El levante arrasaba con sombrillas, con chanclas y con toallas en la playa de la Puntilla. Tres aficionados, rebozados en arena, hablaban de toros junto al espigón y se preguntaban cómo iban a manejar los trastos los de luces con ese vendaval. Y Morante les respondió con el capote cosido al alma, con unas verónicas en la que ni un sextante hubiese podido diferenciar dónde empezaba el toro y dónde el torero. Eran uno solo: lances como constelaciones. Silabeadas, eternas, parieron las chicuelinas en el galleo, pero donde el tiempo se detuvo fue en los delantales, con una media primorosa. Un faro de luz en plena tempestad aquella faena de pureza aunque no inmaculada: era imposible la limpieza con tan violento Eolo y hubo varios enganchones. De la ganadería de El Juli era el toro y para la gran figura de Madrid fue el brindis. Se le había colado el humillador Derivo por la derecha y, tras andarle con galanura –arrebatado, levantó las palmas por bulerías–, se plantó con la zurda. Aquellos naturales eran ese mar que quiere limpiar la cubierta de un barco de sal y mugre. Tanta era su pureza, tanta su reunión, que hacía olvidar los enganchones y aquellos amables pitones, demasiado justos para un cartel de esta categoría. Para un maestro de tanta categoría, que se pasó por las femorales la embestida diestra, tragando y aguantando, con una sinceridad brutal. Entre las rayas tuvo que ser la faena, con esos muletazos que buscaban la muerte en la cadera. Abandonado el de La Puebla, con rectitud de vela en la hora final. Trasera cayó la espada, que desató la mayor pañolada de esta temporada portuense, con el ‘No hay billetes’ en taquilla al reclamo morantista. Gallito, que es su dios, sonó en aquella pieza, premiada con las dos orejas. Ojo a lo bien que lidió Curro Javier a Derivo, que sacó un fondo humillador estupendo y fue uno de los toros notables del variado sexteto del Freixo.Otra vez tocaron por bulerías antes de la salida del más cuajado cuarto, que rompió las tablas mientras Morante se enredaba en su propio capote. Poco pareció agradarle Laureado, al que dejó que zurraran en el peto. Andando iba este cuarto, poco claro, de esos que desconciertan, midiendo en la lidia de Domínguez. Brindó el genio sevillano a Joaquín. De bético a bético. Y descorchó pegado a las tablas con unos ayudados de más intención que brillo. Una belleza la ronda diestra inicial, rotando como un compás. Vertical, inmenso, haciendo al toro con maestría, con un valor conmovedor. La grandeza de la tarde llegó prendida a su izquierda, con naturales a pies juntos que crecieron como olas hasta ese último, macizo como ninguno. La quintaesencia del tarro derramado. Ni el levante cabía en aquel mundo que guiaban sus yemas. «¡Viva la madre que te parió!», le gritaron mientras buscaban ya los pañuelos. Tuvieron que guardarse cuando el acero no entró. Capote y toalla en mano, saludó una fortísima ovación. Renqueaba el segundo de los cuartos traseros y se le coló a Talavante en los estatuarios por el zurdo mientras el extremeño improvisaba con listeza una espaldina. Valiente y entregada su labor, en la que logró que el toro rompiese hacia delante con chispa alejandrina. Aunque insistió a babor, el pitón era el derecho y por ahí viajaron los muletazos más largos. Las manoletinas pusieron el broche a una faena vivida con pasión en el público, pero el acero le privó del premio. Los dos se embolsaría –por petición popular– del buen quinto, al que no le cogió el aire, pero conectó en los de pecho mirando a la galería. Y se aupó a hombros junto a Morante sin haber cuajado ni una serie ni con el temple de su saludo capotero. Despacito, despacito antes del siete que abrió el piquero al del Freixo, de más notable embroque que despedida. El Puerto de Santa María Real Plaza. Domingo, 3 de agosto de 2025. Tercera corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros del Freixo (propiedad de El Juli), desiguales de presencia y juego; destacaron 1º, 2º y 5º, premiado con la vuelta en el arrastre. Morante de la Puebla, de burdeos y oro: estcada trasera desprendida (dos orejas); tres pinchazos y estocada corta defectuosa (saludos). Alejandro Talavante, de pistacho y oro: pinchazo a toro arrancado, bajonazo y dos descabellos (saludos); estocada desprendida (dos orejas). Juan Ortega, de visón y oro: estocada caída con derrame (saludos); estocada caída (ovación de de despedida).Nada vibrante pormetía el mansito tercero, tan desentendido. Alcohólico se llamaba y estaba claro que no habría borrachera de toreo con animal tan obediente como sosaina. Andándole toreramente comenzó Juan Ortega, pero tan justa era la casta del toro que, pese a las ganas que le puso el trianero, aquello no dijo nada. Suyo fue el lote más deslucido y no remontó en un sexto que echó pronto la persiana. A pie se marchó mientras se abría la puerta grande para Morante y Talavante. De distinto peso, de distinto son. Todavía se hablaba en la plaza de lo de Aguado… La belleza más natural. El levante