La Ciudad Eterna ha prestado el escenario a uno de esos acontecimientos que entran en la memoria colectiva. Quienes estaban en el funeral, 250.000 personas según la Policía italiana , recordarán el lugar exacto que ocupaban en la plaza y lo visitarán de nuevo cada vez que regresen al Vaticano. Los que vieron la bellísima ceremonia por televisión no olvidarán quién los acompañaba mientras seguían a distancia lo que sucedía en Roma. El tiempo dirá si lo que sucedió este soleado sábado pasará a la Historia, pero sin duda, como amaba hacer el Papa Francisco , el encuentro entre líderes mundiales «ha puesto en marcha procesos». Igual que era el Pontífice, su funeral ha sido poliédrico, con evidentes consecuencias tanto para el futuro de la Iglesia católica como de la geopolítica global. Antes de la misa, los hombres y mujeres más poderosos del mundo han desfilado uno a uno ante el ataúd con los restos del Papa Francisco, y por eso quizá un primer milagro del Pontífice argentino ha sido conseguir que se reunieran allí mismo en la basílica el presidente de Estados Unidos, Donald Trump con Volodímir Zelenski. Una «conversación muy productiva», según la Casa Blanca, que duró quince minutos. A un cierto punto se acercaron también el primer ministro británico Keir Starmer y el presidente francés Emmanuel Macron. No se recuerda ninguna otra cumbre política de este alcance celebrada en este lugar de alto voltaje religioso, pero de la necesidad se ha hecho virtud. MÁS INFORMACIÓN noticia No La Fiesta de la Resurrección llena Cibeles de música y oraciones por el Papa: «Él querría que lo viviéramos con alegría»Mientras tanto, en el exterior, se fueron acomodando a la derecha del altar las 150 delegaciones. El protocolo vaticano reservó un lugar destacado en primera fila a los Reyes de España, que saludaron a Donald Trump, muy cerca también de Sergio Mattarella y Javier Milei. Zelenski amortizó la visita, pues además de la foto cordial con Trump se llevó a casa el aplauso unánime de los peregrinos cuando salió a la plaza de San Pedro. Fue el único líder político al que quienes asistieron a la misa ovacionaron. Poco después de las 10 de la mañana la multitud se quedó en silencio cuando se abrieron los portones de la basílica y salió por última vez el ataúd de Francisco en hombros de los sediarios , que caminaban al son de la campana de difuntos. Lo seguían los tres secretarios del Papa y su enfermero, a quien se vio besar el féretro con ternura. Desde entonces, en la plaza se rezó, se lloró y se aplaudió, pero ya sólo por el Papa Francisco. Fue un funeral de Estado que mantuvo la solemnidad vaticana a pesar de los elementos de sobriedad que quiso introducir este Pontífice. Sobre el ataúd se dispuso un Evangelio, para recordar el motor que guio sus pasos. Al lado, un cirio pascual que simboliza la fe en la Resurrección. Presidió la ceremonia el cardenal decano Giovanni Battista Re, el mismo que en el último cónclave, el 13 de marzo de 2013, preguntó al entonces cardenal Bergoglio si aceptaba su elección como Sumo Pontífice.En la homilía, Re hizo un retrato del difunto Papa a través de las grandes líneas que atraviesan su Pontificado. «Su carisma de acogida y escucha, unido a un modo de comportarse propio de la sensibilidad actual, tocó los corazones, buscando despertar las energías morales y espirituales», sintetizó en una de sus primeras pinceladas. «Fue un Papa en medio de la gente, con el corazón abierto a todos. También un Papa atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo suscitaba en la Iglesia», añadió con otro brochazo. Y otro más: «Tenía una gran espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las personas alejadas de la Iglesia».Hablaba mirando hacia los peregrinos, pero sabía que le escuchaban también los cardenales que deberán elegir un nuevo sucesor de Pedro. Probablemente pensando en el futuro de la Iglesia y en el retrato robot de su candidato a Papa, subrayó algunas líneas maestras de Francisco: la «prioridad de la Evangelización», la «impronta misionera», «la alegría del Evangelio» pues, -él decía- no se puede ser «santos con cara de vinagre», «la convicción de que la Iglesia es un hogar para todos con las