Son las once de la noche . Me dispongo a salir a dar un paseo una vez que Don Lorenzo ha replegado el grueso de sus tropas después de otro día de castigo , aunque mantiene un reten, porque el termómetro marca 30 grados. En Las Tendillas, me topo con un padre que lleva a hombros a su hija pequeña. Él juguetea con ella. La deja caer por su espalda y se la coloca como si llevara encima un saco de patatas. La niña ríe. Y yo, por dentro, también lo hago porque aprecio en ese instante es la felicidad . Continuo mi ruta y en Colón observo a un grupo de chicos sentados en un banco. El oído entrenado de periodista escucha que hablan de un tercero y de sus escasas habilidades para encarar los problemas. «El que huye del conflicto, siempre vive en conflicto», sentencia uno de ellos. Los otros asienten. Esos ratos con los colegas a la ` fresca ‘ -‘fresca’ en comparación con las temperaturas que se alcanzan en el día- serán inolvidables para ellos. Mi foco de atención va ahora a una pareja . Caminan despacio, charlan con complicidad. En un momento determinado, él le tiende la mano y ella se la toma de inmediato con esos automatismos que nos crea en el cuerpo el amor. En mi deambular, acumulo estampas que quedarán congeladas en los buenos recuerdos de quienes me voy encontrando en este itinerario nocturno.Pero no todo es idílico . Sigo mi marcha hasta perderme por San Agustín. Allí, me encuentro con Manuel, un viejo conocido. Hace tiempo que no nos vemos. Rápido sale el monotema: los prolongados episodios de altas temperaturas que vive la ciudad. Hablamos de cómo se calientan las casas y él me apunta que su familia no tiene aire acondicionado en su hogar. Terminamos la charla y prolongo mis pasos pero mi cerebro se ha quedado clavado en ese diálogo. Porque me ha recordado -y nunca tendría que haberlo olvidado- que esta ciudad, cuando se achicharra, tiene categorías en el infierno . Desgraciadamente lo de hay de primera y de segunda . En la última, están muchos cordobeses que no tienen aire acondicionado en sus casas -un estudio de Idealista indicaba el verano pasado que el 30% de las viviendas que salen a la venta en nuestra urbe no cuentan con él- o que sí disponen de él pero sufren de pobreza energética . Es decir, tienen que estar con el cronómetro en marcha midiendo cada segundo que encienden sus splits o sus ventiladores. Baste reseñar que en la provincia hay actualmente 36.402 hogares beneficiarios del bono social eléctrico, una ayuda para poder pagar ese suministro. Con el mercurio cada día más disparado en nuestra tierra, las Administraciones tienen ahí un campo de trabajo en el que hacer mucho más de lo que hoy hacen. Son las once de la noche . Me dispongo a salir a dar un paseo una vez que Don Lorenzo ha replegado el grueso de sus tropas después de otro día de castigo , aunque mantiene un reten, porque el termómetro marca 30 grados. En Las Tendillas, me topo con un padre que lleva a hombros a su hija pequeña. Él juguetea con ella. La deja caer por su espalda y se la coloca como si llevara encima un saco de patatas. La niña ríe. Y yo, por dentro, también lo hago porque aprecio en ese instante es la felicidad . Continuo mi ruta y en Colón observo a un grupo de chicos sentados en un banco. El oído entrenado de periodista escucha que hablan de un tercero y de sus escasas habilidades para encarar los problemas. «El que huye del conflicto, siempre vive en conflicto», sentencia uno de ellos. Los otros asienten. Esos ratos con los colegas a la ` fresca ‘ -‘fresca’ en comparación con las temperaturas que se alcanzan en el día- serán inolvidables para ellos. Mi foco de atención va ahora a una pareja . Caminan despacio, charlan con complicidad. En un momento determinado, él le tiende la mano y ella se la toma de inmediato con esos automatismos que nos crea en el cuerpo el amor. En mi deambular, acumulo estampas que quedarán congeladas en los buenos recuerdos de quienes me voy encontrando en este itinerario nocturno.Pero no todo es idílico . Sigo mi marcha hasta perderme por