La retahíla de ‘reels’, ‘shorts’, ‘stories’… de las redes sociales nos han transmutado en aspirantes a famosos como los de antaño pero pobres. La pérdida de pudor y la exposición pública ya no tienen ni la disculpa de forrarse como la Pantoja. Vendidos y pobres. Es imposible pararse ante un monumento sin que aparezca una moza haciendo posturas mientras un lacayo dispara fotos sin descanso mientras espera resignado que la retratada dé su visto bueno. Vídeos sobre vidas que se suceden en fracciones de segundo que los aspirantes a famosos editan con una plantilla de autoedición que poco deja a la creatividad del autor pero ofrece las herramientas necesarias para generar dopamina a raudales en los cerebros de quienes los contemplan extasiados en la pantalla de sus teléfonos móviles. Imágenes vertiginosas que disfrazan las fútiles vidas de sus protagonistas de un pretendido éxito que hace tiempo dejó de estar acompañado por el prestigio o la remuneración como el de los famosos del Hola. Es suficiente con que las interacciones, buenas o malas, alimenten el algoritmo de la red social elegida. Lo importante es crecer en seguidores, ‘likes’ y comentarios. El motivo que lleve al candidato a alcanzar el primer millón de seguidores es intrascendente, lo que se busca es llegar hasta allí. En el camino, millones de niños venden su dignidad reos de un sueño fraudulento. Fraudulento en tanto las disculpas para justificarlo se limitan a corear eslóganes sobre temas cuyo relumbrón no proviene de su pertinencia o genialidad sino de su capacidad para aglutinarse alrededor de un ‘hashtag’. Sostenibilidad, resiliencia y hasta igualdad son conceptos mancillados por unos algoritmos capaces de elevarlos al Olimpo a base de camisetas de un solo uso cosidas por niños en el tercer mundo y una dependencia enfermiza del psicólogo o del Estado. Todo ello aliñado con una sobredosis de machismo en forma de un destape tan sórdido como el de la Transición pero que paradójicamente se viste de lo contrario. En esto el algoritmo y los usuarios siguen siendo tan básicos como Esteso y Pajares y, por mucho que los influencers escriban ‘freedom’ en sus peroratas, su éxito pasa por la imagen estereotipada de sus estilismos y hasta de sus eslóganes. El mundo ha cambiado sus objetivos, la retórica aristotélica se ha quedado coja y ya solo importa alcanzar el éxito a base de continente dejando que el contenido se extinga en modo ‘woke’ porque el disidente ya no es un mero excéntrico sino una pieza de caza mayor a la que exterminar. Es el triunfo del barroco frente al románico. Las columnas salomónicas y el pan de oro preñando una moral victoriana. Esculturas huecas que se visten de proclamas de igualdad mientras se desnudan de dignidad y tela ante los ojos de millones de seguidores que pronto dejarán de mirar porque ha dejado de haber carne tras las pancartas. La retahíla de ‘reels’, ‘shorts’, ‘stories’… de las redes sociales nos han transmutado en aspirantes a famosos como los de antaño pero pobres. La pérdida de pudor y la exposición pública ya no tienen ni la disculpa de forrarse como la Pantoja. Vendidos y pobres. Es imposible pararse ante un monumento sin que aparezca una moza haciendo posturas mientras un lacayo dispara fotos sin descanso mientras espera resignado que la retratada dé su visto bueno. Vídeos sobre vidas que se suceden en fracciones de segundo que los aspirantes a famosos editan con una plantilla de autoedición que poco deja a la creatividad del autor pero ofrece las herramientas necesarias para generar dopamina a raudales en los cerebros de quienes los contemplan extasiados en la pantalla de sus teléfonos móviles. Imágenes vertiginosas que disfrazan las fútiles vidas de sus protagonistas de un pretendido éxito que hace tiempo dejó de estar acompañado por el prestigio o la remuneración como el de los famosos del Hola. Es suficiente con que las interacciones, buenas o malas, alimenten el algoritmo de la red social elegida. Lo importante es crecer en seguidores, ‘likes’ y comentarios. El motivo que lleve al candidato a alcanzar el primer millón de seguidores es intrascendente, lo que se busca es llegar hasta allí. En el camino, millones de niños venden su dignidad reos de un sueño fraudulento. Fraudulento en tanto las disculpas para justificarlo se limitan a corear eslóganes sobre temas