Despertó Pamplona (la parte que se acostó) con un zumbido ensordecedor, un zumbido que, desde primera hora, no se sabe bien si es de resaca o entusiasmo. O de todo a la vez. Hay una marabunta que se ahoga en tinto de verano mucho antes de que estalle el Chupinazo . Se suceden los concursos de camisetas mojadas entre guiris. El reguero blanco, poco a poco, se transforma en un camino morado, con aroma a vino de caja y a botellas de refresco de dos litros que llevan de todo menos fanta. Nadie está libre de salir de casa como una pared recién encalada y llegar embadurnado de bebida morada a granel. Algunos se enfundan en chubasqueros imposibles: no para no mojarse, sino para empinar el codo y beber del gorro del compañero. Qué cosas… En la misma época en la que RTVE presumía de IA. Nada más abandonar Carlos III, a eso de las nueve, una chavala (no tan joven) me lanza un líquido rosado y acabo con las piernas goteando chorros de pegajoso ponche. Ilusa de mí, espero unas disculpas, pero anda que está la criatura como para disculparse: dudo de que recordase ni su nombre. Tras tratar de secarme con un clínex, emprendo el recorrido de los encierros, sintiéndolo y queriendo evadirme del murmullo. Imposible: ni los más sobrios se escapan del delirio colectivo. Es otro mundo, algo que hay que vivir, mientras los teléfonos disparan al famoso cartel de «Faltan…». Dos horas y 49 minutos. Quiñones y Curro, en los Corrales del GasMás allá del jolgorio, de las proclamas políticas –este año, con un Chupinazo teñido de banderas palestinas y la hipocresía de una izquierda abertzale que bendice unas causas mientras ignora otras–, hay un San Fermín que late con fuerza, donde el toro reina sin discusión. Porque, digan lo que digan, sin el toro no hay fiesta, por mucho que el antitaurino Joseba Asiron lo haya relegado al olvido en los vídeos promocionales, junto al pobre San Fermín, patrón silenciado.Noticia Relacionada Con Palestina protagonista estandar Si Bildu cuestiona los toros en unos Sanfermines hechos a su medida Gerard Bono Pamplona ya estaba en el foco mediático antes de su Semana Grande tras el estallido del ‘caso Cerdán’Nos dirigimos a los Corrales del Gas –muchos metros más allá quedaba el tráiler de caballos de Léa Vicens ante su presentación en la Monumental pamplonica–, el sanctasanctórum de esta fiesta. El camino es un río blanco y rojo: fajines con todo tipo de nudos, pañuelicos en la muñeca –faltan dos horas para que los desplieguen–y ese runrún que no cesa. De pronto, tras cruzar el río y llegar a los corrales, el bullicio se desvanece. Aquí, en este rincón de Pamplona, el tiempo parece detenerse. El silencio es casi reverencial, solo roto por algún mugido grave, como un eco de la tormenta eléctrica que la noche del 4 de julio alborotó a los toros de Cebada Gago. Aquel diluvio, con rayos y truenos que parecían el fin del mundo, hizo que los animales se inquietaran y hubo que separarlos. Hoy, sin embargo, descansan todos en calma: da la impresión de que nunca han roto un plato. Pero que se lo pregunten a Quiñones, sabio hombre del campo gaditano, que derrocha simpatía mientras templa los nervios lógicos antes de una cita crucial en Pamplona. Y recuerda que otrora José Tomás formó un lío aquí con la divisa gaditana… Hablamos de la tarde de Aarón Palacio y lamenta la actitud presidencial: «Se merecía las orejas», dice. Y adentra su mirada en sus toros, con la vista puesta en un castaño que les ha traído por la calle de la amargura. Hay otro de similar pelaje de Fuente Ymbro al que tuvieron que apartar de sus hermanos: menuda pieza dorada. Toros de José Escolar ABCÁngel, el mayoral de José Escolar, riega a los imponentes grises «para limpiarlos el barro». Yasin, desde su ‘tribuna’ de vigilante, no se aburre y coge la manguera cuando hay jaleo… Otro jaleo distinto al de la Estafeta y la plaza del Castillo. Aquí, en los Corrales del Gas, el toro infunde un respeto enorme y los turistas se preguntan cómo un hombre puede ponerse en la plaza «delante de tales bestias». Cebada