arrasaba con sombrillas, con chanclas y con toallas en la playa de la Puntilla. Tres aficionados, rebozados en arena, hablaban de toros junto al espigón y se preguntaban cómo iban a manejar los trastos los de luces con ese vendaval. Y Morante les respondió con el capote cosido al alma, con unas verónicas en la que ni un sextante hubiese podido diferenciar dónde empezaba el toro y dónde el torero. Eran uno solo: lances como constelaciones. Silabeadas, eternas, parieron las chicuelinas en el galleo, pero donde el tiempo se detuvo fue en los delantales, con una media primorosa. Un faro de luz en plena tempestad aquella faena de pureza aunque no inmaculada: era imposible la limpieza con tan violento Eolo y hubo varios enganchones. De la ganadería de El Juli era el toro y para la gran figura de Madrid fue el brindis. Se le había colado el humillador Derivo por la derecha y, tras andarle con galanura –arrebatado, levantó las palmas por bulerías–, se plantó con la zurda. Aquellos naturales eran ese mar que quiere limpiar la cubierta de un barco de sal y mugre. Tanta era su pureza, tanta su reunión, que hacía olvidar los enganchones y aquellos amables pitones, demasiado justos para un cartel de esta categoría. Para un maestro de tanta categoría, que se pasó por las femorales la embestida diestra, tragando y aguantando, con una sinceridad brutal. Entre las rayas tuvo que ser la faena, con esos muletazos que buscaban la muerte en la cadera. Abandonado el de La Puebla, con rectitud de vela en la hora final. Trasera cayó la espada, que desató la mayor pañolada de esta temporada portuense, con el ‘No hay billetes’ en taquilla al reclamo morantista. Gallito, que es su dios, sonó en aquella pieza, premiada con las dos orejas. Ojo a lo bien que lidió Curro Javier a Derivo, que sacó un fondo humillador estupendo y fue uno de los toros notables del variado sexteto del Freixo.Otra vez tocaron por bulerías antes de la salida del más cuajado cuarto, que rompió las tablas mientras Morante se enredaba en su propio capote. Poco pareció agradarle Laureado, al que dejó que zurraran en el peto. Andando iba este cuarto, poco claro, de esos que desconciertan, midiendo en la lidia de Domínguez. Brindó el genio sevillano a Joaquín. De bético a bético. Y descorchó pegado a las tablas con unos ayudados de más intención que brillo. Una belleza la ronda diestra inicial, rotando como un compás. Vertical, inmenso, haciendo al toro con maestría, con un valor conmovedor. La grandeza de la tarde llegó prendida a su izquierda, con naturales a pies juntos que crecieron como olas hasta ese último, macizo como ninguno. La quintaesencia del tarro derramado. Ni el levante cabía en aquel mundo que guiaban sus yemas. «¡Viva la madre que te parió!», le gritaron mientras buscaban ya los pañuelos. Tuvieron que guardarse cuando el acero no entró. Capote y toalla en mano, saludó una fortísima ovación. Renqueaba el segundo de los cuartos traseros y se le coló a Talavante en los estatuarios por el zurdo mientras el extremeño improvisaba con listeza una espaldina. Valiente y entregada su labor, en la que logró que el toro rompiese hacia delante con chispa alejandrina. Aunque insistió a babor, el pitón era el derecho y por ahí viajaron los muletazos más largos. Las manoletinas pusieron el broche a una faena vivida con pasión en el público, pero el acero le privó del premio. Los dos se embolsaría –por petición popular– del buen quinto, al que no le cogió el aire, pero conectó en los de pecho mirando a la galería. Y se aupó a hombros junto a Morante sin haber cuajado ni una serie ni con el temple de su saludo capotero. Despacito, despacito antes del siete que abrió el piquero al del Freixo, de más notable embroque que despedida. El Puerto de Santa María Real Plaza. Domingo, 3 de agosto de 2025. Tercera corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros del Freixo (propiedad de El Juli), desiguales de presencia y juego; destacaron 1º, 2º y 5º, premiado con la vuelta en el arrastre. Morante de la Puebla, de burdeos y oro: estcada trasera desprendida (dos orejas); tres pinchazos y estocada corta defectuosa (saludos). Alejandro Talavante, de pistacho y oro: pinchazo a toro arrancado, bajonazo y dos descabellos (saludos); estocada desprendida (dos orejas). Juan Ortega, de visón y oro: estocada caída con derrame (saludos); estocada caída (ovación de de despedida).Nada vibrante pormetía el mansito tercero, tan desentendido. Alcohólico se llamaba y estaba claro que no habría borrachera de toreo con animal tan obediente como sosaina. Andándole toreramente comenzó Juan Ortega, pero tan justa era la casta del toro que, pese a las ganas que le puso el trianero, aquello no dijo nada. Suyo fue el lote más deslucido y no remontó en un sexto que echó pronto la persiana. A pie se marchó mientras se abría la puerta grande para Morante y Talavante. De distinto peso, de distinto son. Todavía se hablaba en la plaza de lo de Aguado… La belleza más natural. El levante arrasaba con