‘America is back’. ‘EE.UU. ha vuelto’. Ese fue el mensaje al mundo de Joe Biden el 4 de febrero de 2021, dos semanas después de haber jurado su cargo como presidente, en su primer gran discurso de política exterior.Biden afeaba así a Donald Trump las tensiones en su primer mandato, sus amagos rupturistas con la tradición trasatlántica y con el credo del multilateralismo: las presiones a sus socios de la OTAN para que cumplieran sus compromisos presupuestarios en Defensa, los roces constantes con la ONU, la suspensión de las partidas a la agencia de la organización internacional para los refugiados en Palestina, su salida del Acuerdo de París… Era también una forma de criticar sus acercamientos simbólicos a los rivales tradicionales: Vladimir Putin en Rusia, Kim Jong-un en Corea del Norte .«Repararemos nuestras alianzas y volveremos a involucrarnos en el mundo», dijo Biden, que lanzaba odas a «trabajar juntos» para resolver los problemas globales, como la pandemia que todavía maniataba a buena parte del planeta, o la proliferación de armas nucleares.Noticia Relacionada estandar Si EE.UU. da señales de cerrarle el grifo a Ucrania antes de la llegada de Trump Miriam González La Cámara de Representantes aprueba el proyecto sobre el presupuesto de Defensa de EE.UU. en 2025 sin incluir una ampliación de la Ley de Préstamo y Arriendo para UcraniaEl verdadero objetivo en realidad no era tan diferente a las líneas que había seguido Trump: estabilizar los focos de tensiones y pivotar la política exterior de EE.UU. hacia la región Asia-Pacífico, con la prioridad de contener las ambiciones de China. Los planes de seguridad nacional de las Administraciones Trump y Biden tenían la llamada «rivalidad estratégica» con el gigante asiático -y con Rusia, en lo que tiene que ver con armamento nuclear- como guía.Aquellas intenciones se fueron al garete por la cascada de crisis -Afganistán, Ucrania, Gaza- con las que ha tenido que lidiar Biden. Ahora, en el último minuto del partido, el presidente saliente busca victorias que le permitan restañar un legado maltrecho. Biden pasará a la historia como un presidente efectivo al principio -el control y superación de la pandemia, la aprobación de un plan de infraestructuras histórico-, pero superado después por su incapacidad para atajar la inflación o el caos migratorio. Se cuestionará su decisión de ir a por la reelección, una de las claves de la victoria de Trump, y deja para siempre la mancha del perdón a su hijo Hunter. Pero también se cuestionará su impacto -o la falta de él- en las relaciones internacionales. Si esto fuera un partido de baloncesto, está intentando maquillar el resultado en los minutos de la basura. Y, al mismo tiempo, busca condicionar el escenario en política exterior que heredará Trump a partir del 20 de enero.Una fotografía muestra una reunión del G-7 a través de una vídeollamada AFP / OFICINA DE PRENSA DEL PALAZZO CHIGIMás debilidad que experienciaBiden siempre tuvo un interés especial por la política exterior. Cuando solo era un concejal de un municipio de Delaware, se lanzó a por un escaño en el Senado porque él soñaba con negociar grandes tratados internacionales, no los contratos de recogida de basuras. En la recta final de sus décadas en la Cámara Alta, presidió el Comité de Relaciones Exteriores, y una de las razones de su fichaje por Barack Obama como vicepresidente fue para compensar su escasa experiencia en ese flanco.Una vez en la Casa Blanca, no cumplió con las expectativas. Su primera prueba de fuego fue la salida del ejército de EE.UU. de Afganistán , que acabó en una espantada caótica, bochornosa y trágica. El Gobierno de Kabul al que Washington apoyó con miles de millones de dólares en ayuda militar y en cooperación cayó como un castillo de naipes ante el empuje talibán. Biden tuvo que tragar un fracaso colectivo compartido con anteriores administraciones, pero desde pronto dio más muestra de debilidad que de experiencia en el terreno internacional.Los críticos aseguran que esa debilidad de Biden está detrás de la aparición de los grandes conflictos que han lastrado a su Gobierno: la invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin, una guerra con un costo económico descomunal para EE.UU., cada vez más impopular entre los votantes; y el ataque de Hamás en territorio