Dicen que en Toledo todo huele a historia . El aire parece llevar impreso el eco de los pasos de judíos, musulmanes y cristianos que aquí convivieron, crearon y dejaron su huella. Pero hay una parte de esa historia que no se ve en las fachadas de las iglesias ni en los libros de texto. Se esconde en los talleres pequeños, en las manos arrugadas de quienes aún practican el «damasquinado artesanal, ese oficio milenario que convierte el metal en arte. Yo crecí viendo cómo mis vecinos e incluso en la casa de mi abuelo trabajaban el acero con paciencia infinita , incrustando hilos de oro y plata con una delicadeza que solo entienden quienes lo han intentado alguna vez. No es fácil. Requiere años de aprendizaje, de observación, de errores silenciosos y éxitos callados. Cada pieza lleva en sí no solo el diseño, sino la impronta de quien la hizo. Es arte hecho joya, memoria hecha objeto.Y sin embargo, pese a su valor histórico, cultural y estético, el damasquinado sigue sin recibir el reconocimiento que merece. Ni siquiera está clasificado oficialmente como Bien de Interés Cultural, algo que, desde mi punto de vista, es una injusticia histórica que urge corregir.Un arte único, irrepetible y profundamente nuestroEl damasquinado no es simplemente decorar una superficie metálica . Es un proceso complejo que combina habilidad manual, conocimiento técnico y sensibilidad artística. Se trata de grabar con precisión microscópica, de insertar metales nobles sobre acero mediante técnicas transmitidas de maestro a discípulo, muchas veces sin escritura, solo con la palabra y el ejemplo.Este oficio tiene raíces en el Toledo del siglo XVI , aunque sus influencias son mucho más antiguas. En sus diseños se mezclan motivos geométricos árabes, trazos vegetales medievales renacentistas y simbolismos propios de la tradición occidental. Es un arte mestizo, como nuestra ciudad, como nuestra historia. Y es, ante todo, profundamente «toledano»Pero también es universal. Porque no hay muchos lugares en el mundo donde se conserve esta técnica en su estado más puro . Hay imitaciones, sí, pero nada igual. Nada que pueda replicar el tiempo invertido, la experiencia acumulada, el respeto por el material. Eso lo convierte en algo único, digno de protección.¿Por qué insistir en el BIC?Aunque el damasquinado ya cuenta con figuras de protección menores —como la declaración de ‘Interés Turístico Regional’—, carece de una categorización que le otorgue verdadera relevancia legal y cultural. Ser declarado Bien de Interés Cultural (BIC) significaría reconocerlo no solo como una técnica, sino como una expresión viva de nuestra identidad colectiva.Un BIC implica obligaciones y responsabilidades, pero también oportunidades: apoyo institucional, financiación para formación, protección frente a la falsificación y mayor visibilidad internacional. Sería, además, un mensaje claro: «esto no es solo un producto turístico, es parte de quiénes somos». Hoy, en los escaparates del centro histórico, junto a auténticas obras de arte, se venden copias fabricadas en serie, muchas veces importadas . Eso no solo engaña al visitante, sino que socava la viabilidad económica de los artesanos. Sin reconocimiento legal sólido, es difícil luchar contra este intrusismo. Y sin apoyo real, cada taller cerrado es una página que se arranca de nuestra historia.Un oficio que necesita defensoresLos artesanos del damasquinado no buscan privilegios. Solo quieren condiciones justas para seguir trabajando. Muchos tienen décadas dedicadas a este oficio y ven con preocupación cómo cuesta encontrar relevo generacional. No es fácil convencer a un joven de que invierta su vida en algo que no está garantizado , que no recibe el apoyo que merece.Pero esto no solo es su batalla. Es la de todos los toledanos. De quienes entendemos que Toledo no es solo piedra y monumentos . Es también el latido de un martillo sobre la placa metálica , el reflejo de un hilo de oro sobre acero pulido, la mirada concentrada de alguien que pasa horas haciendo invisible el tiempo.Toledo no sería Toledo sin el damasquinado. En una época en que todo parece repetirse, en que las fronteras entre lo auténtico y lo artificial se vuelven difusas, el damasquinado nos recuerda que hay cosas que no pueden replicarse. Que hay bellezas que no están a la venta, sino a la espera de ser comprendidas.Por eso, hoy escribo desde el corazón de Toledo, con la voz de quienes día a día levantan el taller como quien mantiene encendida una antorcha. Es hora de que el damasquinado toledano sea reconocido como Bien de Interés Cultural en la categoría de patrimonio inmaterial. No es solo una etiqueta. Es un acto de justicia. Una forma de decirle al mundo que aquí, en esta ciudad única, seguimos creyendo en el arte hecho a mano, en la memoria tejida con hilos de oro. Y en que, mientras haya manos dispuestas a trabajar con alma, Toledo seguirá siendo Toledo.COBRE EL AUTOR Luis Miguel Muñoz Fragua Conservador y restaurador de Bienes Culturales. Toledano de nacimiento y de corazón Dicen que en Toledo todo