Las dos personas normales se plantan delante de una artista callejera: una chica de pelo largo y lacio, y vestido de algodón, que canta a capela en la calle, abriendo los brazos así o asá, cerrando mucho o poco los ojos, según exigencia, sentido del drama, afinación. Hay más gente detenida, extasiada por esa voz sedosa que parece apagar (o hacer olvidar) el tráfico.La primera persona normal susurra:—Jolín.—¿Has dicho jolín? —dice también en voz baja la segunda persona normal.—Jolín, cómo canta la chavala…—¿Tienes cinco años?—¿Cómo que si tengo cinco años?—Yo creo que para decir jolín hay que tener cinco años. Como mucho.—Pero, ¿cómo voy a tener cinco años, si tengo hijos?—Pues no digas jolín.—Pues no lo digo. Ha sido por educación. Para no romper el clima. Por respeto a la chavala, que mírala qué cosa, que parece portuguesa.—¿Por qué parece portuguesa?—Pues porque no tiene guitarra. Las portuguesas no tienen guitarra. Las portuguesas cantan solas y ya está. Y te mueres de tristeza. Y luego descansas un poco y luego te mueres de tristeza otra vez. Y así hasta que se hace de noche.—¿Eso lo sabes tú seguro?—No, pero me lo imagino; no van a seguir cantando de noche, eso sería crueldad… Luego, antes de cenar, tienes que pedirle a alguien que te cuente un chiste bueno, para irte a la cama bien. La chica acaba la canción e intenta una sonrisa melancólica que hace callar a los pájaros. La gente arroja un euro —o dos— en un estuche de guitarra. La chica vuelve a cantar.—¿Y la guitarra? —pregunta la segunda persona normal.—¿Cómo?—La guitarra, ¿dónde la tiene? ¿Por qué se trae la funda, si no se trae la guitarra?—La tendrá en casa, supongo. La funda se la traerá para que pongamos las monedas.—Y, ¿por qué no se trae un plato?—Pues para que no se le rompa. Y para no parecer un gato.—¿Pareces un gato con un plato?—Si lo pones en el suelo, sí.—Ah, claro…La voz de la chica del estuche, fina y compacta a la vez, intenta trayectorias alabeadas que se cuelan entre las ramas de los árboles y entre los coches aparcados, entre las piernas de los transeúntes, que a veces tropiezan sin saber por qué, y entre los conos de una obra cercana que nadie recuerda cuándo empezó.—Pues dices tú, pero para mí que eso es flamenco.—Pero, ¿cómo va a ser flamenco, si no hay guitarra, hemos quedado?—Yo creo que hay flamenco sin guitarra, ¿no?—Pues no lo sé. Yo creo que no. Y, además, ¿no parecía portuguesa la chavala, decías?—Pero en Portugal también habrá flamenco; yo creo que ahora ya se puede. ¿No has visto que hay toreros en Japón?—¿Tú has visto toreros en Japón?—Toma, claro. Y tú. ¿No tienes tele o qué? En Japón ahora casi todos son toreros; es medio obligatorio, me parece. En Japón, por lo visto, ahora, en vez de sushi, comen jamón.—¿Con el arroz, dices?—O justo después. Y luego se van de capea y se llevan unas tablas y zapatean y todo. Están empezando a quitar lo de hacerse samurái…—¿Ya no se puede ser eso?—Poderse se podrá, seguro, ¿no ves que allí no hay franquismo? Allí se puede hacer de todo. Pero no querrán. Igual un japonés, fijándose mucho, aprendió a freír los calamares y, claro, ya no hay marcha atrás.—Normal.—Por eso te digo. Y, en Portugal, lo mismo. En Portugal, como tienen democracia y ha llegado El Corte Inglés, pues pueden comer lo que quieran.—¿Hay Corte Inglés en Portugal?—Por lo visto. Y, si no, se dan un salto a Badajoz.—Hay que ver cómo avanza todo. Y, ¿en Japón? ¿Hay Corte Inglés en Japón?—En Japón lo están poniendo.—¿Con escaleras mecánicas?—Y con ascensores. Y con baños; pero sólo a partir de la segunda planta, para que no entren los pobres.