Vive un momento dulce: regreso a ARCO, compras allí por parte del Museo Reina Sofía y entrada ahora con individual en la galería José de la Mano para repasar sus inicios. Pero Roberto González Fernández (Monforte de Lemos, 1948), el «verso suelto de la figuración madrileña», no ha parado nunca. Ha trabajado para reflejar sus pulsiones que, con el tiempo, le han convertido en referente del colectivo LGTBi artístico. Y hoy, su estudio en Arriaza 11 , da visibilidad a centenares de creadores al año. Así fue como comenzó todo.Noticias relacionadas estandar Si En el Museo Reina Sofía ‘Néstor reencontrado’: el discreto encanto de la decadencia Javier Díaz-Guardiola reportaje Si ARTE Bowman Hal Gallery: la punta del iceberg de SOLO CSV Javier Díaz-Guardiola—¿Qué le llevó a usted al arte?—Un familiar, mi tía Gloria, una mujer muy especial para su tiempo, que no tenía nada que ver con el contexto de Monforte. Estaba casada con un abogado pero no tenía hijos, así que yo era casi uno para ella. Pude acceder a un montón de materiales pictóricos, a libros de arte, a través de ella… El otro fue mi padre. Él era un empresario pero cuando volvía de trabajar se dedicaba a dibujar, a diseñar los muebles de la casa… Allí vivíamos toda la familia en un mismo edificio y nuestro piso había sido diseñado por él de una manera diferente al resto. También era muy especial. Yo creo que, si hubiera vivido ahora, mi padre habría sido gay [ríe]. Y eso que estaba súper enamorado de mi madre. Así que fue fácil para mí pintar el primer cuadro: tenía los materiales cerca, sensibilidad al arte… Empecé de repente a trabajar. Cuando le planteé a mi padre que quería ser pintor no hubo problema. Y te hablo, repito, de Monforte, el de los años 50. —Entiendo pues que en ese Roberto estaba ya el germen del pintor que luego se profesionaliza. ¿Qué le interesaba entonces?—Empecé dibujando a mis amigos. Entonces no tenía una línea clara, realmente estaba aprendiendo. En Bellas Artes, con Antonio López como profesor, eso dejó cierto germen de pintura figurativa, aunque a mí lo suyo no me interesaba nada. Se me suele adscribir a cierta figuración madrileña de segunda generación porque soy amigo de muchos de esos pintores y exponíamos juntos. Pero para mí la pintura siempre fue una vía de expresión. No me la planteaba para ganar dinero. Me reconocí pronto como gay, pero también necesité descubrirme en ese sentido, y eso tenía que expresarlo de alguna manera. «Igual que aquellos más activistas, dedicados a la cosa política, aprendieron a hablar entre líneas para sortear la censura, yo lo hice para introducir mis mensajes»Entonces es cuando descubro que lo que quiero expresar tiene que ‘reconocerse’, que no me valen unas manchas de color. Y lo que yo empiezo a hacer, pues no está bien visto. Pero era lo que sentía que tenía que hacer. E igual que aquellos más activistas, dedicados a la cosa política, aprendieron a hablar entre líneas para sortear la censura, yo lo hice para introducir mis mensajes. Y se expusieron muchas cosas en galería ya a finales de los setenta, en EGAM, primera expo en Madrid, yo encantado, pero un fiasco total. El destape era solo para las mujeres. El desnudo masculino no estaba bien visto.—El comisario le denomina «verso suelto de la figuración madrileña». ¿Fue la temática lo que hizo que no se integrase bien en ella?—Yo realmente siempre he ido a mi bola. Me han importado poco las modas, las tendencias. Además es que pronto me marché. Hice el servicio militar en 1976 y en 1977 dejo el país. No quería tener relación con nada de lo que estaba pasando aquí. Por eso acabo en Escocia. Y lo que expongo en 1979 era lo que había hecho fuera, más alguna cosa anterior. Yo la Movida me la perdí. Decidí pasar los veranos en Escocia y los inviernos en Madrid. Me integré con mis amigos de la escuela de Bellas Artes que era con los que exponía. Tan real. De arriba abajo, ‘Aquí, donde el amor se apoderó de mi cuerpo’ [serie ‘Fachadas’], dibujo del año 1975; ‘Pareja de beisbolistas I’ (1973); y ‘Sin título (eróitca)’, de 1973 ABC—Regreso al comisario: «Ya en un momento temprano genera un universo homoerótico sin complejos, sin parangón en la España del momento». ¿Fue todo un camino de rosas?—Pues había una ley de peligrosidad civil, es cierto. Pero yo siempre he sido una persona muy austera. Conocí a mi pareja en 1970 y eso cambió también mucho mi vida. Hizo que tuviera solucionadas muchas cosas. He hecho lo que he querido y no he tenido problemas, sinceramente. No ha sido fácil, ni aquí, ni en Escocia, pero no me ha pasado nunca nada, quizás una vez un grito de ‘maricón’ en la Castellana, pero tampoco me he privado de nada. He expuesto cosas que no han gustado, no se han vendido, y se han guardado, no se han puesto a exponer… Empecé a hacer otras. Nos fuimos a San Francisco y allí experimento una libertad que no tenía ni en España, ni en Inglaterra. ¡Aquello era la monda! Y me da pie a empezar a dibujar las casas del barrio de Castro, sin obviar las pintadas de las paredes: ‘Our time has come’, que si triangulitos rosas, que si ‘glory holes’… Solo si estás metido en ese ambiente entiendes los mensajes. Y por eso se vendieron bien, porque eran maravillosos. Y el mensaje estaba ahí… Dibujo ‘parades’ [cabalgatas] del orgullo porque me apetece no porque sea lo que toque. —Stonewall en Estados Unidos, Ley de Peligrosidad Civil, como menciona, en España… ¿Cómo influyeron los contextos en su manera de narrar las cosas?