Israel que provocó la guerra en Gaza y derivó en otra guerra -la del Líbano, con un acuerdo de alto el fuego recién acordado- y turbulencias con grupos pro-iraníes en toda la región. Pero también de otras tensiones a las que Biden no ha sabido poner coto. Por ejemplo, los desmanes de Nicolás Maduro en Venezuela , donde el presidente demócrata relajó las sanciones a la industria petrolífera y solo consiguió que el dictador chavista se adjudicara una nueva presidencia con pucherazo y con más represión hacia la disidencia.Nicolás Maduro saluda a Alex Saab, acusado de ser su testaferro, tras ser liberado por la Administración Biden EPEmpujón finalEn la recta final de su presidencia Biden ha dilapidado su legado doméstico. En política exterior, está buscando recomponerlo en sus últimas semanas en la Casa Blanca. De forma decidida lo está haciendo en Ucrania, donde ha buscado reforzar al Gobierno de Volodímir Zelenski y a su ejército antes de que aterricen en la Casa Blanca Trump y su visión mucho más restrictiva de la ayuda militar a Kiev. Después de más de dos años y medio con presiones constantes de Zelenski para tener acceso a armamento más poderoso, Biden ha autorizado el uso de misiles de largo rango estadounidenses (ATACMS) y de minas antipersona (prohibidas por convenciones internacionales en las que no participa EE.UU.). También acaba de aprobar el mayor envío de armamento militar -casi 1.000 millones de dólares- desde la pasada primavera y se espera una traca final de ayuda.En el frente de Oriente Próximo, Biden celebró el mes pasado el alto el fuego intermediado por EE.UU. y Francia entre Israel y Hizbolá, la organización terrorista que controla parte de Líbano. Es una victoria pírrica frente a los problemas que le ha supuesto la guerra en Gaza, donde ha defraudado tanto a izquierdistas como conservadores en EE.UU.Biden tiene ahora una nueva oportunidad de redención en Siria. El derrocamiento de Bashar al Assad por parte de una milicia islamista opositora abre un periodo de incertidumbre en el que la Administración Biden busca impulsar una transición que dé estabilidad al país. Es difícil que eso se materialice en las pocas semanas que le quedan a Biden en la Casa Blanca. Pero el presidente saliente se ha apuntado la medalla de la caída de Al Assad: en su visión, se debe a su apoyo implacable de su Gobierno a Israel frente a Hizbolá y a Irán, y a su apoyo a Ucrania frente a Rusia. Los dos grandes soportes del dictador sirio -Teherán y Moscú- no han podido acudir a su rescate por el debilitamiento provocado por EE.UU.Biden podría tratar de apuntarse alguna victoria más en esta región. Por ejemplo, lograr el ansiado reconocimiento entre Israel y Arabia Saudí, clave para la estabilización de Oriente Próximo. «En el tiempo que me queda en el cargo, trabajaré sin descanso para alcanzar esa visión», dijo.También ha dado pasos de última hora en Venezuela, donde la Administración Biden ha reconocido a Edmundo González como presidente electo del país suramericano, varios meses después de que quedara en evidencia el fraude de Nicolás Maduro para perpetuarse como líder del régimen chavista. O en África, a donde Biden viajó la semana pasada para cumplir una promesa -visitar el continente- que estaba a punto de expirar. Su paso por Angola era una forma -quizá demasiado tarde, quizá de manera demasiado superficial- de plantar cara a la expansión y a la influencia de China y Rusia en África, el tipo de política exterior que ha quedado en un segundo plano entre tantos incendios.Herencia complicada para TrumpEsos fuegos los tendrá que acabar de apagar Trump, aunque la línea central de su política de ‘América primero’ es que EE.UU. deje de ser el bombero -o el policía- del mundo. El presidente electo ha hecho promesas agresivas en campaña sobre política exterior. Por ejemplo, acabar con la guerra de Ucrania «en 24 horas» o conseguir una paz esquiva durante décadas en Oriente Próximo. Tendrá que partir desde el marco de los últimos cambios impulsados por Biden.La Casa Blanca ha filtrado que uno de los dos grandes discursos de Biden antes de dejar la presidencia será sobre su política exterior. Pero ahora lo que importa a todo el mundo -entre la incertidumbre, el temor y la esperanza- es lo que tenga que decir Trump. ‘America is back’. ‘EE.UU. ha