Es de esperar –o, al menos, de desear– que la publicación, con las debidas garantías jurídicas y textuales, de «todos» los sonetos de amor hasta ahora conocidos de Federico García Lorca contribuya a arrumbar ese muro de equívocos y maledicencias que, desde hace ya algunos años, se ha levantado en torno a la figura del poeta. La publicación de estos sonetos amorosos no hará sino confirmar su grandeza; la enorme, ilimitada capacidad de esta voz para tocar todos los registros, todas las formas, e introducir ese acento quemado, trémulo y exacto a un tiempo, que sólo tiene parangón, en lengua española, con San Juan de la Cruz o Quevedo.García Lorca inicia la redacción de su libro de ‘Sonetos’ en 1935. Es el momento en que los poetas jóvenes de la época (Hernández y Rosales al frente) apuestan por una poética más clasicista frente a la boga del surrealismo. ‘Sonetos’, así, escuetamente, llama el autor a su libro en una entrevista periodística de abril de 1936. Es un título clásico en los grandes sonetistas, desde el mayor de ellos: William Shakespeare . Es el que cuenta con la mayor legitimidad al ser el único atestiguado documentalmente y faltos los manuscritos conservados de cualquier indicación al respecto. ¿Y el mítico título de ‘Sonetos del amor oscuro’? Diversos amigos de Lorca, desde Aleixandre a Cernuda, lo han mencionado, y sin duda se lo oyeron al poeta. Basta leer el soneto que comienza: «Ay voz secreta del amor oscuro…» ¿Por qué no lo adoptó el autor de modo definitivo? Por diversos testimonios coincidentes es lícito inferir que el libro en preparación no iba a constar sólo de poemas amorosos. Luis Rosales ha transmitido el título de ‘Jardín de (o de los) sonetos’, y precisado que el conjunto final iba a constar de dos secciones: una, en la que entrarían los sonetos de amor de 1935-36, así como los que enlazan con ellos de la etapa de Nueva York –’Adam’ y ‘Yo sé que mi perfil será tranquilo’–; y otra, en la que se agruparía el resto de los sonetos escritos desde 1924: ‘En la muerte de José de Ciria y Escalante’, ‘Soneto de homenaje a Manuel de Falla…’, etcétera. Desde esta perspectiva, el título de ‘Sonetos’ encierra un propósito bien preciso, ilumina con nitidez los perfiles del proyecto poético en ciernes.Conviene entrar ahora en la interpretación de ese mítico título. ¿Qué significa «amor oscuro»? En primer lugar, amor secreto. El secreto es condición indispensable de la iniciación amorosa en la gran literatura sobre el tema. En ‘Bodas de sangre’, cuando los amantes fugitivos llegan al bosque, Leonardo dice a la Novia: «Vamos al rincón oscuro / donde yo siempre te quiera…» En un contexto distinto, en el ‘Poema del lago Edén’, de ‘Poeta en Nueva York’, reaparece la misma imagen: «quiero mi libertad; mi amor humano / en el rincón más oscuro de la brisa / que nadie quiera». Pero «amor oscuro» significa también el amor que mata o hace morir, bien literal o figuradamente. Es la conocida relación entre Eros y Tánato que atraviesa toda la lírica occidental. De ahí la desgarrada invocación con la que se inicia el ‘Soneto de la carta: «Amor de mis entrañas, viva muerte». Shakespeare y LorcaJoaquín Romero Murube me contaba, en 1967, que en la primavera de 1935 Lorca le había dicho en Sevilla entre gestos de entusiasmo: «¡Cien sonetos, Joaquín, como los de Shakespeare!» La referencia al genial poeta inglés es luminosa, y podría incluso explicar que el título más explícito fuera desplazado en beneficio del genérico. Porque Shakespeare, quizá la mayor admiración literaria de Lorca, se filtra y asoma con frecuencia a estos versos. Hay ecos verbales concretos de los ‘Sonnets’, tal como el poeta español los pudo leer en la espléndida traducción de Luis Astrana Marín.Pero no se trata sólo de