Conocí a Anthony por la prensa, en realidad no a él personalmente, sino su historia: «Un ciudadano inglés tuvo que ser hospitalizado tras sentirse indispuesto debido al ejercicio físico, que realizó en un parque de la ciudad a las cinco de la tarde, cuando la temperatura era de más de 40 grados. Fue encontrado tendido seminconsciente y trasladado al hospital, donde permanece en la UCI». El periódico explicaba que, tras esperar unos días a que llegara algún familiar, nadie se presentó ni se preocupó por él.A Clarice, la conocí hace unos años, entre los hilos de una ficción que escribía por entonces, en un mes de agosto tan abrasador como este que sufrimos y tan ardiente como la historia que sobre ella surgió a golpe de musa y tecla. Llevaba más de veinte años en España . Dejó Inglaterra por motivos de trabajo y ya no había regresado nunca. Toda su familia había fallecido y a los amigos y al novio que le juró amor eterno los había «matado el tiempo y la ausencia», como en la canción de Serrat.Era una mujer sola y, como ella, aquel hombre de la noticia también lo estaba. Se dirigió al hospital. En información, marcó su acento, que aún no había perdido, e indagó sobre el enfermo. La guiaron hasta la UCI y allí pudo verlo, joven, corpulento y rubio como ella. La enfermera le preguntó si era su madre, la miró sin contestar y, cuando el médico se interesó por su identidad, el personal asumió que lo era. Noticia Relacionada Mirar y ver opinion Si Nana del niño del agua María Amor Martín Todas las madres tenemos los mismos sentimientos, no somos mejores que ellas, y sabemos lo que duele un hijoHay palabras que suenan como una promesa, así había estallado aquella en el deseo de Clarice. Le explicaron su estado, le entregaron sus pertenencias : un chándal, unas zapatillas, diez euros y el parte médico, por el que supo que se llamaba Anthony, tenía treinta y cinco años y era inglés. Lo demás lo fue ideando según era necesario.Desde entonces, lo visitaba cada día. Le hablaba en inglés, le acariciaba el rostro, lo peinaba con delicadeza. Le decía que todo iría bien, que volverían a casa y serían felices. Había, en su forma de estar, algo que conmovía , tal vez porque creó un recuerdo necesario para él y para sí misma. Cuando Anthony despertó, el doctor le advirtió que no se preocupara si no la reconocía. Ella respiró hondo, se acercó despacio , y, con voz temblorosa, le dijo: —Soy tu madre. Anthony la miró, le cogió la mano y sonrió y aquella mujer sola se sintió querida.Algunos pensaron que era su madre, no sé si él lo creyó, pero no volvieron a separarse. Ella lo cuidó con la ternura de quien ha esperado toda una vida y él la aceptó con la verdad de quien reconoce el amor, aunque no recuerde su origen. Tampoco sé si fue así, aunque, como en los buenos cuentos, bien pudo haber sido. Conocí a Anthony por la prensa, en realidad no a él personalmente, sino su historia: «Un ciudadano inglés tuvo que ser hospitalizado tras sentirse indispuesto debido al ejercicio físico, que realizó en un parque de la ciudad a las cinco de la tarde, cuando la temperatura era de más de 40 grados. Fue encontrado tendido seminconsciente y trasladado al hospital, donde permanece en la UCI». El periódico explicaba que, tras esperar unos días a que llegara algún familiar, nadie se presentó ni se preocupó por él.A Clarice, la conocí hace unos años, entre los hilos de una ficción que escribía por entonces, en un mes de agosto tan abrasador como este que sufrimos y tan ardiente como la historia que sobre ella surgió a golpe de musa y tecla. Llevaba más de veinte años en España . Dejó Inglaterra por motivos de trabajo y ya no había regresado nunca. Toda su familia había fallecido y a los amigos y al novio que le juró amor eterno los había «matado el tiempo y la ausencia», como en la canción de Serrat.Era una mujer sola y, como ella, aquel hombre de la noticia también lo estaba. Se dirigió al hospital. En información, marcó su acento, que aún no había perdido, e indagó sobre el enfermo. La guiaron hasta la UCI y allí pudo verlo, joven, corpulento y rubio como ella. La enfermera le preguntó si era su madre, la miró sin contestar y, cuando el médico se interesó por su identidad, el personal asumió que lo era. Noticia Relacionada Mirar y ver opinion Si Nana del niño del agua