vuelto’. Ese fue el mensaje al mundo de Joe Biden el 4 de febrero de 2021, dos semanas después de haber jurado su cargo como presidente, en su primer gran discurso de política exterior.Biden afeaba así a Donald Trump las tensiones en su primer mandato, sus amagos rupturistas con la tradición trasatlántica y con el credo del multilateralismo: las presiones a sus socios de la OTAN para que cumplieran sus compromisos presupuestarios en Defensa, los roces constantes con la ONU, la suspensión de las partidas a la agencia de la organización internacional para los refugiados en Palestina, su salida del Acuerdo de París… Era también una forma de criticar sus acercamientos simbólicos a los rivales tradicionales: Vladimir Putin en Rusia, Kim Jong-un en Corea del Norte .«Repararemos nuestras alianzas y volveremos a involucrarnos en el mundo», dijo Biden, que lanzaba odas a «trabajar juntos» para resolver los problemas globales, como la pandemia que todavía maniataba a buena parte del planeta, o la proliferación de armas nucleares.Noticia Relacionada estandar Si EE.UU. da señales de cerrarle el grifo a Ucrania antes de la llegada de Trump Miriam González La Cámara de Representantes aprueba el proyecto sobre el presupuesto de Defensa de EE.UU. en 2025 sin incluir una ampliación de la Ley de Préstamo y Arriendo para UcraniaEl verdadero objetivo en realidad no era tan diferente a las líneas que había seguido Trump: estabilizar los focos de tensiones y pivotar la política exterior de EE.UU. hacia la región Asia-Pacífico, con la prioridad de contener las ambiciones de China. Los planes de seguridad nacional de las Administraciones Trump y Biden tenían la llamada «rivalidad estratégica» con el gigante asiático -y con Rusia, en lo que tiene que ver con armamento nuclear- como guía.Aquellas intenciones se fueron al garete por la cascada de crisis -Afganistán, Ucrania, Gaza- con las que ha tenido que lidiar Biden. Ahora, en el último minuto del partido, el presidente saliente busca victorias que le permitan restañar un legado maltrecho. Biden pasará a la historia como un presidente efectivo al principio -el control y superación de la pandemia, la aprobación de un plan de infraestructuras histórico-, pero superado después por su incapacidad para atajar la inflación o el caos migratorio. Se cuestionará su decisión de ir a por la reelección, una de las claves de la victoria de Trump, y deja para siempre la mancha del perdón a su hijo Hunter. Pero también se cuestionará su impacto -o la falta de él- en las relaciones internacionales. Si esto fuera un partido de baloncesto, está intentando maquillar el resultado en los minutos de la basura. Y, al mismo tiempo, busca condicionar el escenario en política exterior que heredará Trump a partir del 20 de enero.Una fotografía muestra una reunión del G-7 a través de una vídeollamada AFP / OFICINA DE PRENSA DEL PALAZZO CHIGIMás debilidad que experienciaBiden siempre tuvo un interés especial por la política exterior. Cuando solo era un concejal de un municipio de Delaware, se lanzó a por un escaño en el Senado porque él soñaba con negociar grandes tratados internacionales, no los contratos de recogida de basuras. En la recta final de sus décadas en la Cámara Alta, presidió el Comité de Relaciones Exteriores, y una de las razones de su fichaje por Barack Obama como vicepresidente fue para compensar su escasa experiencia en ese flanco.Una vez en la Casa Blanca, no cumplió con las expectativas. Su primera prueba de fuego fue la salida del ejército de EE.UU. de Afganistán , que acabó en una espantada caótica, bochornosa y trágica. El Gobierno de Kabul al que Washington apoyó con miles de millones de dólares en ayuda militar y en cooperación cayó como un castillo de naipes ante el empuje talibán. Biden tuvo que tragar un fracaso colectivo compartido con anteriores administraciones, pero desde pronto dio más muestra de debilidad que de experiencia en el terreno internacional.Los críticos aseguran que esa debilidad de Biden está detrás de la aparición de los grandes conflictos que han lastrado a su Gobierno: la invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin, una guerra con un costo económico descomunal para EE.UU., cada vez más impopular entre los votantes; y el ataque de Hamás en territorio Israel que provocó la