Gago, Jandilla, Victoriano del Río, Escolar, Álvaro Núñez, La Palmosilla… Falta la llegada de los míticos miuras. Sus nombres resuenan como letanías en la boca de los aficionados y los corredores, que hacen cola con una mezcla de devoción y temor. Aunque algún animal está más estrechote por los días en los corrales, parecen esculpidos en puro músculo, con pitones de acero. Sus miradas tienen algo de oracular. Currito ‘Pastor’, el Florito pamplonica, los contempla con devoción, al igual que los mayorales de cada una de las ganaderías que desfilarán en el ruedo de Pamplona los próximos ocho días. Son los guardianes de este culto, donde el toro es el centro de todo. Gentes del campo que no hablan por nombres, sino por números. Hoy, mientras el Chupinazo retumba y la ciudad se desborda, los corrales permanecen como un refugio de solemnidad. Aquí descansa el toro, el dios que no pide permiso, el rey que no necesita corona, el animal que no entiende de colores políticos. Y mientras Pamplona se empapa de vino y cánticos, los corrales guardan el secreto de San Fermín: sin la verdad del toro, todo esto no sería más que ruido. Cuando cierro esta pieza, el amigo Raúl me manda una foto del ‘Diario de Navarra’ de un grupo de chavales con el retrato de Morante como Dios dando la bendición. ¡Viva San Fermín! Despertó Pamplona (la parte que se acostó) con un zumbido ensordecedor, un zumbido que, desde primera hora, no se sabe bien si es de resaca o entusiasmo. O de todo a la vez. Hay una marabunta que se ahoga en tinto de verano mucho antes de que estalle el Chupinazo . Se suceden los concursos de camisetas mojadas entre guiris. El reguero blanco, poco a poco, se transforma en un camino morado, con aroma a vino de caja y a botellas de refresco de dos litros que llevan de todo menos fanta. Nadie está libre de salir de casa como una pared recién encalada y llegar embadurnado de bebida morada a granel. Algunos se enfundan en chubasqueros imposibles: no para no mojarse, sino para empinar el codo y beber del gorro del compañero. Qué cosas… En la misma época en la que RTVE presumía de IA. Nada más abandonar Carlos III, a eso de las nueve, una chavala (no tan joven) me lanza un líquido rosado y acabo con las piernas goteando chorros de pegajoso ponche. Ilusa de mí, espero unas disculpas, pero anda que está la criatura como para disculparse: dudo de que recordase ni su nombre. Tras tratar de secarme con un clínex, emprendo el recorrido de los encierros, sintiéndolo y queriendo evadirme del murmullo. Imposible: ni los más sobrios se escapan del delirio colectivo. Es otro mundo, algo que hay que vivir, mientras los teléfonos disparan al famoso cartel de «Faltan…». Dos horas y 49 minutos. Quiñones y Curro, en los Corrales del GasMás allá del jolgorio, de las proclamas políticas –este año, con un Chupinazo teñido de banderas palestinas y la hipocresía de una izquierda abertzale que bendice unas causas mientras ignora otras–, hay un San Fermín que late con fuerza, donde el toro reina sin discusión. Porque, digan lo que digan, sin el toro no hay fiesta, por mucho que el antitaurino Joseba Asiron lo haya relegado al olvido en los vídeos promocionales, junto al pobre San Fermín, patrón silenciado.Noticia Relacionada Con Palestina protagonista estandar Si Bildu cuestiona los toros en unos Sanfermines hechos a su medida Gerard Bono Pamplona ya estaba en el foco mediático antes de su Semana Grande tras el estallido del ‘caso Cerdán’Nos dirigimos a los Corrales del Gas –muchos metros más allá quedaba el tráiler de caballos de Léa Vicens ante su presentación en la Monumental pamplonica–, el sanctasanctórum de esta fiesta. El camino es un río blanco y rojo: fajines con todo tipo de nudos, pañuelicos en la muñeca –faltan dos horas para que los desplieguen–y ese runrún que no cesa. De pronto, tras cruzar el río y llegar a los corrales, el bullicio se desvanece. Aquí, en este rincón de Pamplona, el tiempo parece detenerse. El silencio es casi reverencial, solo roto por algún mugido grave, como un