puertas siempre abiertas», la Iglesia «como hospital de campaña después de una batalla en la que ha habido muchos heridos». Según el cardenal decano, el Papa Francisco deja como legado «una Iglesia deseosa de ocuparse con determinación de los problemas de la gente y de las grandes aflicciones que laceran el mundo contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse sobre cada hombre, más allá de cualquier credo o condición, curando sus heridas». Luego, para que le escucharan los líderes mundiales, mencionó la sensibilidad de Francisco con «los refugiados y desplazados» -palabras que han provocado un enorme aplauso entre los peregrinos-, sus viajes a «Lampedusa, una isla símbolo del drama de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar», a Lesbos y «a la frontera entre México y Estados Unidos»; y la importancia de «construir puentes y no muros». También le aplaudieron cuando mencionó su dedicación por la paz, sus llamadas «a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar posibles soluciones, porque la guerra –decía– es sólo muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas». «La guerra siempre deja al mundo peor que antes: siempre es una derrota dolorosa y trágica para todos», recordó Re.Con ternura, terminó interpelando directamente al Papa Francisco. «Él solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: ‘No se olviden de rezar por mí’. Querido Papa Francisco, ahora te pedimos que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el domingo pasado desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo el pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza», le despidió.Muy pocos han notado los cambios en el ritual. En las rúbricas se han eliminado términos como «Sumo Pontífice» en favor de títulos más sencillos como «Papa», «Obispo de Roma» y «Pastor». La misa ha concluido con el rito de la «triple despedida». Se trata de una primera bendición impartida por el vicario de Roma, Baldo Reina en nombre de la Ciudad Eterna; una segunda por el Patriarca José I Absi en nombre de los católicos que no siguen la tradición latina; y una tercera por el cardenal decano en nombre de toda la Iglesia. La participación de José I Absi es muy expresiva. Es patriarca de Antioquía y todo el Oriente, Alejandría y Jerusalén de los Melquitas, nació en Damasco hace 78 años y preside Caritas en Siria, donde gestiona cuarenta proyectos de ayuda en Damasco, Alepo y Al-Hasaka. Él ha incensado el ataúd, mientras el coro entonaba letanías en arameo y en griego.Poco después de las doce, entre aplausos, el ataúd regresó a la basílica. Era la misma hora a la que se asomaba cada domingo a la plaza. Desde allí abandonó definitivamente el Vaticano, rumbo a Santa María la Mayor . Su último recorrido por las calles de Roma tuvo la misma meta que el de hace apenas un mes, cuando salía del Policlínico Gemelli después de 38 días de hospitalización. Llegaba entonces en el asiento del acompañante de un Fiat 500. Este sábado, el que ha alcanzado este destino final ha sido su cuerpo, ya sin vida, en el féretro acomodado en un papamóvil blanco descubierto. Hace un mes, todavía convaleciente y agotado, no llegó a bajar del coche y dejó un ramo de flores amarillas para que los canónigos lo depositaran a los pies de la Salus populi romani, el ícono de la Virgen María que la tradición atribuye a san Lucas. Hoy, sobre la explanada lo esperaban unas cuarenta personas: un grupo de pobres, necesitados, prostitutas y transexuales, a quienes ha dedicado, en estos doce años de pontificado, sus gestos más llamativos.Ellos le han dado su último adiós y han sido los últimos en despedirle antes de que el féretro con sus restos mortales ingresara en la basílica, donde una pequeña delegación de cardenales y los canónigos rezaron el último responso y presenciaron la ceremonia de la ‘tumulación’, el momento en que el féretro fue depositado en la tumba excavada en el suelo en una capilla lateral construida en el hueco de un armario. Unas 150.000 personas han salido a las calles de Roma para despedirle. Después de atravesar un puente del Tíber, ha llegado hasta Piazza Venezia, los Foros Imperiales y el Coliseo. Luego, ha recorrido la Via