—Yo veo mi trabajo como una secuencia, que no se altera por los acontecimientos ajenos, sí por los míos. Por ejemplo: yo veo esos dibujos de las paredes que responden a mi sensación de enclaustramiento por no querer hacer el servicio militar. Me toca Melilla. Me consiguen un enchufe estupendo en comandancia, permiso para vestir de paisano, apartamento propio. Pasé el trago y seguí trabajando allí. Pero antes de todo eso, mis personajes están en patios, están encerrados, las sensaciones son de opresión, de angustia. Lo que creo en Melilla son también interiores, espacios cerrados. Eso es lo que sentía, no lo analizo a priori. No he sido además persona muy social, de grandes eventos. Están las ‘Parades’, era inevitable. Preferí luego la interpretación de la Historias Sagradas pero con conocidos como protagonistas, de forma íntima, dándole vueltas al sentido de las palabras… —Lo que sí que ha sido siempre es un trabajo en primera persona.—Eso sí. Salvo algún encargo que me haya apetecido hacer, pero incluso eso llevaba mi sello, pasaba por mi filtro. Ciertos símbolos. Recuerdo que cuando empecé me encargaban muchos dibujos porque gustaban. A mí me servía para aprender y sacarme algún dinero. Y recuerdo una señora que le faltaba un ojo. Muy angustiada por su vida personal. Iba siempre con gafas oscuras. Me pidió que la retratara con los dos ojos. Lo hice. A mí el resultado me parecía un horror, era falso. Ella estaba encantada. Pero en ese momento fue cuando me di cuenta de que esa iba a ser la primera y la última vez. Tenía que ser fiel a mí mismo, a lo que me gusta a mí. «El ‘destape’ fue solo para las mujeres. El desnudo masculino no estaba bien visto»Y llegó un momento en el que el carboncillo también dejó de interesarme. Pasé a lápiz de color. Había quien pedía algo «como lo anterior». Me negaba. Cada cosa tiene su momento… También recuerdo que cuando vine a vivir a Madrid, mi relación con mi padre se mantuvo. Él ha sido realmente el ‘hombre de mi vida’. Y él seguía consiguiéndome encargos. Yo le pedía que fotografiara a la gente como yo quería dibujarla y él me mandaba esas fotos. ¡Era cómo mi marchante en Monforte! —La muestra comienza con una obra extraña de 1973 que es como su aldabonazo a cierta abstracción y acaba en 1985. ¿Qué ocurre entonces para dar ahí el corte?—Decidimos parar ahí. Son años en los que las cosas empiezan a liberarse algo más y los mensajes o las referencias son menos agresivas. Los códigos son más privados, menos públicos. Esta exposición se ocupa de mis arranques, unos arranques que podrían resultar conflictivos a ojos vista para la época. Hoy no los son en absoluto. Llega un momento en el que el paisaje también deja de tener importancia, me interesan más las relaciones humanas. Es sólo un contexto para situar a los personajes. El paisaje es consecuencia de la persona, es mi sentimiento hacia el otro. Pasé un par de años trabajando sobre esa idea. —Me gusta la definición de Xosé Buxán y Julio Pérez Manzanares que lo definen de «clásico disidente». ¿Qué quieren decir?—Habrá que preguntarles a ellos. Si ser clásico es trabajar de una determinada manera, amando el dibujo y la pintura, la figuración… Lo mismo soy clásico. He desarrollado todas las técnicas posibles de grabado. Sobre todo a finales del siglo pasado y en Escocia, donde había dos estudios principales en Edimburgo y Glasgow y estaba todo mucho más desarrollado. Los fotopolímeros los conocí allí. ¿Esa es una técnica clásica?—Aquí se incluye una de sus carpetas de grabados, ‘El amigo’, en la que homenajea a escritores, no a artistas. ¿Tuvo más relación con los primeros que con los segundos?—No realmente. El interés estaba en homenajear a amigos. Y los textos que contienen las imágenes las hicieron escritores bajo la misma premisa, compuestos a mano para serigrafiarlos después. —¿Cree que generó de algún modo sus propios símbolos?—No en realidad. Pero me he servido de muchos símbolos comunes: el triángulo rosa… Pero si te das cuenta, en mis cuadros no aparece la bandera gay. Hay pancartas, hay telas blancas… Como mucho, una leyenda en una de las obras que compró recientemente el Museo Reina Sofía sobre el arcoíris: ‘A rainbow of sexual referencies’. En realidad era el lema de una sauna [ríe]. —Hay incluso vídeo en la exposición. No ha dejado nunca de experimentar con las técnicas. ¿Se le puede definir de pintor?—Soy un artista multidisciplinar. Siempre me ha gustado experimentar. En el caso del vídeo, se debió a que el padre de Javier, mi marido, tenía una cámara de Super-8 y nos pusimos a probar, sin mayor pretensión. Que lo que nos iba a salir sería algo gay, era evidente. Mensajes velados. De arriba abajo, ‘De qué país eres tú dormido entre realidades como bocas sedientas (díptico)’, obra de 1982; ‘David & Jonathan II’ (1981); y detalle de ‘Parade XIII – Boot Rack’ (1980) ABC—¿Hay alguna técnica con la que se haya sentido más cómodo?—Me gustan todas. He hecho mucha fotografía, ahora la hago de otra manera. No soy un purista del tipo Antonio López que clava el caballete y tiene que estar 25 días o 25 meses haciendo lo mismo. A mí lo que me gusta es trabajar. Yo no puedo estar de brazos cruzados. Y por eso tiro de lo que tengo a mano. Si toca dibujar se dibuja. No tengo un proyecto que lleve desarrollando toda la vida: puede que circulen de uno a otro ideas, conceptos, pero nada más… Ahora estoy escribiendo un libro.—¿Está escribiendo un libro?—Empecé hace tres días. Llevo ya 24 capítulos…—¿En tres días?—Es que ayer me acosté a las 4:15 de la mañana… Y tengo pensado hacer ilustraciones para ese libro. —¿El libro es una novela?—Es una novela pornográfica. Con IA.