Ha encontrado el PP en la palabra “mafia” un filón electoral curioso, siempre atentos los partidos a cualquier posibilidad de engrosar el lenguaje y tensar aún más la cuerda: se ve que no se rompe y, si se rompe, la culpa será de otros. Y bajo esa llamada, la de “Mafia y democracia”, convocó en Madrid Alberto Núñez Feijóo (camisa blanca, ya en pleno look Bueu de veraneo), a miles y miles de simpatizantes de todo el país que llegaban en riadas a la plaza de España por la Gran Vía, por Princesa, por Conde Duque. Por esa última, un cartel funcionaba como declaración de intenciones del ambiente: una rata con la cara del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y una larga ristra de adjetivos: “traidor”, “felón”, “corrupto”, “populista” y luego, calmándose la cosa, “soberbio” y “arrogante”. “Imprudente”, faltó. Las peticiones estaban a la altura: “Venimos a que se nos devuelva la democracia. A España se la han arrebatado”, decía un matrimonio de Valencia, Raúl y Elisa, que llegó la noche anterior a Madrid. En el estrado, Ayuso usaba en ese momento su palabra fetiche: “libertad”. Ella no la tiene, dice, para decir lo que va a decir de un momento a otro. Llega la dictadura, avisó, que nadie se lleve las manos a la cabeza: entra “a sorbos”. Y en ese momento, como en una coreografía perfecta, mucha gente bebió porque lo más importante, cuando cambia un régimen, es que te pille hidratado.
Ha encontrado el PP en la palabra “mafia” un filón electoral curioso, siempre atentos los partidos a cualquier posibilidad de engrosar el lenguaje y tensar aún más la cuerda: se ve que no se rompe y, si se rompe, la culpa será de otros
Ha encontrado el PP en la palabra “mafia” un filón electoral curioso, siempre atentos los partidos a cualquier posibilidad de engrosar el lenguaje y tensar aún más la cuerda: se ve que no se rompe y, si se rompe, la culpa será de otros. Y bajo esa llamada, la de “Mafia y democracia”, convocó en Madrid Alberto Núñez Feijóo (camisa blanca, ya en pleno look Bueu de veraneo), a miles y miles de simpatizantes de todo el país que llegaban en riadas a la plaza de España por la Gran Vía, por Princesa, por Conde Duque. Por esa última, un cartel funcionaba como declaración de intenciones del ambiente: una rata con la cara del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y una larga ristra de adjetivos: “traidor”, “felón”, “corrupto”, “populista” y luego, calmándose la cosa, “soberbio” y “arrogante”. “Imprudente”, faltó. Las peticiones estaban a la altura: “Venimos a que se nos devuelva la democracia. A España se la han arrebatado”, decía un matrimonio de Valencia, Raúl y Elisa, que llegó la noche anterior a Madrid. En el estrado, Ayuso usaba en ese momento su palabra fetiche: “libertad”. Ella no la tiene, dice, para decir lo que va a decir de un momento a otro. Llega la dictadura, avisó, que nadie se lleve las manos a la cabeza: entra “a sorbos”. Y en ese momento, como en una coreografía perfecta, mucha gente bebió porque lo más importante, cuando cambia un régimen, es que te pille hidratado.
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