Hubo un tiempo en que el afán del costalero mataba el hambre. Las cuadrillas bajo el mando del auténtico capataz podían recoger aceitunas o sacar al Nazareno el Viernes Santo con el mismo sentido de pertenencia al grupo y vocación por el trabajo. Jornaleros del Señor y del campo . Eran décadas duras de necesidad. La devoción tenía recompensa y la asepsia a la fe no era más que un acto natural bajo el paraguas de la tradición y la piedad popular. Cuando no la coartada servil. Ni por asomo el costalero cobraba el centro de la atención y cualquier figurante bíblico que acompañase al paso dibujaba las miradas del curioso que se apostaba en la acera. Los tiempos han cambiado una barbaridad y el mayor nivel de estética, teatralidad y expresión artística que acarrea el sentir cofrade y la Semana Santa -con el faro de Sevilla iluminando la vanguardia- en su puesta de largo ha transformado al costalero en una figura central en casi todas las hermandades. En el terreno pantanoso de su encaje en el corpus católico de una entidad eclesiástica cumplidora de liturgia y vocación pastoral y social. Los hermanos de vela miran de reojo al fornido portador que deambula por la estación de penitencia, ufano y primario, guiado por cierto código tribal. Y viceversa, en un equilibrio inconexo que funciona de aquella manera. Hay excepciones. Hay otros comportamientos. Y hay mejores entendimientos. Tal vez obedecemos a un arquetipo y a un prejuicio injusto. No lo niego. En todo tópico siempre hay algo de verdad.Hemos conocido un profuso estudio sobre lo que habita bajo un costal y dentro de una faja. Lo que los costaleros cordobeses sienten y lo que les mueve. Inédito para empezar y útil para terminar. Han contestado casi 1.300 -una cifra que ya sorprende- y han dejado una radiografía de aristas y particularidades. Entre las conclusiones sobresalen la falta de práctica y formación religiosa , el destacado sentido grupal y de pertenencia, el interés por la forma física y la salud y también, pero en unos porcentajes más bajos, la convicción religiosa, aunque no tanto en lo referido a la identificación con unos titulares. Me atrevo a decir que un apego a mi Virgen y mi Cristo como mi apego a mi club de fútbol de toda la vida. ¿Los retrata o los tergiversa…? La respuesta merece el contexto que puso nuestro nuevo obispo, monseñor Jesús Fernández, cuando al ser interpelado por ABC al respecto fue honestamente claro: «No me alegra, pero la forma de vivir la religión ha cambiado, son un rescoldo de fe y de emoción; y son una semilla de fe que hay que alimentar». Un fleco que no hay que dejar suelto, en una sociedad cada vez más secularizada, para desandar el sendero perdido. Mejor dentro que fuera. Cada vez más jóvenes y otorgándole larga vida a su menester. El sentido inverso en los caminos inescrutables de Dios. Algo debe de haber. Hubo un tiempo en que el afán del costalero mataba el hambre. Las cuadrillas bajo el mando del auténtico capataz podían recoger aceitunas o sacar al Nazareno el Viernes Santo con el mismo sentido de pertenencia al grupo y vocación por el trabajo. Jornaleros del Señor y del campo . Eran décadas duras de necesidad. La devoción tenía recompensa y la asepsia a la fe no era más que un acto natural bajo el paraguas de la tradición y la piedad popular. Cuando no la coartada servil. Ni por asomo el costalero cobraba el centro de la atención y cualquier figurante bíblico que acompañase al paso dibujaba las miradas del curioso que se apostaba en la acera. Los tiempos han cambiado una barbaridad y el mayor nivel de estética, teatralidad y expresión artística que acarrea el sentir cofrade y la Semana Santa -con el faro de Sevilla iluminando la vanguardia- en su puesta de largo ha transformado al costalero en una figura central en casi todas las hermandades. En el terreno pantanoso de su encaje en el corpus católico de una entidad eclesiástica cumplidora de liturgia y vocación pastoral y social. Los hermanos de vela miran de reojo al fornido portador que deambula por la estación de penitencia, ufano y primario, guiado por cierto código tribal. Y viceversa, en un equilibrio inconexo que funciona de aquella manera. Hay excepciones. Hay otros comportamientos. Y hay mejores entendimientos. Tal vez obedecemos a un arquetipo y a un prejuicio injusto. No lo niego. En