—Por si faltaba algo…—Claro, claro. Ya he hecho dos vídeos con esa tecnología. Es que me da unas posibilidades muy interesantes. La idea es autoeditármelo, e incluir todas las instrucciones que yo le he dado a la máquina. Esa realmente es mi ‘participación’ en el libro. ¡Pero es que los resultados son maravillosos! Yo le estoy hablando de mis ‘hombres de lengua azul’ [una de sus series más características], de mis historias…—Vamos, que la novela es una excusa para seguir pintando.—Exacto. Empecé con la IA cuando me planteé qué me llevaba a Escocia en verano para trabajar. Tienen que ser formatos pequeños y en lugar de empezar a hacer bocetos se los pedí a la IA. La he usado también para hacer vídeos, describiéndole imágenes que tengo en la cabeza y que el sistema convierte en otra cosa. Cuando le coges el tranquillo y el gusto a eso, ¡te sale una novela! Para mí es otro experimento. Van surgiendo herramientas y trato de aprovecharlas. —Compras del Reina Sofía, como comentó antes, exposición no hace mucho en Est Art Space, con el mismo comisario, la entrada en José de la Mano… ¿Vive ahora un momento dulce?—Quizás. Estoy encantado con esta exposición. Me permite además recuperar una época que siempre me ha gustado y que estaba olvidada. Pero yo he hecho más de 150 individuales en toda mi vida. En ese sentido, esta es una muestra más. No me pone nervioso, como me preguntaban muchos… —Tengo que preguntarle por Arriaza 11, en teoría su estudio, que se ha convertido en un espacio expositivo fundamental en Madrid que da visibilidad a artistas nuevos u olvidados. En su día me dijo que es el lugar que le habría gustado encontrar en sus inicios, cuando uno necesita darse a conocer.—Yo he tenido mucha suerte. Siempre he trabajado sin problemas, pero también me tocó coger mi carpetita y pasearme por París, por Londres, por las galerías, enseñando lo que hacía. Aquí en Madrid, el primer contacto fue con EGAM, que entonces era de las que pitaban, y que no funcionó. Con Estiarte hice un proyecto grandísimo de litografías que incluso llegó a ARCO y me permitió conocer a Leandro Navarro, que me ayudó mucho, a exponer con Oliva Arauna cuando esta era Oliva Mara… Nunca me puso cortapisas para trabajar con otras firmas. Quizás el único problema lo tuve con Antonio de Barnola que me dio un cheque sin fondos. Se solucionó [ríe].—¡Galeristas!–Yo he tenido mucha suerte, pero me cuentan cada cosa… —El caso es que Arriaza ha cerrado temporada, pero aprovecha estas semanas para convertir el espacio en extensión de su trabajo. ¿Qué podremos ver allí? —Digamos que me suelo ir a Escocia a mediados de junio todos los años, pero este, por tener esta expo en march y un amigo enfermo en la ciudad, esta es una buena disculpa para quedarnos una temporada más. Y como van a ser unas cuantas semanas y montar tres o cuatro pop-ups para cada una es agotador, pensamos en cerrar, pero a mí me daba pena, sobre todo sabiendo que estábamos aquí. Por eso hemos convertido aquello en un estudio abierto. Estoy mostrando obras inéditas que muevo cada dos semanas. No me importa que no se vea. Yo me entretengo también en este ejercicio. Es divertido.Roberto González Fernández ‘Otros hombres’. Galería José de la Mano. Madrid. Zorrilla, 21. Comisario: David Trullo. Hasta el 30 de julio. ‘Open Studio’. StudioRGF. Madrid. C/ Arriaza, 11. Hasta finales de julio.—¿Todavía le queda obra inédita?—Yo tengo mucha obra que no se ha visto. —Le iba a preguntar por el futuro pero el futuro es la novela.—¡No te creas! ¡A mí lo de la novela me da para cuatro días! El futuro es el trabajo que haga en Escocia. Necesito trabajar. Es mi manera de desahogarme. Pero lo de hacer ilustraciones para el libro se me ha ocurrido de camino aquí. Aún lo tengo que madurar. El año pasado hice 44 retratos, personas acompañadas cada una de ellas de su ‘pecado’… Vive un momento dulce: regreso a ARCO, compras allí por parte del Museo Reina Sofía y entrada ahora con individual en la galería José de la Mano para repasar sus inicios. Pero Roberto González Fernández (Monforte de Lemos, 1948), el «verso suelto de la figuración madrileña», no ha parado nunca. Ha trabajado para reflejar sus pulsiones que, con el tiempo, le han convertido en referente del colectivo LGTBi artístico. Y hoy, su estudio en Arriaza 11 , da visibilidad a centenares de creadores al año. Así fue como comenzó todo.Noticias relacionadas estandar Si En el Museo Reina Sofía ‘Néstor reencontrado’: el discreto encanto de la decadencia Javier Díaz-Guardiola reportaje Si ARTE Bowman Hal Gallery: la punta del iceberg de SOLO CSV Javier Díaz-Guardiola—¿Qué le llevó a usted al arte?—Un familiar, mi tía Gloria, una mujer muy especial para su tiempo, que no tenía nada que ver con el contexto de Monforte. Estaba casada con un abogado pero no tenía hijos, así que yo era casi uno para ella. Pude acceder a un montón de materiales pictóricos, a libros de arte, a través de ella… El otro fue mi padre. Él era un empresario pero cuando volvía de trabajar se dedicaba a dibujar, a diseñar los muebles de la casa… Allí vivíamos toda la familia en un mismo edificio y nuestro piso había sido diseñado por él de una manera diferente al resto. También era muy especial. Yo creo que, si hubiera vivido ahora, mi padre habría sido gay [ríe]. Y eso que estaba súper enamorado de mi madre. Así que fue fácil para mí pintar el primer cuadro: tenía los materiales cerca, sensibilidad al arte… Empecé de repente a trabajar. Cuando le planteé a mi padre que quería ser pintor no hubo problema. Y te hablo, repito, de Monforte, el de los años 50. —Entiendo pues que en ese Roberto estaba ya el germen del pintor que luego se profesionaliza. ¿Qué le interesaba entonces?