eso. Es que en el universo amoroso shakespeareano Lorca encontró un modelo preciso. Ciertamente hay diferencias, a veces profundas, entre el mundo neoplatónico de los sonetos de Shakespeare y el orbe más terrestre de nuestro poeta. Pero los espléndidos elogios de la belleza y juventud del misterioso personaje a quien se dedican gran parte de los ‘Sonnets’ hallan su correlato en algunas turbadoras formulaciones del poeta español. Similar relación existe entre la juventud de los destinatarios de las dos series sonetísticas y la edad de los poetas: Shakespeare se ve viejo; Lorca se autodescribe como «otoño enajenado». El neoplatonismo de Shakespeare dista, con todo, de moverse en el plano de la serenidad y de los modelos ideales. Está atravesado por hondas grietas de dolor y sufrimiento: los amantes se separan, el poeta se acusa de sus faltas ante el ser amado y también habla de las de éste, percibe el mundo exterior como una amenaza, siente su amor como una herida sin remedio, y las noches son testigos de su desesperación. No era absolutamente original el poeta inglés: se apoyaba en la larga tradición del petrarquismo. Pero sí fueron nuevos la intensidad con que expresó esa angustia nocturna, el modo como supo potenciar el sentimiento de la aflicción amorosa, la profundidad con que poetizó la experiencia del amor vivida como enajenación absoluta: «¡Cuánto se han exacerbado mis ojos fuera de sus órbitas en la locura de esta fiebre insensata!».La formidable intuición de Lorca, que apoyaba una cultura vastísima y perfectamente asimilada, dio con el modelo exacto, con el canon que se adecuaba justamente a sus propósitos. Hubo, claro es, otras incitaciones. Lo fue, sin duda, Quevedo, cuyos sonetos de amor, estremecidos y tallados en verso apretadísimo, no podían serle indiferentes a García Lorca, tan fervoroso siempre de don Francisco. Tampoco podía estar ausente Góngora, una fidelidad antigua. No por azar se adjetiva como «gongorino» uno de los sonetos de la serie.Nada de lo expuesto resta originalidad a los Sonetos. Lorca asimila, hasta hacerlos casi irreconocibles, influencias y estímulos. Es la «cultura en la sangre» de que él hablaba. Quizá no había leído más, aunque tampoco menos, que el resto de los poetas de su generación. Pero los superó a todos en su pasmosa capacidad de asimilación, de integración trasustanciada de los elementos más dispares. Es el genio. No hay otra explicación. Amor oscuro: secreto, pero también trágico. Todos los sonetos están veteados por esta dimensión sombría. Temor angustioso a «perder lo que he ganado». La separación se convierte en un martirio; el miedo a esa pérdida se transforma en gigante opresivo, en fantasma casi tangible. Varios poemas están concebidos desde esa situación. Amor febril, locura que ulcera y tortura el corazón del poeta: ‘Llagas de amor’, reza un título, como en los grandes lenguajes eróticos y místicos de la literatura clásica. Pasión recurrente y obsesiva. Dice el mismo soneto de las ‘Llagas’: «Este dolor por una sola idea / Esta angustia de cielo, mundo, y hora».En este miedo, en esta ansiedad constante por la pérdida temida, reside la clave de estos poemas, el impulso que anima contenidos y expresión, el motor de su estilo. Alguna vez el miedo queda en suspenso y entonces la voz del amante se desahoga en exclamaciones casi extáticas. Tal es el sentido del soneto ‘El poeta habla por teléfono con el amor’…Los enemigos de los amantes son todos. Están en el plano del ser. Es el tiempo destructor y su culminación, la muerte. Lo dice el ‘Soneto de la guirnalda de rosas’: «Pero ¡pronto! Que unidos, enlazados, / boca rota de amor y alma mordida, / el tiempo nos encuentre destrozados». Aquí Lorca identifica su visión con la de