Además de autor, editor y soñador, Antonio (Toni) Alcolea (Valencia, 1966) se considera un renacido. Tras contraer una grave enfermedad, que superó «de milagro», se animó a fundar su propia editorial, Olé Libros . Más tarde, de nuevo entre la vida y la muerte, se decidió a orientar su proyecto hacia un solo propósito: la bondad. Inscribió a su empresa bajo la razón social de Kalosini (bondad, en griego), y se determinó a publicar únicamente a «buena gente». Trece años después, su proyecto no hace otra cosa que crecer y multiplicarse. De raza le viene al galgo. Su padre, Andrés Alcolea Palazón, es escritor. Sus tíos, Alfred Ramos y Victoria Navarro, son los autores, entre otros, de ‘El llibre de Pau’ (1976), ilustrado por su abuelo, uno de los títulos más vendidos en lengua valenciana en nuestro tiempo. Él, sin embargo, más castellanoparlante, se inició como lector empedernido, más allá de los comics y los libros juveniles, con ‘Papillon’, la autobiografía de Henri Vharrière, de la que su madre decía que era su Biblia. Las 606 páginas que todavía recuerda que tenía aquella edición fueron su guía espiritual hasta que Neruda y Benedetti se cruzaron en su camino, y la poesía se convirtió en vicio insuperable. Estudió Psicología y Marketing, y pronto empezó a trabajar como comercial en un negocio de artes gráficas. Más tarde fichó (y terminó haciéndose socio) por una empresa dedicada a la corrección de textos, maquetación, preimpresión e impresión, mientras escribía relatos y terminaba de cuajar una formación en marketing digital (buscadores, SEO, analítica…), comercio internacional y hasta inteligencia artificial aplicada al sector del libro. La vida dio un giro inesperado cuando le diagnosticaron que padecía una enfermedad grave y rara, síndrome de Cushin. Y tras su curación vendió su parte de la sociedad y se aplicó en la creación de Olé Libros. Primero el sello, en 2011, y enseguida la S.L., al año siguiente. Comenzó con una persona a media jornada. Volvió a sentir el acoso de la enfermedad, esta vez un cáncer de riñón. Y dejó de hacer libros por encargo para constituirse en editorial con todas las de la ley. Uno de sus objetivos es el de no enseñar otra cosa a los niños que el gusto por la literatura: más allá de la didácticaLa media jornada pasó a convertirse, en poco más de diez años, en un equipo de 17 personas al frente de siete sellos diferentes. Y sobre las especialidades de la casa, la novela y la poesía por delante, empezaron a brillar con luz propia otras colecciones, como Iglú, dedicadas a la literatura infantil, sobre todo poesía y álbumes ilustrados, cuyo objetivo es el de no enseñar otra cosa a los niños que el gusto por la literatura: más allá de la didáctica, e incluso de los valores, que vendrán por añadidura, que un muchacho de diez años «experimente por sí mismo lo que verdaderamente significa leer». También otros sellos como Cuac, enfocado a la literatura infantil adecuada al plan lector escolar, o Teatroppo, especializado en teatro. Una «familia de de 17 grandes personas» que permiten a Toni Alcolea ajustarse a su anhelo de renacido de publicar únicamente a otras grandes personas. Y también que el editor y fundador de Olé Libros pueda además dedicarse en cuerpo y alma a la expansión internacional de su empresa, para lo cual cuenta actualmente con distribución en «mercados clave» como Estados Unidos, México, Colombia, Chile, Argentina, Uruguay o Centroamérica. Con la venta de derechos de sus títulos a editoriales extranjeras como «una prioridad». Así hasta convertirse en lo que él llama «un editor nómada». Un viajante editorial que en los últimos años no ha cesado de peregrinar además por Italia, Serbia o Perú. Mercados en crecimiento. Además de toda esta agitación, frente a lo que él un día planificó como un emprendimiento «tranquilo y relajado alrededor del libro», su penúltima locura es la apertura en el centro de Valencia de una librería, Vuelo de Palabras, que funciona además como espacio cultural, con conciertos, club de lectura, cuentacuentos y hasta micrófono abierto para poesía y relatos cortos. Y la última, con inscripción en trámite en el Ministerio de Justicia: la creación de la Fundación Iglú, de la cual será presidente, centrada mayoritariamente en el teatro y la poesía para niños, nacida con la misión de fomentar la cultura en todas sus formas a nivel nacional, «para contribuir a una sociedad más culta, crítica y ética». Libros éticos y estéticos. «Hermosos libros» por dentro y por fuera, con el convencimiento de que, además del contenido, lo que busca el lector es tener entre sus manos un «objeto valioso». Un objeto de papel, aunque también pensando en ese sector «cada vez más minoritario» que prefiere leer en digital, en plena era de fatiga de las pantallas. Olé por ese éxito con lectores de todas las edades. Y olé por buscar en los niños de hoy la garantía de los lectores de mañana. Además de autor, editor y