Durante los ensayos previos al fallido estreno de Pénélope en Montecarlo en 1913, Édouard Risler se atrevió a confesar a Gabriel Fauré lo siguiente: “Su obra perdurará, pero tardará mucho tiempo en lograr imponerse”. Ni siquiera él podía imaginar hasta qué punto, más de un siglo después, sus palabras seguirían siendo tristemente proféticas. En Alemania, por ejemplo, no se representó por primera vez hasta 2002 (en un teatro de provincias), y en la propia Francia, donde ha sido un título tradicionalmente preterido, arrinconado cual rareza en los márgenes del repertorio, no llegó a la Ópera de París hasta tres décadas después del estreno. Oyendo ahora su música, y constatando el efecto que ha producido en el público que llenaba el sábado en Múnich el Prinzregententheater (un teatro a la griega absolutamente perfecto para acoger la larga espera de Penélope), cuesta entender el porqué.
El gran festival de la capital bávara estrena una nueva producción de la obra del compositor francés, acogida con entusiasmo por el cultísimo público muniqués a pesar de una puesta en escena de escaso vuelo dramatúrgico de Andrea Breth
Durante los ensayos previos al fallido estreno de Pénélope en Montecarlo en 1913, Édouard Risler se atrevió a confesar a Gabriel Fauré lo siguiente: “Su obra perdurará, pero tardará mucho tiempo en lograr imponerse”. Ni siquiera él podía imaginar hasta qué punto, más de un siglo después, sus palabras seguirían siendo tristemente proféticas. En Alemania, por ejemplo, no se representó por primera vez hasta 2002 (en un teatro de provincias), y en la propia Francia, donde ha sido un título tradicionalmente preterido, arrinconado cual rareza en los márgenes del repertorio, no llegó a la Ópera de París hasta tres décadas después del estreno. Oyendo ahora su música, y constatando el efecto que ha producido en el público que llenaba el sábado en Múnich el Prinzregententheater (un teatro a la griega absolutamente perfecto para acoger la larga espera de Penélope), cuesta entender el porqué.
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