Shakespeare, obsesionado con el paso del tiempo, presencia compulsiva en los ‘Sonnets’, y se distancia del Quevedo que elevó a verso perdurable el gran tema barroco del amor más poderoso que la muerte: «polvo serán, mas polvo enamorado»El propio poeta conoce también la naturaleza febril, enajenadora, de su pasión amorosa, y busca «la cumbre de prudencia» (‘Llagas de amor’). Pero la pasión se acaba imponiendo siempre.La sociedad cerca a los amantes. Lorca había dramatizado el conflicto en ‘El público’. Lo poetiza ahora en ese impresionante soneto titulado ‘El amor duerme en el pecho de poeta’ –título de delicadas reminiscencias sanjuanistas, de nuevo–. Pueblan el poema jinetes justicieros que esperan ejecutar a los amantes, tras haberlos difamado con «turbias palabras». ¡Cuánta angustia y cuánta inocencia juntas en esta obra maestra!Se justifican plenamente aquellas magistrales palabras de Vicente Aleixandre, que en 1937 calificaba a estos poemas de «prodigio de pasión, de entusiasmo, de felicidad, de tormento, puro y ardiente monumento al amor en que la primera materia es ya la carne, el corazón, el alma del poeta en trance, de destrucción». Palabras perfectas, algunas de las cuales he tomado prestadas para dar título a estas páginas…Amor oscuro, sí, y, sin embargo, claro amor. Claridad de la «guirnalda de rosas», claridad de la alegría que trae el amor puro. Recordemos las claras palabras de la ‘Oda a Walt Whitman’, cuando el poeta pide severamente, en nombre del amor, que se cierren «las puertas de la bacanal». Entre el desorden de Baco y el orden de Apolo, dos grandes mitos de Occidente que tanto preocuparon a Nietzsche, Lorca opta resueltamente por la luz y la armonía.[Nota al texto: la presente edición se basa en los manuscritos conservados en los archivos de la familia García Lorca. Diez de los once sonetos se hallan escritos en cuartillas dobles, de papel de hilo para cartas, con membrete del hotel Victoria, de Valencia, en un total de tres pliegos. Están escritos a lápiz, y la gran cantidad de tachaduras y correcciones que presentan parece indicar que nos encontramos ante una primera redacción, aunque seguramente revisada. El undécimo poema conservado, ‘Soneto de la guirnalda de rosas’, está escrito en papel A4, a tinta, y también con bastantes correcciones. Hoy por hoy, éstos son los textos base para cualquier edición rigurosa, pues corrigen los errores contenidos en la edición clandestina publicada en Granada en el otoño de 1983]. Es de esperar –o, al menos, de desear– que la publicación, con las debidas garantías jurídicas y textuales, de «todos» los sonetos de amor hasta ahora conocidos de Federico García Lorca contribuya a arrumbar ese muro de equívocos y maledicencias que, desde hace ya algunos años, se ha levantado en torno a la figura del poeta. La publicación de estos sonetos amorosos no hará sino confirmar su grandeza; la enorme, ilimitada capacidad de esta voz para tocar todos los registros, todas las formas, e introducir ese acento quemado, trémulo y exacto a un tiempo, que sólo tiene parangón, en lengua española, con San Juan de la Cruz o Quevedo.García Lorca inicia la redacción de su libro de ‘Sonetos’ en 1935. Es el momento en que los poetas jóvenes de la época (Hernández y Rosales al frente) apuestan por una poética más clasicista frente a la boga del surrealismo. ‘Sonetos’, así, escuetamente, llama el autor a su libro en una entrevista periodística de abril de 1936. Es un título clásico en los grandes sonetistas, desde el mayor de ellos: William Shakespeare . Es el que cuenta con la mayor legitimidad al ser el único atestiguado documentalmente y faltos los manuscritos conservados de cualquier indicación al respecto. ¿Y el mítico título de ‘Sonetos del amor oscuro’? Diversos