El estudio de RCR Arquitectes se encuentra en lo que fue una antigua fábrica de campanas situada en una callejuela en la localidad gerundense de Olot. Ese espacio, que alberga hoy además la RCR Bunka Fundació, define cabalmente el espíritu del trío integrado por Carme Pigem, Rafael Aranda y Ramon Vilalta, un triunvirato que piensa y trabaja colectivamente sus ideas, haciendo que las individuales se vayan complementando durante el diálogo. Reconocidos con el premio Pritzker en 2017, han recibido emocionados este año ser nombrados doctores honoris causa por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) y afrontan con un enorme entusiasmo la puesta en marcha de RCR LAB.A, un laboratorio para el estudio del espacio y el paisaje. Noticias relacionadas estandar Si Qatar se hace presente Fredy Massad estandar Si Muere, a los 91 años, el arquitecto Miguel de Oriol Fredy Massad—Fundaron RCR Arquitectes en 1998. El escenario del mundo ha cambiado profundamente desde entonces. ¿Cómo han vivido todas esas transformaciones? —Arrancamos en pleno auge olímpico y de la arquitectura catalana. A ese periodo le siguió la época de los grandes edificios icónicos. Todo eso se ha revertido y ahora mismo nos encontramos en un momento de revalorización de lo más simple, incluso lo precario. Es cierto que en el mundo se ha producido un cambio muy sustancial, pero nosotros hemos crecido a través de nuestra propia experiencia y hemos hecho nuestro recorrido en paralelo a todas estas dinámicas. Siempre hemos estado un poco desubicados. Hemos vivido y sentido siempre la arquitectura a nuestra manera, con toda la influencia de Olot, su paisaje, lo aprendido en la escuela de arquitectura, y todos nuestros intereses en el arte y otros ámbitos, sin ubicarnos dentro de ningún camino concreto. Hemos crecido a través de nuestra propia experiencia. —¿Cómo se ha gestado esa identidad propia? —La aproximación a la Naturaleza y la experiencia a través de los sentidos han sido los dos elementos fundacionales de nuestro trabajo. Estos no eran temas propios de la arquitectura de los años noventa, cuando salimos de la escuela. En aquel tiempo se practicaba una arquitectura muy racional y alejada del contexto para la que no era prioritaria una búsqueda de una experiencia positiva de bienestar para las personas. Es posiblemente en este último aspecto en donde hemos comprobado cómo las dinámicas de la arquitectura se han ido aproximando, con el paso del tiempo, a aquellos conceptos desde los que nosotros arrancamos. En nuestro trabajo estuvieron presentes desde el comienzo muchos de esos principios que hoy están en boga. Ya pensábamos en cómo recoger el agua, en cómo usar basalto yendo a la cantera… Pero entonces era algo dificultoso, no todo el mundo estaba por la labor de entender estos conceptos. La experiencia de nuestra vivencia aquí en este territorio y lo que la Escuela del Vallés sumó a ello nos confirieron una mirada muy particular, que hoy coincide con la dirección en la que sopla el viento general dentro del contexto de la arquitectura.—¿Cómo fue de determinante ese paso por la Escuela del Vallés en la configuración de su identidad?—Nos proporcionó la base para comenzar nuestro posterior camino conjunto. Era una escuela donde había mucha cercanía entre los alumnos y el profesorado, algo que no era posible en las de otra magnitud. Hay que recalcar también el detalle de que, en aquel momento, la escuela se encontraba emplazada en una especie de ‘tierra de nadie’, sus aulas eran barracones prefabricados. Ni siquiera se correspondía a esa idea de ‘universidad’ como edificio institucional, pero siempre hemos estado orgullosos de la formación que recibimos allí por la intensidad que había en ella en aquel momento, alumbrando iniciativas pedagógicas verdaderamente significativas y que hoy ya no se dan. Fue allí donde recibimos cursos de arquitectura del paisaje, una asignatura que enseña a trabajar con el lugar –ahora generalizada a nivel nacional e internacional y con- siderada absolutamente fundamental, pero que entonces no lo era de manera tan evidente–, y estos cursos nos hicieron entender lo crucial de relacionarse con un lugar a través de todos sus parámetros, tanto objetivos como subjetivos. Arquitectura de proximidad. En las imágenes, dos de los proyectos del colectivo en Olot: La pista e atletismo de la localidad y el restaurante Les Cols Inés Baucells—¿Qué otras influencias les han marcado?—La escuela fue una referencia fundamental, y en ese momento la ‘escuela’ era esencialmente la arquitectura catalana. Después prestamos atención al trabajo de los artistas, con más intensidad incluso que a la propia arquitectura. Los artistas trabajan con los mismos temas que los arquitectos: el espacio, la profundidad… Su propósito es transmitir emociones… Pero, en su caso, liberados de la carga programática, legal y presupuestaria que tiene la arquitectura. El paisaje, insistimos, ha sido para nosotros una gran fuente de inspiración. La cultura japonesa y la dimensión de los sentidos en la islámica, cómo explorarlos y estimularlos. Igualmente, nos ha ayudado no entender la arquitectura desde la forma y el material, sino siempre a partir del concepto. Cuando el punto de procedencia es el concepto, todo está abierto y, a partir de la discusión de lo que la cosa debe ser, vas llegando a ello, sin la mano suelta. Es un gran error tener la mano suelta. A nuestro entender, dar valor a la idea significa estar abierto, así evitas la esclavitud de ceñirte a una geometría, una forma preestablecida o un material. Lo ideal para nosotros es trabajar con una idea o concepto que, poco a poco, a medida que se van consolidando, hacen que, a través de su propio proceso, el proyecto vaya encontrando su materialidad y geometría. Confesamos que es algo en lo que nos esforzamos, porque a veces esta libertad sí se produce, pero en otras ocasiones es inevitable ‘esclavizarse’ un po- co, ya que la fortaleza de las imágenes es peligrosa y es crucial que la tipología no sea el punto de partida. Por ejemplo, la palabra ‘torre’ lleva inmediatamente a visualizar literalmente una; pero, si, en cambio, te detienes a reflexionar qué es una torre en su origen, pueden surgir otros puntos de vista.