No veo yo que en España seamos muy dados a propagar la vida privada de los políticos, salvo el golferío que incluso avala la UCO, pero sí gustamos de poner mucha tertulia de peluquería a la existencia de puertas adentro de los famosos, en general. Es lo que se llama crónica de vida social, aunque a menudo es más bien la crónica de la vida más o menos íntima, sólo que sin echar abajo las puertas del domicilio. Quiero decir que en España resulta un género de amenidad el apunte del amor, amorío, matrimonio, o divorcio, pero depende de quién sea el protagonista. Eso, y las fotos del veraneo correspondiente, con más alegría de lo anecdótico que pulpa de lo informativo. Aquí somos muy propensos a elevar el chisme a categoría. Pero dejando los políticos al margen, por lo general. Somos pensadores de peluquería. De modo que nos empleamos mejor con los artistas, o con los populares de concurso o trimestre, si hay menos suerte. A veces, rueda la dulce novedad del embarazo de alguna diputada, o bien nos enteramos de un divorcio de algún senador, pero cuando ya lleva un rato con nueva novia. Son cosas, en general, de la espuma de un momento, de un recodo de relámpago. En tiempos no tan remotos, o remotísimos, le hacíamos el reportaje puntual de fotos a José María Aznar, durante sus veranos en Oropesa, Marbella y Menorca. Allí en Oropesa, quedó inmortalizado bajo la lámina histórica de unos abdominales lucientes, una lámina de alarde apolíneo en la que compartían culpa un entrenador personal, Bernardino Lombao, y un nutricionista de vitola, Rafael Santonja. En España exponemos a veces un rato el álbum de asueto estival de los presidentes, eso sí, pero poco o nada la biografía personal de invierno, acaso porque muy a menudo no hay otra biografía que la biografía a la vista de la afición, o el electorado. Tuvimos foto de Felipe González pillando un velero, en Mallorca, casi al alba, o bien reincidiendo en las calas de La Cabrera, con el purito puesto, y de remate un bañador de plusmarquista. Hay constancia de José Luis Rodríguez Zapatero en Lanzarote, practicando footing, y de su mujer, Sonsoles Espinosa, disfrutando el submarinismo. Son retazos de recreo que ha ido dejando el verano constante de los políticos para los inviernos sucesivos del peatón que somos todos.En otros países, la prensa disfruta de mucho bullicio a propósito de algunos de sus políticos, o gobernantes, como en Italia, donde Berlusconi fue un chollo, y fue un show. En Estados Unidos, un desliz adúltero es la ruina de una carrera, salvo que te llames Trump, y en Francia el periodismo le da mucha prosa alegre a la vida sentimental de sus líderes, desde Jacques Chirac hasta François Hollande. O Macron. Hollande resultó un león de alegre hoja de servicios, en lo sentimental o erótico, empezando o acabando por la actriz Julie Gayet. El París del poder suele llegar a varias alcobas, e incluso llega, de pronto, a unas deshoras de comisaría, como pasó con Dominique Strauss Kahn. Los inquilinos del Elíseo han dejado fama sucesiva de promiscuos matadores, desde Jacques Chirac, que gustaba de periodistas, a Mitterrand o Giscard d’Estaing, amigo del amor de actrices. Juan Manuel de Prada lo escribió para siempre: «En Francia, el adulterio es un género literario». No veo yo que en España seamos muy dados a propagar la vida privada de los políticos, salvo el golferío que incluso avala la UCO, pero sí gustamos de poner mucha tertulia de peluquería a la existencia de puertas adentro de los famosos, en general. Es lo que se llama crónica de vida social, aunque a menudo es más bien la crónica de la vida más o menos íntima, sólo que sin echar abajo las puertas del domicilio. Quiero decir que en España resulta un género de amenidad el apunte del amor, amorío, matrimonio, o divorcio, pero depende de quién sea el protagonista. Eso, y las fotos del veraneo correspondiente, con más alegría de lo anecdótico que pulpa de lo informativo. Aquí somos muy propensos a elevar el chisme a categoría. Pero dejando los políticos al margen, por lo general. Somos pensadores de peluquería. De modo que nos empleamos mejor con los artistas, o con los populares de concurso o trimestre, si hay menos suerte. A veces, rueda la dulce novedad del embarazo de alguna diputada, o bien nos enteramos de un divorcio de algún senador, pero cuando ya lleva un rato con nueva novia. Son cosas, en general, de la espuma de un momento, de un recodo de relámpago. En tiempos no tan remotos, o remotísimos, le hacíamos el reportaje puntual de fotos a José María Aznar, durante sus veranos en Oropesa, Marbella y Menorca. Allí en Oropesa, quedó inmortalizado bajo la lámina histórica de unos abdominales lucientes, una lámina de alarde apolíneo en la que compartían culpa un entrenador personal, Bernardino Lombao, y un nutricionista de vitola, Rafael Santonja. En España exponemos a veces un rato el álbum de asueto estival de los presidentes, eso sí, pero poco