Después cruzaríamos las calles más peligrosas que el lector pueda imaginar, una suerte de Bronx de los ochenta en versión contemporánea y alemana, y ahí, por un momento, pensaríamos que estábamos perdidos, que desapareceríamos para siempre, que los pandilleros y cafisios y atracadores que nos observaban extrañados desde la penumbra de sus guaridas habían encontrado en nosotros, pobres escritores de bien, las víctimas perfectas. Pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión.
En cada partido que el Betis jugaba en casa su padre le telefoneaba puntual desde el estadio. Sin palabras, los dos, padre e hijo, compartían la música de su club
Después cruzaríamos las calles más peligrosas que el lector pueda imaginar, una suerte de Bronx de los ochenta en versión contemporánea y alemana, y ahí, por un momento, pensaríamos que estábamos perdidos, que desapareceríamos para siempre, que los pandilleros y cafisios y atracadores que nos observaban extrañados desde la penumbra de sus guaridas habían encontrado en nosotros, pobres escritores de bien, las víctimas perfectas. Pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión.
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