—El paisaje de la comarca de la Garrotxa es un elemento definitorio de RCR Arquitectes. ¿Qué sucede con esa vinculación con el paisaje y el lugar cuando su arquitectura se traslada a otros paisajes, como Dubai? —El haber profundizado en nuestro lugar, nuestro paisaje, nos ayuda a ir a otros y poder entender su energía. Situados en el mundo árabe, va a salirnos una arquitectura distinta, pero que, a nivel proyectual y de pensamiento, es fundamentalmente la nuestra porque, en última instancia, todo lo que hemos aprendido parte de una esencia. Todo lugar tiene sus propias especificidades, pero, si tú profundizas y comprendes esa esencia, después es más sencillo leer otros destinos y detectar cuáles son los elementos que tienen más relevancia en ellos para tratar de expresarlos. Esta mezcla de la lectura del lugar y de los preceptos que consideramos capaces de transformar hacia un mundo mejor, ese sentido positivo de bienestar unido a una relación con la Naturaleza, es una ilusión constante para nosotros. La arquitectura, que nació como modo de protección del ambiente, de la Naturaleza, del mundo, ha hecho, sin embargo, que acabemos desvinculándonos por completo de ellos. La conexión entre el humano y el ambiente se ha cortado, y para nosotros es imprescindible restablecerla y establecer otro tipo de vínculo. —¿Cómo plantear esta visión, esta sensibilidad centrada en el bienestar y el habitante, para un lugar como Dubai, escenario paradigmático de la idea de arquitectura del espectáculo? Allí tienen proyectos construidos como la Escuela Dar Al Marefa (2019), la Casa Alwah (2022) y otro en ciernes, la Torre Muraba Veil.—No entendemos en absoluto al arquitecto separado del cliente. Desde que emprendimos este camino en la arquitectura, siempre hemos creído en la complicidad, en crear un camino conjunto con el cliente, absolutamente necesario para crear una buena propuesta. Llegar a establecer ese camino de complicidad no es fácil. Puede no llegar a producirse, pero no entendemos otro modo de hacer nuestro trabajo. Todo nuestro proceso consiste en el esfuerzo de crear ese camino conjunto. Con frecuencia optamos por proyectos donde claramente podemos anticipar que ese proceso será posible; si anticipamos que el trabajo va a limitarse meramente a construir un proyecto, no lo tomamos. —A nivel formal, sí puede constatarse en sus obras una transformación respecto a sus proyectos más tempranos, como la Casa Mirador (1999) o la Casa Fuelle (2001). La Casa Luciérnaga (2005) podría interpretarse como una experimentación o ejercicio formal más intenso. ¿Es esta una apreciación correcta? De serlo, ¿es reflejo de su propio camino o bien una posibilidad brindada por esa cooperación arquitecto-cliente?—Cada proyecto es una experiencia. Como antes decíamos, en su momento, nos propusimos emprender y hacer un camino para ir entendiendo y avanzando con pasos lo más firme posibles. Uno empieza en la arquitectura ejercitando aquello que se le enseña en la escuela y, a partir de ahí, a medida que va aprendiendo y adquiriendo sus propias experiencias, también va evolucionando la arquitectura que hace. Nuestra arquitectura ha ido evolucionando de esa forma natural. Hacia afuera. En las imágenes, dos de los proyectos de CRC Arquitectes en Dubai: Muraba Veil y la Escuela Dar Al Marefa ABC—¿’Orgánico’ sería un adjetivo correcto para describir el desarrollo de ese proceso?—Josep María Montaner se preguntaba en los primeros artículos que escribió sobre nosotros qué sería lo siguiente que haríamos, una pregunta en la que se reflejaba el hecho de que nuestro trabajo consiste en una manera de hacer y no en un tipo de formas. Como decíamos, nuestro pensamiento procede antes de conceptos y orígenes que de ‘forma’ y ‘material’. Cada proyecto ha sido para nosotros una aventura, una exploración basada en otras premisas: la esencia, encontrar el motivo, estar abiertos a lo que el lugar va dándonos… Luego la respuesta va tomando expresiones propias, cada vez distintas, que evolucionan a nuestro lado. Ensayas cosas, descubres cuestiones que quieres desarrollar en el siguiente proyecto… Todo está imbricado y relacionado, pero no de un modo que suponga ir en pos de una determinada impronta. No tenemos un decálogo, siempre hemos huido de eso. —Philip Wurstrum plantea en ‘El croquis’ una analogía entre la fragua de Vulcano y su hacer, ya que este edificio donde ahora nos encontramos era originalmente una fundición de acero para hacer campanas. ¿Nutre o sustenta esto algo en la dimensión metafórica o simbólica del hacer de RCR Arquitectes?