—Empecé dibujando a mis amigos. Entonces no tenía una línea clara, realmente estaba aprendiendo. En Bellas Artes, con Antonio López como profesor, eso dejó cierto germen de pintura figurativa, aunque a mí lo suyo no me interesaba nada. Se me suele adscribir a cierta figuración madrileña de segunda generación porque soy amigo de muchos de esos pintores y exponíamos juntos. Pero para mí la pintura siempre fue una vía de expresión. No me la planteaba para ganar dinero. Me reconocí pronto como gay, pero también necesité descubrirme en ese sentido, y eso tenía que expresarlo de alguna manera. «Igual que aquellos más activistas, dedicados a la cosa política, aprendieron a hablar entre líneas para sortear la censura, yo lo hice para introducir mis mensajes»Entonces es cuando descubro que lo que quiero expresar tiene que ‘reconocerse’, que no me valen unas manchas de color. Y lo que yo empiezo a hacer, pues no está bien visto. Pero era lo que sentía que tenía que hacer. E igual que aquellos más activistas, dedicados a la cosa política, aprendieron a hablar entre líneas para sortear la censura, yo lo hice para introducir mis mensajes. Y se expusieron muchas cosas en galería ya a finales de los setenta, en EGAM, primera expo en Madrid, yo encantado, pero un fiasco total. El destape era solo para las mujeres. El desnudo masculino no estaba bien visto.—El comisario le denomina «verso suelto de la figuración madrileña». ¿Fue la temática lo que hizo que no se integrase bien en ella?—Yo realmente siempre he ido a mi bola. Me han importado poco las modas, las tendencias. Además es que pronto me marché. Hice el servicio militar en 1976 y en 1977 dejo el país. No quería tener relación con nada de lo que estaba pasando aquí. Por eso acabo en Escocia. Y lo que expongo en 1979 era lo que había hecho fuera, más alguna cosa anterior. Yo la Movida me la perdí. Decidí pasar los veranos en Escocia y los inviernos en Madrid. Me integré con mis amigos de la escuela de Bellas Artes que era con los que exponía. Tan real. De arriba abajo, ‘Aquí, donde el amor se apoderó de mi cuerpo’ [serie ‘Fachadas’], dibujo del año 1975; ‘Pareja de beisbolistas I’ (1973); y ‘Sin título (eróitca)’, de 1973 ABC—Regreso al comisario: «Ya en un momento temprano genera un universo homoerótico sin complejos, sin parangón en la España del momento». ¿Fue todo un camino de rosas?—Pues había una ley de peligrosidad civil, es cierto. Pero yo siempre he sido una persona muy austera. Conocí a mi pareja en 1970 y eso cambió también mucho mi vida. Hizo que tuviera solucionadas muchas cosas. He hecho lo que he querido y no he tenido problemas, sinceramente. No ha sido fácil, ni aquí, ni en Escocia, pero no me ha pasado nunca nada, quizás una vez un grito de ‘maricón’ en la Castellana, pero tampoco me he privado de nada. He expuesto cosas que no han gustado, no se han vendido, y se han guardado, no se han puesto a exponer… Empecé a hacer otras. Nos fuimos a San Francisco y allí experimento una libertad que no tenía ni en España, ni en Inglaterra. ¡Aquello era la monda! Y me da pie a empezar a dibujar las casas del barrio de Castro, sin obviar las pintadas de las paredes: ‘Our time has come’, que si triangulitos rosas, que si ‘glory holes’… Solo si estás metido en ese ambiente entiendes los mensajes. Y por eso se vendieron bien, porque eran maravillosos. Y el mensaje estaba ahí… Dibujo ‘parades’ [cabalgatas] del orgullo porque me apetece no porque sea lo que toque. —Stonewall en Estados Unidos, Ley de Peligrosidad Civil, como menciona, en España… ¿Cómo influyeron los contextos en su manera de narrar las cosas?—Yo veo mi trabajo como una secuencia, que no se altera por los acontecimientos ajenos, sí por los míos. Por ejemplo: yo veo esos dibujos de las paredes que responden a mi sensación de enclaustramiento por no querer hacer el servicio militar. Me toca Melilla. Me consiguen un enchufe estupendo en comandancia, permiso para vestir de paisano, apartamento propio. Pasé el trago y seguí trabajando allí. Pero antes de todo eso, mis personajes están en patios, están encerrados, las sensaciones son de opresión, de angustia. Lo que creo en Melilla son también interiores, espacios cerrados. Eso es lo que sentía, no lo analizo a priori. No he sido además persona muy social, de grandes eventos. Están las ‘Parades’, era inevitable. Preferí luego la interpretación de la Historias Sagradas pero con conocidos como protagonistas, de forma íntima, dándole vueltas al sentido de las palabras… —Lo que sí que ha sido siempre es un trabajo en primera persona.—Eso sí. Salvo algún encargo que me haya apetecido hacer, pero incluso eso llevaba mi sello, pasaba por mi filtro. Ciertos símbolos. Recuerdo que cuando empecé me encargaban muchos dibujos porque gustaban. A mí me servía para aprender y sacarme algún dinero. Y recuerdo una señora que le faltaba un ojo. Muy angustiada por su vida personal. Iba siempre con gafas oscuras. Me pidió que la retratara con los dos ojos. Lo hice. A mí el resultado me parecía un horror, era falso. Ella estaba encantada. Pero en ese momento fue cuando me di cuenta de que esa iba a ser la primera y la última vez. Tenía que ser fiel a mí mismo, a lo que me gusta a mí. «El ‘destape’ fue solo para las mujeres. El desnudo masculino no estaba bien visto»Y llegó un momento en el que el carboncillo también dejó de interesarme. Pasé a lápiz de color. Había quien pedía algo «como lo anterior». Me negaba. Cada cosa tiene su momento… También recuerdo que cuando vine a vivir a Madrid, mi relación con mi padre se mantuvo. Él ha sido realmente el ‘hombre de mi vida’. Y él seguía consiguiéndome encargos. Yo le pedía que fotografiara a la gente como yo quería dibujarla y él me mandaba esas fotos. ¡Era cómo mi marchante en Monforte! —La muestra comienza con una obra extraña de 1973 que es como su aldabonazo a cierta abstracción y acaba en 1985. ¿Qué ocurre entonces para dar ahí el corte?