<p>La redundante celebración de los 80 en la que vivimos instalados solo puede querer decir dos cosas: <strong>que los que mandan ahora son los adolescentes de entonces y que vamos mal. </strong>Mirado en frío, a pocas décadas del pasado hay tantas cosas que recriminar. Se quebró la tendencia a la igualdad y la redistribución que tras la Segunda Guerra Mundial había sido la guía de las economías desarrolladas (Piketty <i>dixit</i>); los sintetizadores (como el Auto-Tune de ahora) llenaron de ruidos vergonzantes la música pop, y el cine estadounidense abrazó con furia el esquema de Alto concepto o, en inglés original, High concept, que básicamente dio cuerpo a <i>Top Gun, Rocky </i>o, en efecto, nuestro<i> Karate kid</i> y su patada de la grulla. El patrón era siempre el mismo: se anunciaba el tema, argumento o propósito en el primer acto y, sin que mediaran más explicaciones, se resolvía el dilema propuesto mediante un reto en los dos siguientes, que en verdad era un solo acto con la coda de una secuencia final muy frenética (y memorable). <strong>Adiós a cualquier empeño narrativo complejo.</strong></p>
La saga sigue feliz en su eterna repetición de lo mismo tan respetuosa con el original como alérgica a cualquier amago de innovación, sorpresa o nueva idea
<p>La redundante celebración de los 80 en la que vivimos instalados solo puede querer decir dos cosas: <strong>que los que mandan ahora son los adolescentes de entonces y que vamos mal. </strong>Mirado en frío, a pocas décadas del pasado hay tantas cosas que recriminar. Se quebró la tendencia a la igualdad y la redistribución que tras la Segunda Guerra Mundial había sido la guía de las economías desarrolladas (Piketty <i>dixit</i>); los sintetizadores (como el Auto-Tune de ahora) llenaron de ruidos vergonzantes la música pop, y el cine estadounidense abrazó con furia el esquema de Alto concepto o, en inglés original, High concept, que básicamente dio cuerpo a <i>Top Gun, Rocky </i>o, en efecto, nuestro<i> Karate kid</i> y su patada de la grulla. El patrón era siempre el mismo: se anunciaba el tema, argumento o propósito en el primer acto y, sin que mediaran más explicaciones, se resolvía el dilema propuesto mediante un reto en los dos siguientes, que en verdad era un solo acto con la coda de una secuencia final muy frenética (y memorable). <strong>Adiós a cualquier empeño narrativo complejo.</strong></p>
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