En una tienda de ropa de Madrid en la que venden esas camisas suyas de amebas, de selvas y de plantas de colores de las que podría aparecerse un guacamayo, don José Antonio Morante se acuerda de su padre y se le quiebra la voz. Para de hablar, bebe agua y traga saliva como si se le hubiera ido algo por el otro lado. Hablamos de los padres que no están y que en cambio vienen a la plaza con nosotros y se sientan en la piedra caliente a nuestro lado como fantasmas silenciosos y parece que los estamos viendo entre la gente y dándoles, todavía, la mano. Dice Alberto García Reyes que llevar a tu hijo a los toros significa ganarte un sitio en sus recuerdos. El padre de Morante se fue hace cinco años sin ver cómo salía este domingo por la puerta grande y perdía los alamares en brazos de esa masa vociferante y a la vez amorosa que en el mundo de los toros llamamos sencillamente Madrid. Le echa de menos y recuerda cuando vendía entradas por los pueblos, gestionaba los autobuses a los sitios en los que toreaba, y cuando no iba mucho a la plaza, porque no lo permitía la economía. Para entrar en la Maestranza, Morante chico se hacía el dormido en brazos del Morante padre que convencía al de la puerta de que al chaval no le gustaban los toros, que no tenía con quién dejarlo, y así entraba con una sola entrada, de polizón niño, el que podría ser declarado como el torero más grande de todos los tiempos.El Morante triunfal va por Madrid, sereno y arreglado , traje morado, camisa amarilla-Van-Gogh-en-Arlés y gafas anchas de millonario. Como cuando torea, no hace un movimiento de más ni dice de más ni sonríe demasiado, sencillamente está, instalado en una amable y modesta contención, pero desde setecientos kilómetros de distancia, uno podría decir: «Mira, por ahí va un torero». A su lado, otros matadores parecerían un limpiabotas, un boxeador sonado, el comercial de un banco .Él es torero, digo, viéndolo más o menos desde Vicálvaro, y accede a las cosas y se mueve, y habla despacito en un discurso discreto pronunciado casi con permiso del infortunio y la tristeza que a veces lo asedian. Como si no quisiera llamar la atención con algún exceso de alegría, como si fuera recordándose que es mortal en un ‘memento mori’ , un ‘Morante mori’ para ser exactos. Morante es casi un susurro en el que va contando las cosas que le pasan y que le han pasado, como cuando, de tanto esperar, llegó a creer que Dios no quería que saliera por la Puerta Grande de Las Ventas, y se resignó. Si Dios no quiere, se decía a sí mismo, será que no tiene que ser, pero Dios quiso anteayer y cuando sobre el terciopelo granate del palco cayó el segundo pañuelo blanco, le estalló el mundo como pocas otras veces. Madrid rugía como no ruge La Maestranza y después vino toda aquella locura, las manos al cielo queriendo tocarlo, queriendo hacerlo suyo, los ojos fuera de las órbitas y esos tipos en los tendidos abriéndose las camisas y enseñándole los brazos en los que se habían hecho tatuajes con su careto. Policías subidos en caballos temibles con las frentes anchas y paso decidido como Bucéfalo, el corcel de Alejandro. Sombreros que volaban al cielo, niños a hombros de sus padres construyendo, en ese preciso momento, un lazo y un recuerdo imborrables, lagrimones, abrazos, el sol poniéndose sobre Manuel Becerra y otras visiones lisérgicas de un mundo que podría pasar por irreal, pero sucedió, que yo lo vi. En una tienda de ropa de Madrid en la que venden esas camisas suyas de amebas, de selvas y de plantas de colores de las que podría aparecerse un guacamayo, don José Antonio Morante se acuerda de su padre y se le quiebra la voz. Para de hablar, bebe agua y traga saliva como si se le hubiera ido algo por el otro lado. Hablamos de los padres que no están y que en cambio vienen a la plaza con nosotros y se sientan en la piedra caliente a nuestro lado como fantasmas silenciosos y parece que los estamos viendo entre la gente y dándoles, todavía, la mano. Dice Alberto García Reyes que llevar a tu hijo a los toros significa ganarte un sitio en sus recuerdos. El padre de Morante se fue hace cinco años sin ver cómo salía este domingo por la puerta grande y perdía los alamares en brazos de esa masa vociferante y a la vez amorosa que en el mundo de los toros llamamos sencillamente Madrid. Le echa de menos y recuerda cuando vendía entradas por los pueblos, gestionaba los autobuses a los sitios en los que toreaba, y cuando no iba mucho a la plaza, porque no lo permitía la economía. Para entrar en la Maestranza, Morante chico se hacía el dormido en brazos del Morante padre que convencía al de la puerta de que al chaval no le gustaban los toros, que no tenía con quién dejarlo, y así entraba con una sola entrada, de polizón niño, el que podría ser declarado como el torero más grande de todos los tiempos.El Morante triunfal va por Madrid, sereno y arreglado , traje morado, camisa amarilla-Van-Gogh-en-Arlés y gafas anchas de millonario. Como cuando torea, no hace un movimiento de más ni dice de más ni sonríe demasiado, sencillamente está, instalado en una amable y modesta contención, pero desde setecientos kilómetros de distancia, uno podría decir: «Mira, por ahí va un torero». A su lado, otros matadores parecerían un limpiabotas, un boxeador sonado, el comercial de un banco .