Muchos desdeñan la moda como una frivolidad más de la sociedad de consumo, pero se equivocan. Ella ha evolucionado enormemente a través de los tiempos, pero sobre todo en los últimos dos siglos, cargándose de sentido político y responsabilidad social, como bien lo explica Gilles Lipovetsky en un artículo de 2020 en ‘El País’. El filósofo y sociólogo francés señala cómo la moda permite cada vez más expresar la singularidad del individuo, y la más militante libera de estereotipos a la mujer y también a muchos grupos étnicos y de sexualidad diversa, a la vez que conquista libertad y comodidad. Esa moda comprometida aboga por la producción responsable y el reciclaje, por la protección animal —ya nadie se atrevería a usar pieles genuinas— y también por causas como «combatir el racismo contra los negros o los gitanos, o las que denuncian la falta de diversidad (…) y la escasez de modelos de color en las pasarelas de los desfiles». En fin. La moda no solo se ha democratizado, sino que una parte de la industria comprende cada vez más que debe cumplir una función social. Lo cual no quiere decir que la conciencia del consumidor sea todavía aquella a la que se aspira: la mayoría compra sin tener en cuenta que muchos productos fueron producidos en condiciones inhumanas, y desecha a la velocidad de las últimas tendencias. Inevitablemente, también, la moda sigue siendo signo de poder y estatus. Para decirlo con palabras de Susan Sontag: el fallo es de la imaginación, de la empatía ante el dolor de los demásA mí, por ejemplo, me resulta bastante repugnante lo que vemos en la fiesta de gala del Met. Mucha creatividad, sí, pero también mucho derroche y mucha decadencia. Ahora bien: la sociedad de consumo se vale de mucho engaño, y la industria de la moda y muchos diseñadores disfrazan de interés por lo ecológico, lo popular o lo político lo que solo es un gancho para su despliegue publicitario. En Colombia no hace mucho tuvimos un caso que lo ejemplifica perfectamente: el diseñador Ricardo Pava presentó en el Bogotá Fashion Week una colección inspirada en los migrantes que cruzan el Darién, un territorio fronterizo, selvático y pantanoso, por donde se desplazan los que intentan llegar a Estados Unidos. En el Darién hombres, mujeres y niños mueren diariamente debido a las atroces condiciones, y los que transitan cargados de corotos por este lugar agreste suelen encontrar cadáveres de los que sucumbieron por el camino. Además, las bandas delincuenciales los extorsionan, los roban y violan mujeres y niñas. La situación oprobiosa de los migrantes de todas las nacionalidades, que los dos Estados no han podido controlar, indigna y entristece. Por eso resulta tan ignominiosa la idea del diseñador de hacer desfilar a sus modelos con la supuesta indumentaria del que migra y los tenis llenos de barro. La gente reaccionó con furia y la prensa recordó a los muchos que han comercializado el sufrimiento, como Benetton, que en una campaña publicitaria del 2018 usó, para promocionar sus diseños, imágenes reales de migrantes rescatados del Mediterráneo que llevaban prendas coloridas. ¿De dónde nace tanta inconciencia? Para decirlo con palabras de Susan Sontag : el fallo es de la imaginación, de la empatía ante el dolor de los demás. Muchos desdeñan la moda como una frivolidad más de la sociedad de consumo, pero se equivocan. Ella ha evolucionado enormemente a través de los tiempos, pero sobre todo en los últimos dos siglos, cargándose de sentido político y responsabilidad social, como bien lo explica Gilles Lipovetsky en un artículo de 2020 en ‘El País’. El filósofo y sociólogo francés señala cómo la moda permite cada vez más expresar la singularidad del individuo, y la más militante libera de estereotipos a la mujer y también a muchos grupos étnicos y de sexualidad diversa, a la vez que conquista libertad y comodidad. Esa moda comprometida aboga por la producción responsable y el reciclaje, por la protección animal —ya nadie se atrevería a usar pieles genuinas— y también por causas como «combatir el racismo contra los negros o los gitanos, o las que denuncian la falta de diversidad (…) y la escasez de modelos de color en las pasarelas de los desfiles». En fin. La moda no solo se ha democratizado, sino que una parte de la industria comprende cada vez más que debe cumplir una función social. Lo cual no quiere decir que la conciencia del consumidor sea todavía aquella a la que se aspira: la mayoría compra sin tener en cuenta que muchos productos fueron producidos en condiciones inhumanas, y desecha a la velocidad de las últimas tendencias. Inevitablemente, también, la moda sigue siendo signo de poder y estatus. Para decirlo con palabras de Susan Sontag: el fallo es de la imaginación, de la empatía ante el dolor de los demásA mí, por ejemplo, me resulta bastante repugnante lo que vemos en la fiesta de gala del Met. Mucha creatividad, sí, pero también mucho derroche y mucha