Seis años separaron el final de la composición de Lohengrin (28 de abril de 1848) y de El oro del Rin (26 de septiembre de 1854), paradigmas del último Wagner antiguo y el primer Wagner moderno. En el Festival de Ópera de Múnich han podido oírse ambas obras en días contiguos (domingo y lunes), un privilegio que permitía, con pocas horas de diferencia, visualizar casi el salto en el vacío que dio el compositor alemán entre su “ópera romántica”, que puso fin a su asunción del pasado, y el prólogo o víspera de El anillo del nibelungo, que abriría para él y para varias generaciones posteriores no una vía, sino múltiples vías de futuro. El frustrado revolucionario político, exiliado a la fuerza de su país tras la fracasada sublevación de Dresde, devino en un revolucionario musical, que durante los largos meses en que no compuso una sola nota se dedicó a crear los sustentos teóricos de ese cambio radical. Entre 1849 y 1851, El arte y la revolución, La obra de arte del futuro, Una comunicación a mis amigos (una suerte de manifiesto estético) y Ópera y drama sentaron las bases —negro sobre blanco— de lo que habría de venir.
Tobias Kratzer plantea una reformulación casi radical del prólogo de ‘El anillo del nibelungo’ en la Ópera Estatal de Baviera, que repone el controvertido montaje de ‘Rusalka’ de Martin Kušej, salvado únicamente por una gran interpretación musical
Seis años separaron el final de la composición de Lohengrin (28 de abril de 1848) y de El oro del Rin (26 de septiembre de 1854), paradigmas del último Wagner antiguo y el primer Wagner moderno. En el Festival de Ópera de Múnich han podido oírse ambas obras en días contiguos (domingo y lunes), un privilegio que permitía, con pocas horas de diferencia, visualizar casi el salto en el vacío que dio el compositor alemán entre su “ópera romántica”, que puso fin a su asunción del pasado, y el prólogo o víspera de El anillo del nibelungo, que abriría para él y para varias generaciones posteriores no una vía, sino múltiples vías de futuro. El frustrado revolucionario político, exiliado a la fuerza de su país tras la fracasada sublevación de Dresde, devino en un revolucionario musical, que durante los largos meses en que no compuso una sola nota se dedicó a crear los sustentos teóricos de ese cambio radical. Entre 1849 y 1851, El arte y la revolución, La obra de arte del futuro, Una comunicación a mis amigos (una suerte de manifiesto estético) y Ópera y drama sentaron las bases —negro sobre blanco— de lo que habría de venir.
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