La Conferencia de Presidentes del viernes en Santander, ¿fortaleció o debilitó el funcionamiento del Estado autonómico? O, dicho de otro modo, el presidente del Gobierno, que ya lleva más tiempo en La Moncloa que Mariano Rajoy, ¿está contribuyendo a consolidar una de las estructuras claves de nuestro modelo constitucional? Conviene detenerse a repasar su ejecutoria en esta clave, dado que si algo ha caracterizado a sus gobiernos es el deterioro institucional en todos los órdenes: en seis años ha habido choques bilaterales entre todos los poderes del Estado, desplantes a la Jefatura del Estado, politización de las instituciones e incontables situaciones inéditas que han obligado a los juristas a fajarse para encontrar la salida a los laberintos que la forma de actuar de Pedro Sánchez ha llevado a la institucionalidad española.Hay una reflexión que parece básica. El viernes, Sánchez dijo que ahora la Conferencia de Presidentes se había convertido en un espacio de reflexión. «¿Por qué ahora es un espacio de reflexión y antes era un espacio de decisión?», se pregunta un presidente autonómico del Partido Popular, que se responde a sí mismo: «Simplemente porque hay una mayoría de comunidades autónomas gobernadas por el PP . Todo lo que hace Sánchez lo hace pensando en sus intereses, le da igual romper el Estado autonómico, que el Poder Judicial, que la independencia de las instituciones».En su último discurso de investidura, en noviembre de 2023, Sánchez no sólo levantó un muro «contra la derecha y la ultraderecha», y no solo dedicó la primera media hora de exposición a reírse, con carcajada incluida, del presidente del partido que había ganado las elecciones, Alberto Núñez Feijóo. También se dedicó a atacar a las comunidades autónomas, con especial atención a Isabel Díaz Ayuso, a quien le recordó el caso de su hermano a pesar de que ya estaba archivado.De manera que sí, el Gobierno también manosea el Estado autonómico. Se lleva las manos a la cabeza cuando Vox dice que lo quiere revertir, y se declara un partido federal, pero no hay ningún presidente que haya jugado tanto con la autonomía de las autonomías. Buen ejemplo ha sido esta última cumbre de presidentes: primero porque hace ya tres años que no se convocaba a pesar de las reiteradas peticiones del PP. Segundo, porque Sánchez sólo la convocó cuando la justicia estaba a punto de obligarle; y tercero porque lo que allí se vio es que no tenía ninguna intención de colaborar. Ya lo avanzó ABC el jueves después de hablar con todas las partes: la cumbre sería un fracaso, y vaya si lo ha sido. Habla un presidente regional socialista: «Lo del viernes tuvo una sola cosa buena; después de 10 años, estuvieron representadas en condiciones de igualdad y normalidad todas las comunidades autónomas». Y es verdad. Allí estaba Salvador Illa, y a eso se agarran en La Moncloa. Lo que no dice el Gobierno central es que el presidente de la Generalitat estaba para tratar de arrastrar a las comunidades del PP a los intereses de Cataluña manoseando la palabra «solidaridad». Y algo peor: obviando que la gran beneficiada sería su región. Trampas vestidas de seda, pero trampas como una mona maquillada. Continúa ese presidente autonómico socialista, que aquí empatiza con el del PP: «Lo peor, que tal y como se planteó esta Conferencia era casi imposible avanzar, sobre todo teniendo en cuenta la magnitud y la complejidad de los asuntos que se abordaron. Desde el punto de vista de hacerla un espacio ágil, útil y ejecutivo, el de tomar decisiones después de llegar a acuerdos, se perdió la oportunidad de mejorar y fortalecer el sistema».Así que no, el sistema autonómico no se ha fortalecido en estos 2.388 días de sanchismo, y no sólo por las cesiones a los independentistas. Durante la pandemia del COVID-19, las cumbres de presidentes se sucedieron semanalmente, pero los líderes autonómicos se hartaron de denunciar que aquello era una sucesión de monólogos, no un debate constructivo (igual que el viernes denunciaron que no les dejaron hablar). Aquella estrategia de Sánchez, con un mapa autonómico entonces más equilibrado entre PSOE y PP, buscaba corresponsabilizar a los presidentes autonómicos en