En las próximas horas y días, cuando la polvareda levantada por los bombardeos en Fordo, Natanz e Isfahán se disipe , las imágenes por satélite y sobre el terreno dilucidarán el alcance del daño a las instalaciones nucleares. De la misma forma, en los próximos días, pasada la conmoción por los bombardeos estadounidenses, también se irá aclarando la ‘niebla de la guerra’ y se podrá ir vislumbrando si la consecuencia es una escalada o una desescalada. Por ahora, la respuesta de los medios y el aparato de gobierno en Irán es contradictoria. Por una parte, se minimizan los daños a las instalaciones. Por otro lado, se multiplican las declaraciones hiperbólicas llamando a una represalia brutal contra Estados Unidos. No tiene sentido afirmar que el bombardeo ha sido un fracaso chapucero pensado para salvar la imagen de Trump y declarar al mismo tiempo que ha sido un crimen salvaje que abre las puertas a una guerra regional o mundial . La República Islámica cuenta con un menú variado de opciones para responder al ataque de Trump. La opción más limitada implicaría atentados terroristas contra instalaciones o figuras destacadas del Gobierno estadounidense. Otra posibilidad implicaría recurrir a sus milicias en Irak o Yemen para atacar con drones, misiles o cohetes algunas bases militares estadounidenses en Irak, Jordania, Siria y Arabia Saudí. Otra opción, más arriesgada, sería la de responder directamente, sin intermediarios: Irán puede atacar fácilmente las instalaciones militares norteamericanas situadas en la península Arábiga o en otros puntos de la región. Este paso conllevaría importantes riesgos. Aparte de arriesgarse a una escalada con Trump en la que habría poco que ganar, el problema es que Irán dañaría su relación con las monarquías árabes del golfo Pérsico . Hace unos años, la República Islámica optó por normalizar las relaciones con las monarquías del Golfo. Muchos en Irán ven ahora mismo esta reconciliación como un error, ya que limita severamente la capacidad de disuasión y respuesta a esta crisis. La ‘disuasión triangular’ o ‘disuasión indirecta’, pilar en la estrategia de defensa iraní, quedó desactivada con el acercamiento a las monarquías del Golfo. Esta disuasión se basaba en la idea de que, en caso de ser atacada por Israel o Estados Unidos, la respuesta de la República Islámica debería centrarse en bombardeos contra las instalaciones petrolíferas y gasísticas de Arabia Saudí o Emiratos. Se trataría de un ataque sencillo contra objetivos expuestos y blandos que maximizaría el daño a la economía global y acarrearía una presión tremenda para Estados Unidos e Israel. Por último, la opción ‘nuclear’ con la que Irán lleva amenazando desde los años ochenta durante la guerra Irán-Irak: cerrar el estrecho de Ormuz. La asfixia de una arteria vital para el comercio mundial sería un punto de no retorno. Implicaría una escalada que escaparía al control de Irán. Esta opción resulta improbable, ya que es una medida de último recurso. Para entender el proceso de decisión de la República Islámica, hay que tener en mente que está totalmente supeditado al objetivo de lograr la supervivencia del régimen revolucionario establecido en 1979. Irán difícilmente dará un paso que la ponga en riesgo. A pesar de la retórica apocalíptica, las acciones de Irán han solido estar marcadas por un pragmatismo muy medido. No parece que Jamenei o la cúpula del régimen hayan llegado aún a la conclusión de que la República Islámica esté en riesgo. No tiene sentido, por tanto, dar pasos que conduzcan a una situación que sí lo haga. A pesar del descontento de la población, no hay en Irán una disidencia organizada, jerarquizada y con un liderazgo claro capaz de canalizar el hartazgo y provocar un cambio de régimen. Los bombardeos israelíes buscan crear las condiciones que posibiliten una sublevación popular, pero por sí mismos no bastan para forzar ese cambio político. Los líderes y organizaciones opositoras en el exilio, por otra parte, carecen de gran popularidad entre los iraníes.SOBRE EL AUTOR Javier Gil Guerrero es Investigador del Instituto Cultura y Sociedad, Universidad de Navarra En las próximas horas y