Vamos al verano alegre, y toca así el recordatorio de la muerte de Michael Jackson , que es una cosa que pasa ahí en el 25 de junio, desde hace más de quince años. Quiero decir que al verano alegre entramos recordando que resucita Michael Jackson, que se murió de golpe, sin haber salido nunca de la infancia. Cuando murió, estuve en la tarde de la tele, para el homenaje debido, y en el plató me colocaron de amenidad de luto varios imitadores del artista, unos imitadores que siempre quedan patéticos, entre el menesteroso pálido y el espectro cosmético, más un guante de lentejuelas. A Michael le imitan mucho o muchísimo, que es un modo rápido de tasar la fama. Pero Michael sólo hay uno, que se parece como nadie a sus propios pósteres. Ya sabía yo entonces lo que sigo aprendiendo ahora: que tenemos Michael para rato, para siempre, y me refiero a lo artístico, y también a lo biográfico, porque Michael Jackson salió un cruce de videoclip y escándalo , y no van a cambiar ahora las cosas con toda la vida de muerto que tiene por delante. Michael Jackson nos sale cada año como lo que ha sido, desde siempre, un marciano que da espectáculo, un extraterrestre a precio de DVD. Como ciudadano, eso sí, nos salió entre raro y rarito rarísimo. Temía a los adultos, y temía al fuego. A la mansión preceptiva la llamó Neverland , que es un nombre de cuento, y ahí se dio la gran existencia de solitario, entre chimpancés, llamas y otras queridas bestias. Se colocaba con películas de Walt Disney, y se emborrachaba de Coca-Cola light. Escribió una oda al demerol, una droga opiácea a la que el artista llamaba el tónico de la salud. Uno arriesgaría que estamos ante un genio, pero siempre que el genio no se escape del videoclip. Con Madonna , ha sido el entusiasmo pop del mundo. Hay que verle y revisitarle resucitado cada año, mientras echan el cierre las editoriales y las hogueras se concretan en las noches de la playa mediterránea. Ha sido Michael un cruce de Peter Pan y juzgados . Lo es, cada año. El mismo raro que va y se nos muere cada verano. Mientras los penúltimos días de junio preparan su botillería de aftersún y su parlamento de ombligos. Vamos al verano alegre, y toca así el recordatorio de la muerte de Michael Jackson , que es una cosa que pasa ahí en el 25 de junio, desde hace más de quince años. Quiero decir que al verano alegre entramos recordando que resucita Michael Jackson, que se murió de golpe, sin haber salido nunca de la infancia. Cuando murió, estuve en la tarde de la tele, para el homenaje debido, y en el plató me colocaron de amenidad de luto varios imitadores del artista, unos imitadores que siempre quedan patéticos, entre el menesteroso pálido y el espectro cosmético, más un guante de lentejuelas. A Michael le imitan mucho o muchísimo, que es un modo rápido de tasar la fama. Pero Michael sólo hay uno, que se parece como nadie a sus propios pósteres. Ya sabía yo entonces lo que sigo aprendiendo ahora: que tenemos Michael para rato, para siempre, y me refiero a lo artístico, y también a lo biográfico, porque Michael Jackson salió un cruce de videoclip y escándalo , y no van a cambiar ahora las cosas con toda la vida de muerto que tiene por delante. Michael Jackson nos sale cada año como lo que ha sido, desde siempre, un marciano que da espectáculo, un extraterrestre a precio de DVD. Como ciudadano, eso sí, nos salió entre raro y rarito rarísimo. Temía a los adultos, y temía al fuego. A la mansión preceptiva la llamó Neverland , que es un nombre de cuento, y ahí se dio la gran existencia de solitario, entre chimpancés, llamas y otras queridas bestias. Se colocaba con películas de Walt Disney, y se emborrachaba de Coca-Cola light. Escribió una oda al demerol, una droga opiácea a la que el artista llamaba el tónico de la salud. Uno arriesgaría que estamos ante un genio, pero siempre que el genio no se escape del videoclip. Con Madonna , ha sido el entusiasmo pop del mundo. Hay que verle y revisitarle resucitado cada año, mientras echan el cierre las editoriales y las hogueras se concretan en las noches de la playa mediterránea. Ha sido Michael un cruce de Peter Pan y juzgados . Lo es, cada año. El mismo raro que va y se nos muere cada verano. Mientras los penúltimos días de junio preparan su botillería de aftersún y su parlamento de ombligos. Vamos al verano alegre, y toca así el recordatorio de la muerte de Michael Jackson , que es una cosa que pasa ahí en el 25 de junio, desde hace más de quince años. Quiero decir que al verano alegre entramos recordando que resucita Michael Jackson, que se murió de golpe, sin haber salido nunca de la infancia. Cuando murió, estuve en la tarde de la tele, para el homenaje debido, y en el plató me colocaron de amenidad de luto varios imitadores del artista, unos imitadores que siempre quedan patéticos, entre el menesteroso pálido y el espectro cosmético, más un guante de lentejuelas. A Michael le imitan mucho o muchísimo, que es un modo rápido de tasar la fama. Pero Michael sólo hay uno, que se parece como nadie a sus propios pósteres. Ya sabía yo entonces lo que sigo aprendiendo ahora: que tenemos Michael para rato, para siempre, y me refiero a lo artístico, y también a lo biográfico, porque Michael Jackson salió un cruce de videoclip y escándalo , y no van a cambiar ahora las cosas con toda la vida de muerto que tiene por delante. Michael Jackson nos sale cada año como lo que ha sido, desde siempre, un marciano que da espectáculo, un extraterrestre a precio de DVD. Como ciudadano, eso sí, nos salió entre raro y rarito rarísimo. Temía a los adultos, y temía al fuego. A la mansión preceptiva la llamó Neverland , que es un nombre de cuento, y ahí se dio la gran existencia de solitario, entre chimpancés, llamas y otras queridas bestias. Se colocaba con películas de Walt Disney, y se emborrachaba de Coca-Cola light. Escribió una oda al demerol, una droga opiácea a la que el artista llamaba el tónico de la salud. Uno arriesgaría que estamos ante un genio, pero siempre que el genio no se escape del videoclip. Con Madonna , ha sido el entusiasmo pop del mundo. Hay que verle y revisitarle resucitado cada año, mientras echan el cierre las editoriales y las hogueras se concretan en las noches de la playa mediterránea. Ha sido Michael un cruce de Peter Pan y juzgados . Lo es, cada año. El mismo raro que va y se nos muere cada verano. Mientras los penúltimos días de junio preparan su botillería de aftersún y su parlamento de ombligos. RSS de noticias de cultura
Noticias Similares