o nada la biografía personal de invierno, acaso porque muy a menudo no hay otra biografía que la biografía a la vista de la afición, o el electorado. Tuvimos foto de Felipe González pillando un velero, en Mallorca, casi al alba, o bien reincidiendo en las calas de La Cabrera, con el purito puesto, y de remate un bañador de plusmarquista. Hay constancia de José Luis Rodríguez Zapatero en Lanzarote, practicando footing, y de su mujer, Sonsoles Espinosa, disfrutando el submarinismo. Son retazos de recreo que ha ido dejando el verano constante de los políticos para los inviernos sucesivos del peatón que somos todos.En otros países, la prensa disfruta de mucho bullicio a propósito de algunos de sus políticos, o gobernantes, como en Italia, donde Berlusconi fue un chollo, y fue un show. En Estados Unidos, un desliz adúltero es la ruina de una carrera, salvo que te llames Trump, y en Francia el periodismo le da mucha prosa alegre a la vida sentimental de sus líderes, desde Jacques Chirac hasta François Hollande. O Macron. Hollande resultó un león de alegre hoja de servicios, en lo sentimental o erótico, empezando o acabando por la actriz Julie Gayet. El París del poder suele llegar a varias alcobas, e incluso llega, de pronto, a unas deshoras de comisaría, como pasó con Dominique Strauss Kahn. Los inquilinos del Elíseo han dejado fama sucesiva de promiscuos matadores, desde Jacques Chirac, que gustaba de periodistas, a Mitterrand o Giscard d’Estaing, amigo del amor de actrices. Juan Manuel de Prada lo escribió para siempre: «En Francia, el adulterio es un género literario». No veo yo que en España seamos muy dados a propagar la vida privada de los políticos, salvo el golferío que incluso avala la UCO, pero sí gustamos de poner mucha tertulia de peluquería a la existencia de puertas adentro de los famosos, en general. Es lo que se llama crónica de vida social, aunque a menudo es más bien la crónica de la vida más o menos íntima, sólo que sin echar abajo las puertas del domicilio. Quiero decir que en España resulta un género de amenidad el apunte del amor, amorío, matrimonio, o divorcio, pero depende de quién sea el protagonista. Eso, y las fotos del veraneo correspondiente, con más alegría de lo anecdótico que pulpa de lo informativo. Aquí somos muy propensos a elevar el chisme a categoría. Pero dejando los políticos al margen, por lo general. Somos pensadores de peluquería. De modo que nos empleamos mejor con los artistas, o con los populares de concurso o trimestre, si hay menos suerte. A veces, rueda la dulce novedad del embarazo de alguna diputada, o bien nos enteramos de un divorcio de algún senador, pero cuando ya lleva un rato con nueva novia. Son cosas, en general, de la espuma de un momento, de un recodo de relámpago. En tiempos no tan remotos, o remotísimos, le hacíamos el reportaje puntual de fotos a José María Aznar, durante sus veranos en Oropesa, Marbella y Menorca. Allí en Oropesa, quedó inmortalizado bajo la lámina histórica de unos abdominales lucientes, una lámina de alarde apolíneo en la que compartían culpa un entrenador personal, Bernardino Lombao, y un nutricionista de vitola, Rafael Santonja. En España exponemos a veces un rato el álbum de asueto estival de los presidentes, eso sí, pero poco o nada la biografía personal de invierno, acaso porque muy a menudo no hay otra biografía que la biografía a la vista de la afición, o el electorado. Tuvimos foto de Felipe González pillando un velero, en Mallorca, casi al alba, o bien reincidiendo en las calas de La Cabrera, con el purito puesto, y de remate un bañador de plusmarquista. Hay constancia de José Luis Rodríguez Zapatero en Lanzarote, practicando footing, y de su mujer, Sonsoles Espinosa, disfrutando el submarinismo. Son retazos de recreo que ha ido dejando el verano constante de los políticos para los inviernos sucesivos del peatón que somos todos.En otros países, la prensa disfruta de mucho bullicio a propósito de algunos de sus políticos, o gobernantes, como en Italia, donde Berlusconi fue un chollo, y fue un show. En Estados Unidos, un desliz adúltero es la ruina de una carrera, salvo que te llames Trump, y en Francia el periodismo le da mucha prosa alegre a la vida sentimental de sus líderes, desde Jacques Chirac hasta François Hollande. O Macron. Hollande resultó un león de alegre hoja de servicios, en lo sentimental o erótico, empezando o acabando por la actriz Julie Gayet. El París del poder suele llegar a varias alcobas, e incluso llega, de pronto, a unas deshoras de comisaría, como pasó con Dominique Strauss Kahn. Los inquilinos del Elíseo han dejado fama sucesiva de promiscuos matadores, desde Jacques Chirac, que gustaba de periodistas, a Mitterrand o Giscard d’Estaing, amigo del amor de actrices. Juan Manuel de Prada lo escribió para siempre: «En Francia, el adulterio es un género literario». RSS de noticias de cultura
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