guerra en Gaza y derivó en otra guerra -la del Líbano, con un acuerdo de alto el fuego recién acordado- y turbulencias con grupos pro-iraníes en toda la región. Pero también de otras tensiones a las que Biden no ha sabido poner coto. Por ejemplo, los desmanes de Nicolás Maduro en Venezuela , donde el presidente demócrata relajó las sanciones a la industria petrolífera y solo consiguió que el dictador chavista se adjudicara una nueva presidencia con pucherazo y con más represión hacia la disidencia.Nicolás Maduro saluda a Alex Saab, acusado de ser su testaferro, tras ser liberado por la Administración Biden EPEmpujón finalEn la recta final de su presidencia Biden ha dilapidado su legado doméstico. En política exterior, está buscando recomponerlo en sus últimas semanas en la Casa Blanca. De forma decidida lo está haciendo en Ucrania, donde ha buscado reforzar al Gobierno de Volodímir Zelenski y a su ejército antes de que aterricen en la Casa Blanca Trump y su visión mucho más restrictiva de la ayuda militar a Kiev. Después de más de dos años y medio con presiones constantes de Zelenski para tener acceso a armamento más poderoso, Biden ha autorizado el uso de misiles de largo rango estadounidenses (ATACMS) y de minas antipersona (prohibidas por convenciones internacionales en las que no participa EE.UU.). También acaba de aprobar el mayor envío de armamento militar -casi 1.000 millones de dólares- desde la pasada primavera y se espera una traca final de ayuda.En el frente de Oriente Próximo, Biden celebró el mes pasado el alto el fuego intermediado por EE.UU. y Francia entre Israel y Hizbolá, la organización terrorista que controla parte de Líbano. Es una victoria pírrica frente a los problemas que le ha supuesto la guerra en Gaza, donde ha defraudado tanto a izquierdistas como conservadores en EE.UU.Biden tiene ahora una nueva oportunidad de redención en Siria. El derrocamiento de Bashar al Assad por parte de una milicia islamista opositora abre un periodo de incertidumbre en el que la Administración Biden busca impulsar una transición que dé estabilidad al país. Es difícil que eso se materialice en las pocas semanas que le quedan a Biden en la Casa Blanca. Pero el presidente saliente se ha apuntado la medalla de la caída de Al Assad: en su visión, se debe a su apoyo implacable de su Gobierno a Israel frente a Hizbolá y a Irán, y a su apoyo a Ucrania frente a Rusia. Los dos grandes soportes del dictador sirio -Teherán y Moscú- no han podido acudir a su rescate por el debilitamiento provocado por EE.UU.Biden podría tratar de apuntarse alguna victoria más en esta región. Por ejemplo, lograr el ansiado reconocimiento entre Israel y Arabia Saudí, clave para la estabilización de Oriente Próximo. «En el tiempo que me queda en el cargo, trabajaré sin descanso para alcanzar esa visión», dijo.También ha dado pasos de última hora en Venezuela, donde la Administración Biden ha reconocido a Edmundo González como presidente electo del país suramericano, varios meses después de que quedara en evidencia el fraude de Nicolás Maduro para perpetuarse como líder del régimen chavista. O en África, a donde Biden viajó la semana pasada para cumplir una promesa -visitar el continente- que estaba a punto de expirar. Su paso por Angola era una forma -quizá demasiado tarde, quizá de manera demasiado superficial- de plantar cara a la expansión y a la influencia de China y Rusia en África, el tipo de política exterior que ha quedado en un segundo plano entre tantos incendios.Herencia complicada para TrumpEsos fuegos los tendrá que acabar de apagar Trump, aunque la línea central de su política de ‘América primero’ es que EE.UU. deje de ser el bombero -o el policía- del mundo. El presidente electo ha hecho promesas agresivas en campaña sobre política exterior. Por ejemplo, acabar con la guerra de Ucrania «en 24 horas» o conseguir una paz esquiva durante décadas en Oriente Próximo. Tendrá que partir desde el marco de los últimos cambios impulsados por Biden.La Casa Blanca ha filtrado que uno de los dos grandes discursos de Biden antes de dejar la presidencia será sobre su política exterior. Pero ahora lo que importa a todo el mundo -entre la incertidumbre, el temor y la esperanza- es lo que tenga que decir Trump. ‘America is back’. ‘EE.UU. ha vuelto’. Ese fue el mensaje