Merulana para llegar hasta la cima del monte Esquilino donde está la basílica de Santa María la Mayor. Ha sido un recorrido de poco menos de una hora, a una velocidad ligeramente por encima del «paso humano» que habían anunciado en el Vaticano. Sin embargo, los miles de fieles que se congregaban en todo el recorrido han tenido una última oportunidad de despedirse de Francisco, apostados en las vallas que sellaban el recorrido desde horas antes. La presencia de muchos jóvenes, que en principio tenían prevista su participación en el mismo lugar y hora en la canonización de Carlo Acutis, suspendida por la muerte de Francisco, ha dado el toque de color entre el público, mientras que las autoridades respetaban el luto oficial. «Vinimos el miércoles por la noche y aún pudimos pasar a la capilla ardiente. Ayer fuimos a Monza a ver el cuerpo de Acutis, y hoy hemos podido estar aquí», nos cuentan unos jóvenes de Bachillerato de un instituto de Aluche (Madrid), que han venido acompañados por su profesor de Religión, el padre José Luis.«No he podido asistir al funeral y he preferido esperarle aquí, para verlo más de cerca», nos cuenta un seminarista keniano que lleva desde las diez de la mañana en la zona cercana al Coliseo. «Le admiro mucho, porque su pontificado, más que un proyecto, es un proceso», afirma conmovido. Ciertamente, con 22 años, el pontificado de Francisco ha marcado su vida de vocación. Ahora, tras despedirle «da vicino», tendrá que aprender a vivir bajo otro Papa.Ante el acto de la plaza de San Pedro, el tránsito hasta Santa María la Mayor ha sido un momento muy romano, la última despedida a quien era su obispo. En ese sentido, ha sido una despedida doméstica, al pastor cercano, casi al párroco. Es el caso, a medias, de Katie y Eduardo. Él, madrileño de Chamartín, vive en Roma desde su matrimonio. Lleva mucho tiempo queriendo que sus abuelos vengan a verle, y la fecha que finalmente acordaron era esta semana de Pascua. «Son muy creyentes y quisieron vivir la Semana Santa en casa y han llegado hace unos días, en principio para estar con nosotros y hacer algo de turismo», nos cuenta.Al final, se han encontrado con una experiencia que no esperaban, pero quizá haya sido mejor así. «Con este, ya hemos visto morir a siete papas. Éramos muy pequeños, pero todavía nos acordamos del entierro de Pío XII», cuenta Manolo. «Yo no soy quien para juzgar al Papa, porque en todo lo que ha hecho le ha guiado el Espíritu, como espero que también le guíe a quien le suceda», explica cuando le pedimos una valoración de su pontificado. «Yo lo que llevo peor es estar plantada tanto rato», dice Pilar, mientras su nieto Eduardo la mira con cara de sorpresa. «¡Pero si soy yo quien no les puede seguir el ritmo!», le replica su nieto con una sonrisa. La Ciudad Eterna ha prestado el escenario a uno de esos acontecimientos que entran en la memoria colectiva. Quienes estaban en el funeral, 250.000 personas según la Policía italiana , recordarán el lugar exacto que ocupaban en la plaza y lo visitarán de nuevo cada vez que regresen al Vaticano. Los que vieron la bellísima ceremonia por televisión no olvidarán quién los acompañaba mientras seguían a distancia lo que sucedía en Roma. El tiempo dirá si lo que sucedió este soleado sábado pasará a la Historia, pero sin duda, como amaba hacer el Papa Francisco , el encuentro entre líderes mundiales «ha puesto en marcha procesos». Igual que era el Pontífice, su funeral ha sido poliédrico, con evidentes consecuencias tanto para el futuro de la Iglesia católica como de la geopolítica global. Antes de la misa, los hombres y mujeres más poderosos del mundo han desfilado uno a uno ante el ataúd con los restos del Papa Francisco, y por eso quizá un primer milagro del Pontífice argentino ha sido conseguir que se reunieran allí mismo en la basílica el presidente de Estados Unidos, Donald Trump con Volodímir Zelenski. Una «conversación muy productiva», según la Casa Blanca, que duró quince minutos. A un cierto punto se acercaron también el primer ministro británico Keir Starmer y el presidente francés Emmanuel Macron. No se recuerda ninguna otra cumbre política de este alcance celebrada en este lugar de alto voltaje