la gestión de la pandemia. Y él se quitó de en medio, aún antes de que el Tribunal Constitucional declarara inconstitucional la elección del Estado de alarma como fórmula jurídica para confinar a los ciudadanos. Lo que no calculó Sánchez al trasladar la responsabilidad a las comunidades es que de ahí emergió el liderazgo de Isabel Díaz Ayuso, que hizo uso del paso atrás dado por el Gobierno y decidió desmarcarse de las políticas preventivas que se estaban llevando a cabo no sólo España, sino en la mayor parte del mundo. Arriesgó y ganó, convirtiendo la respuesta de Madrid en un modelo único. Podría haberle salido mal, pero acertó flexibilizando las medidas restrictivas frente al virus. No sólo ella, que en las siguientes elecciones arrasó, sino todo el PP, que pasó a tener una potencia autonómica desconocida hasta la fecha, también por otros motivos.Es más: en ese tiempo de pandemia Sánchez consiguió otro hito en su erosión al Estado autonómico: su desprecio a los ayuntamientos propició una rebelión de alcaldes que unió a regidores de trece partidos distintos. Entre todos, le doblaron el pulso, para enfado de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. El manoseo del modelo autonómico también se reveló cuando La Moncloa, con la hoy vicepresidenta a la cabeza, acusó a Madrid de dumping fiscal por llevar a cabo una política de bajada de impuestos siempre en el ámbito de sus competencias. La Moncloa escondió en el eufemístico verbo «armonizar» un plan de recentralización de la política fiscal, exactamente lo contrario del modelo federal que pregonan los estatutos socialistas. Otro ejemplo tiene que ver con la conversión de los ministros en los líderes territoriales de su partido. Diana Morant, Pilar Alegría y, el último, Óscar López. El Gobierno de los 22 ministros convertido en plataforma de oposición autonómica. El Gobierno como aldea gala ante una realidad que sigue ahí: el 23 de julio de 2023, Sánchez perdió las elecciones, los resultados electorales fueron un viraje a la derecha (como en Europa), y solo la infinita capacidad de Pedro Sánchez para retorcer las reglas del juego le permite seguir en La Moncloa como el kamikaze que piensa que todos con los que se cruza van en dirección contraria. La Conferencia de Presidentes del viernes en Santander, ¿fortaleció o debilitó el funcionamiento del Estado autonómico? O, dicho de otro modo, el presidente del Gobierno, que ya lleva más tiempo en La Moncloa que Mariano Rajoy, ¿está contribuyendo a consolidar una de las estructuras claves de nuestro modelo constitucional? Conviene detenerse a repasar su ejecutoria en esta clave, dado que si algo ha caracterizado a sus gobiernos es el deterioro institucional en todos los órdenes: en seis años ha habido choques bilaterales entre todos los poderes del Estado, desplantes a la Jefatura del Estado, politización de las instituciones e incontables situaciones inéditas que han obligado a los juristas a fajarse para encontrar la salida a los laberintos que la forma de actuar de Pedro Sánchez ha llevado a la institucionalidad española.Hay una reflexión que parece básica. El viernes, Sánchez dijo que ahora la Conferencia de Presidentes se había convertido en un espacio de reflexión. «¿Por qué ahora es un espacio de reflexión y antes era un espacio de decisión?», se pregunta un presidente autonómico del Partido Popular, que se responde a sí mismo: «Simplemente porque hay una mayoría de comunidades autónomas gobernadas por el PP . Todo lo que hace Sánchez lo hace pensando en sus intereses, le da igual romper el Estado autonómico, que el Poder Judicial, que la independencia de las instituciones».En su último discurso de investidura, en noviembre de 2023, Sánchez no sólo levantó un muro «contra la derecha y la ultraderecha», y no solo dedicó la primera media hora de exposición a reírse, con carcajada incluida, del presidente del partido que había ganado las elecciones, Alberto Núñez Feijóo. También se dedicó a atacar a las comunidades autónomas, con especial atención a Isabel Díaz Ayuso, a quien le recordó el caso de su hermano a pesar de que ya estaba archivado.De manera que sí, el Gobierno también manosea el Estado autonómico. Se