—Decidimos parar ahí. Son años en los que las cosas empiezan a liberarse algo más y los mensajes o las referencias son menos agresivas. Los códigos son más privados, menos públicos. Esta exposición se ocupa de mis arranques, unos arranques que podrían resultar conflictivos a ojos vista para la época. Hoy no los son en absoluto. Llega un momento en el que el paisaje también deja de tener importancia, me interesan más las relaciones humanas. Es sólo un contexto para situar a los personajes. El paisaje es consecuencia de la persona, es mi sentimiento hacia el otro. Pasé un par de años trabajando sobre esa idea. —Me gusta la definición de Xosé Buxán y Julio Pérez Manzanares que lo definen de «clásico disidente». ¿Qué quieren decir?—Habrá que preguntarles a ellos. Si ser clásico es trabajar de una determinada manera, amando el dibujo y la pintura, la figuración… Lo mismo soy clásico. He desarrollado todas las técnicas posibles de grabado. Sobre todo a finales del siglo pasado y en Escocia, donde había dos estudios principales en Edimburgo y Glasgow y estaba todo mucho más desarrollado. Los fotopolímeros los conocí allí. ¿Esa es una técnica clásica?—Aquí se incluye una de sus carpetas de grabados, ‘El amigo’, en la que homenajea a escritores, no a artistas. ¿Tuvo más relación con los primeros que con los segundos?—No realmente. El interés estaba en homenajear a amigos. Y los textos que contienen las imágenes las hicieron escritores bajo la misma premisa, compuestos a mano para serigrafiarlos después. —¿Cree que generó de algún modo sus propios símbolos?—No en realidad. Pero me he servido de muchos símbolos comunes: el triángulo rosa… Pero si te das cuenta, en mis cuadros no aparece la bandera gay. Hay pancartas, hay telas blancas… Como mucho, una leyenda en una de las obras que compró recientemente el Museo Reina Sofía sobre el arcoíris: ‘A rainbow of sexual referencies’. En realidad era el lema de una sauna [ríe]. —Hay incluso vídeo en la exposición. No ha dejado nunca de experimentar con las técnicas. ¿Se le puede definir de pintor?—Soy un artista multidisciplinar. Siempre me ha gustado experimentar. En el caso del vídeo, se debió a que el padre de Javier, mi marido, tenía una cámara de Super-8 y nos pusimos a probar, sin mayor pretensión. Que lo que nos iba a salir sería algo gay, era evidente. Mensajes velados. De arriba abajo, ‘De qué país eres tú dormido entre realidades como bocas sedientas (díptico)’, obra de 1982; ‘David & Jonathan II’ (1981); y detalle de ‘Parade XIII – Boot Rack’ (1980) ABC—¿Hay alguna técnica con la que se haya sentido más cómodo?—Me gustan todas. He hecho mucha fotografía, ahora la hago de otra manera. No soy un purista del tipo Antonio López que clava el caballete y tiene que estar 25 días o 25 meses haciendo lo mismo. A mí lo que me gusta es trabajar. Yo no puedo estar de brazos cruzados. Y por eso tiro de lo que tengo a mano. Si toca dibujar se dibuja. No tengo un proyecto que lleve desarrollando toda la vida: puede que circulen de uno a otro ideas, conceptos, pero nada más… Ahora estoy escribiendo un libro.—¿Está escribiendo un libro?—Empecé hace tres días. Llevo ya 24 capítulos…—¿En tres días?—Es que ayer me acosté a las 4:15 de la mañana… Y tengo pensado hacer ilustraciones para ese libro. —¿El libro es una novela?—Es una novela pornográfica. Con IA.—Por si faltaba algo…—Claro, claro. Ya he hecho dos vídeos con esa tecnología. Es que me da unas posibilidades muy interesantes. La idea es autoeditármelo, e incluir todas las instrucciones que yo le he dado a la máquina. Esa realmente es mi ‘participación’ en el libro. ¡Pero es que los resultados son maravillosos! Yo le estoy hablando de mis ‘hombres de lengua azul’ [una de sus series más características], de mis historias…—Vamos, que la novela es una excusa para seguir pintando.—Exacto. Empecé con la IA cuando me planteé qué me llevaba a Escocia en verano para trabajar. Tienen que ser formatos pequeños y en lugar de empezar a hacer bocetos se los pedí a la IA. La he usado también para hacer vídeos, describiéndole imágenes que tengo en la cabeza y que el sistema convierte en otra cosa. Cuando le coges el tranquillo y el gusto a eso, ¡te sale una novela! Para mí es otro experimento. Van surgiendo herramientas y trato de aprovecharlas. —Compras del Reina Sofía, como comentó antes, exposición no hace mucho en Est Art Space, con el mismo comisario, la entrada en José de la Mano… ¿Vive ahora un momento dulce?—Quizás. Estoy encantado con esta exposición. Me permite además recuperar una época que siempre me ha gustado y que estaba olvidada. Pero yo he hecho más de 150 individuales en toda mi vida. En ese sentido, esta es una muestra más. No me pone nervioso, como me preguntaban muchos… —Tengo que preguntarle por Arriaza 11, en teoría su estudio, que se ha convertido en un espacio expositivo fundamental en Madrid que da visibilidad a artistas nuevos u olvidados. En su día me dijo que es el lugar que le habría gustado encontrar en sus inicios, cuando uno necesita darse a conocer.—Yo he tenido mucha suerte. Siempre he trabajado sin problemas, pero también me tocó coger mi carpetita y pasearme por París, por Londres, por las galerías, enseñando lo que hacía. Aquí en Madrid, el primer contacto fue con EGAM, que entonces era de las que pitaban, y que no funcionó. Con Estiarte hice un proyecto grandísimo de litografías que incluso llegó a ARCO y me permitió conocer a Leandro Navarro, que me ayudó mucho, a exponer con Oliva Arauna cuando esta era Oliva Mara… Nunca me puso cortapisas para trabajar con otras firmas. Quizás el único problema lo tuve con Antonio de Barnola que me dio un cheque sin fondos. Se solucionó [ríe].