—Cuando encontramos este lugar sentimos que nos venía como anillo al dedo. Reconocíamos aquí lo que veníamos desarrollando conceptualmente: la relación con lo existente, con los materiales de la zona, con el aire, con el dentro y fuera… Todos esos valores, que son las experiencias que queremos trasladar a la arquitectura, se condensaban aquí como en un manifiesto. Es un laboratorio que ya nos encontramos hecho y que hemos completado. Había que revelarlo, insuflarle toda su energía. —Esto es, de hecho, más que un estudio de arquitectura. Es el lugar desde donde continúan ejerciendo la docencia de manera activa. —Esa fue nuestra voluntad: impartir la docencia en casa. Comenzamos hace ya 18 años, cuando nos vimos capaces de transmitir esta manera nuestra de entender el camino de la arquitectura. Recibíamos muchas peticiones para impartir conferencias o cursos, pero consideramos que hacerlo desde aquí era mejor. Realizamos cursos de verano en el estudio y, durante el año, desde RCR LAB·A, un centro de investigación sobre el paisaje que estamos desarrollando para ahondar más aún en sus raíces. —Este es un proyecto creado tras haber recibido el premio Pritzker.—Sí, en lugar de comenzar a recorrer el mundo, decidimos hacer algo que estuviera más enraizado aquí. La Vila, donde se encuentra situado este laboratorio, es un entorno natural humanizado, pero para nosotros tiene una relevancia importante por la belleza del lugar surgida de los campos de cultivo, de las antiguas construcciones existentes de la masía, de la vegetación, del agua… Es un centro de investigación y estudio del espacio, que es la materia que nosotros entendemos materia prima de la arquitectura. Ahora mismo estamos en un proceso inicial de esta investigación, centrada en el estudio del espacio de la vivienda unifamiliar, entendida como célula de habitáculo y que para nosotros constituyó el laboratorio primigenio. Para llevarla adelante, estamos buscando complicidades. Vamos a hacer un estudio del espacio de la casa dentro de un máster sobre cultura y atmósfera que se impartirá en la Escuela de Arquitectura de Madrid. —¿Qué abordará? —Es una investigación destinada a averiguar cómo parametrizar las cualidades ambientales del espacio, los elementos que habrían de servir para constituir un nuevo tiempo, un nuevo momento. Nos gustaría poder aportar algo que ayude en este momento de transición a un mundo que aún ignoramos cómo será. Estamos arrancando con la universidad y buscando otros compañeros de viaje, como empresas e instituciones, para intensificarlo y, quizá, con el tiempo, llegar a establecer en Olot un punto donde pudiera explicarse ese valor. Sería el Museo de la Casa. Los integrantes de CRC Arquitectes en su estudio en Olot Inés BaucellsEsta labor de indagación es la que nos interesa y nos permite crecer más allá del propio ejercicio intelectual. Nos gusta además que desde La Vila surjan acciones que incidan positivamente en el territorio, del que somos grandes defensores. Hay quien defiende al máximo las ciudades; sin negarlas, nosotros estamos apostando por el territorio. —¿Advierten ya su influencia sobre otros arquitectos? —Sí, a veces. Nos gusta ser maestros, pero desde aquel punto de vista de Barragán: «No hagan lo que yo hice, vean lo que yo creo». Lo que nos gustaría es que nuestra influencia sirviera para abrir mentes y transmitir una filosofía que no tenga que ver con formas y materiales, sino con la disposición a estar más abiertos. Hoy vivimos en ese riesgo de las respuestas inmediatas: el ‘cortar y pegar’, el préstamo utilizado sin reflexión. Nosotros preferimos la autenticidad, trabajar con lo que uno mismo es capaz de hacer. —Han hecho que vengan a Olot personas de todo el mundo. —Sí, y eso es importante para esta localidad. Cada año reunimos unas veinte o veinticinco nacionalidades, entre las personas que vienen a hacer talleres, a trabajar al estudio… Es muy gratificante ver cómo, por ejemplo, una persona de Taiwán comparte con alguien de México o Francia. Nos gusta que vean nuestro lugar, nuestro territorio, lo llano. Y, recalcamos, eso es lo que nos gustaría transmitir: que nuestro legado sea nuestra forma de hacer. Una creatividad compartida es aquella que permite que un grupo de personas no necesariamente extraordinarias produzca resultados extraordinarios. El estudio de RCR Arquitectes se encuentra en lo que fue una antigua fábrica de campanas situada en una callejuela en la localidad gerundense de Olot. Ese espacio, que alberga hoy además la RCR Bunka Fundació, define cabalmente el espíritu del trío integrado por Carme Pigem, Rafael Aranda y Ramon Vilalta, un triunvirato que piensa y trabaja colectivamente sus ideas, haciendo que las individuales se vayan complementando durante el diálogo. Reconocidos con el premio Pritzker en 2017, han recibido emocionados este año ser nombrados doctores honoris causa por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) y afrontan con un enorme entusiasmo la puesta en marcha de RCR LAB.A, un laboratorio para el estudio del espacio y el paisaje. Noticias relacionadas estandar Si Qatar se hace presente Fredy Massad estandar Si Muere, a los 91 años, el arquitecto Miguel de Oriol Fredy Massad—Fundaron RCR Arquitectes en 1998. El escenario del mundo ha cambiado profundamente desde entonces. ¿Cómo han vivido todas esas transformaciones? —Arrancamos en pleno auge olímpico y de la arquitectura catalana. A ese periodo le siguió la época de los grandes edificios icónicos. Todo eso se ha revertido y ahora mismo nos encontramos en un momento de revalorización de lo más simple, incluso lo precario. Es cierto que en el mundo se ha producido un cambio muy sustancial, pero nosotros hemos crecido a través de nuestra propia experiencia y hemos hecho nuestro recorrido en paralelo a todas estas dinámicas. Siempre hemos estado un poco desubicados. Hemos vivido y sentido siempre la arquitectura a nuestra manera, con toda la influencia de Olot, su paisaje, lo aprendido en la escuela de arquitectura, y todos nuestros intereses en el arte y otros ámbitos, sin ubicarnos dentro de ningún camino concreto. Hemos crecido a través de nuestra propia experiencia. —¿Cómo se ha gestado esa identidad propia? —La aproximación a la Naturaleza