sombrillas, con chanclas y con toallas en la playa de la Puntilla. Tres aficionados, rebozados en arena, hablaban de toros junto al espigón y se preguntaban cómo iban a manejar los trastos los de luces con ese vendaval. Y Morante les respondió con el capote cosido al alma, con unas verónicas en la que ni un sextante hubiese podido diferenciar dónde empezaba el toro y dónde el torero. Eran uno solo: lances como constelaciones. Silabeadas, eternas, parieron las chicuelinas en el galleo, pero donde el tiempo se detuvo fue en los delantales, con una media primorosa. Un faro de luz en plena tempestad aquella faena de pureza aunque no inmaculada: era imposible la limpieza con tan violento Eolo y hubo varios enganchones. De la ganadería de El Juli era el toro y para la gran figura de Madrid fue el brindis. Se le había colado el humillador Derivo por la derecha y, tras andarle con galanura –arrebatado, levantó las palmas por bulerías–, se plantó con la zurda. Aquellos naturales eran ese mar que quiere limpiar la cubierta de un barco de sal y mugre. Tanta era su pureza, tanta su reunión, que hacía olvidar los enganchones y aquellos amables pitones, demasiado justos para un cartel de esta categoría. Para un maestro de tanta categoría, que se pasó por las femorales la embestida diestra, tragando y aguantando, con una sinceridad brutal. Entre las rayas tuvo que ser la faena, con esos muletazos que buscaban la muerte en la cadera. Abandonado el de La Puebla, con rectitud de vela en la hora final. Trasera cayó la espada, que desató la mayor pañolada de esta temporada portuense, con el ‘No hay billetes’ en taquilla al reclamo morantista. Gallito, que es su dios, sonó en aquella pieza, premiada con las dos orejas. Ojo a lo bien que lidió Curro Javier a Derivo, que sacó un fondo humillador estupendo y fue uno de los toros notables del variado sexteto del Freixo.Otra vez tocaron por bulerías antes de la salida del más cuajado cuarto, que rompió las tablas mientras Morante se enredaba en su propio capote. Poco pareció agradarle Laureado, al que dejó que zurraran en el peto. Andando iba este cuarto, poco claro, de esos que desconciertan, midiendo en la lidia de Domínguez. Brindó el genio sevillano a Joaquín. De bético a bético. Y descorchó pegado a las tablas con unos ayudados de más intención que brillo. Una belleza la ronda diestra inicial, rotando como un compás. Vertical, inmenso, haciendo al toro con maestría, con un valor conmovedor. La grandeza de la tarde llegó prendida a su izquierda, con naturales a pies juntos que crecieron como olas hasta ese último, macizo como ninguno. La quintaesencia del tarro derramado. Ni el levante cabía en aquel mundo que guiaban sus yemas. «¡Viva la madre que te parió!», le gritaron mientras buscaban ya los pañuelos. Tuvieron que guardarse cuando el acero no entró. Capote y toalla en mano, saludó una fortísima ovación. Renqueaba el segundo de los cuartos traseros y se le coló a Talavante en los estatuarios por el zurdo mientras el extremeño improvisaba con listeza una espaldina. Valiente y entregada su labor, en la que logró que el toro rompiese hacia delante con chispa alejandrina. Aunque insistió a babor, el pitón era el derecho y por ahí viajaron los muletazos más largos. Las manoletinas pusieron el broche a una faena vivida con pasión en el público, pero el acero le privó del premio. Los dos se embolsaría –por petición popular– del buen quinto, al que no le cogió el aire, pero conectó en los de pecho mirando a la galería. Y se aupó a hombros junto a Morante sin haber cuajado ni una serie ni con el temple de su saludo capotero. Despacito, despacito antes del siete que abrió el piquero al del Freixo, de más notable embroque que despedida. El Puerto de Santa María Real Plaza. Domingo, 3 de agosto de 2025. Tercera corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros del Freixo (propiedad de El Juli), desiguales de presencia y juego; destacaron 1º, 2º y 5º, premiado con la vuelta en el arrastre. Morante de la Puebla, de burdeos y oro: estcada trasera desprendida (dos orejas); tres pinchazos y estocada corta defectuosa (saludos). Alejandro Talavante, de pistacho y oro: pinchazo a toro arrancado, bajonazo y dos descabellos (saludos); estocada desprendida (dos orejas). Juan Ortega, de visón y oro: estocada caída con derrame (saludos); estocada caída (ovación de de despedida).Nada vibrante pormetía el mansito tercero, tan desentendido. Alcohólico se llamaba y estaba claro que no habría borrachera de toreo con animal tan obediente como sosaina. Andándole toreramente comenzó Juan Ortega, pero tan justa era la casta del toro que, pese a las ganas que le puso el trianero, aquello no dijo nada. Suyo fue el lote más deslucido y no remontó en un sexto que echó pronto la persiana. A pie se marchó mientras se abría la puerta grande para Morante y Talavante. De distinto peso, de distinto son. Todavía se hablaba en la plaza de lo de Aguado… La belleza más natural. RSS de noticias de cultura
Noticias Similares