amigos de Lorca, desde Aleixandre a Cernuda, lo han mencionado, y sin duda se lo oyeron al poeta. Basta leer el soneto que comienza: «Ay voz secreta del amor oscuro…» ¿Por qué no lo adoptó el autor de modo definitivo? Por diversos testimonios coincidentes es lícito inferir que el libro en preparación no iba a constar sólo de poemas amorosos. Luis Rosales ha transmitido el título de ‘Jardín de (o de los) sonetos’, y precisado que el conjunto final iba a constar de dos secciones: una, en la que entrarían los sonetos de amor de 1935-36, así como los que enlazan con ellos de la etapa de Nueva York –’Adam’ y ‘Yo sé que mi perfil será tranquilo’–; y otra, en la que se agruparía el resto de los sonetos escritos desde 1924: ‘En la muerte de José de Ciria y Escalante’, ‘Soneto de homenaje a Manuel de Falla…’, etcétera. Desde esta perspectiva, el título de ‘Sonetos’ encierra un propósito bien preciso, ilumina con nitidez los perfiles del proyecto poético en ciernes.Conviene entrar ahora en la interpretación de ese mítico título. ¿Qué significa «amor oscuro»? En primer lugar, amor secreto. El secreto es condición indispensable de la iniciación amorosa en la gran literatura sobre el tema. En ‘Bodas de sangre’, cuando los amantes fugitivos llegan al bosque, Leonardo dice a la Novia: «Vamos al rincón oscuro / donde yo siempre te quiera…» En un contexto distinto, en el ‘Poema del lago Edén’, de ‘Poeta en Nueva York’, reaparece la misma imagen: «quiero mi libertad; mi amor humano / en el rincón más oscuro de la brisa / que nadie quiera». Pero «amor oscuro» significa también el amor que mata o hace morir, bien literal o figuradamente. Es la conocida relación entre Eros y Tánato que atraviesa toda la lírica occidental. De ahí la desgarrada invocación con la que se inicia el ‘Soneto de la carta: «Amor de mis entrañas, viva muerte». Shakespeare y LorcaJoaquín Romero Murube me contaba, en 1967, que en la primavera de 1935 Lorca le había dicho en Sevilla entre gestos de entusiasmo: «¡Cien sonetos, Joaquín, como los de Shakespeare!» La referencia al genial poeta inglés es luminosa, y podría incluso explicar que el título más explícito fuera desplazado en beneficio del genérico. Porque Shakespeare, quizá la mayor admiración literaria de Lorca, se filtra y asoma con frecuencia a estos versos. Hay ecos verbales concretos de los ‘Sonnets’, tal como el poeta español los pudo leer en la espléndida traducción de Luis Astrana Marín.Pero no se trata sólo de eso. Es que en el universo amoroso shakespeareano Lorca encontró un modelo preciso. Ciertamente hay diferencias, a veces profundas, entre el mundo neoplatónico de los sonetos de Shakespeare y el orbe más terrestre de nuestro poeta. Pero los espléndidos elogios de la belleza y juventud del misterioso personaje a quien se dedican gran parte de los ‘Sonnets’ hallan su correlato en algunas turbadoras formulaciones del poeta español. Similar relación existe entre la juventud de los destinatarios de las dos series sonetísticas y la edad de los poetas: Shakespeare se ve viejo; Lorca se autodescribe como «otoño enajenado». El neoplatonismo de Shakespeare dista, con todo, de moverse en el plano de la serenidad y de los modelos ideales. Está atravesado por hondas grietas de dolor y sufrimiento: los amantes se separan, el poeta se acusa de sus faltas ante el ser amado y también habla de las de éste, percibe el mundo exterior como una amenaza, siente su amor como una herida sin remedio, y las noches son testigos de su desesperación. No era absolutamente original el poeta inglés: se apoyaba en la larga tradición del petrarquismo. Pero sí fueron nuevos la intensidad con que expresó esa angustia nocturna, el modo como supo potenciar el sentimiento de la aflicción amorosa, la