<p>»Siempre he ido donde había una mujer que me necesitara». Al otro lado del teléfono, <strong>la voz quebrada de Victoria de la Cruz </strong>resonaba como un eco del tiempo; como la explosión de un campo minado de inagotables recuerdos. A sus 108 años, le costaba recordar lo que había desayunado esa mañana, pero relataba con nitidez trepidantes episodios de un pasado de película. La protagonista era una monja malagueña <strong>que arribó al Japón imperial </strong>y que dedicó toda su energía a rescatar a decenas de mujeres y niñas del patio trasero más oscuro de la posguerra.</p>
Victoria de la Cruz luchó durante toda su vida contra los proxenetas de la Yakuza
<p>»Siempre he ido donde había una mujer que me necesitara». Al otro lado del teléfono, <strong>la voz quebrada de Victoria de la Cruz </strong>resonaba como un eco del tiempo; como la explosión de un campo minado de inagotables recuerdos. A sus 108 años, le costaba recordar lo que había desayunado esa mañana, pero relataba con nitidez trepidantes episodios de un pasado de película. La protagonista era una monja malagueña <strong>que arribó al Japón imperial </strong>y que dedicó toda su energía a rescatar a decenas de mujeres y niñas del patio trasero más oscuro de la posguerra.</p>
Internacional