Él es torero, digo, viéndolo más o menos desde Vicálvaro, y accede a las cosas y se mueve, y habla despacito en un discurso discreto pronunciado casi con permiso del infortunio y la tristeza que a veces lo asedian. Como si no quisiera llamar la atención con algún exceso de alegría, como si fuera recordándose que es mortal en un ‘memento mori’ , un ‘Morante mori’ para ser exactos. Morante es casi un susurro en el que va contando las cosas que le pasan y que le han pasado, como cuando, de tanto esperar, llegó a creer que Dios no quería que saliera por la Puerta Grande de Las Ventas, y se resignó. Si Dios no quiere, se decía a sí mismo, será que no tiene que ser, pero Dios quiso anteayer y cuando sobre el terciopelo granate del palco cayó el segundo pañuelo blanco, le estalló el mundo como pocas otras veces. Madrid rugía como no ruge La Maestranza y después vino toda aquella locura, las manos al cielo queriendo tocarlo, queriendo hacerlo suyo, los ojos fuera de las órbitas y esos tipos en los tendidos abriéndose las camisas y enseñándole los brazos en los que se habían hecho tatuajes con su careto. Policías subidos en caballos temibles con las frentes anchas y paso decidido como Bucéfalo, el corcel de Alejandro. Sombreros que volaban al cielo, niños a hombros de sus padres construyendo, en ese preciso momento, un lazo y un recuerdo imborrables, lagrimones, abrazos, el sol poniéndose sobre Manuel Becerra y otras visiones lisérgicas de un mundo que podría pasar por irreal, pero sucedió, que yo lo vi. En una tienda de ropa de Madrid en la que venden esas camisas suyas de amebas, de selvas y de plantas de colores de las que podría aparecerse un guacamayo, don José Antonio Morante se acuerda de su padre y se le quiebra la voz. Para de hablar, bebe agua y traga saliva como si se le hubiera ido algo por el otro lado. Hablamos de los padres que no están y que en cambio vienen a la plaza con nosotros y se sientan en la piedra caliente a nuestro lado como fantasmas silenciosos y parece que los estamos viendo entre la gente y dándoles, todavía, la mano. Dice Alberto García Reyes que llevar a tu hijo a los toros significa ganarte un sitio en sus recuerdos. El padre de Morante se fue hace cinco años sin ver cómo salía este domingo por la puerta grande y perdía los alamares en brazos de esa masa vociferante y a la vez amorosa que en el mundo de los toros llamamos sencillamente Madrid. Le echa de menos y recuerda cuando vendía entradas por los pueblos, gestionaba los autobuses a los sitios en los que toreaba, y cuando no iba mucho a la plaza, porque no lo permitía la economía. Para entrar en la Maestranza, Morante chico se hacía el dormido en brazos del Morante padre que convencía al de la puerta de que al chaval no le gustaban los toros, que no tenía con quién dejarlo, y así entraba con una sola entrada, de polizón niño, el que podría ser declarado como el torero más grande de todos los tiempos.El Morante triunfal va por Madrid, sereno y arreglado , traje morado, camisa amarilla-Van-Gogh-en-Arlés y gafas anchas de millonario. Como cuando torea, no hace un movimiento de más ni dice de más ni sonríe demasiado, sencillamente está, instalado en una amable y modesta contención, pero desde setecientos kilómetros de distancia, uno podría decir: «Mira, por ahí va un torero». A su lado, otros matadores parecerían un limpiabotas, un boxeador sonado, el comercial de un banco .Él es torero, digo, viéndolo más o menos desde Vicálvaro, y accede a las cosas y se mueve, y habla despacito en un discurso discreto pronunciado casi con permiso del infortunio y la tristeza que a veces lo asedian. Como si no quisiera llamar la atención con algún exceso de alegría, como si fuera recordándose que es mortal en un ‘memento mori’ , un ‘Morante mori’ para ser exactos. Morante es casi un susurro en el que va contando las cosas que le pasan y que le han pasado, como cuando, de tanto esperar, llegó a creer que Dios no quería que saliera por la Puerta Grande de Las Ventas, y se resignó. Si Dios no quiere, se decía a sí mismo, será que no tiene que ser, pero Dios quiso anteayer y cuando sobre el terciopelo granate del palco cayó el segundo pañuelo blanco, le estalló el mundo como pocas otras veces. Madrid rugía como no ruge La Maestranza y después vino toda aquella locura, las manos al cielo queriendo tocarlo, queriendo hacerlo suyo, los ojos fuera de las órbitas y esos tipos en los tendidos abriéndose las camisas y enseñándole los brazos en los que se habían hecho tatuajes con su careto. Policías subidos en caballos temibles con las frentes anchas y paso decidido como Bucéfalo, el corcel de Alejandro. Sombreros que volaban al cielo, niños a hombros de sus padres construyendo, en ese preciso momento, un lazo y un recuerdo imborrables, lagrimones, abrazos, el sol poniéndose sobre Manuel Becerra y otras visiones lisérgicas de un mundo que podría pasar por irreal, pero sucedió, que yo lo vi. RSS de noticias de cultura
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