Crítica de teatro ‘Grand Canyon’ Texto Sergi Pompermayer Dirección Pere Arquillué Escenografía Max Glaenzel Vestuario Bàrbara Glaenzel Iluminación Jaume Ventura Espacio sonoro Damien Bazin Videocreación Francesc Isern Intérpretes Joan Carreras, Mireia Aixalà, Guillem Balart, Maria Morera, Eduard Buch, Mar Pawlowsky Lugar La Villarroel, Barcelona 3Sergi Pompermayer , autor de ‘Grand Canyon ‘, se confiesa «hijo de una familia de clase obrera, pobre, perdedora y desestructurada»: su padre se largó a América cuando él nació y su madre veinteañera se buscó la vida en Londres limpiando habitaciones de hotel. Le criaron unos abuelos «con pocos estudios, pero con mucho amor». Los personajes de su obra son deudores de esas vivencias personales. Pere es un perdedor: soñaba con enfilar la Ruta 66 que lleva al Gran Cañón del Colorado escuchando a los Fliying Burrito Brothers, pero acabó haciendo chapuzas de supervivencia en los hogares de sus vecinos. Con una realista escenografía de Max Glaenzel -el sofá de casa, el bar con sus mesas, el quitamiedos de la carretera con su prostituta en espera de clientes- Pompermayer se marca un ‘American Buffalo’ a la catalana. Demasiado tráfico en esta Ruta 66: el autor cargó demasiado equipaje en el coche y la cilindrada no da para más. Suerte de la dirección de Pere Arquillué y la interpretación pasional de los actores: esa verbalización del desasosiego de Joan Carreras , esa asunción de la gilipollez de Guillem Balart, ese cinismo tan bien actuado de Eduard Buch , esa impotencia proletaria de Mireia Aixalà , esa puta respetuosa de Mar Pawlowsky , esa hija bollera y rapera que se marca un Valtonic al ser procesada por injurias a la Corona… De este ‘Grand Canyon’ nos quedamos con las charlas de Carreras y Balart entre birra y birra (el gilipollas confunde a Janis Joplin con Madonna); con la pelea entre ambos; con la pesadumbre de la familia desarbolada por un destino adverso; con la melancólica relación de Pere y la prostituta; con los insertos roqueros de Led Zeppelin y Pere cantando ‘Angie’ con un plátano a modo de micrófono. Dirección y cuerpo actoral de diez para un texto que entremezcla a Mamet y el viajante de Miller con la reflexión del autor sobre el pasado colonialista europeo en América que ya inspiró su obra homónima de 2022. Como en aquella ocasión, la combinación de memoria ancestral y presente aciago no da con la mezcla perfecta. Pero Pompermayer se cura en salud al advertirnos de que es profundamente imperfecto. Crítica de teatro ‘Grand Canyon’ Texto Sergi Pompermayer Dirección Pere Arquillué Escenografía Max Glaenzel Vestuario Bàrbara Glaenzel Iluminación Jaume Ventura Espacio sonoro Damien Bazin Videocreación Francesc Isern Intérpretes Joan Carreras, Mireia Aixalà, Guillem Balart, Maria Morera, Eduard Buch, Mar Pawlowsky Lugar La Villarroel, Barcelona 3Sergi Pompermayer , autor de ‘Grand Canyon ‘, se confiesa «hijo de una familia de clase obrera, pobre, perdedora y desestructurada»: su padre se largó a América cuando él nació y su madre veinteañera se buscó la vida en Londres limpiando habitaciones de hotel. Le criaron unos abuelos «con pocos estudios, pero con mucho amor». Los personajes de su obra son deudores de esas vivencias personales. Pere es un perdedor: soñaba con enfilar la Ruta 66 que lleva al Gran Cañón del Colorado escuchando a los Fliying Burrito Brothers, pero acabó haciendo chapuzas de supervivencia en los hogares de sus vecinos. Con una realista escenografía de Max Glaenzel -el sofá de casa, el bar con sus mesas, el quitamiedos de la carretera con su prostituta en espera de clientes- Pompermayer se marca un ‘American Buffalo’ a la catalana. Demasiado tráfico en esta Ruta 66: el autor cargó demasiado equipaje en el coche y la cilindrada no da para más. Suerte