y la experiencia a través de los sentidos han sido los dos elementos fundacionales de nuestro trabajo. Estos no eran temas propios de la arquitectura de los años noventa, cuando salimos de la escuela. En aquel tiempo se practicaba una arquitectura muy racional y alejada del contexto para la que no era prioritaria una búsqueda de una experiencia positiva de bienestar para las personas. Es posiblemente en este último aspecto en donde hemos comprobado cómo las dinámicas de la arquitectura se han ido aproximando, con el paso del tiempo, a aquellos conceptos desde los que nosotros arrancamos. En nuestro trabajo estuvieron presentes desde el comienzo muchos de esos principios que hoy están en boga. Ya pensábamos en cómo recoger el agua, en cómo usar basalto yendo a la cantera… Pero entonces era algo dificultoso, no todo el mundo estaba por la labor de entender estos conceptos. La experiencia de nuestra vivencia aquí en este territorio y lo que la Escuela del Vallés sumó a ello nos confirieron una mirada muy particular, que hoy coincide con la dirección en la que sopla el viento general dentro del contexto de la arquitectura.—¿Cómo fue de determinante ese paso por la Escuela del Vallés en la configuración de su identidad?—Nos proporcionó la base para comenzar nuestro posterior camino conjunto. Era una escuela donde había mucha cercanía entre los alumnos y el profesorado, algo que no era posible en las de otra magnitud. Hay que recalcar también el detalle de que, en aquel momento, la escuela se encontraba emplazada en una especie de ‘tierra de nadie’, sus aulas eran barracones prefabricados. Ni siquiera se correspondía a esa idea de ‘universidad’ como edificio institucional, pero siempre hemos estado orgullosos de la formación que recibimos allí por la intensidad que había en ella en aquel momento, alumbrando iniciativas pedagógicas verdaderamente significativas y que hoy ya no se dan. Fue allí donde recibimos cursos de arquitectura del paisaje, una asignatura que enseña a trabajar con el lugar –ahora generalizada a nivel nacional e internacional y con- siderada absolutamente fundamental, pero que entonces no lo era de manera tan evidente–, y estos cursos nos hicieron entender lo crucial de relacionarse con un lugar a través de todos sus parámetros, tanto objetivos como subjetivos. Arquitectura de proximidad. En las imágenes, dos de los proyectos del colectivo en Olot: La pista e atletismo de la localidad y el restaurante Les Cols Inés Baucells—¿Qué otras influencias les han marcado?—La escuela fue una referencia fundamental, y en ese momento la ‘escuela’ era esencialmente la arquitectura catalana. Después prestamos atención al trabajo de los artistas, con más intensidad incluso que a la propia arquitectura. Los artistas trabajan con los mismos temas que los arquitectos: el espacio, la profundidad… Su propósito es transmitir emociones… Pero, en su caso, liberados de la carga programática, legal y presupuestaria que tiene la arquitectura. El paisaje, insistimos, ha sido para nosotros una gran fuente de inspiración. La cultura japonesa y la dimensión de los sentidos en la islámica, cómo explorarlos y estimularlos. Igualmente, nos ha ayudado no entender la arquitectura desde la forma y el material, sino siempre a partir del concepto. Cuando el punto de procedencia es el concepto, todo está abierto y, a partir de la discusión de lo que la cosa debe ser, vas llegando a ello, sin la mano suelta. Es un gran error tener la mano suelta. A nuestro entender, dar valor a la idea significa estar abierto, así evitas la esclavitud de ceñirte a una geometría, una forma preestablecida o un material. Lo ideal para nosotros es trabajar con una idea o concepto que, poco a poco, a medida que se van consolidando, hacen que, a través de su propio proceso, el proyecto vaya encontrando su materialidad y geometría. Confesamos que es algo en lo que nos esforzamos, porque a veces esta libertad sí se produce, pero en otras ocasiones es inevitable ‘esclavizarse’ un po- co, ya que la fortaleza de las imágenes es peligrosa y es crucial que la tipología no sea el punto de partida. Por ejemplo, la palabra ‘torre’ lleva inmediatamente a visualizar literalmente una; pero, si, en cambio, te detienes a reflexionar qué es una torre en su origen, pueden surgir otros puntos de vista.—El paisaje de la comarca de la Garrotxa es un elemento definitorio de RCR Arquitectes. ¿Qué sucede con esa vinculación con el paisaje y el lugar cuando su arquitectura se traslada a otros paisajes, como Dubai? —El haber profundizado en nuestro lugar, nuestro paisaje, nos ayuda a ir a otros y poder entender su energía. Situados en el mundo árabe, va a salirnos una arquitectura distinta, pero que, a nivel proyectual y de pensamiento, es fundamentalmente la nuestra porque, en última instancia, todo lo que hemos aprendido parte de una esencia. Todo lugar tiene sus propias especificidades, pero, si tú profundizas y comprendes esa esencia, después es más sencillo leer otros destinos y detectar cuáles son los elementos que tienen más relevancia en ellos para tratar de expresarlos. Esta mezcla de la lectura del lugar y de los preceptos que consideramos capaces de transformar hacia un mundo mejor, ese sentido positivo de bienestar unido a una relación con la Naturaleza, es una ilusión constante para nosotros. La arquitectura, que nació como modo de protección del ambiente, de la Naturaleza, del mundo, ha hecho, sin embargo, que acabemos desvinculándonos por completo de ellos. La conexión entre el humano y el ambiente se ha cortado, y para nosotros es imprescindible restablecerla y establecer otro tipo de vínculo. —¿Cómo plantear esta visión, esta sensibilidad centrada en el bienestar y el habitante, para un lugar como Dubai, escenario paradigmático de la idea de arquitectura del espectáculo? Allí tienen proyectos construidos como la Escuela Dar Al Marefa (2019), la Casa Alwah (2022) y otro en ciernes, la Torre Muraba Veil.