La vida política en España atraviesa una etapa especialmente turbulenta. La corrupción, ese viejo fantasma que tantas veces ha sobrevolado el escenario político nacional, ha dejado de ser un mal asociado exclusivamente a círculos periféricos de los partidos para instalarse peligrosamente cerca del núcleo del poder. Hoy, el escándalo no salpica solo a algunos actores aislados, sino al propio Gobierno de la nación. Y eso es profundamente preocupante.Es muy lamentable que quienes están llamados a velar por el cumplimiento de las leyes, a dar ejemplo con su conducta y a trabajar incansablemente por mejorar la vida de todos los ciudadanos, sean también los que, en demasiados casos, sus conductas terminan ensuciadas por la lacra de la corrupción. Esta no es sino la expresión más cruda del egoísmo político: utilizar la posición de poder no como plataforma para el servicio público, sino como el camino más corto hacia el enriquecimiento personal.El político, en su concepción más noble, debe estar al servicio de la ciudadanía. El término latino ministrare lo expresa bien debe «servir» con inteligencia, voluntad y entrega. Pero cuando se pervierte ese ideal y se pasa a la forma pasaiva ministrari, al «servirse de», lo que obtenemos es un ejercicio cínico del poder, políticos que no entran en la vida pública para servir al pueblo, sino para servirse de las prebendas del poder para beneficio propio.Este espectáculo que contemplamos hoy en España —el desfile de antiguos cargos señalados por su presunta implicación en tramas corruptas— no puede ser aceptado con resignación. No podemos permitir que la política se convierta en sinónimo de impunidad. Ni podemos tolerar que una élite se enriquezca a costa de la confianza depositada por los ciudadanos.La situación a la que nos ha llevado el partido del Gobierno sea por negligencia, sea por la malicia de unos pocos, exige una respuesta firme y democrática. Y no hay mejor antídoto que las urnas. Es hora de que el pueblo vuelva a tener la palabra. Las elecciones no deberían ser un recurso de última instancia, sino una herramienta para la regeneración democrática cuando el sistema pierde legitimidad.El futuro, a pesar del panorama actual, debe ofrecernos una esperanza. Un futuro donde los tribunales actúen con independencia, sin presiones, y puedan investigar, juzgar y sentenciar con libertad a quienes han traicionado su cargo. Un futuro en el que la ciudadanía vuelva a confiar en sus representantes.Noticia Relacionada UN TIEMPO PROPIO opinion Si La clave del éxito: concluir los proyectos Salvador Rus Rufino Esta reacción inicial no debe ocultar una verdad incómoda: si se llega a estas situaciones límite, la reversibilidad es complicada y, a menudo, muy costosaCon el verano acercándose, España vuelve a prepararse para una nueva etapa de disputas políticas. En Castilla y León ya se intuye el arranque de una precampaña que desembocará en nuevas elecciones, en el tiempo previsto, ni antes ni después. Lo cierto es que esta legislatura ha estado marcada por la inestabilidad, las transformaciones internas en los partidos y ahora, por el descrédito que suponen los escándalos de corrupción que estamos viviendo en estos días y semanas.Quedan meses cruciales. El tiempo, ese juez que no admite recursos, dirá qué partido logró conectar con el electorado y qué propuestas se quedaron en meras promesas vacías. Pero una cosa está clara: la sombra de la corrupción es alargada, y solo una ciudadanía vigilante y exigente puede disiparla. La vida política en España atraviesa una etapa especialmente turbulenta. La corrupción, ese viejo fantasma que tantas veces ha sobrevolado el escenario político nacional, ha dejado de ser un mal asociado exclusivamente a círculos periféricos de los partidos para instalarse peligrosamente cerca del núcleo del poder. Hoy, el escándalo no salpica solo a algunos actores aislados, sino al propio Gobierno de la nación. Y eso es profundamente preocupante.Es muy lamentable que quienes están llamados a velar por el cumplimiento de las leyes, a dar ejemplo con su conducta y a trabajar incansablemente por mejorar la vida de todos los ciudadanos, sean también los que, en demasiados casos, sus conductas terminan ensuciadas por la lacra de la corrupción. Esta no es sino la expresión más cruda del egoísmo político: utilizar la posición de poder no como plataforma para el servicio público, sino como el camino más corto hacia el enriquecimiento personal.El político, en su concepción más noble, debe estar al servicio de la ciudadanía. El término latino ministrare lo expresa bien debe «servir» con inteligencia, voluntad y entrega. Pero cuando se pervierte ese ideal y se pasa a la forma pasaiva ministrari, al «servirse de», lo que obtenemos es un ejercicio cínico del poder, políticos que no entran en la vida pública para servir al pueblo, sino para servirse de las prebendas del poder para beneficio propio.Este espectáculo que contemplamos hoy en España —el desfile de antiguos cargos señalados por su presunta implicación en tramas corruptas— no puede ser aceptado con resignación. No podemos permitir que la política se convierta en sinónimo de impunidad. Ni podemos tolerar que una élite se enriquezca a costa de la confianza depositada por los ciudadanos.La situación a la que nos ha