huele a historia . El aire parece llevar impreso el eco de los pasos de judíos, musulmanes y cristianos que aquí convivieron, crearon y dejaron su huella. Pero hay una parte de esa historia que no se ve en las fachadas de las iglesias ni en los libros de texto. Se esconde en los talleres pequeños, en las manos arrugadas de quienes aún practican el «damasquinado artesanal, ese oficio milenario que convierte el metal en arte. Yo crecí viendo cómo mis vecinos e incluso en la casa de mi abuelo trabajaban el acero con paciencia infinita , incrustando hilos de oro y plata con una delicadeza que solo entienden quienes lo han intentado alguna vez. No es fácil. Requiere años de aprendizaje, de observación, de errores silenciosos y éxitos callados. Cada pieza lleva en sí no solo el diseño, sino la impronta de quien la hizo. Es arte hecho joya, memoria hecha objeto.Y sin embargo, pese a su valor histórico, cultural y estético, el damasquinado sigue sin recibir el reconocimiento que merece. Ni siquiera está clasificado oficialmente como Bien de Interés Cultural, algo que, desde mi punto de vista, es una injusticia histórica que urge corregir.Un arte único, irrepetible y profundamente nuestroEl damasquinado no es simplemente decorar una superficie metálica . Es un proceso complejo que combina habilidad manual, conocimiento técnico y sensibilidad artística. Se trata de grabar con precisión microscópica, de insertar metales nobles sobre acero mediante técnicas transmitidas de maestro a discípulo, muchas veces sin escritura, solo con la palabra y el ejemplo.Este oficio tiene raíces en el Toledo del siglo XVI , aunque sus influencias son mucho más antiguas. En sus diseños se mezclan motivos geométricos árabes, trazos vegetales medievales renacentistas y simbolismos propios de la tradición occidental. Es un arte mestizo, como nuestra ciudad, como nuestra historia. Y es, ante todo, profundamente «toledano»Pero también es universal. Porque no hay muchos lugares en el mundo donde se conserve esta técnica en su estado más puro . Hay imitaciones, sí, pero nada igual. Nada que pueda replicar el tiempo invertido, la experiencia acumulada, el respeto por el material. Eso lo convierte en algo único, digno de protección.¿Por qué insistir en el BIC?Aunque el damasquinado ya cuenta con figuras de protección menores —como la declaración de ‘Interés Turístico Regional’—, carece de una categorización que le otorgue verdadera relevancia legal y cultural. Ser declarado Bien de Interés Cultural (BIC) significaría reconocerlo no solo como una técnica, sino como una expresión viva de nuestra identidad colectiva.Un BIC implica obligaciones y responsabilidades, pero también oportunidades: apoyo institucional, financiación para formación, protección frente a la falsificación y mayor visibilidad internacional. Sería, además, un mensaje claro: «esto no es solo un producto turístico, es parte de quiénes somos». Hoy, en los escaparates del centro histórico, junto a auténticas obras de arte, se venden copias fabricadas en serie, muchas veces importadas . Eso no solo engaña al visitante, sino que socava la viabilidad económica de los artesanos. Sin reconocimiento legal sólido, es difícil luchar contra este intrusismo. Y sin apoyo real, cada taller cerrado es una página que se arranca de nuestra historia.Un oficio que necesita defensoresLos artesanos del damasquinado no buscan privilegios. Solo quieren condiciones justas para seguir trabajando. Muchos tienen décadas dedicadas a este oficio y ven con preocupación cómo cuesta encontrar relevo generacional. No es fácil convencer a un joven de que invierta su vida en algo que no está garantizado , que no recibe el apoyo que merece.Pero esto no solo es su batalla. Es la de todos los toledanos. De quienes entendemos que Toledo no es solo piedra y monumentos . Es también el latido de un martillo sobre la placa metálica , el reflejo de un hilo de oro sobre acero pulido, la mirada concentrada de alguien que pasa horas haciendo invisible el tiempo.Toledo no sería Toledo sin el damasquinado. En una época en que todo parece repetirse, en que las fronteras entre lo auténtico y lo artificial se vuelven difusas, el damasquinado nos recuerda que hay cosas que no pueden replicarse. Que hay bellezas que no están a la venta, sino a la espera de ser comprendidas.Por eso, hoy escribo desde el corazón de Toledo, con la voz de quienes día a día levantan el taller como quien mantiene encendida una antorcha. Es hora de que el damasquinado toledano sea reconocido como Bien de Interés Cultural en la categoría de patrimonio inmaterial. No es solo una etiqueta. Es un acto de justicia. Una forma de decirle al mundo que aquí, en esta ciudad única, seguimos creyendo en el arte hecho a mano, en la memoria tejida con hilos de oro. Y en que, mientras haya manos dispuestas a trabajar con alma, Toledo seguirá siendo Toledo.COBRE EL AUTOR Luis Miguel Muñoz Fragua Conservador y restaurador de Bienes Culturales. Toledano de nacimiento y de corazón Dicen que en Toledo todo huele a historia . El aire