Creo que fue Truman Capote quien dijo eso de que la vida es una obra de teatro con un tercer acto mal escrito, frase ingeniosa, sutil y casi siempre cierta que igualmente sirve si se traslada a lo cinematográfico: la vida es una película con un guion que flaquea al final. También es cierto que en ese flaquear hay muchas películas que se parecen a la vida, en las que el guionista, o el director, no han sabido cerrar la historia que han contado de ese modo sublime y que te la lleves dentro para siempre. Un guion perfecto hasta el final sabe dónde y cómo colocar el ‘The End’ en el cine, pero en la vida, donde no suele haber otro guionista que el azar o el desgaste del tiempo, no hay sistema de bajar con arte supremo el telón, acaso podría pensarse en la religión o la espiritualidad.Tal es la supremacía en estos terrenos del cine sobre la vida, que hay muchas películas que con esos finales maravillosos han llenado de sentido, frases, emoción, lecciones y asombro miles de vidas. Sobre grandes momentos que incendian el desenlace de una película está la memoria del mundo llena y algunos de ellos son ya parte de nuestro glosario sentimental. «Creo que este es el comienzo de una hermosa amistad», le dice Rick Blaine al capitán Luis Renault antes del Fin de ‘Casablanca’. «Nadie es perfecto», le contesta Osgood Fielding III (Joe E. Brown) a Daphne (Jack Lemmon) cuando le confiesa que es un hombre en ‘Con faldas y a lo loco’ . O aquel «Francamente, querida, me importa un bledo» de Rhett Butler a Escarlata O’Hara y la respuesta pensamiento de ella: «Tengo que pensar algo para hacerle volver…, pero, lo pensaré mañana», en el desenlace de ‘Lo que el viento se llevó’.Docenas, centenares de finales de película inolvidables, en los que te quedas embarrancado para siempre como en esas arenas movedizas tan cinematográficas. La despedida de Andy a sus juguetes en ‘Toy Story 3’, que es probablemente el adiós a la infancia más hermoso que se ha hecho nunca. Marcan aún más la falta de calidad en los finales de la vida real, que suele terminar de cualquier maneraLa escena final de ‘ Ordet’, cuando el cadáver de Inge obedece a los rezos de Johannes y vuelve a la vida ante el rostro complacido de su pequeña hija. El secreto que le susurra Bill Murray a Scarlett Johansson al final de ‘Lost in traslation’. La cámara que mira cómo se cierra la puerta mientras que John Wayne se dirige al horizonte en ‘Centauros del desierto’… Docenas, centenares, muchos…Pero, ahora, nos vamos a quedar con cuatro, sólo cuatro finales, en los que tienen protagonismo las manos porque es en ellas donde se lee toda la emoción pasada y futura de sus personajes. Cuatro finales para la historia de las historias:El más rotundo y aplastante, pero al tiempo alentador, es el de ‘ Ladrón de bicicletas’, la obra maestra de Vittorio de Sica : a Antonio, un obrero, le roban su bicicleta, su medio de trabajo, y tras su desesperada búsqueda infructuosa junto a su hijo pequeño intenta él robar otra. Lo atrapan, la multitud le golpea e increpa y en un final grandioso, cuando camina humillado y avergonzado, su hijo, Bruno, consciente de la situación de su padre y del mundo, le da la mano y se entienden con los ojos humedecidos.Fotograma de ‘Ladrón de bicicletas’, obra maestra de Vittorio de SicaEl más desolador, pero feliz, es el de ‘Luces de la ciudad’, de Charles Chaplin , con el vagabundo Charlot que consigue tras mil peripecias el dinero para que se pueda operar la florista ciega de la que se ha enamorado (Virginia Cherrill), está frente al escaparate de la floristería donde trabaja, unos chiquillos se burlan de su aspecto pobretón, lo que le hace también gracia a ella que está en el interior. Él se acerca al cristal, la reconoce; ella a él no, pues cuando era ciega pensó (por un equívoco genial) que era un hombre rico. Conmovida por su mirada , sale de la tienda para darle una moneda, suena la música de ‘La violetera’, las manos de ella tocan las de él y se da cuenta por ‘la mirada’ de sus manos de quién es, y termina esta maravillosa comedia entre la congoja y su contrario.El más devastador y poético, pero plácido, es el de ‘Cold War’, obra mayúscula del polaco Pawel Pawlikowski, que narra la