días, cuando la polvareda levantada por los bombardeos en Fordo, Natanz e Isfahán se disipe , las imágenes por satélite y sobre el terreno dilucidarán el alcance del daño a las instalaciones nucleares. De la misma forma, en los próximos días, pasada la conmoción por los bombardeos estadounidenses, también se irá aclarando la ‘niebla de la guerra’ y se podrá ir vislumbrando si la consecuencia es una escalada o una desescalada. Por ahora, la respuesta de los medios y el aparato de gobierno en Irán es contradictoria. Por una parte, se minimizan los daños a las instalaciones. Por otro lado, se multiplican las declaraciones hiperbólicas llamando a una represalia brutal contra Estados Unidos. No tiene sentido afirmar que el bombardeo ha sido un fracaso chapucero pensado para salvar la imagen de Trump y declarar al mismo tiempo que ha sido un crimen salvaje que abre las puertas a una guerra regional o mundial . La República Islámica cuenta con un menú variado de opciones para responder al ataque de Trump. La opción más limitada implicaría atentados terroristas contra instalaciones o figuras destacadas del Gobierno estadounidense. Otra posibilidad implicaría recurrir a sus milicias en Irak o Yemen para atacar con drones, misiles o cohetes algunas bases militares estadounidenses en Irak, Jordania, Siria y Arabia Saudí. Otra opción, más arriesgada, sería la de responder directamente, sin intermediarios: Irán puede atacar fácilmente las instalaciones militares norteamericanas situadas en la península Arábiga o en otros puntos de la región. Este paso conllevaría importantes riesgos. Aparte de arriesgarse a una escalada con Trump en la que habría poco que ganar, el problema es que Irán dañaría su relación con las monarquías árabes del golfo Pérsico . Hace unos años, la República Islámica optó por normalizar las relaciones con las monarquías del Golfo. Muchos en Irán ven ahora mismo esta reconciliación como un error, ya que limita severamente la capacidad de disuasión y respuesta a esta crisis. La ‘disuasión triangular’ o ‘disuasión indirecta’, pilar en la estrategia de defensa iraní, quedó desactivada con el acercamiento a las monarquías del Golfo. Esta disuasión se basaba en la idea de que, en caso de ser atacada por Israel o Estados Unidos, la respuesta de la República Islámica debería centrarse en bombardeos contra las instalaciones petrolíferas y gasísticas de Arabia Saudí o Emiratos. Se trataría de un ataque sencillo contra objetivos expuestos y blandos que maximizaría el daño a la economía global y acarrearía una presión tremenda para Estados Unidos e Israel. Por último, la opción ‘nuclear’ con la que Irán lleva amenazando desde los años ochenta durante la guerra Irán-Irak: cerrar el estrecho de Ormuz. La asfixia de una arteria vital para el comercio mundial sería un punto de no retorno. Implicaría una escalada que escaparía al control de Irán. Esta opción resulta improbable, ya que es una medida de último recurso. Para entender el proceso de decisión de la República Islámica, hay que tener en mente que está totalmente supeditado al objetivo de lograr la supervivencia del régimen revolucionario establecido en 1979. Irán difícilmente dará un paso que la ponga en riesgo. A pesar de la retórica apocalíptica, las acciones de Irán han solido estar marcadas por un pragmatismo muy medido. No parece que Jamenei o la cúpula del régimen hayan llegado aún a la conclusión de que la República Islámica esté en riesgo. No tiene sentido, por tanto, dar pasos que conduzcan a una situación que sí lo haga. A pesar del descontento de la población, no hay en Irán una disidencia organizada, jerarquizada y con un liderazgo claro capaz de canalizar el hartazgo y provocar un cambio de régimen. Los bombardeos israelíes buscan crear las condiciones que posibiliten una sublevación popular, pero por sí mismos no bastan para forzar ese cambio político. Los líderes y organizaciones opositoras en el exilio, por otra parte, carecen de gran popularidad entre los iraníes.SOBRE EL AUTOR Javier Gil Guerrero es Investigador del Instituto Cultura y Sociedad, Universidad de Navarra En las próximas horas y días, cuando la polvareda levantada