cuyo relumbrón no proviene de su pertinencia o genialidad sino de su capacidad para aglutinarse alrededor de un ‘hashtag’. Sostenibilidad, resiliencia y hasta igualdad son conceptos mancillados por unos algoritmos capaces de elevarlos al Olimpo a base de camisetas de un solo uso cosidas por niños en el tercer mundo y una dependencia enfermiza del psicólogo o del Estado. Todo ello aliñado con una sobredosis de machismo en forma de un destape tan sórdido como el de la Transición pero que paradójicamente se viste de lo contrario. En esto el algoritmo y los usuarios siguen siendo tan básicos como Esteso y Pajares y, por mucho que los influencers escriban ‘freedom’ en sus peroratas, su éxito pasa por la imagen estereotipada de sus estilismos y hasta de sus eslóganes. El mundo ha cambiado sus objetivos, la retórica aristotélica se ha quedado coja y ya solo importa alcanzar el éxito a base de continente dejando que el contenido se extinga en modo ‘woke’ porque el disidente ya no es un mero excéntrico sino una pieza de caza mayor a la que exterminar. Es el triunfo del barroco frente al románico. Las columnas salomónicas y el pan de oro preñando una moral victoriana. Esculturas huecas que se visten de proclamas de igualdad mientras se desnudan de dignidad y tela ante los ojos de millones de seguidores que pronto dejarán de mirar porque ha dejado de haber carne tras las pancartas. La retahíla de ‘reels’, ‘shorts’, ‘stories’… de las redes sociales nos han transmutado en aspirantes a famosos como los de antaño pero pobres. La pérdida de pudor y la exposición pública ya no tienen ni la disculpa de forrarse como la Pantoja. Vendidos y pobres. Es imposible pararse ante un monumento sin que aparezca una moza haciendo posturas mientras un lacayo dispara fotos sin descanso mientras espera resignado que la retratada dé su visto bueno. Vídeos sobre vidas que se suceden en fracciones de segundo que los aspirantes a famosos editan con una plantilla de autoedición que poco deja a la creatividad del autor pero ofrece las herramientas necesarias para generar dopamina a raudales en los cerebros de quienes los contemplan extasiados en la pantalla de sus teléfonos móviles. Imágenes vertiginosas que disfrazan las fútiles vidas de sus protagonistas de un pretendido éxito que hace tiempo dejó de estar acompañado por el prestigio o la remuneración como el de los famosos del Hola. Es suficiente con que las interacciones, buenas o malas, alimenten el algoritmo de la red social elegida. Lo importante es crecer en seguidores, ‘likes’ y comentarios. El motivo que lleve al candidato a alcanzar el primer millón de seguidores es intrascendente, lo que se busca es llegar hasta allí. En el camino, millones de niños venden su dignidad reos de un sueño fraudulento. Fraudulento en tanto las disculpas para justificarlo se limitan a corear eslóganes sobre temas cuyo relumbrón no proviene de su pertinencia o genialidad sino de su capacidad para aglutinarse alrededor de un ‘hashtag’. Sostenibilidad, resiliencia y hasta igualdad son conceptos mancillados por unos algoritmos capaces de elevarlos al Olimpo a base de camisetas de un solo uso cosidas por niños en el tercer mundo y una dependencia enfermiza del psicólogo o del Estado. Todo ello aliñado con una sobredosis de machismo en forma de un destape tan sórdido como el de la Transición pero que paradójicamente se viste de lo contrario. En esto el algoritmo y los usuarios siguen siendo tan básicos como Esteso y Pajares y, por mucho que los influencers escriban ‘freedom’ en sus peroratas, su éxito pasa por la imagen estereotipada de sus estilismos y hasta de sus eslóganes. El mundo ha cambiado sus objetivos, la retórica aristotélica se ha quedado coja y ya solo importa alcanzar el éxito a base de continente dejando que el contenido se extinga en modo ‘woke’ porque el disidente ya no es un mero excéntrico sino una pieza de caza mayor a la que exterminar. Es el triunfo del barroco frente al románico. Las columnas salomónicas y el pan de oro preñando una moral victoriana. Esculturas huecas que se visten de proclamas de igualdad mientras se desnudan de dignidad y tela ante los ojos de millones de seguidores que pronto dejarán de mirar porque ha dejado de haber carne tras las pancartas. RSS de noticias de espana
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