Este fin de semana, Ursula von der Leyen y Donald Trump anunciaron un principio de acuerdo que evitaría una guerra comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos en materia de aranceles. Un pacto que, sobre el papel, busca estabilizar los intercambios industriales y proteger sectores estratégicos . Pero que también nos obliga a levantar la mirada: Europa vuelve a ceder soberanía industrial y tecnológica a cambio de evitar una nueva sacudida política, con una política arancelaria desigual.Y es que mientras Estados Unidos redobla su apuesta por la autosuficiencia y la explotación —desde los microchips hasta la defensa y energía—, Europa parece resignarse a ocupar un segundo plano en la carrera por las capacidades tecnológicas propias. Von der Leyen asumió que Europa deberá invertir 600.000 millones de dólares más en equipamiento militar americano, una cifra que parece más alineada con las prioridades de Washington que con una hoja de ruta estratégica europea. Esta actitud no solo compromete nuestro futuro industrial y económico, sino que también pone en riesgo nuestra seguridad continental y nuestro suministro en caso de que Estados Unidos requiera dicho material para otros conflictos.Este tipo de cesiones tiene consecuencias profundas. La autonomía tecnológica no es solo un asunto económico o industrial, es una cuestión de seguridad y de futuro. Las guerras del siglo XXI no se libran únicamente con tanques, sino también en el ciberespacio, en la órbita terrestre y en las bandas de frecuencia. El espacio se ha convertido ya en un nuevo escenario de poder geoestratégico. La proliferación de satélites, las amenazas sobre el espectro electromagnético y la militarización del espacio no son ciencia ficción. Son presente. Frente a este escenario, Europa debe estar unida, invertir en capacidades propias, libertad de exportación con a ranceles equilibrados , sin ceder a compras impuestas que pongan en riesgo la soberanía tecnológica y militar.Porque lo cierto es que Europa cuenta con empresas altamente competitivas en defensa y espacio, con tecnologías propias de clase mundial: desde soluciones de guerra electrónica hasta plataformas de conectividad satelital segura y gestión del espectro. Sin embargo, seguimos subordinando nuestras decisiones estratégicas a pactos negociados desde la debilidad, temerosos de represalias arancelarias o de perder subvenciones condicionadas.Ese desequilibrio se traduce en decisiones como la de este fin de semana: en lugar de invertir en fortalecer nuestros propios programas —como IRIS² o GovSatCom— o acelerar una Ley Europea del Espacio que nos dote de un marco legal moderno, nos sentamos a negociar desde la debilidad, preocupados por la próxima represalia arancelaria, como quien espera que no le congelen las ayudas.Europa necesita mucho más que acuerdos mínimos. Necesitamos una visión clara. Porque las guerras del siglo XXI no se libran sólo con tanques; sino que también en el ciberespacio , en la órbita terrestre y en las bandas de frecuencia. Y ahí, tener independencia no es un lujo. Es una necesidad. Este fin de semana, Ursula von der Leyen y Donald Trump anunciaron un principio de acuerdo que evitaría una guerra comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos en materia de aranceles. Un pacto que, sobre el papel, busca estabilizar los intercambios industriales y proteger sectores estratégicos . Pero que también nos obliga a levantar la mirada: Europa vuelve a ceder soberanía industrial y tecnológica a cambio de evitar una nueva sacudida política, con una política arancelaria desigual.Y es que mientras Estados Unidos redobla su apuesta por la autosuficiencia y la explotación —desde los microchips hasta la defensa y energía—, Europa parece resignarse a ocupar un segundo plano en la carrera por las capacidades tecnológicas propias. Von der Leyen asumió que Europa deberá invertir 600.000 millones de dólares más en equipamiento militar americano, una cifra que parece más alineada con las prioridades de Washington que con una hoja de ruta estratégica europea. Esta actitud no solo compromete nuestro futuro industrial y económico, sino que también pone en riesgo nuestra seguridad continental y nuestro suministro en caso de que Estados Unidos requiera dicho material para otros conflictos.Este tipo de cesiones tiene consecuencias profundas. La autonomía tecnológica no es solo un asunto económico o industrial, es una cuestión de seguridad y de futuro. Las guerras del siglo XXI no se libran únicamente con tanques, sino también en el ciberespacio, en la órbita terrestre y en las bandas de frecuencia. El espacio se ha convertido ya en un nuevo escenario de