lleva las manos a la cabeza cuando Vox dice que lo quiere revertir, y se declara un partido federal, pero no hay ningún presidente que haya jugado tanto con la autonomía de las autonomías. Buen ejemplo ha sido esta última cumbre de presidentes: primero porque hace ya tres años que no se convocaba a pesar de las reiteradas peticiones del PP. Segundo, porque Sánchez sólo la convocó cuando la justicia estaba a punto de obligarle; y tercero porque lo que allí se vio es que no tenía ninguna intención de colaborar. Ya lo avanzó ABC el jueves después de hablar con todas las partes: la cumbre sería un fracaso, y vaya si lo ha sido. Habla un presidente regional socialista: «Lo del viernes tuvo una sola cosa buena; después de 10 años, estuvieron representadas en condiciones de igualdad y normalidad todas las comunidades autónomas». Y es verdad. Allí estaba Salvador Illa, y a eso se agarran en La Moncloa. Lo que no dice el Gobierno central es que el presidente de la Generalitat estaba para tratar de arrastrar a las comunidades del PP a los intereses de Cataluña manoseando la palabra «solidaridad». Y algo peor: obviando que la gran beneficiada sería su región. Trampas vestidas de seda, pero trampas como una mona maquillada. Continúa ese presidente autonómico socialista, que aquí empatiza con el del PP: «Lo peor, que tal y como se planteó esta Conferencia era casi imposible avanzar, sobre todo teniendo en cuenta la magnitud y la complejidad de los asuntos que se abordaron. Desde el punto de vista de hacerla un espacio ágil, útil y ejecutivo, el de tomar decisiones después de llegar a acuerdos, se perdió la oportunidad de mejorar y fortalecer el sistema».Así que no, el sistema autonómico no se ha fortalecido en estos 2.388 días de sanchismo, y no sólo por las cesiones a los independentistas. Durante la pandemia del COVID-19, las cumbres de presidentes se sucedieron semanalmente, pero los líderes autonómicos se hartaron de denunciar que aquello era una sucesión de monólogos, no un debate constructivo (igual que el viernes denunciaron que no les dejaron hablar). Aquella estrategia de Sánchez, con un mapa autonómico entonces más equilibrado entre PSOE y PP, buscaba corresponsabilizar a los presidentes autonómicos en la gestión de la pandemia. Y él se quitó de en medio, aún antes de que el Tribunal Constitucional declarara inconstitucional la elección del Estado de alarma como fórmula jurídica para confinar a los ciudadanos. Lo que no calculó Sánchez al trasladar la responsabilidad a las comunidades es que de ahí emergió el liderazgo de Isabel Díaz Ayuso, que hizo uso del paso atrás dado por el Gobierno y decidió desmarcarse de las políticas preventivas que se estaban llevando a cabo no sólo España, sino en la mayor parte del mundo. Arriesgó y ganó, convirtiendo la respuesta de Madrid en un modelo único. Podría haberle salido mal, pero acertó flexibilizando las medidas restrictivas frente al virus. No sólo ella, que en las siguientes elecciones arrasó, sino todo el PP, que pasó a tener una potencia autonómica desconocida hasta la fecha, también por otros motivos.Es más: en ese tiempo de pandemia Sánchez consiguió otro hito en su erosión al Estado autonómico: su desprecio a los ayuntamientos propició una rebelión de alcaldes que unió a regidores de trece partidos distintos. Entre todos, le doblaron el pulso, para enfado de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. El manoseo del modelo autonómico también se reveló cuando La Moncloa, con la hoy vicepresidenta a la cabeza, acusó a Madrid de dumping fiscal por llevar a cabo una política de bajada de impuestos siempre en el ámbito de sus competencias. La Moncloa escondió en el eufemístico verbo «armonizar» un plan de recentralización de la política fiscal, exactamente lo contrario del modelo federal que pregonan los estatutos socialistas. Otro ejemplo tiene que ver con la conversión de los ministros en los líderes territoriales de su partido. Diana Morant, Pilar Alegría y, el último, Óscar López. El Gobierno de los 22 ministros convertido en plataforma de oposición autonómica. El Gobierno como aldea gala ante una realidad que sigue ahí: el 23 de julio de 2023, Sánchez perdió