eco de la tormenta eléctrica que la noche del 4 de julio alborotó a los toros de Cebada Gago. Aquel diluvio, con rayos y truenos que parecían el fin del mundo, hizo que los animales se inquietaran y hubo que separarlos. Hoy, sin embargo, descansan todos en calma: da la impresión de que nunca han roto un plato. Pero que se lo pregunten a Quiñones, sabio hombre del campo gaditano, que derrocha simpatía mientras templa los nervios lógicos antes de una cita crucial en Pamplona. Y recuerda que otrora José Tomás formó un lío aquí con la divisa gaditana… Hablamos de la tarde de Aarón Palacio y lamenta la actitud presidencial: «Se merecía las orejas», dice. Y adentra su mirada en sus toros, con la vista puesta en un castaño que les ha traído por la calle de la amargura. Hay otro de similar pelaje de Fuente Ymbro al que tuvieron que apartar de sus hermanos: menuda pieza dorada. Toros de José Escolar ABCÁngel, el mayoral de José Escolar, riega a los imponentes grises «para limpiarlos el barro». Yasin, desde su ‘tribuna’ de vigilante, no se aburre y coge la manguera cuando hay jaleo… Otro jaleo distinto al de la Estafeta y la plaza del Castillo. Aquí, en los Corrales del Gas, el toro infunde un respeto enorme y los turistas se preguntan cómo un hombre puede ponerse en la plaza «delante de tales bestias». Cebada Gago, Jandilla, Victoriano del Río, Escolar, Álvaro Núñez, La Palmosilla… Falta la llegada de los míticos miuras. Sus nombres resuenan como letanías en la boca de los aficionados y los corredores, que hacen cola con una mezcla de devoción y temor. Aunque algún animal está más estrechote por los días en los corrales, parecen esculpidos en puro músculo, con pitones de acero. Sus miradas tienen algo de oracular. Currito ‘Pastor’, el Florito pamplonica, los contempla con devoción, al igual que los mayorales de cada una de las ganaderías que desfilarán en el ruedo de Pamplona los próximos ocho días. Son los guardianes de este culto, donde el toro es el centro de todo. Gentes del campo que no hablan por nombres, sino por números. Hoy, mientras el Chupinazo retumba y la ciudad se desborda, los corrales permanecen como un refugio de solemnidad. Aquí descansa el toro, el dios que no pide permiso, el rey que no necesita corona, el animal que no entiende de colores políticos. Y mientras Pamplona se empapa de vino y cánticos, los corrales guardan el secreto de San Fermín: sin la verdad del toro, todo esto no sería más que ruido. Cuando cierro esta pieza, el amigo Raúl me manda una foto del ‘Diario de Navarra’ de un grupo de chavales con el retrato de Morante como Dios dando la bendición. ¡Viva San Fermín! Despertó Pamplona (la parte que se acostó) con un zumbido ensordecedor, un zumbido que, desde primera hora, no se sabe bien si es de resaca o entusiasmo. O de todo a la vez. Hay una marabunta que se ahoga en tinto de verano mucho antes de que estalle el Chupinazo . Se suceden los concursos de camisetas mojadas entre guiris. El reguero blanco, poco a poco, se transforma en un camino morado, con aroma a vino de caja y a botellas de refresco de dos litros que llevan de todo menos fanta. Nadie está libre de salir de casa como una pared recién encalada y llegar embadurnado de bebida morada a granel. Algunos se enfundan en chubasqueros imposibles: no para no mojarse, sino para empinar el codo y beber del gorro del compañero. Qué cosas… En la misma época en la que RTVE presumía de IA. Nada más abandonar Carlos III, a eso de las nueve, una chavala (no tan joven) me lanza un líquido rosado y acabo con las piernas goteando chorros de pegajoso ponche. Ilusa de mí, espero unas disculpas, pero anda que está la criatura como para disculparse: dudo de que recordase ni su nombre. Tras tratar de secarme con un clínex, emprendo el recorrido de los encierros, sintiéndolo y queriendo evadirme del murmullo. Imposible: ni los más sobrios se escapan del delirio colectivo. Es otro mundo, algo que hay que vivir, mientras los teléfonos disparan al famoso cartel de «Faltan…». Dos horas y 49 minutos. Quiñones