—¡Galeristas!–Yo he tenido mucha suerte, pero me cuentan cada cosa… —El caso es que Arriaza ha cerrado temporada, pero aprovecha estas semanas para convertir el espacio en extensión de su trabajo. ¿Qué podremos ver allí? —Digamos que me suelo ir a Escocia a mediados de junio todos los años, pero este, por tener esta expo en march y un amigo enfermo en la ciudad, esta es una buena disculpa para quedarnos una temporada más. Y como van a ser unas cuantas semanas y montar tres o cuatro pop-ups para cada una es agotador, pensamos en cerrar, pero a mí me daba pena, sobre todo sabiendo que estábamos aquí. Por eso hemos convertido aquello en un estudio abierto. Estoy mostrando obras inéditas que muevo cada dos semanas. No me importa que no se vea. Yo me entretengo también en este ejercicio. Es divertido.Roberto González Fernández ‘Otros hombres’. Galería José de la Mano. Madrid. Zorrilla, 21. Comisario: David Trullo. Hasta el 30 de julio. ‘Open Studio’. StudioRGF. Madrid. C/ Arriaza, 11. Hasta finales de julio.—¿Todavía le queda obra inédita?—Yo tengo mucha obra que no se ha visto. —Le iba a preguntar por el futuro pero el futuro es la novela.—¡No te creas! ¡A mí lo de la novela me da para cuatro días! El futuro es el trabajo que haga en Escocia. Necesito trabajar. Es mi manera de desahogarme. Pero lo de hacer ilustraciones para el libro se me ha ocurrido de camino aquí. Aún lo tengo que madurar. El año pasado hice 44 retratos, personas acompañadas cada una de ellas de su ‘pecado’… Vive un momento dulce: regreso a ARCO, compras allí por parte del Museo Reina Sofía y entrada ahora con individual en la galería José de la Mano para repasar sus inicios. Pero Roberto González Fernández (Monforte de Lemos, 1948), el «verso suelto de la figuración madrileña», no ha parado nunca. Ha trabajado para reflejar sus pulsiones que, con el tiempo, le han convertido en referente del colectivo LGTBi artístico. Y hoy, su estudio en Arriaza 11 , da visibilidad a centenares de creadores al año. Así fue como comenzó todo.Noticias relacionadas estandar Si En el Museo Reina Sofía ‘Néstor reencontrado’: el discreto encanto de la decadencia Javier Díaz-Guardiola reportaje Si ARTE Bowman Hal Gallery: la punta del iceberg de SOLO CSV Javier Díaz-Guardiola—¿Qué le llevó a usted al arte?—Un familiar, mi tía Gloria, una mujer muy especial para su tiempo, que no tenía nada que ver con el contexto de Monforte. Estaba casada con un abogado pero no tenía hijos, así que yo era casi uno para ella. Pude acceder a un montón de materiales pictóricos, a libros de arte, a través de ella… El otro fue mi padre. Él era un empresario pero cuando volvía de trabajar se dedicaba a dibujar, a diseñar los muebles de la casa… Allí vivíamos toda la familia en un mismo edificio y nuestro piso había sido diseñado por él de una manera diferente al resto. También era muy especial. Yo creo que, si hubiera vivido ahora, mi padre habría sido gay [ríe]. Y eso que estaba súper enamorado de mi madre. Así que fue fácil para mí pintar el primer cuadro: tenía los materiales cerca, sensibilidad al arte… Empecé de repente a trabajar. Cuando le planteé a mi padre que quería ser pintor no hubo problema. Y te hablo, repito, de Monforte, el de los años 50. —Entiendo pues que en ese Roberto estaba ya el germen del pintor que luego se profesionaliza. ¿Qué le interesaba entonces?—Empecé dibujando a mis amigos. Entonces no tenía una línea clara, realmente estaba aprendiendo. En Bellas Artes, con Antonio López como profesor, eso dejó cierto germen de pintura figurativa, aunque a mí lo suyo no me interesaba nada. Se me suele adscribir a cierta figuración madrileña de segunda generación porque soy amigo de muchos de esos pintores y exponíamos juntos. Pero para mí la pintura siempre fue una vía de expresión. No me la planteaba para ganar dinero. Me reconocí pronto como gay, pero también necesité descubrirme en ese sentido, y eso tenía que expresarlo de alguna manera. «Igual que aquellos más activistas, dedicados a la cosa política, aprendieron a hablar entre líneas para sortear la censura, yo lo hice para introducir mis mensajes»Entonces es cuando descubro que lo que quiero expresar tiene que ‘reconocerse’, que no me valen unas manchas de color. Y lo que yo empiezo a hacer, pues no está bien visto. Pero era lo que sentía que tenía que hacer. E igual que aquellos más activistas, dedicados a la cosa política, aprendieron a hablar entre líneas para sortear la censura, yo lo hice para introducir mis mensajes. Y se expusieron muchas cosas en galería ya a finales de los setenta, en EGAM, primera expo en Madrid, yo encantado, pero un fiasco total. El destape era solo para las mujeres. El desnudo masculino no estaba bien visto.—El comisario le denomina «verso suelto de la figuración madrileña». ¿Fue la temática lo que hizo que no se integrase bien en ella?—Yo realmente siempre he ido a mi bola. Me han importado poco las modas, las tendencias. Además es que pronto me marché. Hice el servicio militar en 1976 y en 1977 dejo el país. No quería tener relación con nada de lo que estaba pasando aquí. Por eso acabo en Escocia. Y lo que expongo en 1979 era lo que había hecho fuera, más alguna cosa anterior. Yo la Movida me la perdí. Decidí pasar los veranos en Escocia y los inviernos en Madrid. Me integré con mis amigos de la escuela de Bellas Artes que era con los que exponía. Tan real. De arriba abajo, ‘Aquí, donde el amor se apoderó de mi cuerpo’ [serie ‘Fachadas’], dibujo del año 1975; ‘Pareja de beisbolistas I’ (1973); y ‘Sin título (eróitca)’, de 1973 ABC—Regreso al comisario: «Ya en un momento temprano genera un universo homoerótico sin complejos, sin parangón en la España del momento». ¿Fue todo un camino de rosas?