Cuando paseas por Nueva York, tienes la sensación de que conoces los lugares que te rodean. Los paisajes resultan conocidos porque los has visto en innumerables series y películas. Al menos, eso es lo que dicen muchas personas al regresar de un viaje allí. Yo nunca he estado en Nueva York. Sin embargo, soy consciente de tener en mi cabeza un enorme archivo audiovisual que convierte en cercana a una ciudad que se encuentra al otro lado de un océano. No es el único caso. Los Ángeles, Las Vegas o la Toscana constituyen tropos visuales a los que podemos recurrir con facilidad, hayamos estado allí o no.
¿Cómo vamos a reflexionar sobre el mundo en que vivimos si nuestros lugares no forman parte del arte y del ocio que consumimos?
Cuando paseas por Nueva York, tienes la sensación de que conoces los lugares que te rodean. Los paisajes resultan conocidos porque los has visto en innumerables series y películas. Al menos, eso es lo que dicen muchas personas al regresar de un viaje allí. Yo nunca he estado en Nueva York. Sin embargo, soy consciente de tener en mi cabeza un enorme archivo audiovisual que convierte en cercana a una ciudad que se encuentra al otro lado de un océano. No es el único caso. Los Ángeles, Las Vegas o la Toscana constituyen tropos visuales a los que podemos recurrir con facilidad, hayamos estado allí o no.
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