soñador, Antonio (Toni) Alcolea (Valencia, 1966) se considera un renacido. Tras contraer una grave enfermedad, que superó «de milagro», se animó a fundar su propia editorial, Olé Libros . Más tarde, de nuevo entre la vida y la muerte, se decidió a orientar su proyecto hacia un solo propósito: la bondad. Inscribió a su empresa bajo la razón social de Kalosini (bondad, en griego), y se determinó a publicar únicamente a «buena gente». Trece años después, su proyecto no hace otra cosa que crecer y multiplicarse. De raza le viene al galgo. Su padre, Andrés Alcolea Palazón, es escritor. Sus tíos, Alfred Ramos y Victoria Navarro, son los autores, entre otros, de ‘El llibre de Pau’ (1976), ilustrado por su abuelo, uno de los títulos más vendidos en lengua valenciana en nuestro tiempo. Él, sin embargo, más castellanoparlante, se inició como lector empedernido, más allá de los comics y los libros juveniles, con ‘Papillon’, la autobiografía de Henri Vharrière, de la que su madre decía que era su Biblia. Las 606 páginas que todavía recuerda que tenía aquella edición fueron su guía espiritual hasta que Neruda y Benedetti se cruzaron en su camino, y la poesía se convirtió en vicio insuperable. Estudió Psicología y Marketing, y pronto empezó a trabajar como comercial en un negocio de artes gráficas. Más tarde fichó (y terminó haciéndose socio) por una empresa dedicada a la corrección de textos, maquetación, preimpresión e impresión, mientras escribía relatos y terminaba de cuajar una formación en marketing digital (buscadores, SEO, analítica…), comercio internacional y hasta inteligencia artificial aplicada al sector del libro. La vida dio un giro inesperado cuando le diagnosticaron que padecía una enfermedad grave y rara, síndrome de Cushin. Y tras su curación vendió su parte de la sociedad y se aplicó en la creación de Olé Libros. Primero el sello, en 2011, y enseguida la S.L., al año siguiente. Comenzó con una persona a media jornada. Volvió a sentir el acoso de la enfermedad, esta vez un cáncer de riñón. Y dejó de hacer libros por encargo para constituirse en editorial con todas las de la ley. Uno de sus objetivos es el de no enseñar otra cosa a los niños que el gusto por la literatura: más allá de la didácticaLa media jornada pasó a convertirse, en poco más de diez años, en un equipo de 17 personas al frente de siete sellos diferentes. Y sobre las especialidades de la casa, la novela y la poesía por delante, empezaron a brillar con luz propia otras colecciones, como Iglú, dedicadas a la literatura infantil, sobre todo poesía y álbumes ilustrados, cuyo objetivo es el de no enseñar otra cosa a los niños que el gusto por la literatura: más allá de la didáctica, e incluso de los valores, que vendrán por añadidura, que un muchacho de diez años «experimente por sí mismo lo que verdaderamente significa leer». También otros sellos como Cuac, enfocado a la literatura infantil adecuada al plan lector escolar, o Teatroppo, especializado en teatro. Una «familia de de 17 grandes personas» que permiten a Toni Alcolea ajustarse a su anhelo de renacido de publicar únicamente a otras grandes personas. Y también que el editor y fundador de Olé Libros pueda además dedicarse en cuerpo y alma a la expansión internacional de su empresa, para lo cual cuenta actualmente con distribución en «mercados clave» como Estados Unidos, México, Colombia, Chile, Argentina, Uruguay o Centroamérica. Con la venta de derechos de sus títulos a editoriales extranjeras como «una prioridad». Así hasta convertirse en lo que él llama «un editor nómada». Un viajante editorial que en los últimos años no ha cesado de peregrinar además por Italia, Serbia o Perú. Mercados en crecimiento. Además de toda esta agitación, frente a lo que él un día planificó como un emprendimiento «tranquilo y relajado alrededor del libro», su penúltima locura es la apertura en el centro de Valencia de una librería, Vuelo de Palabras, que funciona además como espacio cultural, con conciertos, club de lectura, cuentacuentos y hasta micrófono abierto para poesía y relatos cortos. Y la última, con inscripción en trámite en el Ministerio de Justicia: la creación de la Fundación Iglú, de la cual será presidente, centrada mayoritariamente en el teatro y la poesía para niños, nacida con la misión de fomentar la cultura en todas sus formas a nivel nacional, «para contribuir a una sociedad más culta, crítica y ética». Libros éticos y estéticos. «Hermosos libros» por dentro y por fuera, con el convencimiento de que, además del contenido, lo que busca el lector es tener entre sus manos un «objeto valioso». Un objeto de papel, aunque también pensando en ese sector «cada vez más minoritario» que prefiere leer en digital, en plena era de fatiga de las pantallas. Olé por ese éxito con lectores de todas las edades. Y olé por buscar en los niños de hoy la garantía de los lectores de mañana. Además de autor, editor y soñador, Antonio (Toni) Alcolea (Valencia, 1966) se considera un renacido. Tras contraer una grave enfermedad, que superó «de milagro», se animó a fundar su propia editorial, Olé Libros . Más tarde, de nuevo entre la vida y la muerte, se decidió a orientar su proyecto hacia un solo propósito: la bondad. Inscribió a su empresa bajo la razón social de Kalosini (bondad, en griego), y se determinó a publicar únicamente a «buena gente». Trece años después, su proyecto no hace otra cosa que crecer y multiplicarse. De raza le viene al galgo. Su padre, Andrés Alcolea Palazón, es escritor. Sus tíos, Alfred Ramos y Victoria Navarro, son los autores, entre otros, de ‘El llibre de Pau’ (1976), ilustrado por su abuelo, uno de los títulos más vendidos en lengua valenciana en nuestro tiempo. Él, sin embargo, más castellanoparlante, se inició como lector empedernido, más allá de los comics y los libros juveniles, con ‘Papillon’, la autobiografía de Henri Vharrière, de la que su madre decía que era su Biblia. Las 606 páginas que todavía recuerda que tenía aquella edición fueron su guía espiritual hasta que Neruda y Benedetti se cruzaron en su camino, y la poesía se convirtió en vicio insuperable. Estudió Psicología y Marketing, y pronto empezó a trabajar como comercial en un negocio de artes gráficas. Más tarde fichó (y terminó haciéndose socio) por una empresa dedicada a la corrección de textos, maquetación, preimpresión e impresión, mientras escribía relatos y terminaba de cuajar una formación en marketing digital (buscadores, SEO, analítica…), comercio internacional y hasta inteligencia artificial aplicada al sector del libro. La vida dio un giro inesperado cuando le diagnosticaron que padecía una enfermedad grave y rara, síndrome de Cushin. Y tras su curación vendió su parte de la sociedad y se aplicó en la creación de Olé Libros. Primero el sello, en 2011, y enseguida la S.L., al año siguiente. Comenzó con una persona a media jornada. Volvió a sentir el acoso de la enfermedad, esta vez un cáncer de riñón. Y dejó de hacer libros por encargo para constituirse en editorial con todas las de la ley. Uno de sus objetivos es el de no enseñar otra cosa a los niños que el gusto por la literatura: más allá de la didácticaLa media jornada pasó a convertirse, en poco más de diez años, en un equipo de 17 personas al frente de siete sellos diferentes. Y sobre las especialidades de la casa, la novela y la poesía por delante, empezaron a brillar con luz propia otras colecciones, como Iglú, dedicadas a la literatura infantil, sobre todo poesía y álbumes ilustrados, cuyo objetivo es el de no enseñar otra cosa a los niños que el gusto por la literatura: más allá de la didáctica, e incluso de los valores, que vendrán por añadidura, que un muchacho de diez años «experimente por sí mismo lo que verdaderamente significa leer». También otros sellos como Cuac, enfocado a la literatura infantil adecuada al plan lector escolar, o Teatroppo, especializado en teatro. Una «familia de de 17 grandes personas» que permiten a Toni Alcolea ajustarse a su anhelo de renacido de publicar únicamente a otras grandes personas. Y también que el editor y fundador de Olé Libros pueda además dedicarse en cuerpo y alma a la expansión internacional de su empresa, para lo cual cuenta actualmente con distribución en «mercados clave» como Estados Unidos, México, Colombia, Chile, Argentina, Uruguay o Centroamérica. Con la venta de derechos de sus títulos a editoriales extranjeras como «una prioridad». Así hasta convertirse en lo que él llama «un editor nómada». Un viajante editorial que en los últimos años no ha cesado de peregrinar además por Italia, Serbia o Perú. Mercados en crecimiento. Además de toda esta agitación, frente a lo que él un día planificó como un emprendimiento «tranquilo y relajado alrededor del libro», su penúltima locura es la apertura en el centro de Valencia de una librería, Vuelo de Palabras, que funciona además como espacio cultural, con conciertos, club de lectura, cuentacuentos y hasta micrófono abierto para poesía y relatos cortos. Y la última, con inscripción en trámite en el Ministerio de Justicia: la creación de la Fundación Iglú, de la cual será presidente, centrada mayoritariamente en el teatro y la poesía para niños, nacida con la misión de fomentar la cultura en todas sus formas a nivel nacional, «para contribuir a una sociedad más culta, crítica y ética». Libros éticos y estéticos. «Hermosos libros» por dentro y por fuera, con el convencimiento de que, además del contenido, lo que busca el lector es tener entre sus manos un «objeto valioso». Un objeto de papel, aunque también pensando en ese sector «cada vez más minoritario» que prefiere leer en digital, en plena era de fatiga de las pantallas. Olé por ese éxito con lectores de todas las edades. Y olé por buscar en los niños de hoy la garantía de los lectores de mañana. RSS de noticias de cultura
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