—No entendemos en absoluto al arquitecto separado del cliente. Desde que emprendimos este camino en la arquitectura, siempre hemos creído en la complicidad, en crear un camino conjunto con el cliente, absolutamente necesario para crear una buena propuesta. Llegar a establecer ese camino de complicidad no es fácil. Puede no llegar a producirse, pero no entendemos otro modo de hacer nuestro trabajo. Todo nuestro proceso consiste en el esfuerzo de crear ese camino conjunto. Con frecuencia optamos por proyectos donde claramente podemos anticipar que ese proceso será posible; si anticipamos que el trabajo va a limitarse meramente a construir un proyecto, no lo tomamos. —A nivel formal, sí puede constatarse en sus obras una transformación respecto a sus proyectos más tempranos, como la Casa Mirador (1999) o la Casa Fuelle (2001). La Casa Luciérnaga (2005) podría interpretarse como una experimentación o ejercicio formal más intenso. ¿Es esta una apreciación correcta? De serlo, ¿es reflejo de su propio camino o bien una posibilidad brindada por esa cooperación arquitecto-cliente?—Cada proyecto es una experiencia. Como antes decíamos, en su momento, nos propusimos emprender y hacer un camino para ir entendiendo y avanzando con pasos lo más firme posibles. Uno empieza en la arquitectura ejercitando aquello que se le enseña en la escuela y, a partir de ahí, a medida que va aprendiendo y adquiriendo sus propias experiencias, también va evolucionando la arquitectura que hace. Nuestra arquitectura ha ido evolucionando de esa forma natural. Hacia afuera. En las imágenes, dos de los proyectos de CRC Arquitectes en Dubai: Muraba Veil y la Escuela Dar Al Marefa ABC—¿’Orgánico’ sería un adjetivo correcto para describir el desarrollo de ese proceso?—Josep María Montaner se preguntaba en los primeros artículos que escribió sobre nosotros qué sería lo siguiente que haríamos, una pregunta en la que se reflejaba el hecho de que nuestro trabajo consiste en una manera de hacer y no en un tipo de formas. Como decíamos, nuestro pensamiento procede antes de conceptos y orígenes que de ‘forma’ y ‘material’. Cada proyecto ha sido para nosotros una aventura, una exploración basada en otras premisas: la esencia, encontrar el motivo, estar abiertos a lo que el lugar va dándonos… Luego la respuesta va tomando expresiones propias, cada vez distintas, que evolucionan a nuestro lado. Ensayas cosas, descubres cuestiones que quieres desarrollar en el siguiente proyecto… Todo está imbricado y relacionado, pero no de un modo que suponga ir en pos de una determinada impronta. No tenemos un decálogo, siempre hemos huido de eso. —Philip Wurstrum plantea en ‘El croquis’ una analogía entre la fragua de Vulcano y su hacer, ya que este edificio donde ahora nos encontramos era originalmente una fundición de acero para hacer campanas. ¿Nutre o sustenta esto algo en la dimensión metafórica o simbólica del hacer de RCR Arquitectes?—Cuando encontramos este lugar sentimos que nos venía como anillo al dedo. Reconocíamos aquí lo que veníamos desarrollando conceptualmente: la relación con lo existente, con los materiales de la zona, con el aire, con el dentro y fuera… Todos esos valores, que son las experiencias que queremos trasladar a la arquitectura, se condensaban aquí como en un manifiesto. Es un laboratorio que ya nos encontramos hecho y que hemos completado. Había que revelarlo, insuflarle toda su energía. —Esto es, de hecho, más que un estudio de arquitectura. Es el lugar desde donde continúan ejerciendo la docencia de manera activa. —Esa fue nuestra voluntad: impartir la docencia en casa. Comenzamos hace ya 18 años, cuando nos vimos capaces de transmitir esta manera nuestra de entender el camino de la arquitectura. Recibíamos muchas peticiones para impartir conferencias o cursos, pero consideramos que hacerlo desde aquí era mejor. Realizamos cursos de verano en el estudio y, durante el año, desde RCR LAB·A, un centro de investigación sobre el paisaje que estamos desarrollando para ahondar más aún en sus raíces. —Este es un proyecto creado tras haber recibido el premio Pritzker.—Sí, en lugar de comenzar a recorrer el mundo, decidimos hacer algo que estuviera más enraizado aquí. La Vila, donde se encuentra situado este laboratorio, es un entorno natural humanizado, pero para nosotros tiene una relevancia importante por la belleza del lugar surgida de los campos de cultivo, de las antiguas construcciones existentes de la masía, de la vegetación, del agua… Es un centro de investigación y estudio del espacio, que es la materia que nosotros entendemos materia prima de la arquitectura. Ahora mismo estamos en un proceso inicial de esta investigación, centrada en el estudio del espacio de la vivienda unifamiliar, entendida como célula de habitáculo y que para nosotros constituyó el laboratorio primigenio. Para llevarla adelante, estamos buscando complicidades. Vamos a hacer un estudio del espacio de la casa dentro de un máster sobre cultura y atmósfera que se impartirá en la Escuela de Arquitectura de Madrid. —¿Qué abordará? —Es una investigación destinada a averiguar cómo parametrizar las cualidades ambientales del espacio, los elementos que habrían de servir para constituir un nuevo tiempo, un nuevo momento. Nos gustaría poder aportar algo que ayude en este momento de transición a un mundo que aún ignoramos cómo será. Estamos arrancando con la universidad y buscando