profundidad con que poetizó la experiencia del amor vivida como enajenación absoluta: «¡Cuánto se han exacerbado mis ojos fuera de sus órbitas en la locura de esta fiebre insensata!».La formidable intuición de Lorca, que apoyaba una cultura vastísima y perfectamente asimilada, dio con el modelo exacto, con el canon que se adecuaba justamente a sus propósitos. Hubo, claro es, otras incitaciones. Lo fue, sin duda, Quevedo, cuyos sonetos de amor, estremecidos y tallados en verso apretadísimo, no podían serle indiferentes a García Lorca, tan fervoroso siempre de don Francisco. Tampoco podía estar ausente Góngora, una fidelidad antigua. No por azar se adjetiva como «gongorino» uno de los sonetos de la serie.Nada de lo expuesto resta originalidad a los Sonetos. Lorca asimila, hasta hacerlos casi irreconocibles, influencias y estímulos. Es la «cultura en la sangre» de que él hablaba. Quizá no había leído más, aunque tampoco menos, que el resto de los poetas de su generación. Pero los superó a todos en su pasmosa capacidad de asimilación, de integración trasustanciada de los elementos más dispares. Es el genio. No hay otra explicación. Amor oscuro: secreto, pero también trágico. Todos los sonetos están veteados por esta dimensión sombría. Temor angustioso a «perder lo que he ganado». La separación se convierte en un martirio; el miedo a esa pérdida se transforma en gigante opresivo, en fantasma casi tangible. Varios poemas están concebidos desde esa situación. Amor febril, locura que ulcera y tortura el corazón del poeta: ‘Llagas de amor’, reza un título, como en los grandes lenguajes eróticos y místicos de la literatura clásica. Pasión recurrente y obsesiva. Dice el mismo soneto de las ‘Llagas’: «Este dolor por una sola idea / Esta angustia de cielo, mundo, y hora».En este miedo, en esta ansiedad constante por la pérdida temida, reside la clave de estos poemas, el impulso que anima contenidos y expresión, el motor de su estilo. Alguna vez el miedo queda en suspenso y entonces la voz del amante se desahoga en exclamaciones casi extáticas. Tal es el sentido del soneto ‘El poeta habla por teléfono con el amor’…Los enemigos de los amantes son todos. Están en el plano del ser. Es el tiempo destructor y su culminación, la muerte. Lo dice el ‘Soneto de la guirnalda de rosas’: «Pero ¡pronto! Que unidos, enlazados, / boca rota de amor y alma mordida, / el tiempo nos encuentre destrozados». Aquí Lorca identifica su visión con la de Shakespeare, obsesionado con el paso del tiempo, presencia compulsiva en los ‘Sonnets’, y se distancia del Quevedo que elevó a verso perdurable el gran tema barroco del amor más poderoso que la muerte: «polvo serán, mas polvo enamorado»El propio poeta conoce también la naturaleza febril, enajenadora, de su pasión amorosa, y busca «la cumbre de prudencia» (‘Llagas de amor’). Pero la pasión se acaba imponiendo siempre.La sociedad cerca a los amantes. Lorca había dramatizado el conflicto en ‘El público’. Lo poetiza ahora en ese impresionante soneto titulado ‘El amor duerme en el pecho de poeta’ –título de delicadas reminiscencias sanjuanistas, de nuevo–. Pueblan el poema jinetes justicieros que esperan ejecutar a los amantes, tras haberlos difamado con «turbias palabras». ¡Cuánta angustia y cuánta inocencia juntas en esta obra maestra!Se justifican plenamente aquellas magistrales palabras de Vicente Aleixandre, que en 1937 calificaba a estos poemas de «prodigio de pasión, de entusiasmo, de felicidad, de tormento, puro y ardiente monumento al amor en que la primera materia es ya la carne, el corazón, el alma del poeta en trance, de destrucción». Palabras perfectas, algunas de las cuales he tomado prestadas para dar título a estas páginas…Amor oscuro, sí, y, sin embargo, claro amor. Claridad de la «guirnalda de rosas», claridad de la alegría que trae el amor puro. Recordemos las claras palabras de la ‘Oda a Walt Whitman’, cuando el poeta pide severamente, en nombre del amor, que se cierren «las puertas de la bacanal». Entre el desorden de Baco y el orden de Apolo, dos grandes mitos de Occidente que tanto preocuparon a Nietzsche, Lorca opta resueltamente por la luz y la armonía.