—Ah, ya. Muy bien pensado. Hay gente que lo piensa todo antes…La chica acaba su canción y sonríe de nuevo al público. Algunos se han retirado, pero llegan ojos nuevos, oídos nuevos; nuevos éxtasis efímeros de monedas tintineantes.—Jolín, qué bonito todo, ¿no?—¿Jolín otra vez? ¿Ya estamos?—Es que es muy bonito todo. Es como una enredadera, pero en música, ¿no crees?—Qué bonito también eso…—¿Verdad? Me ha salido así.—Pues apúntalo.—Lo apunto al llegar a casa.—Pero no te olvides.La chica cierra los ojos, inspira con suavidad, levanta un poco la mano, vuelve a parar el tiempo.—Jolín…—Qué cosa más bonita, sí…—Pues dices tú, pero a lo mejor es asturiana.—Y, ¿eso? ¿Por qué lo dices?—Porque sí. Como he dicho a lo mejor, pues me vale para lo que sea, porque a lo mejor sí y a lo mejor no.—Ah, claro. Pero por algo lo habrás dicho…—Me ha venido a la cabeza. Por los mofletes, será.—No son mofletes; es sólo que los tiene rojos, pero son mejillas normales. ¿No has visto que es delgadita?—Si es delgadita, ¿no pueden ser mofletes?—Yo creo que no.—¿Eso está comprobado?—Sí.—¿Seguro?—Tendría que mirarlo. Pero sí.—¿Puedes mirarlo ahora?—No. Pero mofletes es cuando sobran, me parece. —Jolín… Las dos personas normales se plantan delante de una artista callejera: una chica de pelo largo y lacio, y vestido de algodón, que canta a capela en la calle, abriendo los brazos así o asá, cerrando mucho o poco los ojos, según exigencia, sentido del drama, afinación. Hay más gente detenida, extasiada por esa voz sedosa que parece apagar (o hacer olvidar) el tráfico.La primera persona normal susurra:—Jolín.—¿Has dicho jolín? —dice también en voz baja la segunda persona normal.—Jolín, cómo canta la chavala…—¿Tienes cinco años?—¿Cómo que si tengo cinco años?—Yo creo que para decir jolín hay que tener cinco años. Como mucho.—Pero, ¿cómo voy a tener cinco años, si tengo hijos?—Pues no digas jolín.—Pues no lo digo. Ha sido por educación. Para no romper el clima. Por respeto a la chavala, que mírala qué cosa, que parece portuguesa.—¿Por qué parece portuguesa?—Pues porque no tiene guitarra. Las portuguesas no tienen guitarra. Las portuguesas cantan solas y ya está. Y te mueres de tristeza. Y luego descansas un poco y luego te mueres de tristeza otra vez. Y así hasta que se hace de noche.—¿Eso lo sabes tú seguro?—No, pero me lo imagino; no van a seguir cantando de noche, eso sería crueldad… Luego, antes de cenar, tienes que pedirle a alguien que te cuente un chiste bueno, para irte a la cama bien. La chica acaba la canción e intenta una sonrisa melancólica que hace callar a los pájaros. La gente arroja un euro —o dos— en un estuche de guitarra. La chica vuelve a cantar.—¿Y la guitarra? —pregunta la segunda persona normal.—¿Cómo?—La guitarra, ¿dónde la tiene? ¿Por qué se trae la funda, si no se trae la guitarra?—La tendrá en casa, supongo. La funda se la traerá para que pongamos las monedas.—Y, ¿por qué no se trae un plato?—Pues para que no se le rompa. Y para no parecer un gato.—¿Pareces un gato con un plato?—Si lo pones en el suelo, sí.—Ah, claro…La voz de la chica del estuche, fina y compacta a la vez, intenta trayectorias alabeadas que se cuelan entre las ramas de los árboles y entre los coches aparcados, entre las piernas de los transeúntes, que a veces tropiezan sin saber por qué, y entre los conos de una obra cercana que nadie recuerda cuándo empezó.—Pues dices tú, pero para mí que eso es flamenco.—Pero, ¿cómo va a ser flamenco, si no hay guitarra, hemos quedado?—Yo creo que hay flamenco sin guitarra, ¿no?—Pues no lo sé. Yo creo que no. Y, además, ¿no parecía portuguesa la chavala, decías?