Hay alguna ley cósmica que determina que los furanchos se encuentren (o jamás se encuentren) en los lugares más secretos de ese laberinto imposible que es el paisaje rural gallego. La aventura enogastronómica más genuinamente galaica comienza, de hecho, con esa trepidante búsqueda del lugar. Es decir, empieza antes de toparlo y disfrutar en él del premio: una taza de vino de la casa, los callos, los pimientos, la empanada, la tortilla, el queso; a poder ser en mesa corrida, compartida con desconocidos con los que, al final, hasta el más tímido puede acabar cantando abrazado. En esta suerte de carrera de orientación, el autóctono gana, por años de entrenamiento del radar interno, y antes de hallar el furancho que uno busca, y del que uno tiene referencias básicamente por el boca a oreja, es posible que por el camino —empinado y con curvas— se encuentre con otros dos o tres.
La falta de relevo aboca al cierre a muchos de estos establecimientos tradicionales, nacidos en las casas para dar salida al excedente de vino propio, con permiso para abrir solo tres meses y servir cinco tapas
Hay alguna ley cósmica que determina que los furanchos se encuentren (o jamás se encuentren) en los lugares más secretos de ese laberinto imposible que es el paisaje rural gallego. La aventura enogastronómica más genuinamente galaica comienza, de hecho, con esa trepidante búsqueda del lugar. Es decir, empieza antes de toparlo y disfrutar en él del premio: una taza de vino de la casa, los callos, los pimientos, la empanada, la tortilla, el queso; a poder ser en mesa corrida, compartida con desconocidos con los que, al final, hasta el más tímido puede acabar cantando abrazado. En esta suerte de carrera de orientación, el autóctono gana, por años de entrenamiento del radar interno, y antes de hallar el furancho que uno busca, y del que uno tiene referencias básicamente por el boca a oreja, es posible que por el camino —empinado y con curvas— se encuentre con otros dos o tres.
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