religioso, pero de la necesidad se ha hecho virtud. MÁS INFORMACIÓN noticia No La Fiesta de la Resurrección llena Cibeles de música y oraciones por el Papa: «Él querría que lo viviéramos con alegría»Mientras tanto, en el exterior, se fueron acomodando a la derecha del altar las 150 delegaciones. El protocolo vaticano reservó un lugar destacado en primera fila a los Reyes de España, que saludaron a Donald Trump, muy cerca también de Sergio Mattarella y Javier Milei. Zelenski amortizó la visita, pues además de la foto cordial con Trump se llevó a casa el aplauso unánime de los peregrinos cuando salió a la plaza de San Pedro. Fue el único líder político al que quienes asistieron a la misa ovacionaron. Poco después de las 10 de la mañana la multitud se quedó en silencio cuando se abrieron los portones de la basílica y salió por última vez el ataúd de Francisco en hombros de los sediarios , que caminaban al son de la campana de difuntos. Lo seguían los tres secretarios del Papa y su enfermero, a quien se vio besar el féretro con ternura. Desde entonces, en la plaza se rezó, se lloró y se aplaudió, pero ya sólo por el Papa Francisco. Fue un funeral de Estado que mantuvo la solemnidad vaticana a pesar de los elementos de sobriedad que quiso introducir este Pontífice. Sobre el ataúd se dispuso un Evangelio, para recordar el motor que guio sus pasos. Al lado, un cirio pascual que simboliza la fe en la Resurrección. Presidió la ceremonia el cardenal decano Giovanni Battista Re, el mismo que en el último cónclave, el 13 de marzo de 2013, preguntó al entonces cardenal Bergoglio si aceptaba su elección como Sumo Pontífice.En la homilía, Re hizo un retrato del difunto Papa a través de las grandes líneas que atraviesan su Pontificado. «Su carisma de acogida y escucha, unido a un modo de comportarse propio de la sensibilidad actual, tocó los corazones, buscando despertar las energías morales y espirituales», sintetizó en una de sus primeras pinceladas. «Fue un Papa en medio de la gente, con el corazón abierto a todos. También un Papa atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo suscitaba en la Iglesia», añadió con otro brochazo. Y otro más: «Tenía una gran espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las personas alejadas de la Iglesia».Hablaba mirando hacia los peregrinos, pero sabía que le escuchaban también los cardenales que deberán elegir un nuevo sucesor de Pedro. Probablemente pensando en el futuro de la Iglesia y en el retrato robot de su candidato a Papa, subrayó algunas líneas maestras de Francisco: la «prioridad de la Evangelización», la «impronta misionera», «la alegría del Evangelio» pues, -él decía- no se puede ser «santos con cara de vinagre», «la convicción de que la Iglesia es un hogar para todos con las puertas siempre abiertas», la Iglesia «como hospital de campaña después de una batalla en la que ha habido muchos heridos». Según el cardenal decano, el Papa Francisco deja como legado «una Iglesia deseosa de ocuparse con determinación de los problemas de la gente y de las grandes aflicciones que laceran el mundo contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse sobre cada hombre, más allá de cualquier credo o condición, curando sus heridas». Luego, para que le escucharan los líderes mundiales, mencionó la sensibilidad de Francisco con «los refugiados y desplazados» -palabras que han provocado un enorme aplauso entre los peregrinos-, sus viajes a «Lampedusa, una isla símbolo del drama de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar», a Lesbos y «a la frontera entre México y Estados Unidos»; y la importancia de «construir puentes y no muros». También le aplaudieron cuando mencionó su dedicación por la paz, sus llamadas «a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar posibles soluciones, porque la guerra –decía– es sólo muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas». «La guerra siempre deja al mundo peor que antes: siempre es una derrota dolorosa y trágica para todos», recordó Re.Con ternura, terminó interpelando directamente al Papa Francisco. «Él solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: ‘No se olviden de rezar por mí’. Querido Papa Francisco, ahora