de la dirección de Pere Arquillué y la interpretación pasional de los actores: esa verbalización del desasosiego de Joan Carreras , esa asunción de la gilipollez de Guillem Balart, ese cinismo tan bien actuado de Eduard Buch , esa impotencia proletaria de Mireia Aixalà , esa puta respetuosa de Mar Pawlowsky , esa hija bollera y rapera que se marca un Valtonic al ser procesada por injurias a la Corona… De este ‘Grand Canyon’ nos quedamos con las charlas de Carreras y Balart entre birra y birra (el gilipollas confunde a Janis Joplin con Madonna); con la pelea entre ambos; con la pesadumbre de la familia desarbolada por un destino adverso; con la melancólica relación de Pere y la prostituta; con los insertos roqueros de Led Zeppelin y Pere cantando ‘Angie’ con un plátano a modo de micrófono. Dirección y cuerpo actoral de diez para un texto que entremezcla a Mamet y el viajante de Miller con la reflexión del autor sobre el pasado colonialista europeo en América que ya inspiró su obra homónima de 2022. Como en aquella ocasión, la combinación de memoria ancestral y presente aciago no da con la mezcla perfecta. Pero Pompermayer se cura en salud al advertirnos de que es profundamente imperfecto. Crítica de teatro ‘Grand Canyon’ Texto Sergi Pompermayer Dirección Pere Arquillué Escenografía Max Glaenzel Vestuario Bàrbara Glaenzel Iluminación Jaume Ventura Espacio sonoro Damien Bazin Videocreación Francesc Isern Intérpretes Joan Carreras, Mireia Aixalà, Guillem Balart, Maria Morera, Eduard Buch, Mar Pawlowsky Lugar La Villarroel, Barcelona 3Sergi Pompermayer , autor de ‘Grand Canyon ‘, se confiesa «hijo de una familia de clase obrera, pobre, perdedora y desestructurada»: su padre se largó a América cuando él nació y su madre veinteañera se buscó la vida en Londres limpiando habitaciones de hotel. Le criaron unos abuelos «con pocos estudios, pero con mucho amor». Los personajes de su obra son deudores de esas vivencias personales. Pere es un perdedor: soñaba con enfilar la Ruta 66 que lleva al Gran Cañón del Colorado escuchando a los Fliying Burrito Brothers, pero acabó haciendo chapuzas de supervivencia en los hogares de sus vecinos. Con una realista escenografía de Max Glaenzel -el sofá de casa, el bar con sus mesas, el quitamiedos de la carretera con su prostituta en espera de clientes- Pompermayer se marca un ‘American Buffalo’ a la catalana. Demasiado tráfico en esta Ruta 66: el autor cargó demasiado equipaje en el coche y la cilindrada no da para más. Suerte de la dirección de Pere Arquillué y la interpretación pasional de los actores: esa verbalización del desasosiego de Joan Carreras , esa asunción de la gilipollez de Guillem Balart, ese cinismo tan bien actuado de Eduard Buch , esa impotencia proletaria de Mireia Aixalà , esa puta respetuosa de Mar Pawlowsky , esa hija bollera y rapera que se marca un Valtonic al ser procesada por injurias a la Corona… De este ‘Grand Canyon’ nos quedamos con las charlas de Carreras y Balart entre birra y birra (el gilipollas confunde a Janis Joplin con Madonna); con la pelea entre ambos; con la pesadumbre de la familia desarbolada por un destino adverso; con la melancólica relación de Pere y la prostituta; con los insertos roqueros de Led Zeppelin y Pere cantando ‘Angie’ con un plátano a modo de micrófono. Dirección y cuerpo actoral de diez para un texto que entremezcla a Mamet y el viajante de Miller con la reflexión del autor sobre el pasado colonialista europeo en América que ya inspiró su obra homónima de 2022. Como en aquella ocasión, la combinación de memoria ancestral y presente aciago no da con la mezcla perfecta. Pero Pompermayer se cura en salud al advertirnos de que es profundamente imperfecto. RSS de noticias de cultura
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