María Amor Martín Todas las madres tenemos los mismos sentimientos, no somos mejores que ellas, y sabemos lo que duele un hijoHay palabras que suenan como una promesa, así había estallado aquella en el deseo de Clarice. Le explicaron su estado, le entregaron sus pertenencias : un chándal, unas zapatillas, diez euros y el parte médico, por el que supo que se llamaba Anthony, tenía treinta y cinco años y era inglés. Lo demás lo fue ideando según era necesario.Desde entonces, lo visitaba cada día. Le hablaba en inglés, le acariciaba el rostro, lo peinaba con delicadeza. Le decía que todo iría bien, que volverían a casa y serían felices. Había, en su forma de estar, algo que conmovía , tal vez porque creó un recuerdo necesario para él y para sí misma. Cuando Anthony despertó, el doctor le advirtió que no se preocupara si no la reconocía. Ella respiró hondo, se acercó despacio , y, con voz temblorosa, le dijo: —Soy tu madre. Anthony la miró, le cogió la mano y sonrió y aquella mujer sola se sintió querida.Algunos pensaron que era su madre, no sé si él lo creyó, pero no volvieron a separarse. Ella lo cuidó con la ternura de quien ha esperado toda una vida y él la aceptó con la verdad de quien reconoce el amor, aunque no recuerde su origen. Tampoco sé si fue así, aunque, como en los buenos cuentos, bien pudo haber sido. Conocí a Anthony por la prensa, en realidad no a él personalmente, sino su historia: «Un ciudadano inglés tuvo que ser hospitalizado tras sentirse indispuesto debido al ejercicio físico, que realizó en un parque de la ciudad a las cinco de la tarde, cuando la temperatura era de más de 40 grados. Fue encontrado tendido seminconsciente y trasladado al hospital, donde permanece en la UCI». El periódico explicaba que, tras esperar unos días a que llegara algún familiar, nadie se presentó ni se preocupó por él.A Clarice, la conocí hace unos años, entre los hilos de una ficción que escribía por entonces, en un mes de agosto tan abrasador como este que sufrimos y tan ardiente como la historia que sobre ella surgió a golpe de musa y tecla. Llevaba más de veinte años en España . Dejó Inglaterra por motivos de trabajo y ya no había regresado nunca. Toda su familia había fallecido y a los amigos y al novio que le juró amor eterno los había «matado el tiempo y la ausencia», como en la canción de Serrat.Era una mujer sola y, como ella, aquel hombre de la noticia también lo estaba. Se dirigió al hospital. En información, marcó su acento, que aún no había perdido, e indagó sobre el enfermo. La guiaron hasta la UCI y allí pudo verlo, joven, corpulento y rubio como ella. La enfermera le preguntó si era su madre, la miró sin contestar y, cuando el médico se interesó por su identidad, el personal asumió que lo era. Noticia Relacionada Mirar y ver opinion Si Nana del niño del agua María Amor Martín Todas las madres tenemos los mismos sentimientos, no somos mejores que ellas, y sabemos lo que duele un hijoHay palabras que suenan como una promesa, así había estallado aquella en el deseo de Clarice. Le explicaron su estado, le entregaron sus pertenencias : un chándal, unas zapatillas, diez euros y el parte médico, por el que supo que se llamaba Anthony, tenía treinta y cinco años y era inglés. Lo demás lo fue ideando según era necesario.Desde entonces, lo visitaba cada día. Le hablaba en inglés, le acariciaba el rostro, lo peinaba con delicadeza. Le decía que todo iría bien, que volverían a casa y serían felices. Había, en su forma de estar, algo que conmovía , tal vez porque creó un recuerdo necesario para él y para sí misma. Cuando Anthony despertó, el doctor le advirtió que no se preocupara si no la reconocía. Ella respiró hondo, se acercó despacio , y, con voz temblorosa, le dijo: —Soy tu madre. Anthony la miró, le cogió la mano y sonrió y aquella mujer sola se sintió querida.Algunos pensaron que era su madre, no sé si él lo creyó, pero no volvieron a separarse. Ella lo cuidó con la ternura de quien ha esperado toda una vida y él la aceptó con la verdad de quien reconoce el amor, aunque no recuerde su origen. Tampoco sé si fue así, aunque, como en los buenos cuentos, bien pudo haber sido. RSS de noticias de espana/andalucia
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agosto 7, 2025
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