llevado el partido del Gobierno sea por negligencia, sea por la malicia de unos pocos, exige una respuesta firme y democrática. Y no hay mejor antídoto que las urnas. Es hora de que el pueblo vuelva a tener la palabra. Las elecciones no deberían ser un recurso de última instancia, sino una herramienta para la regeneración democrática cuando el sistema pierde legitimidad.El futuro, a pesar del panorama actual, debe ofrecernos una esperanza. Un futuro donde los tribunales actúen con independencia, sin presiones, y puedan investigar, juzgar y sentenciar con libertad a quienes han traicionado su cargo. Un futuro en el que la ciudadanía vuelva a confiar en sus representantes.Noticia Relacionada UN TIEMPO PROPIO opinion Si La clave del éxito: concluir los proyectos Salvador Rus Rufino Esta reacción inicial no debe ocultar una verdad incómoda: si se llega a estas situaciones límite, la reversibilidad es complicada y, a menudo, muy costosaCon el verano acercándose, España vuelve a prepararse para una nueva etapa de disputas políticas. En Castilla y León ya se intuye el arranque de una precampaña que desembocará en nuevas elecciones, en el tiempo previsto, ni antes ni después. Lo cierto es que esta legislatura ha estado marcada por la inestabilidad, las transformaciones internas en los partidos y ahora, por el descrédito que suponen los escándalos de corrupción que estamos viviendo en estos días y semanas.Quedan meses cruciales. El tiempo, ese juez que no admite recursos, dirá qué partido logró conectar con el electorado y qué propuestas se quedaron en meras promesas vacías. Pero una cosa está clara: la sombra de la corrupción es alargada, y solo una ciudadanía vigilante y exigente puede disiparla. La vida política en España atraviesa una etapa especialmente turbulenta. La corrupción, ese viejo fantasma que tantas veces ha sobrevolado el escenario político nacional, ha dejado de ser un mal asociado exclusivamente a círculos periféricos de los partidos para instalarse peligrosamente cerca del núcleo del poder. Hoy, el escándalo no salpica solo a algunos actores aislados, sino al propio Gobierno de la nación. Y eso es profundamente preocupante.Es muy lamentable que quienes están llamados a velar por el cumplimiento de las leyes, a dar ejemplo con su conducta y a trabajar incansablemente por mejorar la vida de todos los ciudadanos, sean también los que, en demasiados casos, sus conductas terminan ensuciadas por la lacra de la corrupción. Esta no es sino la expresión más cruda del egoísmo político: utilizar la posición de poder no como plataforma para el servicio público, sino como el camino más corto hacia el enriquecimiento personal.El político, en su concepción más noble, debe estar al servicio de la ciudadanía. El término latino ministrare lo expresa bien debe «servir» con inteligencia, voluntad y entrega. Pero cuando se pervierte ese ideal y se pasa a la forma pasaiva ministrari, al «servirse de», lo que obtenemos es un ejercicio cínico del poder, políticos que no entran en la vida pública para servir al pueblo, sino para servirse de las prebendas del poder para beneficio propio.Este espectáculo que contemplamos hoy en España —el desfile de antiguos cargos señalados por su presunta implicación en tramas corruptas— no puede ser aceptado con resignación. No podemos permitir que la política se convierta en sinónimo de impunidad. Ni podemos tolerar que una élite se enriquezca a costa de la confianza depositada por los ciudadanos.La situación a la que nos ha llevado el partido del Gobierno sea por negligencia, sea por la malicia de unos pocos, exige una respuesta firme y democrática. Y no hay mejor antídoto que las urnas. Es hora de que el pueblo vuelva a tener la palabra. Las elecciones no deberían ser un recurso de última instancia, sino una herramienta para la regeneración democrática cuando el sistema pierde legitimidad.El futuro, a pesar del panorama actual, debe ofrecernos una esperanza. Un futuro donde los tribunales actúen con independencia, sin presiones, y puedan investigar, juzgar y sentenciar con libertad a quienes han traicionado su cargo. Un futuro en el que la ciudadanía vuelva a confiar en sus representantes.Noticia Relacionada UN TIEMPO PROPIO opinion Si La clave del éxito: concluir los proyectos Salvador Rus Rufino Esta reacción inicial no debe ocultar una verdad incómoda: si se llega a estas situaciones límite, la reversibilidad es complicada y, a menudo, muy costosaCon el verano acercándose, España vuelve a prepararse para una nueva etapa de disputas políticas. En Castilla y León ya se intuye el arranque de una precampaña que desembocará en nuevas elecciones, en el tiempo previsto, ni antes ni después. Lo cierto es que esta legislatura ha estado marcada por la inestabilidad, las transformaciones internas en los partidos y ahora, por el descrédito que suponen los escándalos de corrupción que estamos viviendo en estos días y semanas.Quedan meses cruciales. El tiempo, ese juez que no admite recursos, dirá qué partido logró conectar con el electorado y qué propuestas se quedaron en meras promesas vacías. Pero una cosa está clara: la sombra de la corrupción es alargada, y solo una ciudadanía vigilante y exigente puede disiparla. RSS de noticias de espana
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