todo tópico siempre hay algo de verdad.Hemos conocido un profuso estudio sobre lo que habita bajo un costal y dentro de una faja. Lo que los costaleros cordobeses sienten y lo que les mueve. Inédito para empezar y útil para terminar. Han contestado casi 1.300 -una cifra que ya sorprende- y han dejado una radiografía de aristas y particularidades. Entre las conclusiones sobresalen la falta de práctica y formación religiosa , el destacado sentido grupal y de pertenencia, el interés por la forma física y la salud y también, pero en unos porcentajes más bajos, la convicción religiosa, aunque no tanto en lo referido a la identificación con unos titulares. Me atrevo a decir que un apego a mi Virgen y mi Cristo como mi apego a mi club de fútbol de toda la vida. ¿Los retrata o los tergiversa…? La respuesta merece el contexto que puso nuestro nuevo obispo, monseñor Jesús Fernández, cuando al ser interpelado por ABC al respecto fue honestamente claro: «No me alegra, pero la forma de vivir la religión ha cambiado, son un rescoldo de fe y de emoción; y son una semilla de fe que hay que alimentar». Un fleco que no hay que dejar suelto, en una sociedad cada vez más secularizada, para desandar el sendero perdido. Mejor dentro que fuera. Cada vez más jóvenes y otorgándole larga vida a su menester. El sentido inverso en los caminos inescrutables de Dios. Algo debe de haber. Hubo un tiempo en que el afán del costalero mataba el hambre. Las cuadrillas bajo el mando del auténtico capataz podían recoger aceitunas o sacar al Nazareno el Viernes Santo con el mismo sentido de pertenencia al grupo y vocación por el trabajo. Jornaleros del Señor y del campo . Eran décadas duras de necesidad. La devoción tenía recompensa y la asepsia a la fe no era más que un acto natural bajo el paraguas de la tradición y la piedad popular. Cuando no la coartada servil. Ni por asomo el costalero cobraba el centro de la atención y cualquier figurante bíblico que acompañase al paso dibujaba las miradas del curioso que se apostaba en la acera. Los tiempos han cambiado una barbaridad y el mayor nivel de estética, teatralidad y expresión artística que acarrea el sentir cofrade y la Semana Santa -con el faro de Sevilla iluminando la vanguardia- en su puesta de largo ha transformado al costalero en una figura central en casi todas las hermandades. En el terreno pantanoso de su encaje en el corpus católico de una entidad eclesiástica cumplidora de liturgia y vocación pastoral y social. Los hermanos de vela miran de reojo al fornido portador que deambula por la estación de penitencia, ufano y primario, guiado por cierto código tribal. Y viceversa, en un equilibrio inconexo que funciona de aquella manera. Hay excepciones. Hay otros comportamientos. Y hay mejores entendimientos. Tal vez obedecemos a un arquetipo y a un prejuicio injusto. No lo niego. En todo tópico siempre hay algo de verdad.Hemos conocido un profuso estudio sobre lo que habita bajo un costal y dentro de una faja. Lo que los costaleros cordobeses sienten y lo que les mueve. Inédito para empezar y útil para terminar. Han contestado casi 1.300 -una cifra que ya sorprende- y han dejado una radiografía de aristas y particularidades. Entre las conclusiones sobresalen la falta de práctica y formación religiosa , el destacado sentido grupal y de pertenencia, el interés por la forma física y la salud y también, pero en unos porcentajes más bajos, la convicción religiosa, aunque no tanto en lo referido a la identificación con unos titulares. Me atrevo a decir que un apego a mi Virgen y mi Cristo como mi apego a mi club de fútbol de toda la vida. ¿Los retrata o los tergiversa…? La respuesta merece el contexto que puso nuestro nuevo obispo, monseñor Jesús Fernández, cuando al ser interpelado por ABC al respecto fue honestamente claro: «No me alegra, pero la forma de vivir la religión ha cambiado, son un rescoldo de fe y de emoción; y son una semilla de fe que hay que alimentar». Un fleco que no hay que dejar suelto, en una sociedad cada vez más secularizada, para desandar el sendero perdido. Mejor dentro que fuera. Cada vez más jóvenes y otorgándole larga vida a su menester. El sentido inverso en los caminos inescrutables de Dios. Algo debe de haber. RSS de noticias de espana/andalucia
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