decadencia. Ahora bien: la sociedad de consumo se vale de mucho engaño, y la industria de la moda y muchos diseñadores disfrazan de interés por lo ecológico, lo popular o lo político lo que solo es un gancho para su despliegue publicitario. En Colombia no hace mucho tuvimos un caso que lo ejemplifica perfectamente: el diseñador Ricardo Pava presentó en el Bogotá Fashion Week una colección inspirada en los migrantes que cruzan el Darién, un territorio fronterizo, selvático y pantanoso, por donde se desplazan los que intentan llegar a Estados Unidos. En el Darién hombres, mujeres y niños mueren diariamente debido a las atroces condiciones, y los que transitan cargados de corotos por este lugar agreste suelen encontrar cadáveres de los que sucumbieron por el camino. Además, las bandas delincuenciales los extorsionan, los roban y violan mujeres y niñas. La situación oprobiosa de los migrantes de todas las nacionalidades, que los dos Estados no han podido controlar, indigna y entristece. Por eso resulta tan ignominiosa la idea del diseñador de hacer desfilar a sus modelos con la supuesta indumentaria del que migra y los tenis llenos de barro. La gente reaccionó con furia y la prensa recordó a los muchos que han comercializado el sufrimiento, como Benetton, que en una campaña publicitaria del 2018 usó, para promocionar sus diseños, imágenes reales de migrantes rescatados del Mediterráneo que llevaban prendas coloridas. ¿De dónde nace tanta inconciencia? Para decirlo con palabras de Susan Sontag : el fallo es de la imaginación, de la empatía ante el dolor de los demás. Muchos desdeñan la moda como una frivolidad más de la sociedad de consumo, pero se equivocan. Ella ha evolucionado enormemente a través de los tiempos, pero sobre todo en los últimos dos siglos, cargándose de sentido político y responsabilidad social, como bien lo explica Gilles Lipovetsky en un artículo de 2020 en ‘El País’. El filósofo y sociólogo francés señala cómo la moda permite cada vez más expresar la singularidad del individuo, y la más militante libera de estereotipos a la mujer y también a muchos grupos étnicos y de sexualidad diversa, a la vez que conquista libertad y comodidad. Esa moda comprometida aboga por la producción responsable y el reciclaje, por la protección animal —ya nadie se atrevería a usar pieles genuinas— y también por causas como «combatir el racismo contra los negros o los gitanos, o las que denuncian la falta de diversidad (…) y la escasez de modelos de color en las pasarelas de los desfiles». En fin. La moda no solo se ha democratizado, sino que una parte de la industria comprende cada vez más que debe cumplir una función social. Lo cual no quiere decir que la conciencia del consumidor sea todavía aquella a la que se aspira: la mayoría compra sin tener en cuenta que muchos productos fueron producidos en condiciones inhumanas, y desecha a la velocidad de las últimas tendencias. Inevitablemente, también, la moda sigue siendo signo de poder y estatus. Para decirlo con palabras de Susan Sontag: el fallo es de la imaginación, de la empatía ante el dolor de los demásA mí, por ejemplo, me resulta bastante repugnante lo que vemos en la fiesta de gala del Met. Mucha creatividad, sí, pero también mucho derroche y mucha decadencia. Ahora bien: la sociedad de consumo se vale de mucho engaño, y la industria de la moda y muchos diseñadores disfrazan de interés por lo ecológico, lo popular o lo político lo que solo es un gancho para su despliegue publicitario. En Colombia no hace mucho tuvimos un caso que lo ejemplifica perfectamente: el diseñador Ricardo Pava presentó en el Bogotá Fashion Week una colección inspirada en los migrantes que cruzan el Darién, un territorio fronterizo, selvático y pantanoso, por donde se desplazan los que intentan llegar a Estados Unidos. En el Darién hombres, mujeres y niños mueren diariamente debido a las atroces condiciones, y los que transitan cargados de corotos por este lugar agreste suelen encontrar cadáveres de los que sucumbieron por el camino. Además, las bandas delincuenciales los extorsionan, los roban y violan mujeres y niñas. La situación oprobiosa de los migrantes de todas las nacionalidades, que los dos Estados no han podido controlar, indigna y entristece. Por eso resulta tan ignominiosa la idea del diseñador de hacer desfilar a sus modelos con la supuesta indumentaria del que migra y los tenis llenos de barro. La gente reaccionó con furia y la prensa recordó a los muchos que han comercializado el sufrimiento, como Benetton, que en una campaña publicitaria del 2018 usó, para promocionar sus diseños, imágenes reales de migrantes rescatados del Mediterráneo que llevaban prendas coloridas. ¿De dónde nace tanta inconciencia? Para decirlo con palabras de Susan Sontag : el fallo es de la imaginación, de la empatía ante el dolor de los demás. RSS de noticias de cultura
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