te pedimos que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el domingo pasado desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo el pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza», le despidió.Muy pocos han notado los cambios en el ritual. En las rúbricas se han eliminado términos como «Sumo Pontífice» en favor de títulos más sencillos como «Papa», «Obispo de Roma» y «Pastor». La misa ha concluido con el rito de la «triple despedida». Se trata de una primera bendición impartida por el vicario de Roma, Baldo Reina en nombre de la Ciudad Eterna; una segunda por el Patriarca José I Absi en nombre de los católicos que no siguen la tradición latina; y una tercera por el cardenal decano en nombre de toda la Iglesia. La participación de José I Absi es muy expresiva. Es patriarca de Antioquía y todo el Oriente, Alejandría y Jerusalén de los Melquitas, nació en Damasco hace 78 años y preside Caritas en Siria, donde gestiona cuarenta proyectos de ayuda en Damasco, Alepo y Al-Hasaka. Él ha incensado el ataúd, mientras el coro entonaba letanías en arameo y en griego.Poco después de las doce, entre aplausos, el ataúd regresó a la basílica. Era la misma hora a la que se asomaba cada domingo a la plaza. Desde allí abandonó definitivamente el Vaticano, rumbo a Santa María la Mayor . Su último recorrido por las calles de Roma tuvo la misma meta que el de hace apenas un mes, cuando salía del Policlínico Gemelli después de 38 días de hospitalización. Llegaba entonces en el asiento del acompañante de un Fiat 500. Este sábado, el que ha alcanzado este destino final ha sido su cuerpo, ya sin vida, en el féretro acomodado en un papamóvil blanco descubierto. Hace un mes, todavía convaleciente y agotado, no llegó a bajar del coche y dejó un ramo de flores amarillas para que los canónigos lo depositaran a los pies de la Salus populi romani, el ícono de la Virgen María que la tradición atribuye a san Lucas. Hoy, sobre la explanada lo esperaban unas cuarenta personas: un grupo de pobres, necesitados, prostitutas y transexuales, a quienes ha dedicado, en estos doce años de pontificado, sus gestos más llamativos.Ellos le han dado su último adiós y han sido los últimos en despedirle antes de que el féretro con sus restos mortales ingresara en la basílica, donde una pequeña delegación de cardenales y los canónigos rezaron el último responso y presenciaron la ceremonia de la ‘tumulación’, el momento en que el féretro fue depositado en la tumba excavada en el suelo en una capilla lateral construida en el hueco de un armario. Unas 150.000 personas han salido a las calles de Roma para despedirle. Después de atravesar un puente del Tíber, ha llegado hasta Piazza Venezia, los Foros Imperiales y el Coliseo. Luego, ha recorrido la Via Merulana para llegar hasta la cima del monte Esquilino donde está la basílica de Santa María la Mayor. Ha sido un recorrido de poco menos de una hora, a una velocidad ligeramente por encima del «paso humano» que habían anunciado en el Vaticano. Sin embargo, los miles de fieles que se congregaban en todo el recorrido han tenido una última oportunidad de despedirse de Francisco, apostados en las vallas que sellaban el recorrido desde horas antes. La presencia de muchos jóvenes, que en principio tenían prevista su participación en el mismo lugar y hora en la canonización de Carlo Acutis, suspendida por la muerte de Francisco, ha dado el toque de color entre el público, mientras que las autoridades respetaban el luto oficial. «Vinimos el miércoles por la noche y aún pudimos pasar a la capilla ardiente. Ayer fuimos a Monza a ver el cuerpo de Acutis, y hoy hemos podido estar aquí», nos cuentan unos jóvenes de Bachillerato de un instituto de Aluche (Madrid), que han venido acompañados por su profesor de Religión, el padre José Luis.