—Pero en Portugal también habrá flamenco; yo creo que ahora ya se puede. ¿No has visto que hay toreros en Japón?—¿Tú has visto toreros en Japón?—Toma, claro. Y tú. ¿No tienes tele o qué? En Japón ahora casi todos son toreros; es medio obligatorio, me parece. En Japón, por lo visto, ahora, en vez de sushi, comen jamón.—¿Con el arroz, dices?—O justo después. Y luego se van de capea y se llevan unas tablas y zapatean y todo. Están empezando a quitar lo de hacerse samurái…—¿Ya no se puede ser eso?—Poderse se podrá, seguro, ¿no ves que allí no hay franquismo? Allí se puede hacer de todo. Pero no querrán. Igual un japonés, fijándose mucho, aprendió a freír los calamares y, claro, ya no hay marcha atrás.—Normal.—Por eso te digo. Y, en Portugal, lo mismo. En Portugal, como tienen democracia y ha llegado El Corte Inglés, pues pueden comer lo que quieran.—¿Hay Corte Inglés en Portugal?—Por lo visto. Y, si no, se dan un salto a Badajoz.—Hay que ver cómo avanza todo. Y, ¿en Japón? ¿Hay Corte Inglés en Japón?—En Japón lo están poniendo.—¿Con escaleras mecánicas?—Y con ascensores. Y con baños; pero sólo a partir de la segunda planta, para que no entren los pobres.—Ah, ya. Muy bien pensado. Hay gente que lo piensa todo antes…La chica acaba su canción y sonríe de nuevo al público. Algunos se han retirado, pero llegan ojos nuevos, oídos nuevos; nuevos éxtasis efímeros de monedas tintineantes.—Jolín, qué bonito todo, ¿no?—¿Jolín otra vez? ¿Ya estamos?—Es que es muy bonito todo. Es como una enredadera, pero en música, ¿no crees?—Qué bonito también eso…—¿Verdad? Me ha salido así.—Pues apúntalo.—Lo apunto al llegar a casa.—Pero no te olvides.La chica cierra los ojos, inspira con suavidad, levanta un poco la mano, vuelve a parar el tiempo.—Jolín…—Qué cosa más bonita, sí…—Pues dices tú, pero a lo mejor es asturiana.—Y, ¿eso? ¿Por qué lo dices?—Porque sí. Como he dicho a lo mejor, pues me vale para lo que sea, porque a lo mejor sí y a lo mejor no.—Ah, claro. Pero por algo lo habrás dicho…—Me ha venido a la cabeza. Por los mofletes, será.—No son mofletes; es sólo que los tiene rojos, pero son mejillas normales. ¿No has visto que es delgadita?—Si es delgadita, ¿no pueden ser mofletes?—Yo creo que no.—¿Eso está comprobado?—Sí.—¿Seguro?—Tendría que mirarlo. Pero sí.—¿Puedes mirarlo ahora?—No. Pero mofletes es cuando sobran, me parece. —Jolín… Las dos personas normales se plantan delante de una artista callejera: una chica de pelo largo y lacio, y vestido de algodón, que canta a capela en la calle, abriendo los brazos así o asá, cerrando mucho o poco los ojos, según exigencia, sentido del drama, afinación. Hay más gente detenida, extasiada por esa voz sedosa que parece apagar (o hacer olvidar) el tráfico.La primera persona normal susurra:—Jolín.—¿Has dicho jolín? —dice también en voz baja la segunda persona normal.—Jolín, cómo canta la chavala…—¿Tienes cinco años?—¿Cómo que si tengo cinco años?—Yo creo que para decir jolín hay que tener cinco años. Como mucho.—Pero, ¿cómo voy a tener cinco años, si tengo hijos?—Pues no digas jolín.—Pues no lo digo. Ha sido por educación. Para no romper el clima. Por respeto a la chavala, que mírala qué cosa, que parece portuguesa.—¿Por qué parece portuguesa?—Pues porque no tiene guitarra. Las portuguesas no tienen guitarra. Las portuguesas cantan solas y ya está. Y te mueres de tristeza. Y luego descansas un poco y luego te mueres de tristeza otra vez. Y así hasta que se hace de noche.—¿Eso lo sabes tú seguro?