[Nota al texto: la presente edición se basa en los manuscritos conservados en los archivos de la familia García Lorca. Diez de los once sonetos se hallan escritos en cuartillas dobles, de papel de hilo para cartas, con membrete del hotel Victoria, de Valencia, en un total de tres pliegos. Están escritos a lápiz, y la gran cantidad de tachaduras y correcciones que presentan parece indicar que nos encontramos ante una primera redacción, aunque seguramente revisada. El undécimo poema conservado, ‘Soneto de la guirnalda de rosas’, está escrito en papel A4, a tinta, y también con bastantes correcciones. Hoy por hoy, éstos son los textos base para cualquier edición rigurosa, pues corrigen los errores contenidos en la edición clandestina publicada en Granada en el otoño de 1983]. Es de esperar –o, al menos, de desear– que la publicación, con las debidas garantías jurídicas y textuales, de «todos» los sonetos de amor hasta ahora conocidos de Federico García Lorca contribuya a arrumbar ese muro de equívocos y maledicencias que, desde hace ya algunos años, se ha levantado en torno a la figura del poeta. La publicación de estos sonetos amorosos no hará sino confirmar su grandeza; la enorme, ilimitada capacidad de esta voz para tocar todos los registros, todas las formas, e introducir ese acento quemado, trémulo y exacto a un tiempo, que sólo tiene parangón, en lengua española, con San Juan de la Cruz o Quevedo.García Lorca inicia la redacción de su libro de ‘Sonetos’ en 1935. Es el momento en que los poetas jóvenes de la época (Hernández y Rosales al frente) apuestan por una poética más clasicista frente a la boga del surrealismo. ‘Sonetos’, así, escuetamente, llama el autor a su libro en una entrevista periodística de abril de 1936. Es un título clásico en los grandes sonetistas, desde el mayor de ellos: William Shakespeare . Es el que cuenta con la mayor legitimidad al ser el único atestiguado documentalmente y faltos los manuscritos conservados de cualquier indicación al respecto. ¿Y el mítico título de ‘Sonetos del amor oscuro’? Diversos amigos de Lorca, desde Aleixandre a Cernuda, lo han mencionado, y sin duda se lo oyeron al poeta. Basta leer el soneto que comienza: «Ay voz secreta del amor oscuro…» ¿Por qué no lo adoptó el autor de modo definitivo? Por diversos testimonios coincidentes es lícito inferir que el libro en preparación no iba a constar sólo de poemas amorosos. Luis Rosales ha transmitido el título de ‘Jardín de (o de los) sonetos’, y precisado que el conjunto final iba a constar de dos secciones: una, en la que entrarían los sonetos de amor de 1935-36, así como los que enlazan con ellos de la etapa de Nueva York –’Adam’ y ‘Yo sé que mi perfil será tranquilo’–; y otra, en la que se agruparía el resto de los sonetos escritos desde 1924: ‘En la muerte de José de Ciria y Escalante’, ‘Soneto de homenaje a Manuel de Falla…’, etcétera. Desde esta perspectiva, el título de ‘Sonetos’ encierra un propósito bien preciso, ilumina con nitidez los perfiles del proyecto poético en ciernes.Conviene entrar ahora en la interpretación de ese mítico título. ¿Qué significa «amor oscuro»? En primer lugar, amor secreto. El secreto es condición indispensable de la iniciación amorosa en la gran literatura sobre el tema. En ‘Bodas de sangre’, cuando los amantes fugitivos llegan al bosque, Leonardo