«No he podido asistir al funeral y he preferido esperarle aquí, para verlo más de cerca», nos cuenta un seminarista keniano que lleva desde las diez de la mañana en la zona cercana al Coliseo. «Le admiro mucho, porque su pontificado, más que un proyecto, es un proceso», afirma conmovido. Ciertamente, con 22 años, el pontificado de Francisco ha marcado su vida de vocación. Ahora, tras despedirle «da vicino», tendrá que aprender a vivir bajo otro Papa.Ante el acto de la plaza de San Pedro, el tránsito hasta Santa María la Mayor ha sido un momento muy romano, la última despedida a quien era su obispo. En ese sentido, ha sido una despedida doméstica, al pastor cercano, casi al párroco. Es el caso, a medias, de Katie y Eduardo. Él, madrileño de Chamartín, vive en Roma desde su matrimonio. Lleva mucho tiempo queriendo que sus abuelos vengan a verle, y la fecha que finalmente acordaron era esta semana de Pascua. «Son muy creyentes y quisieron vivir la Semana Santa en casa y han llegado hace unos días, en principio para estar con nosotros y hacer algo de turismo», nos cuenta.Al final, se han encontrado con una experiencia que no esperaban, pero quizá haya sido mejor así. «Con este, ya hemos visto morir a siete papas. Éramos muy pequeños, pero todavía nos acordamos del entierro de Pío XII», cuenta Manolo. «Yo no soy quien para juzgar al Papa, porque en todo lo que ha hecho le ha guiado el Espíritu, como espero que también le guíe a quien le suceda», explica cuando le pedimos una valoración de su pontificado. «Yo lo que llevo peor es estar plantada tanto rato», dice Pilar, mientras su nieto Eduardo la mira con cara de sorpresa. «¡Pero si soy yo quien no les puede seguir el ritmo!», le replica su nieto con una sonrisa. La Ciudad Eterna ha prestado el escenario a uno de esos acontecimientos que entran en la memoria colectiva. Quienes estaban en el funeral, 250.000 personas según la Policía italiana , recordarán el lugar exacto que ocupaban en la plaza y lo visitarán de nuevo cada vez que regresen al Vaticano. Los que vieron la bellísima ceremonia por televisión no olvidarán quién los acompañaba mientras seguían a distancia lo que sucedía en Roma. El tiempo dirá si lo que sucedió este soleado sábado pasará a la Historia, pero sin duda, como amaba hacer el Papa Francisco , el encuentro entre líderes mundiales «ha puesto en marcha procesos». Igual que era el Pontífice, su funeral ha sido poliédrico, con evidentes consecuencias tanto para el futuro de la Iglesia católica como de la geopolítica global. Antes de la misa, los hombres y mujeres más poderosos del mundo han desfilado uno a uno ante el ataúd con los restos del Papa Francisco, y por eso quizá un primer milagro del Pontífice argentino ha sido conseguir que se reunieran allí mismo en la basílica el presidente de Estados Unidos, Donald Trump con Volodímir Zelenski. Una «conversación muy productiva», según la Casa Blanca, que duró quince minutos. A un cierto punto se acercaron también el primer ministro británico Keir Starmer y el presidente francés Emmanuel Macron. No se recuerda ninguna otra cumbre política de este alcance celebrada en este lugar de alto voltaje religioso, pero de la necesidad se ha hecho virtud. MÁS INFORMACIÓN noticia No La Fiesta de la Resurrección llena Cibeles de música y oraciones por el Papa: «Él querría que lo viviéramos con alegría»Mientras tanto, en el exterior, se fueron acomodando a la derecha del altar las 150 delegaciones. El protocolo vaticano reservó un lugar destacado en primera fila a los Reyes de España, que saludaron a Donald Trump, muy cerca también de Sergio Mattarella y Javier Milei. Zelenski amortizó la visita, pues además de la foto cordial con Trump se llevó a casa el aplauso unánime de los peregrinos cuando salió a la plaza de San Pedro. Fue el único líder político al que quienes asistieron a la misa ovacionaron. Poco después de las 10 de la mañana la multitud se quedó en silencio cuando se abrieron los portones de la basílica y salió por última vez el ataúd de Francisco en hombros de los sediarios , que caminaban al son de la campana de difuntos. Lo seguían los tres secretarios del Papa y su enfermero, a quien se vio besar el féretro con ternura. Desde entonces, en la plaza se rezó, se lloró y se aplaudió, pero ya sólo por el Papa Francisco. Fue un funeral de Estado que mantuvo la solemnidad vaticana a pesar de los elementos de sobriedad que quiso introducir este Pontífice. Sobre el ataúd se dispuso un Evangelio, para recordar el motor que guio sus pasos. Al lado, un cirio pascual que simboliza la fe en la Resurrección. Presidió