—No, pero me lo imagino; no van a seguir cantando de noche, eso sería crueldad… Luego, antes de cenar, tienes que pedirle a alguien que te cuente un chiste bueno, para irte a la cama bien. La chica acaba la canción e intenta una sonrisa melancólica que hace callar a los pájaros. La gente arroja un euro —o dos— en un estuche de guitarra. La chica vuelve a cantar.—¿Y la guitarra? —pregunta la segunda persona normal.—¿Cómo?—La guitarra, ¿dónde la tiene? ¿Por qué se trae la funda, si no se trae la guitarra?—La tendrá en casa, supongo. La funda se la traerá para que pongamos las monedas.—Y, ¿por qué no se trae un plato?—Pues para que no se le rompa. Y para no parecer un gato.—¿Pareces un gato con un plato?—Si lo pones en el suelo, sí.—Ah, claro…La voz de la chica del estuche, fina y compacta a la vez, intenta trayectorias alabeadas que se cuelan entre las ramas de los árboles y entre los coches aparcados, entre las piernas de los transeúntes, que a veces tropiezan sin saber por qué, y entre los conos de una obra cercana que nadie recuerda cuándo empezó.—Pues dices tú, pero para mí que eso es flamenco.—Pero, ¿cómo va a ser flamenco, si no hay guitarra, hemos quedado?—Yo creo que hay flamenco sin guitarra, ¿no?—Pues no lo sé. Yo creo que no. Y, además, ¿no parecía portuguesa la chavala, decías?—Pero en Portugal también habrá flamenco; yo creo que ahora ya se puede. ¿No has visto que hay toreros en Japón?—¿Tú has visto toreros en Japón?—Toma, claro. Y tú. ¿No tienes tele o qué? En Japón ahora casi todos son toreros; es medio obligatorio, me parece. En Japón, por lo visto, ahora, en vez de sushi, comen jamón.—¿Con el arroz, dices?—O justo después. Y luego se van de capea y se llevan unas tablas y zapatean y todo. Están empezando a quitar lo de hacerse samurái…—¿Ya no se puede ser eso?—Poderse se podrá, seguro, ¿no ves que allí no hay franquismo? Allí se puede hacer de todo. Pero no querrán. Igual un japonés, fijándose mucho, aprendió a freír los calamares y, claro, ya no hay marcha atrás.—Normal.—Por eso te digo. Y, en Portugal, lo mismo. En Portugal, como tienen democracia y ha llegado El Corte Inglés, pues pueden comer lo que quieran.—¿Hay Corte Inglés en Portugal?—Por lo visto. Y, si no, se dan un salto a Badajoz.—Hay que ver cómo avanza todo. Y, ¿en Japón? ¿Hay Corte Inglés en Japón?—En Japón lo están poniendo.—¿Con escaleras mecánicas?—Y con ascensores. Y con baños; pero sólo a partir de la segunda planta, para que no entren los pobres.—Ah, ya. Muy bien pensado. Hay gente que lo piensa todo antes…La chica acaba su canción y sonríe de nuevo al público. Algunos se han retirado, pero llegan ojos nuevos, oídos nuevos; nuevos éxtasis efímeros de monedas tintineantes.—Jolín, qué bonito todo, ¿no?—¿Jolín otra vez? ¿Ya estamos?—Es que es muy bonito todo. Es como una enredadera, pero en música, ¿no crees?—Qué bonito también eso…—¿Verdad? Me ha salido así.—Pues apúntalo.—Lo apunto al llegar a casa.—Pero no te olvides.La chica cierra los ojos, inspira con suavidad, levanta un poco la mano, vuelve a parar el tiempo.—Jolín…—Qué cosa más bonita, sí…—Pues dices tú, pero a lo mejor es asturiana.—Y, ¿eso? ¿Por qué lo dices?—Porque sí. Como he dicho a lo mejor, pues me vale para lo que sea, porque a lo mejor sí y a lo mejor no.—Ah, claro. Pero por algo lo habrás dicho…—Me ha venido a la cabeza. Por los mofletes, será.—No son mofletes; es sólo que los tiene rojos, pero son mejillas normales. ¿No has visto que es delgadita?—Si es delgadita, ¿no pueden ser mofletes?—Yo creo que no.—¿Eso está comprobado?—Sí.—¿Seguro?—Tendría que mirarlo. Pero sí.—¿Puedes mirarlo ahora?—No. Pero mofletes es cuando sobran, me parece. —Jolín… RSS de noticias de cultura
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