parece llevar impreso el eco de los pasos de judíos, musulmanes y cristianos que aquí convivieron, crearon y dejaron su huella. Pero hay una parte de esa historia que no se ve en las fachadas de las iglesias ni en los libros de texto. Se esconde en los talleres pequeños, en las manos arrugadas de quienes aún practican el «damasquinado artesanal, ese oficio milenario que convierte el metal en arte. Yo crecí viendo cómo mis vecinos e incluso en la casa de mi abuelo trabajaban el acero con paciencia infinita , incrustando hilos de oro y plata con una delicadeza que solo entienden quienes lo han intentado alguna vez. No es fácil. Requiere años de aprendizaje, de observación, de errores silenciosos y éxitos callados. Cada pieza lleva en sí no solo el diseño, sino la impronta de quien la hizo. Es arte hecho joya, memoria hecha objeto.Y sin embargo, pese a su valor histórico, cultural y estético, el damasquinado sigue sin recibir el reconocimiento que merece. Ni siquiera está clasificado oficialmente como Bien de Interés Cultural, algo que, desde mi punto de vista, es una injusticia histórica que urge corregir.Un arte único, irrepetible y profundamente nuestroEl damasquinado no es simplemente decorar una superficie metálica . Es un proceso complejo que combina habilidad manual, conocimiento técnico y sensibilidad artística. Se trata de grabar con precisión microscópica, de insertar metales nobles sobre acero mediante técnicas transmitidas de maestro a discípulo, muchas veces sin escritura, solo con la palabra y el ejemplo.Este oficio tiene raíces en el Toledo del siglo XVI , aunque sus influencias son mucho más antiguas. En sus diseños se mezclan motivos geométricos árabes, trazos vegetales medievales renacentistas y simbolismos propios de la tradición occidental. Es un arte mestizo, como nuestra ciudad, como nuestra historia. Y es, ante todo, profundamente «toledano»Pero también es universal. Porque no hay muchos lugares en el mundo donde se conserve esta técnica en su estado más puro . Hay imitaciones, sí, pero nada igual. Nada que pueda replicar el tiempo invertido, la experiencia acumulada, el respeto por el material. Eso lo convierte en algo único, digno de protección.¿Por qué insistir en el BIC?Aunque el damasquinado ya cuenta con figuras de protección menores —como la declaración de ‘Interés Turístico Regional’—, carece de una categorización que le otorgue verdadera relevancia legal y cultural. Ser declarado Bien de Interés Cultural (BIC) significaría reconocerlo no solo como una técnica, sino como una expresión viva de nuestra identidad colectiva.Un BIC implica obligaciones y responsabilidades, pero también oportunidades: apoyo institucional, financiación para formación, protección frente a la falsificación y mayor visibilidad internacional. Sería, además, un mensaje claro: «esto no es solo un producto turístico, es parte de quiénes somos». Hoy, en los escaparates del centro histórico, junto a auténticas obras de arte, se venden copias fabricadas en serie, muchas veces importadas . Eso no solo engaña al visitante, sino que socava la viabilidad económica de los artesanos. Sin reconocimiento legal sólido, es difícil luchar contra este intrusismo. Y sin apoyo real, cada taller cerrado es una página que se arranca de nuestra historia.Un oficio que necesita defensoresLos artesanos del damasquinado no buscan privilegios. Solo quieren condiciones justas para seguir trabajando. Muchos tienen décadas dedicadas a este oficio y ven con preocupación cómo cuesta encontrar relevo generacional. No es fácil convencer a un joven de que invierta su vida en algo que no está garantizado , que no recibe el apoyo que merece.Pero esto no solo es su batalla. Es la de todos los toledanos. De quienes entendemos que Toledo no es solo piedra y monumentos . Es también el latido de un martillo sobre la placa metálica , el reflejo de un hilo de oro sobre acero pulido, la mirada concentrada de alguien que pasa horas haciendo invisible el tiempo.Toledo no sería Toledo sin el damasquinado. En una época en que todo parece repetirse, en que las fronteras entre lo auténtico y lo artificial se vuelven difusas, el damasquinado nos recuerda que hay cosas que no pueden replicarse. Que hay bellezas que no están a la venta, sino a la espera de ser comprendidas.Por eso, hoy escribo desde el corazón de Toledo, con la voz de quienes día a día levantan el taller como quien mantiene encendida una antorcha. Es hora de que el damasquinado toledano sea reconocido como Bien de Interés Cultural en la categoría de patrimonio inmaterial. No es solo una etiqueta. Es un acto de justicia. Una forma de decirle al mundo que aquí, en esta ciudad única, seguimos creyendo en el arte hecho a mano, en la memoria tejida con hilos de oro. Y en que, mientras haya manos dispuestas a trabajar con alma, Toledo seguirá siendo Toledo.COBRE EL AUTOR Luis Miguel Muñoz Fragua Conservador y restaurador de Bienes Culturales. Toledano de nacimiento y de corazón RSS de noticias de espana
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