando esta nueva manera de entender la música clásica cuando, quizás, a artistas más consolidados les da más pereza incorporar estas nuevas líneas. James Rooks es un gran ejemplo. Aquí nos ha interpretado Bach, Beethoven, Brahms, Rachmaninoff… a través de una comunicación fluida, se convierte en un producto más aceptable para un público generalista. Y yo creo que, precisamente, son los jóvenes los que ahora están haciendo este cambio de paradigma. Creo que las grandes programaciones se enriquecerían muchísimo con esta nueva visión fresca que traen los jóvenes. En esta línea, veo muy interesante que la globalización nos da una mirada más abierta a lo que ocurre en nuestro país o en otros lugares. Me gusta utilizar el término ‘glocal’: lo global con lo local. Claro, sin nunca renunciar a tu identidad y tu esencia. Pero tenemos que confiar en lo que hemos estado apostando tantos años, que es en la educación musical. [Los jóvenes] lo están haciendo fenomenal. Y tenemos para largo en nuestro país. RSS de noticias de espana
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