Es una larga y sofocante tarde de verano. Gargantilla, un pequeño pueblo del Valle del Ambroz, en Cáceres, tal vez duerme la siesta o sus vecinos ven la televisión, si es que la tienen, a la espera de que afloje el calor. En una de las casas ocurre esto: cinco niños rodean a su abuela, que les está contando leyendas de la zona. La del Machu Lanú, un ser diabólico, mitad hombre mitad macho cabrío; la de la Jáncana, una mujer-serpiente que corta la lengua de sus víctimas con unas tijeras de oro; o la del Entiznáu, un duende gigante que desata tormentas y que vive en los montes de las Hurdes.
Tres investigadores proponen una aproximación al patrimonio cultural a través de la historia y las leyendas populares
Es una larga y sofocante tarde de verano. Gargantilla, un pequeño pueblo del Valle del Ambroz, en Cáceres, tal vez duerme la siesta o sus vecinos ven la televisión, si es que la tienen, a la espera de que afloje el calor. En una de las casas ocurre esto: cinco niños rodean a su abuela, que les está contando leyendas de la zona. La del Machu Lanú, un ser diabólico, mitad hombre mitad macho cabrío; la de la Jáncana, una mujer-serpiente que corta la lengua de sus víctimas con unas tijeras de oro; o la del Entiznáu, un duende gigante que desata tormentas y que vive en los montes de las Hurdes.
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