otros compañeros de viaje, como empresas e instituciones, para intensificarlo y, quizá, con el tiempo, llegar a establecer en Olot un punto donde pudiera explicarse ese valor. Sería el Museo de la Casa. Los integrantes de CRC Arquitectes en su estudio en Olot Inés BaucellsEsta labor de indagación es la que nos interesa y nos permite crecer más allá del propio ejercicio intelectual. Nos gusta además que desde La Vila surjan acciones que incidan positivamente en el territorio, del que somos grandes defensores. Hay quien defiende al máximo las ciudades; sin negarlas, nosotros estamos apostando por el territorio. —¿Advierten ya su influencia sobre otros arquitectos? —Sí, a veces. Nos gusta ser maestros, pero desde aquel punto de vista de Barragán: «No hagan lo que yo hice, vean lo que yo creo». Lo que nos gustaría es que nuestra influencia sirviera para abrir mentes y transmitir una filosofía que no tenga que ver con formas y materiales, sino con la disposición a estar más abiertos. Hoy vivimos en ese riesgo de las respuestas inmediatas: el ‘cortar y pegar’, el préstamo utilizado sin reflexión. Nosotros preferimos la autenticidad, trabajar con lo que uno mismo es capaz de hacer. —Han hecho que vengan a Olot personas de todo el mundo. —Sí, y eso es importante para esta localidad. Cada año reunimos unas veinte o veinticinco nacionalidades, entre las personas que vienen a hacer talleres, a trabajar al estudio… Es muy gratificante ver cómo, por ejemplo, una persona de Taiwán comparte con alguien de México o Francia. Nos gusta que vean nuestro lugar, nuestro territorio, lo llano. Y, recalcamos, eso es lo que nos gustaría transmitir: que nuestro legado sea nuestra forma de hacer. Una creatividad compartida es aquella que permite que un grupo de personas no necesariamente extraordinarias produzca resultados extraordinarios. El estudio de RCR Arquitectes se encuentra en lo que fue una antigua fábrica de campanas situada en una callejuela en la localidad gerundense de Olot. Ese espacio, que alberga hoy además la RCR Bunka Fundació, define cabalmente el espíritu del trío integrado por Carme Pigem, Rafael Aranda y Ramon Vilalta, un triunvirato que piensa y trabaja colectivamente sus ideas, haciendo que las individuales se vayan complementando durante el diálogo. Reconocidos con el premio Pritzker en 2017, han recibido emocionados este año ser nombrados doctores honoris causa por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) y afrontan con un enorme entusiasmo la puesta en marcha de RCR LAB.A, un laboratorio para el estudio del espacio y el paisaje. Noticias relacionadas estandar Si Qatar se hace presente Fredy Massad estandar Si Muere, a los 91 años, el arquitecto Miguel de Oriol Fredy Massad—Fundaron RCR Arquitectes en 1998. El escenario del mundo ha cambiado profundamente desde entonces. ¿Cómo han vivido todas esas transformaciones? —Arrancamos en pleno auge olímpico y de la arquitectura catalana. A ese periodo le siguió la época de los grandes edificios icónicos. Todo eso se ha revertido y ahora mismo nos encontramos en un momento de revalorización de lo más simple, incluso lo precario. Es cierto que en el mundo se ha producido un cambio muy sustancial, pero nosotros hemos crecido a través de nuestra propia experiencia y hemos hecho nuestro recorrido en paralelo a todas estas dinámicas. Siempre hemos estado un poco desubicados. Hemos vivido y sentido siempre la arquitectura a nuestra manera, con toda la influencia de Olot, su paisaje, lo aprendido en la escuela de arquitectura, y todos nuestros intereses en el arte y otros ámbitos, sin ubicarnos dentro de ningún camino concreto. Hemos crecido a través de nuestra propia experiencia. —¿Cómo se ha gestado esa identidad propia? —La aproximación a la Naturaleza y la experiencia a través de los sentidos han sido los dos elementos fundacionales de nuestro trabajo. Estos no eran temas propios de la arquitectura de los años noventa, cuando salimos de la escuela. En aquel tiempo se practicaba una arquitectura muy racional y alejada del contexto para la que no era prioritaria una búsqueda de una experiencia positiva de bienestar para las personas. Es posiblemente en este último aspecto en donde hemos comprobado cómo las dinámicas de la arquitectura se han ido aproximando, con el paso del tiempo, a aquellos conceptos desde los que nosotros arrancamos. En nuestro trabajo estuvieron presentes desde el comienzo muchos de esos principios que hoy están en boga. Ya pensábamos en cómo recoger el agua, en cómo usar basalto yendo a la cantera… Pero entonces era algo dificultoso, no todo el mundo estaba por la labor de entender estos conceptos. La experiencia de nuestra vivencia aquí en este territorio y lo que la Escuela del Vallés sumó a ello nos confirieron una mirada muy particular, que hoy coincide con la dirección en la que sopla el viento general dentro del contexto de la arquitectura.—¿Cómo fue de determinante ese paso por la Escuela del Vallés en la configuración de su identidad?—Nos proporcionó la base para comenzar nuestro posterior camino conjunto. Era una escuela donde había mucha cercanía entre los alumnos y el profesorado, algo que no era posible en las de otra magnitud. Hay que recalcar también el detalle de que, en aquel momento, la escuela se encontraba emplazada en una especie de ‘tierra de nadie’, sus aulas eran barracones prefabricados. Ni siquiera se correspondía a esa idea de ‘universidad’ como edificio institucional, pero siempre hemos estado orgullosos de la formación que recibimos allí por la intensidad que había en ella en aquel momento, alumbrando iniciativas pedagógicas verdaderamente significativas y que hoy ya no se dan. Fue allí donde recibimos cursos de arquitectura del paisaje, una asignatura que enseña a trabajar con el lugar –ahora generalizada a nivel nacional e internacional y con- siderada absolutamente fundamental, pero que entonces no lo era de manera tan evidente–, y estos cursos nos hicieron entender lo crucial de relacionarse con un lugar a través de todos sus parámetros, tanto objetivos como subjetivos. Arquitectura de proximidad. En las imágenes, dos de los proyectos del colectivo en Olot: La pista e atletismo de la localidad y el restaurante Les Cols Inés Baucells—¿Qué otras influencias les han marcado?