la ceremonia el cardenal decano Giovanni Battista Re, el mismo que en el último cónclave, el 13 de marzo de 2013, preguntó al entonces cardenal Bergoglio si aceptaba su elección como Sumo Pontífice.En la homilía, Re hizo un retrato del difunto Papa a través de las grandes líneas que atraviesan su Pontificado. «Su carisma de acogida y escucha, unido a un modo de comportarse propio de la sensibilidad actual, tocó los corazones, buscando despertar las energías morales y espirituales», sintetizó en una de sus primeras pinceladas. «Fue un Papa en medio de la gente, con el corazón abierto a todos. También un Papa atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo suscitaba en la Iglesia», añadió con otro brochazo. Y otro más: «Tenía una gran espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las personas alejadas de la Iglesia».Hablaba mirando hacia los peregrinos, pero sabía que le escuchaban también los cardenales que deberán elegir un nuevo sucesor de Pedro. Probablemente pensando en el futuro de la Iglesia y en el retrato robot de su candidato a Papa, subrayó algunas líneas maestras de Francisco: la «prioridad de la Evangelización», la «impronta misionera», «la alegría del Evangelio» pues, -él decía- no se puede ser «santos con cara de vinagre», «la convicción de que la Iglesia es un hogar para todos con las puertas siempre abiertas», la Iglesia «como hospital de campaña después de una batalla en la que ha habido muchos heridos». Según el cardenal decano, el Papa Francisco deja como legado «una Iglesia deseosa de ocuparse con determinación de los problemas de la gente y de las grandes aflicciones que laceran el mundo contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse sobre cada hombre, más allá de cualquier credo o condición, curando sus heridas». Luego, para que le escucharan los líderes mundiales, mencionó la sensibilidad de Francisco con «los refugiados y desplazados» -palabras que han provocado un enorme aplauso entre los peregrinos-, sus viajes a «Lampedusa, una isla símbolo del drama de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar», a Lesbos y «a la frontera entre México y Estados Unidos»; y la importancia de «construir puentes y no muros». También le aplaudieron cuando mencionó su dedicación por la paz, sus llamadas «a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar posibles soluciones, porque la guerra –decía– es sólo muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas». «La guerra siempre deja al mundo peor que antes: siempre es una derrota dolorosa y trágica para todos», recordó Re.Con ternura, terminó interpelando directamente al Papa Francisco. «Él solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: ‘No se olviden de rezar por mí’. Querido Papa Francisco, ahora te pedimos que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el domingo pasado desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo el pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza», le despidió.Muy pocos han notado los cambios en el ritual. En las rúbricas se han eliminado términos como «Sumo Pontífice» en favor de títulos más sencillos como «Papa», «Obispo de Roma» y «Pastor». La misa ha concluido con el rito de la «triple despedida». Se trata de una primera bendición impartida por el vicario de Roma, Baldo Reina en nombre de la Ciudad Eterna; una segunda por el Patriarca José I Absi en nombre de los católicos que no siguen la tradición latina; y una tercera por el cardenal decano en nombre de toda la Iglesia. La participación de José I Absi es muy expresiva. Es patriarca de Antioquía y todo el Oriente, Alejandría y Jerusalén de los Melquitas, nació en Damasco hace 78 años y preside Caritas en Siria, donde gestiona cuarenta proyectos de ayuda en Damasco, Alepo y Al-Hasaka. Él ha incensado el ataúd, mientras el coro entonaba letanías en arameo y en griego.Poco después de las doce, entre aplausos, el ataúd regresó a la basílica. Era la misma hora a la que se asomaba cada domingo a la plaza. Desde allí abandonó definitivamente el Vaticano, rumbo a Santa María la Mayor . Su último recorrido por las calles de Roma tuvo la misma meta que el de hace apenas un mes, cuando salía del