—Pues había una ley de peligrosidad civil, es cierto. Pero yo siempre he sido una persona muy austera. Conocí a mi pareja en 1970 y eso cambió también mucho mi vida. Hizo que tuviera solucionadas muchas cosas. He hecho lo que he querido y no he tenido problemas, sinceramente. No ha sido fácil, ni aquí, ni en Escocia, pero no me ha pasado nunca nada, quizás una vez un grito de ‘maricón’ en la Castellana, pero tampoco me he privado de nada. He expuesto cosas que no han gustado, no se han vendido, y se han guardado, no se han puesto a exponer… Empecé a hacer otras. Nos fuimos a San Francisco y allí experimento una libertad que no tenía ni en España, ni en Inglaterra. ¡Aquello era la monda! Y me da pie a empezar a dibujar las casas del barrio de Castro, sin obviar las pintadas de las paredes: ‘Our time has come’, que si triangulitos rosas, que si ‘glory holes’… Solo si estás metido en ese ambiente entiendes los mensajes. Y por eso se vendieron bien, porque eran maravillosos. Y el mensaje estaba ahí… Dibujo ‘parades’ [cabalgatas] del orgullo porque me apetece no porque sea lo que toque. —Stonewall en Estados Unidos, Ley de Peligrosidad Civil, como menciona, en España… ¿Cómo influyeron los contextos en su manera de narrar las cosas?—Yo veo mi trabajo como una secuencia, que no se altera por los acontecimientos ajenos, sí por los míos. Por ejemplo: yo veo esos dibujos de las paredes que responden a mi sensación de enclaustramiento por no querer hacer el servicio militar. Me toca Melilla. Me consiguen un enchufe estupendo en comandancia, permiso para vestir de paisano, apartamento propio. Pasé el trago y seguí trabajando allí. Pero antes de todo eso, mis personajes están en patios, están encerrados, las sensaciones son de opresión, de angustia. Lo que creo en Melilla son también interiores, espacios cerrados. Eso es lo que sentía, no lo analizo a priori. No he sido además persona muy social, de grandes eventos. Están las ‘Parades’, era inevitable. Preferí luego la interpretación de la Historias Sagradas pero con conocidos como protagonistas, de forma íntima, dándole vueltas al sentido de las palabras… —Lo que sí que ha sido siempre es un trabajo en primera persona.—Eso sí. Salvo algún encargo que me haya apetecido hacer, pero incluso eso llevaba mi sello, pasaba por mi filtro. Ciertos símbolos. Recuerdo que cuando empecé me encargaban muchos dibujos porque gustaban. A mí me servía para aprender y sacarme algún dinero. Y recuerdo una señora que le faltaba un ojo. Muy angustiada por su vida personal. Iba siempre con gafas oscuras. Me pidió que la retratara con los dos ojos. Lo hice. A mí el resultado me parecía un horror, era falso. Ella estaba encantada. Pero en ese momento fue cuando me di cuenta de que esa iba a ser la primera y la última vez. Tenía que ser fiel a mí mismo, a lo que me gusta a mí. «El ‘destape’ fue solo para las mujeres. El desnudo masculino no estaba bien visto»Y llegó un momento en el que el carboncillo también dejó de interesarme. Pasé a lápiz de color. Había quien pedía algo «como lo anterior». Me negaba. Cada cosa tiene su momento… También recuerdo que cuando vine a vivir a Madrid, mi relación con mi padre se mantuvo. Él ha sido realmente el ‘hombre de mi vida’. Y él seguía consiguiéndome encargos. Yo le pedía que fotografiara a la gente como yo quería dibujarla y él me mandaba esas fotos. ¡Era cómo mi marchante en Monforte! —La muestra comienza con una obra extraña de 1973 que es como su aldabonazo a cierta abstracción y acaba en 1985. ¿Qué ocurre entonces para dar ahí el corte?—Decidimos parar ahí. Son años en los que las cosas empiezan a liberarse algo más y los mensajes o las referencias son menos agresivas. Los códigos son más privados, menos públicos. Esta exposición se ocupa de mis arranques, unos arranques que podrían resultar conflictivos a ojos vista para la época. Hoy no los son en absoluto. Llega un momento en el que el paisaje también deja de tener importancia, me interesan más las relaciones humanas. Es sólo un contexto para situar a los personajes. El paisaje es consecuencia de la persona, es mi sentimiento hacia el otro. Pasé un par de años trabajando sobre esa idea. —Me gusta la definición de Xosé Buxán y Julio Pérez Manzanares que lo definen de «clásico disidente». ¿Qué quieren decir?—Habrá que preguntarles a ellos. Si ser clásico es trabajar de una determinada manera, amando el dibujo y la pintura, la figuración… Lo mismo soy clásico. He desarrollado todas las técnicas posibles de grabado. Sobre todo a finales del siglo pasado y en Escocia, donde había dos estudios principales en Edimburgo y Glasgow y estaba todo mucho más desarrollado. Los fotopolímeros los conocí allí. ¿Esa es una técnica clásica?—Aquí se incluye una de sus carpetas de grabados, ‘El amigo’, en la que homenajea a escritores, no a artistas. ¿Tuvo más relación con los primeros que con los segundos?—No realmente. El interés estaba en homenajear a amigos. Y los textos que contienen las imágenes las hicieron escritores bajo la misma premisa, compuestos a mano para serigrafiarlos después. —¿Cree que generó de algún modo sus propios símbolos?