El nombramiento como primer ministro del centrista François Bayrou, un macronista de primera hora, tras el estrepitoso fracaso del efímero Gobierno del conservador Michel Barnier, demuestra una vez más el empeño del presidente Macron, por si faltaran pruebas, en no reconocer el resultado expresado en las urnas el pasado 7 de julio. Por mucho que la coalición de izquierdas, el Nuevo Frente Popular (NFP), no consiguiera entonces la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, el hecho de haber obtenido más apoyos la convertía de facto, y de acuerdo con la tradición institucional francesa, en la fuerza política con más legitimidad para intentar formar Gobierno. Pero Júpiter no lo consideró así entonces ni lo hace hoy, encerrado en una forma de negación y de rechazo de la alternancia que a estas alturas resulta casi patológica y preocupante desde el punto de vista democrático. El presidente francés, causante de la desestabilización sin precedentes que viven las instituciones de la V República, parece incapaz de asumir el rechazo expresado de forma nítida por los franceses a sus políticas en las últimas legislativas, en las que perdió casi un centenar de diputados.
François Bayrou, un macronista desde el primer momento, no encarna, ni de lejos, el cambio político que pidieron los franceses en las legislativas del pasado junio
El nombramiento como primer ministro del centrista François Bayrou, un macronista de primera hora, tras el estrepitoso fracaso del efímero Gobierno del conservador Michel Barnier, demuestra una vez más el empeño del presidente Macron, por si faltaran pruebas, en no reconocer el resultado expresado en las urnas el pasado 7 de julio. Por mucho que la coalición de izquierdas, el Nuevo Frente Popular (NFP), no consiguiera entonces la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, el hecho de haber obtenido más apoyos la convertía de facto, y de acuerdo con la tradición institucional francesa, en la fuerza política con más legitimidad para intentar formar Gobierno. Pero Júpiter no lo consideró así entonces ni lo hace hoy, encerrado en una forma de negación y de rechazo de la alternancia que a estas alturas resulta casi patológica y preocupante desde el punto de vista democrático. El presidente francés, causante de la desestabilización sin precedentes que viven las instituciones de la V República, parece incapaz de asumir el rechazo expresado de forma nítida por los franceses a sus políticas en las últimas legislativas, en las que perdió casi un centenar de diputados.
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