al mundo de Joe Biden el 4 de febrero de 2021, dos semanas después de haber jurado su cargo como presidente, en su primer gran discurso de política exterior.Biden afeaba así a Donald Trump las tensiones en su primer mandato, sus amagos rupturistas con la tradición trasatlántica y con el credo del multilateralismo: las presiones a sus socios de la OTAN para que cumplieran sus compromisos presupuestarios en Defensa, los roces constantes con la ONU, la suspensión de las partidas a la agencia de la organización internacional para los refugiados en Palestina, su salida del Acuerdo de París… Era también una forma de criticar sus acercamientos simbólicos a los rivales tradicionales: Vladimir Putin en Rusia, Kim Jong-un en Corea del Norte .«Repararemos nuestras alianzas y volveremos a involucrarnos en el mundo», dijo Biden, que lanzaba odas a «trabajar juntos» para resolver los problemas globales, como la pandemia que todavía maniataba a buena parte del planeta, o la proliferación de armas nucleares.Noticia Relacionada estandar Si EE.UU. da señales de cerrarle el grifo a Ucrania antes de la llegada de Trump Miriam González La Cámara de Representantes aprueba el proyecto sobre el presupuesto de Defensa de EE.UU. en 2025 sin incluir una ampliación de la Ley de Préstamo y Arriendo para UcraniaEl verdadero objetivo en realidad no era tan diferente a las líneas que había seguido Trump: estabilizar los focos de tensiones y pivotar la política exterior de EE.UU. hacia la región Asia-Pacífico, con la prioridad de contener las ambiciones de China. Los planes de seguridad nacional de las Administraciones Trump y Biden tenían la llamada «rivalidad estratégica» con el gigante asiático -y con Rusia, en lo que tiene que ver con armamento nuclear- como guía.Aquellas intenciones se fueron al garete por la cascada de crisis -Afganistán, Ucrania, Gaza- con las que ha tenido que lidiar Biden. Ahora, en el último minuto del partido, el presidente saliente busca victorias que le permitan restañar un legado maltrecho. Biden pasará a la historia como un presidente efectivo al principio -el control y superación de la pandemia, la aprobación de un plan de infraestructuras histórico-, pero superado después por su incapacidad para atajar la inflación o el caos migratorio. Se cuestionará su decisión de ir a por la reelección, una de las claves de la victoria de Trump, y deja para siempre la mancha del perdón a su hijo Hunter. Pero también se cuestionará su impacto -o la falta de él- en las relaciones internacionales. Si esto fuera un partido de baloncesto, está intentando maquillar el resultado en los minutos de la basura. Y, al mismo tiempo, busca condicionar el escenario en política exterior que heredará Trump a partir del 20 de enero.Una fotografía muestra una reunión del G-7 a través de una vídeollamada AFP / OFICINA DE PRENSA DEL PALAZZO CHIGIMás debilidad que experienciaBiden siempre tuvo un interés especial por la política exterior. Cuando solo era un concejal de un municipio de Delaware, se lanzó a por un escaño en el Senado porque él soñaba con negociar grandes tratados internacionales, no los contratos de recogida de basuras. En la recta final de sus décadas en la Cámara Alta, presidió el Comité de Relaciones Exteriores, y una de las razones de su fichaje por Barack Obama como vicepresidente fue para compensar su escasa experiencia en ese flanco.Una vez en la Casa Blanca, no cumplió con las expectativas. Su primera prueba de fuego fue la salida del ejército de EE.UU. de Afganistán , que acabó en una espantada caótica, bochornosa y trágica. El Gobierno de Kabul al que Washington apoyó con miles de millones de dólares en ayuda militar y en cooperación cayó como un castillo de naipes ante el empuje talibán. Biden tuvo que tragar un fracaso colectivo compartido con anteriores administraciones, pero desde pronto dio más muestra de debilidad que de experiencia en el terreno internacional.Los críticos aseguran que esa debilidad de Biden está detrás de la aparición de los grandes conflictos que han lastrado a su Gobierno: la invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin, una guerra con un costo económico descomunal para EE.UU., cada vez más impopular entre los votantes; y el ataque de Hamás en territorio Israel que provocó la guerra en Gaza y derivó en otra