poder geoestratégico. La proliferación de satélites, las amenazas sobre el espectro electromagnético y la militarización del espacio no son ciencia ficción. Son presente. Frente a este escenario, Europa debe estar unida, invertir en capacidades propias, libertad de exportación con a ranceles equilibrados , sin ceder a compras impuestas que pongan en riesgo la soberanía tecnológica y militar.Porque lo cierto es que Europa cuenta con empresas altamente competitivas en defensa y espacio, con tecnologías propias de clase mundial: desde soluciones de guerra electrónica hasta plataformas de conectividad satelital segura y gestión del espectro. Sin embargo, seguimos subordinando nuestras decisiones estratégicas a pactos negociados desde la debilidad, temerosos de represalias arancelarias o de perder subvenciones condicionadas.Ese desequilibrio se traduce en decisiones como la de este fin de semana: en lugar de invertir en fortalecer nuestros propios programas —como IRIS² o GovSatCom— o acelerar una Ley Europea del Espacio que nos dote de un marco legal moderno, nos sentamos a negociar desde la debilidad, preocupados por la próxima represalia arancelaria, como quien espera que no le congelen las ayudas.Europa necesita mucho más que acuerdos mínimos. Necesitamos una visión clara. Porque las guerras del siglo XXI no se libran sólo con tanques; sino que también en el ciberespacio , en la órbita terrestre y en las bandas de frecuencia. Y ahí, tener independencia no es un lujo. Es una necesidad. Este fin de semana, Ursula von der Leyen y Donald Trump anunciaron un principio de acuerdo que evitaría una guerra comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos en materia de aranceles. Un pacto que, sobre el papel, busca estabilizar los intercambios industriales y proteger sectores estratégicos . Pero que también nos obliga a levantar la mirada: Europa vuelve a ceder soberanía industrial y tecnológica a cambio de evitar una nueva sacudida política, con una política arancelaria desigual.Y es que mientras Estados Unidos redobla su apuesta por la autosuficiencia y la explotación —desde los microchips hasta la defensa y energía—, Europa parece resignarse a ocupar un segundo plano en la carrera por las capacidades tecnológicas propias. Von der Leyen asumió que Europa deberá invertir 600.000 millones de dólares más en equipamiento militar americano, una cifra que parece más alineada con las prioridades de Washington que con una hoja de ruta estratégica europea. Esta actitud no solo compromete nuestro futuro industrial y económico, sino que también pone en riesgo nuestra seguridad continental y nuestro suministro en caso de que Estados Unidos requiera dicho material para otros conflictos.Este tipo de cesiones tiene consecuencias profundas. La autonomía tecnológica no es solo un asunto económico o industrial, es una cuestión de seguridad y de futuro. Las guerras del siglo XXI no se libran únicamente con tanques, sino también en el ciberespacio, en la órbita terrestre y en las bandas de frecuencia. El espacio se ha convertido ya en un nuevo escenario de poder geoestratégico. La proliferación de satélites, las amenazas sobre el espectro electromagnético y la militarización del espacio no son ciencia ficción. Son presente. Frente a este escenario, Europa debe estar unida, invertir en capacidades propias, libertad de exportación con a ranceles equilibrados , sin ceder a compras impuestas que pongan en riesgo la soberanía tecnológica y militar.Porque lo cierto es que Europa cuenta con empresas altamente competitivas en defensa y espacio, con tecnologías propias de clase mundial: desde soluciones de guerra electrónica hasta plataformas de conectividad satelital segura y gestión del espectro. Sin embargo, seguimos subordinando nuestras decisiones estratégicas a pactos negociados desde la debilidad, temerosos de represalias arancelarias o de perder subvenciones condicionadas.Ese desequilibrio se traduce en decisiones como la de este fin de semana: en lugar de invertir en fortalecer nuestros propios programas —como IRIS² o GovSatCom— o acelerar una Ley Europea del Espacio que nos dote de un marco legal moderno, nos sentamos a negociar desde la debilidad, preocupados por la próxima represalia arancelaria, como quien espera que no le congelen las ayudas.Europa necesita mucho más que acuerdos mínimos. Necesitamos una visión clara. Porque las guerras del siglo XXI no se libran sólo con tanques; sino que también en el ciberespacio , en la órbita terrestre y en las bandas de frecuencia. Y ahí, tener independencia no es un lujo. Es una necesidad. RSS de noticias de economia
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