apasionada, feliz, infeliz y musical vida amorosa de una pareja que, entre tumbos por la Europa de la mitad del pasado siglo, llega a su desenlace que es, en realidad, un enlace: se prometen amor eterno en una solitaria y desvencijada iglesia, se reparten unas pastillas, se cogen de la mano y salen a ver el paisaje en un triste y solitario banco, miran en silencio y ella le sugiere cruzar juntos para ver el paisaje desde el otro lado del camino.El más nostálgico y triste , pero revelador de que el guionista de cine conoce los sortilegios para burlar la realidad de la vida, está en ‘La, La, Land’, cuando ella entra con su marido al garito donde él toca el piano, solo, con su música preciosa, y ella ve en su interior (junto a nosotros) la película de la vida juntos que no han tenido, de la casa que no han vivido y el bebé que no han compartido… Deja de teclear el piano, aplauden todos, ella no, aún está en su película. Sale cogida de la mano del marido, la mano, la jugada, que le ha hecho jugar la vida; se suelta, se para en la puerta, él aún está solo al piano, se miran y una levísima sonrisa acentúa la sensación de que les falló el guionista.Maravillosos finales para vidas de película, tan bien atados , escritos, mostrados, que marcan aún más la falta de calidad en los finales de la vida real, que suele terminar de cualquier manera. De cualquier manera, como yo esto. Creo que fue Truman Capote quien dijo eso de que la vida es una obra de teatro con un tercer acto mal escrito, frase ingeniosa, sutil y casi siempre cierta que igualmente sirve si se traslada a lo cinematográfico: la vida es una película con un guion que flaquea al final. También es cierto que en ese flaquear hay muchas películas que se parecen a la vida, en las que el guionista, o el director, no han sabido cerrar la historia que han contado de ese modo sublime y que te la lleves dentro para siempre. Un guion perfecto hasta el final sabe dónde y cómo colocar el ‘The End’ en el cine, pero en la vida, donde no suele haber otro guionista que el azar o el desgaste del tiempo, no hay sistema de bajar con arte supremo el telón, acaso podría pensarse en la religión o la espiritualidad.Tal es la supremacía en estos terrenos del cine sobre la vida, que hay muchas películas que con esos finales maravillosos han llenado de sentido, frases, emoción, lecciones y asombro miles de vidas. Sobre grandes momentos que incendian el desenlace de una película está la memoria del mundo llena y algunos de ellos son ya parte de nuestro glosario sentimental. «Creo que este es el comienzo de una hermosa amistad», le dice Rick Blaine al capitán Luis Renault antes del Fin de ‘Casablanca’. «Nadie es perfecto», le contesta Osgood Fielding III (Joe E. Brown) a Daphne (Jack Lemmon) cuando le confiesa que es un hombre en ‘Con faldas y a lo loco’ . O aquel «Francamente, querida, me importa un bledo» de Rhett Butler a Escarlata O’Hara y la respuesta pensamiento de ella: «Tengo que pensar algo para hacerle volver…, pero, lo pensaré mañana», en el desenlace de ‘Lo que el viento se llevó’.Docenas, centenares de finales de película inolvidables, en los que te quedas embarrancado para siempre como en esas arenas movedizas tan cinematográficas. La despedida de Andy a sus juguetes en ‘Toy Story 3’, que es probablemente el adiós a la infancia más hermoso que se ha hecho nunca. Marcan aún más la falta de calidad en los finales de la vida real, que suele terminar de cualquier maneraLa escena final de ‘ Ordet’, cuando el cadáver de Inge obedece a los rezos de Johannes y vuelve a la vida ante el rostro complacido de su pequeña hija. El secreto que le susurra Bill Murray a Scarlett Johansson al final de ‘Lost in traslation’. La cámara que mira cómo se cierra la puerta mientras que John Wayne se dirige al horizonte en ‘Centauros del desierto’… Docenas, centenares, muchos…Pero, ahora, nos vamos a quedar con cuatro, sólo cuatro finales, en los que tienen protagonismo las manos porque es en ellas donde se lee toda la emoción pasada y futura de sus personajes. Cuatro finales para la historia de las historias:El más rotundo y aplastante, pero al tiempo alentador, es el de ‘ Ladrón de bicicletas’, la obra maestra de Vittorio de Sica : a