Policlínico Gemelli después de 38 días de hospitalización. Llegaba entonces en el asiento del acompañante de un Fiat 500. Este sábado, el que ha alcanzado este destino final ha sido su cuerpo, ya sin vida, en el féretro acomodado en un papamóvil blanco descubierto. Hace un mes, todavía convaleciente y agotado, no llegó a bajar del coche y dejó un ramo de flores amarillas para que los canónigos lo depositaran a los pies de la Salus populi romani, el ícono de la Virgen María que la tradición atribuye a san Lucas. Hoy, sobre la explanada lo esperaban unas cuarenta personas: un grupo de pobres, necesitados, prostitutas y transexuales, a quienes ha dedicado, en estos doce años de pontificado, sus gestos más llamativos.Ellos le han dado su último adiós y han sido los últimos en despedirle antes de que el féretro con sus restos mortales ingresara en la basílica, donde una pequeña delegación de cardenales y los canónigos rezaron el último responso y presenciaron la ceremonia de la ‘tumulación’, el momento en que el féretro fue depositado en la tumba excavada en el suelo en una capilla lateral construida en el hueco de un armario. Unas 150.000 personas han salido a las calles de Roma para despedirle. Después de atravesar un puente del Tíber, ha llegado hasta Piazza Venezia, los Foros Imperiales y el Coliseo. Luego, ha recorrido la Via Merulana para llegar hasta la cima del monte Esquilino donde está la basílica de Santa María la Mayor. Ha sido un recorrido de poco menos de una hora, a una velocidad ligeramente por encima del «paso humano» que habían anunciado en el Vaticano. Sin embargo, los miles de fieles que se congregaban en todo el recorrido han tenido una última oportunidad de despedirse de Francisco, apostados en las vallas que sellaban el recorrido desde horas antes. La presencia de muchos jóvenes, que en principio tenían prevista su participación en el mismo lugar y hora en la canonización de Carlo Acutis, suspendida por la muerte de Francisco, ha dado el toque de color entre el público, mientras que las autoridades respetaban el luto oficial. «Vinimos el miércoles por la noche y aún pudimos pasar a la capilla ardiente. Ayer fuimos a Monza a ver el cuerpo de Acutis, y hoy hemos podido estar aquí», nos cuentan unos jóvenes de Bachillerato de un instituto de Aluche (Madrid), que han venido acompañados por su profesor de Religión, el padre José Luis.«No he podido asistir al funeral y he preferido esperarle aquí, para verlo más de cerca», nos cuenta un seminarista keniano que lleva desde las diez de la mañana en la zona cercana al Coliseo. «Le admiro mucho, porque su pontificado, más que un proyecto, es un proceso», afirma conmovido. Ciertamente, con 22 años, el pontificado de Francisco ha marcado su vida de vocación. Ahora, tras despedirle «da vicino», tendrá que aprender a vivir bajo otro Papa.Ante el acto de la plaza de San Pedro, el tránsito hasta Santa María la Mayor ha sido un momento muy romano, la última despedida a quien era su obispo. En ese sentido, ha sido una despedida doméstica, al pastor cercano, casi al párroco. Es el caso, a medias, de Katie y Eduardo. Él, madrileño de Chamartín, vive en Roma desde su matrimonio. Lleva mucho tiempo queriendo que sus abuelos vengan a verle, y la fecha que finalmente acordaron era esta semana de Pascua. «Son muy creyentes y quisieron vivir la Semana Santa en casa y han llegado hace unos días, en principio para estar con nosotros y hacer algo de turismo», nos cuenta.Al final, se han encontrado con una experiencia que no esperaban, pero quizá haya sido mejor así. «Con este, ya hemos visto morir a siete papas. Éramos muy pequeños, pero todavía nos acordamos del entierro de Pío XII», cuenta Manolo. «Yo no soy quien para juzgar al Papa, porque en todo lo que ha hecho le ha guiado el Espíritu, como espero que también le guíe a quien le suceda», explica cuando le pedimos una valoración de su pontificado. «Yo lo que llevo peor es estar plantada tanto rato», dice Pilar, mientras su nieto Eduardo la mira con cara de sorpresa. «¡Pero si soy yo quien no les puede seguir el ritmo!», le replica su nieto con una sonrisa. RSS de noticias de sociedad
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