Las similitudes son casi imposibles de obviar. Un régimen autocrático que aterrorizaba a sus ciudadanos y amenazaba a sus vecinos. Una beligerancia que supuestamente incluía armas de destrucción masiva. El uso de la fuerza militar por parte de Estados Unidos al margen de la legalidad internacional. Y una incapacidad manifiesta para calcular las consecuencias de un cambio de régimen en una parte del mundo marcada por la artificialidad de fronteras coloniales trazadas con escuadra y cartabón. El fantasma de guerras rápidas y fáciles se ha vuelto a colar en Washington, 22 años después de que George W. Bush ordenase la invasión de Irak en búsqueda de armas no convencionales que nunca se encontraron. Tras seis fulminantes semanas de hostilidades sin el expreso respaldo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el presidente sobre la cubierta del portaaviones «Abraham Lincoln» no dudó celebrar el derrocamiento de Sadam Husein y presumir de haber superado la asignatura pendiente de su padre tras la invasión de Kuwait con la consigna de «Misión Cumplida». Cuando Estados Unidos se retiró finalmente de Irak, casi nueve años después con más de 4.000 militares del Pentágono y 100.000 iraquíes muertos, se suponía que aquella guerra se había convertido en una histórica lección sobre errores de cálculo, manipulación de informes de inteligencia, neoconservadores delirantes y una manifiesta incapacidad para anticipar toda la inestabilidad y el derramamiento de sangre que, de una forma u otra, continúan hasta nuestros días. Ahora, el presidente Trump insiste en que con un solo bombardeo se puede transformar Oriente Próximo. Además de desacreditar públicamente a Tulsi Gabbard, directora de inteligencia nacional, que desde marzo viene repitiendo que Irán no está construyendo armas nucleares. Y hasta alguno de los mismos neoconservadores que justificaron la guerra contra Irak, están volviendo a recalentar y servir sus viejos argumentos contra Irán. En 2025, como en 2003, no hay indicios de que el gobierno de Estados Unidos tenga un plan definido ni una estrategia para el futuro. Solamente ganas de volver a desenrollar el cartelón de «Misión Cumplida». Las similitudes son casi imposibles de obviar. Un régimen autocrático que aterrorizaba a sus ciudadanos y amenazaba a sus vecinos. Una beligerancia que supuestamente incluía armas de destrucción masiva. El uso de la fuerza militar por parte de Estados Unidos al margen de la legalidad internacional. Y una incapacidad manifiesta para calcular las consecuencias de un cambio de régimen en una parte del mundo marcada por la artificialidad de fronteras coloniales trazadas con escuadra y cartabón. El fantasma de guerras rápidas y fáciles se ha vuelto a colar en Washington, 22 años después de que George W. Bush ordenase la invasión de Irak en búsqueda de armas no convencionales que nunca se encontraron. Tras seis fulminantes semanas de hostilidades sin el expreso respaldo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el presidente sobre la cubierta del portaaviones «Abraham Lincoln» no dudó celebrar el derrocamiento de Sadam Husein y presumir de haber superado la asignatura pendiente de su padre tras la invasión de Kuwait con la consigna de «Misión Cumplida». Cuando Estados Unidos se retiró finalmente de Irak, casi nueve años después con más de 4.000 militares del Pentágono y 100.000 iraquíes muertos, se suponía que aquella guerra se había convertido en una histórica lección sobre errores de cálculo, manipulación de informes de inteligencia, neoconservadores delirantes y una manifiesta incapacidad para anticipar toda la inestabilidad y el derramamiento de sangre que, de una forma u otra, continúan hasta nuestros días. Ahora, el presidente Trump insiste en que con un solo bombardeo se puede transformar Oriente Próximo. Además de desacreditar públicamente a Tulsi Gabbard, directora de inteligencia nacional, que desde marzo viene repitiendo que Irán no está construyendo armas nucleares. Y hasta alguno de los mismos neoconservadores que justificaron la guerra contra Irak, están volviendo a recalentar y servir sus viejos argumentos contra Irán. En 2025, como en 2003, no hay indicios de que el gobierno de Estados Unidos tenga un plan definido ni una estrategia para el futuro. Solamente ganas de volver a desenrollar el cartelón de «Misión Cumplida». Las similitudes son casi imposibles de obviar. Un régimen autocrático que aterrorizaba a sus ciudadanos y amenazaba a sus vecinos. Una beligerancia que supuestamente incluía armas de destrucción masiva. El uso de la fuerza militar por parte de Estados Unidos al margen de la legalidad internacional. Y una incapacidad manifiesta para calcular las consecuencias de un cambio de régimen en una parte del mundo marcada por la artificialidad de fronteras coloniales trazadas con escuadra y cartabón. El fantasma de guerras rápidas y fáciles se ha vuelto a colar en Washington, 22 años después de que George W. Bush ordenase la invasión de Irak en búsqueda de armas no convencionales que nunca se encontraron. Tras seis fulminantes semanas de hostilidades sin el expreso respaldo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el presidente sobre la cubierta del portaaviones «Abraham Lincoln» no dudó celebrar el derrocamiento de Sadam Husein y presumir de haber superado la asignatura pendiente de su padre tras la invasión de Kuwait con la consigna de «Misión Cumplida». Cuando Estados Unidos se retiró finalmente de Irak, casi nueve años después con más de 4.000 militares del Pentágono y 100.000 iraquíes muertos, se suponía que aquella guerra se había convertido en una histórica lección sobre errores de cálculo, manipulación de informes de inteligencia, neoconservadores delirantes y una manifiesta incapacidad para anticipar toda la inestabilidad y el derramamiento de sangre que, de una forma u otra, continúan hasta nuestros días. Ahora, el presidente Trump insiste en que con un solo bombardeo se puede transformar Oriente Próximo. Además de desacreditar públicamente a Tulsi Gabbard, directora de inteligencia nacional, que desde marzo viene repitiendo que Irán no está construyendo armas nucleares. Y hasta alguno de los mismos neoconservadores que justificaron la guerra contra Irak, están volviendo a recalentar y servir sus viejos argumentos contra Irán. En 2025, como en 2003, no hay indicios de que el gobierno de Estados Unidos tenga un plan definido ni una estrategia para el futuro. Solamente ganas de volver a desenrollar el cartelón de «Misión Cumplida». RSS de noticias de internacional
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