—No en realidad. Pero me he servido de muchos símbolos comunes: el triángulo rosa… Pero si te das cuenta, en mis cuadros no aparece la bandera gay. Hay pancartas, hay telas blancas… Como mucho, una leyenda en una de las obras que compró recientemente el Museo Reina Sofía sobre el arcoíris: ‘A rainbow of sexual referencies’. En realidad era el lema de una sauna [ríe]. —Hay incluso vídeo en la exposición. No ha dejado nunca de experimentar con las técnicas. ¿Se le puede definir de pintor?—Soy un artista multidisciplinar. Siempre me ha gustado experimentar. En el caso del vídeo, se debió a que el padre de Javier, mi marido, tenía una cámara de Super-8 y nos pusimos a probar, sin mayor pretensión. Que lo que nos iba a salir sería algo gay, era evidente. Mensajes velados. De arriba abajo, ‘De qué país eres tú dormido entre realidades como bocas sedientas (díptico)’, obra de 1982; ‘David & Jonathan II’ (1981); y detalle de ‘Parade XIII – Boot Rack’ (1980) ABC—¿Hay alguna técnica con la que se haya sentido más cómodo?—Me gustan todas. He hecho mucha fotografía, ahora la hago de otra manera. No soy un purista del tipo Antonio López que clava el caballete y tiene que estar 25 días o 25 meses haciendo lo mismo. A mí lo que me gusta es trabajar. Yo no puedo estar de brazos cruzados. Y por eso tiro de lo que tengo a mano. Si toca dibujar se dibuja. No tengo un proyecto que lleve desarrollando toda la vida: puede que circulen de uno a otro ideas, conceptos, pero nada más… Ahora estoy escribiendo un libro.—¿Está escribiendo un libro?—Empecé hace tres días. Llevo ya 24 capítulos…—¿En tres días?—Es que ayer me acosté a las 4:15 de la mañana… Y tengo pensado hacer ilustraciones para ese libro. —¿El libro es una novela?—Es una novela pornográfica. Con IA.—Por si faltaba algo…—Claro, claro. Ya he hecho dos vídeos con esa tecnología. Es que me da unas posibilidades muy interesantes. La idea es autoeditármelo, e incluir todas las instrucciones que yo le he dado a la máquina. Esa realmente es mi ‘participación’ en el libro. ¡Pero es que los resultados son maravillosos! Yo le estoy hablando de mis ‘hombres de lengua azul’ [una de sus series más características], de mis historias…—Vamos, que la novela es una excusa para seguir pintando.—Exacto. Empecé con la IA cuando me planteé qué me llevaba a Escocia en verano para trabajar. Tienen que ser formatos pequeños y en lugar de empezar a hacer bocetos se los pedí a la IA. La he usado también para hacer vídeos, describiéndole imágenes que tengo en la cabeza y que el sistema convierte en otra cosa. Cuando le coges el tranquillo y el gusto a eso, ¡te sale una novela! Para mí es otro experimento. Van surgiendo herramientas y trato de aprovecharlas. —Compras del Reina Sofía, como comentó antes, exposición no hace mucho en Est Art Space, con el mismo comisario, la entrada en José de la Mano… ¿Vive ahora un momento dulce?—Quizás. Estoy encantado con esta exposición. Me permite además recuperar una época que siempre me ha gustado y que estaba olvidada. Pero yo he hecho más de 150 individuales en toda mi vida. En ese sentido, esta es una muestra más. No me pone nervioso, como me preguntaban muchos… —Tengo que preguntarle por Arriaza 11, en teoría su estudio, que se ha convertido en un espacio expositivo fundamental en Madrid que da visibilidad a artistas nuevos u olvidados. En su día me dijo que es el lugar que le habría gustado encontrar en sus inicios, cuando uno necesita darse a conocer.—Yo he tenido mucha suerte. Siempre he trabajado sin problemas, pero también me tocó coger mi carpetita y pasearme por París, por Londres, por las galerías, enseñando lo que hacía. Aquí en Madrid, el primer contacto fue con EGAM, que entonces era de las que pitaban, y que no funcionó. Con Estiarte hice un proyecto grandísimo de litografías que incluso llegó a ARCO y me permitió conocer a Leandro Navarro, que me ayudó mucho, a exponer con Oliva Arauna cuando esta era Oliva Mara… Nunca me puso cortapisas para trabajar con otras firmas. Quizás el único problema lo tuve con Antonio de Barnola que me dio un cheque sin fondos. Se solucionó [ríe].—¡Galeristas!–Yo he tenido mucha suerte, pero me cuentan cada cosa… —El caso es que Arriaza ha cerrado temporada, pero aprovecha estas semanas para convertir el espacio en extensión de su trabajo. ¿Qué podremos ver allí? —Digamos que me suelo ir a Escocia a mediados de junio todos los años, pero este, por tener esta expo en march y un amigo enfermo en la ciudad, esta es una buena disculpa para quedarnos una temporada más. Y como van a ser unas cuantas semanas y montar tres o cuatro pop-ups para cada una es agotador, pensamos en cerrar, pero a mí me daba pena, sobre todo sabiendo que estábamos aquí. Por eso hemos convertido aquello en un estudio abierto. Estoy mostrando obras inéditas que muevo cada dos semanas. No me importa que no se vea. Yo me entretengo también en este ejercicio. Es divertido.Roberto González Fernández ‘Otros hombres’. Galería José de la Mano. Madrid. Zorrilla, 21. Comisario: David Trullo. Hasta el 30 de julio. ‘Open Studio’. StudioRGF. Madrid. C/ Arriaza, 11. Hasta finales de julio.—¿Todavía le queda obra inédita?—Yo tengo mucha obra que no se ha visto. —Le iba a preguntar por el futuro pero el futuro es la novela.—¡No te creas! ¡A mí lo de la novela me da para cuatro días! El futuro es el trabajo que haga en Escocia. Necesito trabajar. Es mi manera de desahogarme. Pero lo de hacer ilustraciones para el libro se me ha ocurrido de camino aquí. Aún lo tengo que madurar. El año pasado hice 44 retratos, personas acompañadas cada una de ellas de su ‘pecado’… RSS de noticias de cultura
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