No es ATM, en Gijón, una galería al uso, chapada a la antigua. Aunque su soporte conceptual es toda la memoria de la histórica Altamira (su nombre, de hecho, emana de la puesta en valor de algunas de las consonantes del mismo), esta firma ha sabido adaptarse a las necesidades que impone un siglo tan fluido y convulso como el XXI. Tras ella se sitúa Diego Suárez Noriega, uno de los hombres más cultos que uno se pueda echar a la cara en este sector (donde siguen prevaleciendo los vendedores de humo, cuando no de alfombras), que cree en el proyecto y lo cuida con mimo.A las afueras de la capital asturiana, en la carretera de Deva, se alzan sus instalaciones en lo que fuera una fábrica de crecepelo, cuya producción estaba localizada en esta región, pero cuya distribución operaba desde la mismísima Quinta Avenida de Nueva York. Para algunos, quizás algo retirada del centro, pero cerca de, entre otros emplazamientos, la Universidad Laboral, pues su artífice tuvo claro desde la puesta en marcha de la firma, en 2013, la necesidad de estar cerca de los ámbitos de conocimiento.Y porque los ritmos son distintos en ATM: como les decía, esta propuesta no es solo galería comercial, sino también espacio de proyectos y residencias artísticas, actividades que se desarrollan en medio del campo, rodeados de árboles frutales, de tierras de cultivo, de granjas de caballos, en los distintos ámbitos con solera de esta iniciativa singular. La programación se nutre de cuatro exhibiciones anuales, por lo que hay tiempo suficiente para pensarlas y prepararlas, también para mostrarlas, y está abierta a las colaboraciones (con Espacio Valverde en el pasado, o con EtHall la próxima que ve la luz este mes, en la que, por ejemplo, Sergio Prego ocupará el antiguo lavadero del complejo). Es esta la casa de Clara Sánchez Sala, de Ixone Sadaba o de Adolfo Bimer, y de todos aquellos que amen las cosas sencillas pero rotundas. No es ATM, en Gijón, una galería al uso, chapada a la antigua. Aunque su soporte conceptual es toda la memoria de la histórica Altamira (su nombre, de hecho, emana de la puesta en valor de algunas de las consonantes del mismo), esta firma ha sabido adaptarse a las necesidades que impone un siglo tan fluido y convulso como el XXI. Tras ella se sitúa Diego Suárez Noriega, uno de los hombres más cultos que uno se pueda echar a la cara en este sector (donde siguen prevaleciendo los vendedores de humo, cuando no de alfombras), que cree en el proyecto y lo cuida con mimo.A las afueras de la capital asturiana, en la carretera de Deva, se alzan sus instalaciones en lo que fuera una fábrica de crecepelo, cuya producción estaba localizada en esta región, pero cuya distribución operaba desde la mismísima Quinta Avenida de Nueva York. Para algunos, quizás algo retirada del centro, pero cerca de, entre otros emplazamientos, la Universidad Laboral, pues su artífice tuvo claro desde la puesta en marcha de la firma, en 2013, la necesidad de estar cerca de los ámbitos de conocimiento.Y porque los ritmos son distintos en ATM: como les decía, esta propuesta no es solo galería comercial, sino también espacio de proyectos y residencias artísticas, actividades que se desarrollan en medio del campo, rodeados de árboles frutales, de tierras de cultivo, de granjas de caballos, en los distintos ámbitos con solera de esta iniciativa singular. La programación se nutre de cuatro exhibiciones anuales, por lo que hay tiempo suficiente para pensarlas y prepararlas, también para mostrarlas, y está abierta a las colaboraciones (con Espacio Valverde en el pasado, o con EtHall la próxima que ve la luz este mes, en la que, por ejemplo, Sergio Prego ocupará el antiguo lavadero del complejo). Es esta la casa de Clara Sánchez Sala, de Ixone Sadaba o de Adolfo Bimer, y de todos aquellos que amen las cosas sencillas pero rotundas. No es ATM, en Gijón, una galería al uso, chapada a la antigua. Aunque su soporte conceptual es toda la memoria de la histórica Altamira (su nombre, de hecho, emana de la puesta en valor de algunas de las consonantes del mismo), esta firma ha sabido adaptarse a las necesidades que impone un siglo tan fluido y convulso como el XXI. Tras ella se sitúa Diego Suárez Noriega, uno de los hombres más cultos que uno se pueda echar a la cara en este sector (donde siguen prevaleciendo los vendedores de humo, cuando no de alfombras), que cree en el proyecto y lo cuida con mimo.A las afueras de la capital asturiana, en la carretera de Deva, se alzan sus instalaciones en lo que fuera una fábrica de crecepelo, cuya producción estaba localizada en esta región, pero cuya distribución operaba desde la mismísima Quinta Avenida de Nueva York. Para algunos, quizás algo retirada del centro, pero cerca de, entre otros emplazamientos, la Universidad Laboral, pues su artífice tuvo claro desde la puesta en marcha de la firma, en 2013, la necesidad de estar cerca de los ámbitos de conocimiento.Y porque los ritmos son distintos en ATM: como les decía, esta propuesta no es solo galería comercial, sino también espacio de proyectos y residencias artísticas, actividades que se desarrollan en medio del campo, rodeados de árboles frutales, de tierras de cultivo, de granjas de caballos, en los distintos ámbitos con solera de esta iniciativa singular. La programación se nutre de cuatro exhibiciones anuales, por lo que hay tiempo suficiente para pensarlas y prepararlas, también para mostrarlas, y está abierta a las colaboraciones (con Espacio Valverde en el pasado, o con EtHall la próxima que ve la luz este mes, en la que, por ejemplo, Sergio Prego ocupará el antiguo lavadero del complejo). Es esta la casa de Clara Sánchez Sala, de Ixone Sadaba o de Adolfo Bimer, y de todos aquellos que amen las cosas sencillas pero rotundas. RSS de noticias de cultura
Noticias Similares