—La escuela fue una referencia fundamental, y en ese momento la ‘escuela’ era esencialmente la arquitectura catalana. Después prestamos atención al trabajo de los artistas, con más intensidad incluso que a la propia arquitectura. Los artistas trabajan con los mismos temas que los arquitectos: el espacio, la profundidad… Su propósito es transmitir emociones… Pero, en su caso, liberados de la carga programática, legal y presupuestaria que tiene la arquitectura. El paisaje, insistimos, ha sido para nosotros una gran fuente de inspiración. La cultura japonesa y la dimensión de los sentidos en la islámica, cómo explorarlos y estimularlos. Igualmente, nos ha ayudado no entender la arquitectura desde la forma y el material, sino siempre a partir del concepto. Cuando el punto de procedencia es el concepto, todo está abierto y, a partir de la discusión de lo que la cosa debe ser, vas llegando a ello, sin la mano suelta. Es un gran error tener la mano suelta. A nuestro entender, dar valor a la idea significa estar abierto, así evitas la esclavitud de ceñirte a una geometría, una forma preestablecida o un material. Lo ideal para nosotros es trabajar con una idea o concepto que, poco a poco, a medida que se van consolidando, hacen que, a través de su propio proceso, el proyecto vaya encontrando su materialidad y geometría. Confesamos que es algo en lo que nos esforzamos, porque a veces esta libertad sí se produce, pero en otras ocasiones es inevitable ‘esclavizarse’ un po- co, ya que la fortaleza de las imágenes es peligrosa y es crucial que la tipología no sea el punto de partida. Por ejemplo, la palabra ‘torre’ lleva inmediatamente a visualizar literalmente una; pero, si, en cambio, te detienes a reflexionar qué es una torre en su origen, pueden surgir otros puntos de vista.—El paisaje de la comarca de la Garrotxa es un elemento definitorio de RCR Arquitectes. ¿Qué sucede con esa vinculación con el paisaje y el lugar cuando su arquitectura se traslada a otros paisajes, como Dubai? —El haber profundizado en nuestro lugar, nuestro paisaje, nos ayuda a ir a otros y poder entender su energía. Situados en el mundo árabe, va a salirnos una arquitectura distinta, pero que, a nivel proyectual y de pensamiento, es fundamentalmente la nuestra porque, en última instancia, todo lo que hemos aprendido parte de una esencia. Todo lugar tiene sus propias especificidades, pero, si tú profundizas y comprendes esa esencia, después es más sencillo leer otros destinos y detectar cuáles son los elementos que tienen más relevancia en ellos para tratar de expresarlos. Esta mezcla de la lectura del lugar y de los preceptos que consideramos capaces de transformar hacia un mundo mejor, ese sentido positivo de bienestar unido a una relación con la Naturaleza, es una ilusión constante para nosotros. La arquitectura, que nació como modo de protección del ambiente, de la Naturaleza, del mundo, ha hecho, sin embargo, que acabemos desvinculándonos por completo de ellos. La conexión entre el humano y el ambiente se ha cortado, y para nosotros es imprescindible restablecerla y establecer otro tipo de vínculo. —¿Cómo plantear esta visión, esta sensibilidad centrada en el bienestar y el habitante, para un lugar como Dubai, escenario paradigmático de la idea de arquitectura del espectáculo? Allí tienen proyectos construidos como la Escuela Dar Al Marefa (2019), la Casa Alwah (2022) y otro en ciernes, la Torre Muraba Veil.—No entendemos en absoluto al arquitecto separado del cliente. Desde que emprendimos este camino en la arquitectura, siempre hemos creído en la complicidad, en crear un camino conjunto con el cliente, absolutamente necesario para crear una buena propuesta. Llegar a establecer ese camino de complicidad no es fácil. Puede no llegar a producirse, pero no entendemos otro modo de hacer nuestro trabajo. Todo nuestro proceso consiste en el esfuerzo de crear ese camino conjunto. Con frecuencia optamos por proyectos donde claramente podemos anticipar que ese proceso será posible; si anticipamos que el trabajo va a limitarse meramente a construir un proyecto, no lo tomamos. —A nivel formal, sí puede constatarse en sus obras una transformación respecto a sus proyectos más tempranos, como la Casa Mirador (1999) o la Casa Fuelle (2001). La Casa Luciérnaga (2005) podría interpretarse como una experimentación o ejercicio formal más intenso. ¿Es esta una apreciación correcta? De serlo, ¿es reflejo de su propio camino o bien una posibilidad brindada por esa cooperación arquitecto-cliente?—Cada proyecto es una experiencia. Como antes decíamos, en su momento, nos propusimos emprender y hacer un camino para ir entendiendo y avanzando con pasos lo más firme posibles. Uno empieza en la arquitectura ejercitando aquello que se le enseña en la escuela y, a partir de ahí, a medida que va aprendiendo y adquiriendo sus propias experiencias, también va evolucionando la arquitectura que hace. Nuestra arquitectura ha ido evolucionando de esa forma natural. Hacia afuera. En las imágenes, dos de los proyectos de CRC Arquitectes en Dubai: Muraba Veil y la Escuela Dar Al Marefa ABC—¿’Orgánico’ sería un adjetivo correcto para describir el desarrollo de ese proceso?