Antonio, un obrero, le roban su bicicleta, su medio de trabajo, y tras su desesperada búsqueda infructuosa junto a su hijo pequeño intenta él robar otra. Lo atrapan, la multitud le golpea e increpa y en un final grandioso, cuando camina humillado y avergonzado, su hijo, Bruno, consciente de la situación de su padre y del mundo, le da la mano y se entienden con los ojos humedecidos.Fotograma de ‘Ladrón de bicicletas’, obra maestra de Vittorio de SicaEl más desolador, pero feliz, es el de ‘Luces de la ciudad’, de Charles Chaplin , con el vagabundo Charlot que consigue tras mil peripecias el dinero para que se pueda operar la florista ciega de la que se ha enamorado (Virginia Cherrill), está frente al escaparate de la floristería donde trabaja, unos chiquillos se burlan de su aspecto pobretón, lo que le hace también gracia a ella que está en el interior. Él se acerca al cristal, la reconoce; ella a él no, pues cuando era ciega pensó (por un equívoco genial) que era un hombre rico. Conmovida por su mirada , sale de la tienda para darle una moneda, suena la música de ‘La violetera’, las manos de ella tocan las de él y se da cuenta por ‘la mirada’ de sus manos de quién es, y termina esta maravillosa comedia entre la congoja y su contrario.El más devastador y poético, pero plácido, es el de ‘Cold War’, obra mayúscula del polaco Pawel Pawlikowski, que narra la apasionada, feliz, infeliz y musical vida amorosa de una pareja que, entre tumbos por la Europa de la mitad del pasado siglo, llega a su desenlace que es, en realidad, un enlace: se prometen amor eterno en una solitaria y desvencijada iglesia, se reparten unas pastillas, se cogen de la mano y salen a ver el paisaje en un triste y solitario banco, miran en silencio y ella le sugiere cruzar juntos para ver el paisaje desde el otro lado del camino.El más nostálgico y triste , pero revelador de que el guionista de cine conoce los sortilegios para burlar la realidad de la vida, está en ‘La, La, Land’, cuando ella entra con su marido al garito donde él toca el piano, solo, con su música preciosa, y ella ve en su interior (junto a nosotros) la película de la vida juntos que no han tenido, de la casa que no han vivido y el bebé que no han compartido… Deja de teclear el piano, aplauden todos, ella no, aún está en su película. Sale cogida de la mano del marido, la mano, la jugada, que le ha hecho jugar la vida; se suelta, se para en la puerta, él aún está solo al piano, se miran y una levísima sonrisa acentúa la sensación de que les falló el guionista.Maravillosos finales para vidas de película, tan bien atados , escritos, mostrados, que marcan aún más la falta de calidad en los finales de la vida real, que suele terminar de cualquier manera. De cualquier manera, como yo esto. Creo que fue Truman Capote quien dijo eso de que la vida es una obra de teatro con un tercer acto mal escrito, frase ingeniosa, sutil y casi siempre cierta que igualmente sirve si se traslada a lo cinematográfico: la vida es una película con un guion que flaquea al final. También es cierto que en ese flaquear hay muchas películas que se parecen a la vida, en las que el guionista, o el director, no han sabido cerrar la historia que han contado de ese modo sublime y que te la lleves dentro para siempre. Un guion perfecto hasta el final sabe dónde y cómo colocar el ‘The End’ en el cine, pero en la vida, donde no suele haber otro guionista que el azar o el desgaste del tiempo, no hay sistema de bajar con arte supremo el telón, acaso podría pensarse en la religión o la espiritualidad.Tal es la supremacía en estos terrenos del cine sobre la vida, que hay muchas películas que con esos finales maravillosos han llenado de sentido, frases, emoción, lecciones y asombro miles de vidas. Sobre grandes momentos que incendian el desenlace de una película está la memoria del mundo llena y algunos de ellos son ya parte de nuestro glosario sentimental. «Creo que este es el comienzo de una hermosa amistad», le dice Rick Blaine al capitán Luis Renault antes del Fin de ‘Casablanca’. «Nadie es perfecto», le contesta Osgood Fielding III (Joe E. Brown) a Daphne (Jack Lemmon) cuando le confiesa que es un hombre en ‘Con faldas y a lo loco’ . O aquel «Francamente, querida, me importa un bledo» de Rhett Butler a Escarlata O’Hara y la respuesta pensamiento de ella: «Tengo que pensar algo para hacerle volver…, pero, lo pensaré mañana», en el desenlace de ‘Lo que el viento se llevó’.Docenas, centenares de finales de película inolvidables, en los que te quedas embarrancado para siempre como en esas arenas movedizas tan cinematográficas. La despedida de Andy a sus juguetes en ‘Toy Story 3’, que es probablemente el adiós a la infancia más hermoso que se ha hecho nunca. Marcan aún más la falta de calidad en los finales de la vida real, que suele terminar de cualquier maneraLa escena final de ‘ Ordet’, cuando el cadáver de Inge obedece a los rezos de Johannes y vuelve a la vida ante el rostro complacido de su pequeña hija. El secreto que le susurra Bill Murray a Scarlett Johansson al final de ‘Lost in traslation’. La cámara que mira cómo se cierra la puerta mientras que John Wayne se dirige al horizonte en ‘Centauros del desierto’… Docenas, centenares, muchos…Pero, ahora, nos vamos a quedar con cuatro, sólo cuatro finales, en los que tienen protagonismo las manos porque es en ellas donde se lee toda la emoción pasada y futura de sus personajes. Cuatro finales para la historia de las historias:El más rotundo y aplastante, pero al tiempo alentador, es el de ‘ Ladrón de bicicletas’, la obra maestra de Vittorio de Sica : a Antonio, un obrero, le roban su bicicleta, su medio de trabajo, y tras su desesperada búsqueda infructuosa junto a su hijo pequeño intenta él robar otra. Lo atrapan, la multitud le golpea e increpa y en un final grandioso, cuando camina humillado y avergonzado, su hijo, Bruno, consciente de la situación de su padre y del mundo, le da la mano y se entienden con los ojos humedecidos.Fotograma de ‘Ladrón de bicicletas’, obra maestra de Vittorio de SicaEl más desolador, pero feliz, es el de ‘Luces de la ciudad’, de Charles Chaplin , con el vagabundo Charlot que consigue tras mil peripecias el dinero para que se pueda operar la florista ciega de la que se ha enamorado (Virginia Cherrill), está frente al escaparate de la floristería donde trabaja, unos chiquillos se burlan de su aspecto pobretón, lo que le hace también gracia a ella que está en el interior. Él se acerca al cristal, la reconoce; ella a él no, pues cuando era ciega pensó (por un equívoco genial) que era un hombre rico. Conmovida por su mirada , sale de la tienda para darle una moneda, suena la música de ‘La violetera’, las manos de ella tocan las de él y se da cuenta por ‘la mirada’ de sus manos de quién es, y termina esta maravillosa comedia entre la congoja y su contrario.El más devastador y poético, pero plácido, es el de ‘Cold War’, obra mayúscula del polaco Pawel Pawlikowski, que narra la apasionada, feliz, infeliz y musical vida amorosa de una pareja que, entre tumbos por la Europa de la mitad del pasado siglo, llega a su desenlace que es, en realidad, un enlace: se prometen amor eterno en una solitaria y desvencijada iglesia, se reparten unas pastillas, se cogen de la mano y salen a ver el paisaje en un triste y solitario banco, miran en silencio y ella le sugiere cruzar juntos para ver el paisaje desde el otro lado del camino.El más nostálgico y triste , pero revelador de que el guionista de cine conoce los sortilegios para burlar la realidad de la vida, está en ‘La, La, Land’, cuando ella entra con su marido al garito donde él toca el piano, solo, con su música preciosa, y ella ve en su interior (junto a nosotros) la película de la vida juntos que no han tenido, de la casa que no han vivido y el bebé que no han compartido… Deja de teclear el piano, aplauden todos, ella no, aún está en su película. Sale cogida de la mano del marido, la mano, la jugada, que le ha hecho jugar la vida; se suelta, se para en la puerta, él aún está solo al piano, se miran y una levísima sonrisa acentúa la sensación de que les falló el guionista.Maravillosos finales para vidas de película, tan bien atados , escritos, mostrados, que marcan aún más la falta de calidad en los finales de la vida real, que suele terminar de cualquier manera. De cualquier manera, como yo esto. RSS de noticias de cultura
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