San Agustín. Allí, me encuentro con Manuel, un viejo conocido. Hace tiempo que no nos vemos. Rápido sale el monotema: los prolongados episodios de altas temperaturas que vive la ciudad. Hablamos de cómo se calientan las casas y él me apunta que su familia no tiene aire acondicionado en su hogar. Terminamos la charla y prolongo mis pasos pero mi cerebro se ha quedado clavado en ese diálogo. Porque me ha recordado -y nunca tendría que haberlo olvidado- que esta ciudad, cuando se achicharra, tiene categorías en el infierno . Desgraciadamente lo de hay de primera y de segunda . En la última, están muchos cordobeses que no tienen aire acondicionado en sus casas -un estudio de Idealista indicaba el verano pasado que el 30% de las viviendas que salen a la venta en nuestra urbe no cuentan con él- o que sí disponen de él pero sufren de pobreza energética . Es decir, tienen que estar con el cronómetro en marcha midiendo cada segundo que encienden sus splits o sus ventiladores. Baste reseñar que en la provincia hay actualmente 36.402 hogares beneficiarios del bono social eléctrico, una ayuda para poder pagar ese suministro. Con el mercurio cada día más disparado en nuestra tierra, las Administraciones tienen ahí un campo de trabajo en el que hacer mucho más de lo que hoy hacen. Son las once de la noche . Me dispongo a salir a dar un paseo una vez que Don Lorenzo ha replegado el grueso de sus tropas después de otro día de castigo , aunque mantiene un reten, porque el termómetro marca 30 grados. En Las Tendillas, me topo con un padre que lleva a hombros a su hija pequeña. Él juguetea con ella. La deja caer por su espalda y se la coloca como si llevara encima un saco de patatas. La niña ríe. Y yo, por dentro, también lo hago porque aprecio en ese instante es la felicidad . Continuo mi ruta y en Colón observo a un grupo de chicos sentados en un banco. El oído entrenado de periodista escucha que hablan de un tercero y de sus escasas habilidades para encarar los problemas. «El que huye del conflicto, siempre vive en conflicto», sentencia uno de ellos. Los otros asienten. Esos ratos con los colegas a la ` fresca ‘ -‘fresca’ en comparación con las temperaturas que se alcanzan en el día- serán inolvidables para ellos. Mi foco de atención va ahora a una pareja . Caminan despacio, charlan con complicidad. En un momento determinado, él le tiende la mano y ella se la toma de inmediato con esos automatismos que nos crea en el cuerpo el amor. En mi deambular, acumulo estampas que quedarán congeladas en los buenos recuerdos de quienes me voy encontrando en este itinerario nocturno.Pero no todo es idílico . Sigo mi marcha hasta perderme por San Agustín. Allí, me encuentro con Manuel, un viejo conocido. Hace tiempo que no nos vemos. Rápido sale el monotema: los prolongados episodios de altas temperaturas que vive la ciudad. Hablamos de cómo se calientan las casas y él me apunta que su familia no tiene aire acondicionado en su hogar. Terminamos la charla y prolongo mis pasos pero mi cerebro se ha quedado clavado en ese diálogo. Porque me ha recordado -y nunca tendría que haberlo olvidado- que esta ciudad, cuando se achicharra, tiene categorías en el infierno . Desgraciadamente lo de hay de primera y de segunda . En la última, están muchos cordobeses que no tienen aire acondicionado en sus casas -un estudio de Idealista indicaba el verano pasado que el 30% de las viviendas que salen a la venta en nuestra urbe no cuentan con él- o que sí disponen de él pero sufren de pobreza energética . Es decir, tienen que estar con el cronómetro en marcha midiendo cada segundo que encienden sus splits o sus ventiladores. Baste reseñar que en la provincia hay actualmente 36.402 hogares beneficiarios del bono social eléctrico, una ayuda para poder pagar ese suministro. Con el mercurio cada día más disparado en nuestra tierra, las Administraciones tienen ahí un campo de trabajo en el que hacer mucho más de lo que hoy hacen. RSS de noticias de espana/andalucia
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