He conocido a lo largo de mi vida a no pocos empresarios exitosos y algunos de ellos son mis amigos. Aunque muchas cosas los diferencian, por supuesto, tienen en común el hecho de que sus negocios y sus proyectos empresariales, es decir aquello que forma parte esencial de sus vidas, a menudo afloran en la conversación. Del mismo modo que un arquitecto, un abogado, un artista, un deportista o un político no pueden evitar hablar de sus asuntos con sus conocidos o allegados cuando se encuentran con ellos, un empresario suele compartir con las personas a las que trata por lo menos algún aspecto de aquello que constituye su actividad diaria. Por eso me llama mucho la atención el caso de Alejandro G. Roemmers. No recuerdo haberle oído hablar, desde que lo conocí y las veces que lo he visto, en Madrid o en Buenos Aires, de sus negocios o inversiones, ni de su gestión los años en que estuvo involucrado en el día a día de los Laboratorios Roemmers, la empresa familiar que fundó su abuelo en la Argentina y hoy tiene una presencia importante en muchos países, y de cuya administración se desligó hace un par de décadas, pero a la que sigue vinculado. De lo que hemos hablado, cuando nos hemos encontrado, ha sido principalmente de literatura: por ejemplo, de los manuscritos de Jorge Luis Borges que se tomó el trabajo de rastrear en distintos lugares del mundo y reunir en una colección notable que puso a disposición del público a través de una exposición magnífica organizada en el país austral.
El Premio Nobel de Literatura escribió en otoño de 2023 el prefacio de ‘El misterio del último ‘stradivarius’, de Alejandro G. Roemmers
He conocido a lo largo de mi vida a no pocos empresarios exitosos y algunos de ellos son mis amigos. Aunque muchas cosas los diferencian, por supuesto, tienen en común el hecho de que sus negocios y sus proyectos empresariales, es decir aquello que forma parte esencial de sus vidas, a menudo afloran en la conversación. Del mismo modo que un arquitecto, un abogado, un artista, un deportista o un político no pueden evitar hablar de sus asuntos con sus conocidos o allegados cuando se encuentran con ellos, un empresario suele compartir con las personas a las que trata por lo menos algún aspecto de aquello que constituye su actividad diaria. Por eso me llama mucho la atención el caso de Alejandro G. Roemmers. No recuerdo haberle oído hablar, desde que lo conocí y las veces que lo he visto, en Madrid o en Buenos Aires, de sus negocios o inversiones, ni de su gestión los años en que estuvo involucrado en el día a día de los Laboratorios Roemmers, la empresa familiar que fundó su abuelo en la Argentina y hoy tiene una presencia importante en muchos países, y de cuya administración se desligó hace un par de décadas, pero a la que sigue vinculado. De lo que hemos hablado, cuando nos hemos encontrado, ha sido principalmente de literatura: por ejemplo, de los manuscritos de Jorge Luis Borges que se tomó el trabajo de rastrear en distintos lugares del mundo y reunir en una colección notable que puso a disposición del público a través de una exposición magnífica organizada en el país austral.
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