y Curro, en los Corrales del GasMás allá del jolgorio, de las proclamas políticas –este año, con un Chupinazo teñido de banderas palestinas y la hipocresía de una izquierda abertzale que bendice unas causas mientras ignora otras–, hay un San Fermín que late con fuerza, donde el toro reina sin discusión. Porque, digan lo que digan, sin el toro no hay fiesta, por mucho que el antitaurino Joseba Asiron lo haya relegado al olvido en los vídeos promocionales, junto al pobre San Fermín, patrón silenciado.Noticia Relacionada Con Palestina protagonista estandar Si Bildu cuestiona los toros en unos Sanfermines hechos a su medida Gerard Bono Pamplona ya estaba en el foco mediático antes de su Semana Grande tras el estallido del ‘caso Cerdán’Nos dirigimos a los Corrales del Gas –muchos metros más allá quedaba el tráiler de caballos de Léa Vicens ante su presentación en la Monumental pamplonica–, el sanctasanctórum de esta fiesta. El camino es un río blanco y rojo: fajines con todo tipo de nudos, pañuelicos en la muñeca –faltan dos horas para que los desplieguen–y ese runrún que no cesa. De pronto, tras cruzar el río y llegar a los corrales, el bullicio se desvanece. Aquí, en este rincón de Pamplona, el tiempo parece detenerse. El silencio es casi reverencial, solo roto por algún mugido grave, como un eco de la tormenta eléctrica que la noche del 4 de julio alborotó a los toros de Cebada Gago. Aquel diluvio, con rayos y truenos que parecían el fin del mundo, hizo que los animales se inquietaran y hubo que separarlos. Hoy, sin embargo, descansan todos en calma: da la impresión de que nunca han roto un plato. Pero que se lo pregunten a Quiñones, sabio hombre del campo gaditano, que derrocha simpatía mientras templa los nervios lógicos antes de una cita crucial en Pamplona. Y recuerda que otrora José Tomás formó un lío aquí con la divisa gaditana… Hablamos de la tarde de Aarón Palacio y lamenta la actitud presidencial: «Se merecía las orejas», dice. Y adentra su mirada en sus toros, con la vista puesta en un castaño que les ha traído por la calle de la amargura. Hay otro de similar pelaje de Fuente Ymbro al que tuvieron que apartar de sus hermanos: menuda pieza dorada. Toros de José Escolar ABCÁngel, el mayoral de José Escolar, riega a los imponentes grises «para limpiarlos el barro». Yasin, desde su ‘tribuna’ de vigilante, no se aburre y coge la manguera cuando hay jaleo… Otro jaleo distinto al de la Estafeta y la plaza del Castillo. Aquí, en los Corrales del Gas, el toro infunde un respeto enorme y los turistas se preguntan cómo un hombre puede ponerse en la plaza «delante de tales bestias». Cebada Gago, Jandilla, Victoriano del Río, Escolar, Álvaro Núñez, La Palmosilla… Falta la llegada de los míticos miuras. Sus nombres resuenan como letanías en la boca de los aficionados y los corredores, que hacen cola con una mezcla de devoción y temor. Aunque algún animal está más estrechote por los días en los corrales, parecen esculpidos en puro músculo, con pitones de acero. Sus miradas tienen algo de oracular. Currito ‘Pastor’, el Florito pamplonica, los contempla con devoción, al igual que los mayorales de cada una de las ganaderías que desfilarán en el ruedo de Pamplona los próximos ocho días. Son los guardianes de este culto, donde el toro es el centro de todo. Gentes del campo que no hablan por nombres, sino por números. Hoy, mientras el Chupinazo retumba y la ciudad se desborda, los corrales permanecen como un refugio de solemnidad. Aquí descansa el toro, el dios que no pide permiso, el rey que no necesita corona, el animal que no entiende de colores políticos. Y mientras Pamplona se empapa de vino y cánticos, los corrales guardan el secreto de San Fermín: sin la verdad del toro, todo esto no sería más que ruido. Cuando cierro esta pieza, el amigo Raúl me manda una foto del ‘Diario de Navarra’ de un grupo de chavales con el retrato de Morante como Dios dando la bendición. ¡Viva San Fermín! RSS de noticias de cultura
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