por los bombardeos en Fordo, Natanz e Isfahán se disipe , las imágenes por satélite y sobre el terreno dilucidarán el alcance del daño a las instalaciones nucleares. De la misma forma, en los próximos días, pasada la conmoción por los bombardeos estadounidenses, también se irá aclarando la ‘niebla de la guerra’ y se podrá ir vislumbrando si la consecuencia es una escalada o una desescalada. Por ahora, la respuesta de los medios y el aparato de gobierno en Irán es contradictoria. Por una parte, se minimizan los daños a las instalaciones. Por otro lado, se multiplican las declaraciones hiperbólicas llamando a una represalia brutal contra Estados Unidos. No tiene sentido afirmar que el bombardeo ha sido un fracaso chapucero pensado para salvar la imagen de Trump y declarar al mismo tiempo que ha sido un crimen salvaje que abre las puertas a una guerra regional o mundial . La República Islámica cuenta con un menú variado de opciones para responder al ataque de Trump. La opción más limitada implicaría atentados terroristas contra instalaciones o figuras destacadas del Gobierno estadounidense. Otra posibilidad implicaría recurrir a sus milicias en Irak o Yemen para atacar con drones, misiles o cohetes algunas bases militares estadounidenses en Irak, Jordania, Siria y Arabia Saudí. Otra opción, más arriesgada, sería la de responder directamente, sin intermediarios: Irán puede atacar fácilmente las instalaciones militares norteamericanas situadas en la península Arábiga o en otros puntos de la región. Este paso conllevaría importantes riesgos. Aparte de arriesgarse a una escalada con Trump en la que habría poco que ganar, el problema es que Irán dañaría su relación con las monarquías árabes del golfo Pérsico . Hace unos años, la República Islámica optó por normalizar las relaciones con las monarquías del Golfo. Muchos en Irán ven ahora mismo esta reconciliación como un error, ya que limita severamente la capacidad de disuasión y respuesta a esta crisis. La ‘disuasión triangular’ o ‘disuasión indirecta’, pilar en la estrategia de defensa iraní, quedó desactivada con el acercamiento a las monarquías del Golfo. Esta disuasión se basaba en la idea de que, en caso de ser atacada por Israel o Estados Unidos, la respuesta de la República Islámica debería centrarse en bombardeos contra las instalaciones petrolíferas y gasísticas de Arabia Saudí o Emiratos. Se trataría de un ataque sencillo contra objetivos expuestos y blandos que maximizaría el daño a la economía global y acarrearía una presión tremenda para Estados Unidos e Israel. Por último, la opción ‘nuclear’ con la que Irán lleva amenazando desde los años ochenta durante la guerra Irán-Irak: cerrar el estrecho de Ormuz. La asfixia de una arteria vital para el comercio mundial sería un punto de no retorno. Implicaría una escalada que escaparía al control de Irán. Esta opción resulta improbable, ya que es una medida de último recurso. Para entender el proceso de decisión de la República Islámica, hay que tener en mente que está totalmente supeditado al objetivo de lograr la supervivencia del régimen revolucionario establecido en 1979. Irán difícilmente dará un paso que la ponga en riesgo. A pesar de la retórica apocalíptica, las acciones de Irán han solido estar marcadas por un pragmatismo muy medido. No parece que Jamenei o la cúpula del régimen hayan llegado aún a la conclusión de que la República Islámica esté en riesgo. No tiene sentido, por tanto, dar pasos que conduzcan a una situación que sí lo haga. A pesar del descontento de la población, no hay en Irán una disidencia organizada, jerarquizada y con un liderazgo claro capaz de canalizar el hartazgo y provocar un cambio de régimen. Los bombardeos israelíes buscan crear las condiciones que posibiliten una sublevación popular, pero por sí mismos no bastan para forzar ese cambio político. Los líderes y organizaciones opositoras en el exilio, por otra parte, carecen de gran popularidad entre los iraníes.SOBRE EL AUTOR Javier Gil Guerrero es Investigador del Instituto Cultura y Sociedad, Universidad de Navarra RSS de noticias de internacional
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