dice a la Novia: «Vamos al rincón oscuro / donde yo siempre te quiera…» En un contexto distinto, en el ‘Poema del lago Edén’, de ‘Poeta en Nueva York’, reaparece la misma imagen: «quiero mi libertad; mi amor humano / en el rincón más oscuro de la brisa / que nadie quiera». Pero «amor oscuro» significa también el amor que mata o hace morir, bien literal o figuradamente. Es la conocida relación entre Eros y Tánato que atraviesa toda la lírica occidental. De ahí la desgarrada invocación con la que se inicia el ‘Soneto de la carta: «Amor de mis entrañas, viva muerte». Shakespeare y LorcaJoaquín Romero Murube me contaba, en 1967, que en la primavera de 1935 Lorca le había dicho en Sevilla entre gestos de entusiasmo: «¡Cien sonetos, Joaquín, como los de Shakespeare!» La referencia al genial poeta inglés es luminosa, y podría incluso explicar que el título más explícito fuera desplazado en beneficio del genérico. Porque Shakespeare, quizá la mayor admiración literaria de Lorca, se filtra y asoma con frecuencia a estos versos. Hay ecos verbales concretos de los ‘Sonnets’, tal como el poeta español los pudo leer en la espléndida traducción de Luis Astrana Marín.Pero no se trata sólo de eso. Es que en el universo amoroso shakespeareano Lorca encontró un modelo preciso. Ciertamente hay diferencias, a veces profundas, entre el mundo neoplatónico de los sonetos de Shakespeare y el orbe más terrestre de nuestro poeta. Pero los espléndidos elogios de la belleza y juventud del misterioso personaje a quien se dedican gran parte de los ‘Sonnets’ hallan su correlato en algunas turbadoras formulaciones del poeta español. Similar relación existe entre la juventud de los destinatarios de las dos series sonetísticas y la edad de los poetas: Shakespeare se ve viejo; Lorca se autodescribe como «otoño enajenado». El neoplatonismo de Shakespeare dista, con todo, de moverse en el plano de la serenidad y de los modelos ideales. Está atravesado por hondas grietas de dolor y sufrimiento: los amantes se separan, el poeta se acusa de sus faltas ante el ser amado y también habla de las de éste, percibe el mundo exterior como una amenaza, siente su amor como una herida sin remedio, y las noches son testigos de su desesperación. No era absolutamente original el poeta inglés: se apoyaba en la larga tradición del petrarquismo. Pero sí fueron nuevos la intensidad con que expresó esa angustia nocturna, el modo como supo potenciar el sentimiento de la aflicción amorosa, la profundidad con que poetizó la experiencia del amor vivida como enajenación absoluta: «¡Cuánto se han exacerbado mis ojos fuera de sus órbitas en la locura de esta fiebre insensata!».La formidable intuición de Lorca, que apoyaba una cultura vastísima y perfectamente asimilada, dio con el modelo exacto, con el canon que se adecuaba justamente a sus propósitos. Hubo, claro es, otras incitaciones. Lo fue, sin duda, Quevedo, cuyos sonetos de amor, estremecidos y tallados en verso apretadísimo, no podían serle indiferentes a García Lorca, tan fervoroso siempre de don Francisco. Tampoco podía estar ausente Góngora, una fidelidad antigua. No por azar se adjetiva como «gongorino» uno de los sonetos de la serie.Nada de lo expuesto resta originalidad a los Sonetos. Lorca asimila, hasta hacerlos casi irreconocibles, influencias y estímulos. Es la «cultura en la sangre» de que él hablaba. Quizá no había leído más, aunque tampoco menos, que el resto de los poetas de su generación. Pero los superó a todos en su pasmosa capacidad de asimilación, de integración trasustanciada de los elementos más dispares. Es el genio. No hay otra explicación. Amor oscuro: secreto, pero también trágico. Todos los sonetos están veteados por esta dimensión sombría. Temor angustioso a «perder lo que he ganado». La separación se convierte en un martirio; el miedo a esa pérdida se transforma en gigante opresivo, en fantasma casi tangible. Varios poemas están concebidos desde esa situación. Amor febril, locura que ulcera y tortura el corazón del poeta: ‘Llagas de amor’, reza un título, como en los grandes lenguajes eróticos y místicos de la literatura clásica. Pasión recurrente y obsesiva. Dice el mismo soneto de las ‘Llagas’: «Este dolor por una sola idea / Esta angustia de cielo, mundo, y hora».En este miedo, en esta ansiedad constante por la pérdida temida, reside la clave de estos poemas, el impulso que anima contenidos y expresión, el motor de su estilo. Alguna vez el miedo queda en suspenso y entonces la voz del amante se desahoga en exclamaciones casi extáticas. Tal es el sentido del soneto ‘El poeta habla por teléfono con el amor’…Los enemigos de los amantes son todos. Están en el plano del ser. Es el tiempo destructor y su culminación, la muerte. Lo dice el ‘Soneto de la guirnalda de rosas’: «Pero ¡pronto! Que unidos, enlazados, / boca rota de amor y alma mordida, / el tiempo nos encuentre destrozados». Aquí Lorca identifica su visión con la de Shakespeare, obsesionado con el paso del tiempo, presencia compulsiva en los ‘Sonnets’, y se distancia del Quevedo que elevó a verso perdurable el gran tema barroco del amor más poderoso que la muerte: «polvo serán, mas polvo enamorado»El propio poeta conoce también la naturaleza febril, enajenadora, de su pasión amorosa, y busca «la cumbre de prudencia» (‘Llagas de amor’). Pero la pasión se acaba imponiendo siempre.La sociedad cerca a los amantes. Lorca había dramatizado el conflicto en ‘El público’. Lo poetiza ahora en ese impresionante soneto titulado ‘El amor duerme en el pecho de poeta’ –título de delicadas reminiscencias sanjuanistas, de nuevo–. Pueblan el poema jinetes justicieros que esperan ejecutar a los amantes, tras haberlos difamado con «turbias palabras». ¡Cuánta angustia y cuánta inocencia juntas en esta obra maestra!Se justifican plenamente aquellas magistrales palabras de Vicente Aleixandre, que en 1937 calificaba a estos poemas de «prodigio de pasión, de entusiasmo, de felicidad, de tormento, puro y ardiente monumento al amor en que la primera materia es ya la carne, el corazón, el alma del poeta en trance, de destrucción». Palabras perfectas, algunas de las cuales he tomado prestadas para dar título a estas páginas…Amor oscuro, sí, y, sin embargo, claro amor. Claridad de la «guirnalda de rosas», claridad de la alegría que trae el amor puro. Recordemos las claras palabras de la ‘Oda a Walt Whitman’, cuando el poeta pide severamente, en nombre del amor, que se cierren «las puertas de la bacanal». Entre el desorden de Baco y el orden de Apolo, dos grandes mitos de Occidente que tanto preocuparon a Nietzsche, Lorca opta resueltamente por la luz y la armonía.[Nota al texto: la presente edición se basa en los manuscritos conservados en los archivos de la familia García Lorca. Diez de los once sonetos se hallan escritos en cuartillas dobles, de papel de hilo para cartas, con membrete del hotel Victoria, de Valencia, en un total de tres pliegos. Están escritos a lápiz, y la gran cantidad de tachaduras y correcciones que presentan parece indicar que nos encontramos ante una primera redacción, aunque seguramente revisada. El undécimo poema conservado, ‘Soneto de la guirnalda de rosas’, está escrito en papel A4, a tinta, y también con bastantes correcciones. Hoy por hoy, éstos son los textos base para cualquier edición rigurosa, pues corrigen los errores contenidos en la edición clandestina publicada en Granada en el otoño de 1983]. RSS de noticias de cultura
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