—Josep María Montaner se preguntaba en los primeros artículos que escribió sobre nosotros qué sería lo siguiente que haríamos, una pregunta en la que se reflejaba el hecho de que nuestro trabajo consiste en una manera de hacer y no en un tipo de formas. Como decíamos, nuestro pensamiento procede antes de conceptos y orígenes que de ‘forma’ y ‘material’. Cada proyecto ha sido para nosotros una aventura, una exploración basada en otras premisas: la esencia, encontrar el motivo, estar abiertos a lo que el lugar va dándonos… Luego la respuesta va tomando expresiones propias, cada vez distintas, que evolucionan a nuestro lado. Ensayas cosas, descubres cuestiones que quieres desarrollar en el siguiente proyecto… Todo está imbricado y relacionado, pero no de un modo que suponga ir en pos de una determinada impronta. No tenemos un decálogo, siempre hemos huido de eso. —Philip Wurstrum plantea en ‘El croquis’ una analogía entre la fragua de Vulcano y su hacer, ya que este edificio donde ahora nos encontramos era originalmente una fundición de acero para hacer campanas. ¿Nutre o sustenta esto algo en la dimensión metafórica o simbólica del hacer de RCR Arquitectes?—Cuando encontramos este lugar sentimos que nos venía como anillo al dedo. Reconocíamos aquí lo que veníamos desarrollando conceptualmente: la relación con lo existente, con los materiales de la zona, con el aire, con el dentro y fuera… Todos esos valores, que son las experiencias que queremos trasladar a la arquitectura, se condensaban aquí como en un manifiesto. Es un laboratorio que ya nos encontramos hecho y que hemos completado. Había que revelarlo, insuflarle toda su energía. —Esto es, de hecho, más que un estudio de arquitectura. Es el lugar desde donde continúan ejerciendo la docencia de manera activa. —Esa fue nuestra voluntad: impartir la docencia en casa. Comenzamos hace ya 18 años, cuando nos vimos capaces de transmitir esta manera nuestra de entender el camino de la arquitectura. Recibíamos muchas peticiones para impartir conferencias o cursos, pero consideramos que hacerlo desde aquí era mejor. Realizamos cursos de verano en el estudio y, durante el año, desde RCR LAB·A, un centro de investigación sobre el paisaje que estamos desarrollando para ahondar más aún en sus raíces. —Este es un proyecto creado tras haber recibido el premio Pritzker.—Sí, en lugar de comenzar a recorrer el mundo, decidimos hacer algo que estuviera más enraizado aquí. La Vila, donde se encuentra situado este laboratorio, es un entorno natural humanizado, pero para nosotros tiene una relevancia importante por la belleza del lugar surgida de los campos de cultivo, de las antiguas construcciones existentes de la masía, de la vegetación, del agua… Es un centro de investigación y estudio del espacio, que es la materia que nosotros entendemos materia prima de la arquitectura. Ahora mismo estamos en un proceso inicial de esta investigación, centrada en el estudio del espacio de la vivienda unifamiliar, entendida como célula de habitáculo y que para nosotros constituyó el laboratorio primigenio. Para llevarla adelante, estamos buscando complicidades. Vamos a hacer un estudio del espacio de la casa dentro de un máster sobre cultura y atmósfera que se impartirá en la Escuela de Arquitectura de Madrid. —¿Qué abordará? —Es una investigación destinada a averiguar cómo parametrizar las cualidades ambientales del espacio, los elementos que habrían de servir para constituir un nuevo tiempo, un nuevo momento. Nos gustaría poder aportar algo que ayude en este momento de transición a un mundo que aún ignoramos cómo será. Estamos arrancando con la universidad y buscando otros compañeros de viaje, como empresas e instituciones, para intensificarlo y, quizá, con el tiempo, llegar a establecer en Olot un punto donde pudiera explicarse ese valor. Sería el Museo de la Casa. Los integrantes de CRC Arquitectes en su estudio en Olot Inés BaucellsEsta labor de indagación es la que nos interesa y nos permite crecer más allá del propio ejercicio intelectual. Nos gusta además que desde La Vila surjan acciones que incidan positivamente en el territorio, del que somos grandes defensores. Hay quien defiende al máximo las ciudades; sin negarlas, nosotros estamos apostando por el territorio. —¿Advierten ya su influencia sobre otros arquitectos? —Sí, a veces. Nos gusta ser maestros, pero desde aquel punto de vista de Barragán: «No hagan lo que yo hice, vean lo que yo creo». Lo que nos gustaría es que nuestra influencia sirviera para abrir mentes y transmitir una filosofía que no tenga que ver con formas y materiales, sino con la disposición a estar más abiertos. Hoy vivimos en ese riesgo de las respuestas inmediatas: el ‘cortar y pegar’, el préstamo utilizado sin reflexión. Nosotros preferimos la autenticidad, trabajar con lo que uno mismo es capaz de hacer. —Han hecho que vengan a Olot personas de todo el mundo. —Sí, y eso es importante para esta localidad. Cada año reunimos unas veinte o veinticinco nacionalidades, entre las personas que vienen a hacer talleres, a trabajar al estudio… Es muy gratificante ver cómo, por ejemplo, una persona de Taiwán comparte con alguien de México o Francia. Nos gusta que vean nuestro lugar, nuestro territorio, lo llano. Y, recalcamos, eso es lo que nos gustaría transmitir: que nuestro legado sea nuestra forma de hacer. Una creatividad compartida es aquella que permite que un grupo de personas no necesariamente extraordinarias produzca resultados extraordinarios. RSS de noticias de cultura
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