guerra -la del Líbano, con un acuerdo de alto el fuego recién acordado- y turbulencias con grupos pro-iraníes en toda la región. Pero también de otras tensiones a las que Biden no ha sabido poner coto. Por ejemplo, los desmanes de Nicolás Maduro en Venezuela , donde el presidente demócrata relajó las sanciones a la industria petrolífera y solo consiguió que el dictador chavista se adjudicara una nueva presidencia con pucherazo y con más represión hacia la disidencia.Nicolás Maduro saluda a Alex Saab, acusado de ser su testaferro, tras ser liberado por la Administración Biden EPEmpujón finalEn la recta final de su presidencia Biden ha dilapidado su legado doméstico. En política exterior, está buscando recomponerlo en sus últimas semanas en la Casa Blanca. De forma decidida lo está haciendo en Ucrania, donde ha buscado reforzar al Gobierno de Volodímir Zelenski y a su ejército antes de que aterricen en la Casa Blanca Trump y su visión mucho más restrictiva de la ayuda militar a Kiev. Después de más de dos años y medio con presiones constantes de Zelenski para tener acceso a armamento más poderoso, Biden ha autorizado el uso de misiles de largo rango estadounidenses (ATACMS) y de minas antipersona (prohibidas por convenciones internacionales en las que no participa EE.UU.). También acaba de aprobar el mayor envío de armamento militar -casi 1.000 millones de dólares- desde la pasada primavera y se espera una traca final de ayuda.En el frente de Oriente Próximo, Biden celebró el mes pasado el alto el fuego intermediado por EE.UU. y Francia entre Israel y Hizbolá, la organización terrorista que controla parte de Líbano. Es una victoria pírrica frente a los problemas que le ha supuesto la guerra en Gaza, donde ha defraudado tanto a izquierdistas como conservadores en EE.UU.Biden tiene ahora una nueva oportunidad de redención en Siria. El derrocamiento de Bashar al Assad por parte de una milicia islamista opositora abre un periodo de incertidumbre en el que la Administración Biden busca impulsar una transición que dé estabilidad al país. Es difícil que eso se materialice en las pocas semanas que le quedan a Biden en la Casa Blanca. Pero el presidente saliente se ha apuntado la medalla de la caída de Al Assad: en su visión, se debe a su apoyo implacable de su Gobierno a Israel frente a Hizbolá y a Irán, y a su apoyo a Ucrania frente a Rusia. Los dos grandes soportes del dictador sirio -Teherán y Moscú- no han podido acudir a su rescate por el debilitamiento provocado por EE.UU.Biden podría tratar de apuntarse alguna victoria más en esta región. Por ejemplo, lograr el ansiado reconocimiento entre Israel y Arabia Saudí, clave para la estabilización de Oriente Próximo. «En el tiempo que me queda en el cargo, trabajaré sin descanso para alcanzar esa visión», dijo.También ha dado pasos de última hora en Venezuela, donde la Administración Biden ha reconocido a Edmundo González como presidente electo del país suramericano, varios meses después de que quedara en evidencia el fraude de Nicolás Maduro para perpetuarse como líder del régimen chavista. O en África, a donde Biden viajó la semana pasada para cumplir una promesa -visitar el continente- que estaba a punto de expirar. Su paso por Angola era una forma -quizá demasiado tarde, quizá de manera demasiado superficial- de plantar cara a la expansión y a la influencia de China y Rusia en África, el tipo de política exterior que ha quedado en un segundo plano entre tantos incendios.Herencia complicada para TrumpEsos fuegos los tendrá que acabar de apagar Trump, aunque la línea central de su política de ‘América primero’ es que EE.UU. deje de ser el bombero -o el policía- del mundo. El presidente electo ha hecho promesas agresivas en campaña sobre política exterior. Por ejemplo, acabar con la guerra de Ucrania «en 24 horas» o conseguir una paz esquiva durante décadas en Oriente Próximo. Tendrá que partir desde el marco de los últimos cambios impulsados por Biden.La Casa Blanca ha filtrado que uno de los dos grandes discursos de Biden antes de dejar la presidencia será sobre su política exterior. Pero ahora lo que importa a todo el mundo -entre la incertidumbre, el temor y la esperanza- es lo que tenga que decir Trump. RSS de noticias de internacional
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