las elecciones, los resultados electorales fueron un viraje a la derecha (como en Europa), y solo la infinita capacidad de Pedro Sánchez para retorcer las reglas del juego le permite seguir en La Moncloa como el kamikaze que piensa que todos con los que se cruza van en dirección contraria. La Conferencia de Presidentes del viernes en Santander, ¿fortaleció o debilitó el funcionamiento del Estado autonómico? O, dicho de otro modo, el presidente del Gobierno, que ya lleva más tiempo en La Moncloa que Mariano Rajoy, ¿está contribuyendo a consolidar una de las estructuras claves de nuestro modelo constitucional? Conviene detenerse a repasar su ejecutoria en esta clave, dado que si algo ha caracterizado a sus gobiernos es el deterioro institucional en todos los órdenes: en seis años ha habido choques bilaterales entre todos los poderes del Estado, desplantes a la Jefatura del Estado, politización de las instituciones e incontables situaciones inéditas que han obligado a los juristas a fajarse para encontrar la salida a los laberintos que la forma de actuar de Pedro Sánchez ha llevado a la institucionalidad española.Hay una reflexión que parece básica. El viernes, Sánchez dijo que ahora la Conferencia de Presidentes se había convertido en un espacio de reflexión. «¿Por qué ahora es un espacio de reflexión y antes era un espacio de decisión?», se pregunta un presidente autonómico del Partido Popular, que se responde a sí mismo: «Simplemente porque hay una mayoría de comunidades autónomas gobernadas por el PP . Todo lo que hace Sánchez lo hace pensando en sus intereses, le da igual romper el Estado autonómico, que el Poder Judicial, que la independencia de las instituciones».En su último discurso de investidura, en noviembre de 2023, Sánchez no sólo levantó un muro «contra la derecha y la ultraderecha», y no solo dedicó la primera media hora de exposición a reírse, con carcajada incluida, del presidente del partido que había ganado las elecciones, Alberto Núñez Feijóo. También se dedicó a atacar a las comunidades autónomas, con especial atención a Isabel Díaz Ayuso, a quien le recordó el caso de su hermano a pesar de que ya estaba archivado.De manera que sí, el Gobierno también manosea el Estado autonómico. Se lleva las manos a la cabeza cuando Vox dice que lo quiere revertir, y se declara un partido federal, pero no hay ningún presidente que haya jugado tanto con la autonomía de las autonomías. Buen ejemplo ha sido esta última cumbre de presidentes: primero porque hace ya tres años que no se convocaba a pesar de las reiteradas peticiones del PP. Segundo, porque Sánchez sólo la convocó cuando la justicia estaba a punto de obligarle; y tercero porque lo que allí se vio es que no tenía ninguna intención de colaborar. Ya lo avanzó ABC el jueves después de hablar con todas las partes: la cumbre sería un fracaso, y vaya si lo ha sido. Habla un presidente regional socialista: «Lo del viernes tuvo una sola cosa buena; después de 10 años, estuvieron representadas en condiciones de igualdad y normalidad todas las comunidades autónomas». Y es verdad. Allí estaba Salvador Illa, y a eso se agarran en La Moncloa. Lo que no dice el Gobierno central es que el presidente de la Generalitat estaba para tratar de arrastrar a las comunidades del PP a los intereses de Cataluña manoseando la palabra «solidaridad». Y algo peor: obviando que la gran beneficiada sería su región. Trampas vestidas de seda, pero trampas como una mona maquillada. Continúa ese presidente autonómico socialista, que aquí empatiza con el del PP: «Lo peor, que tal y como se planteó esta Conferencia era casi imposible avanzar, sobre todo teniendo en cuenta la magnitud y la complejidad de los asuntos que se abordaron. Desde el punto de vista de hacerla un espacio ágil, útil y ejecutivo, el de tomar decisiones después de llegar a acuerdos, se perdió la oportunidad de mejorar y fortalecer el sistema».Así que no, el sistema autonómico no se ha fortalecido en estos 2.388 días de sanchismo, y no sólo por las cesiones a los independentistas. Durante la pandemia del COVID-19, las cumbres de presidentes se sucedieron semanalmente, pero los líderes autonómicos se hartaron de denunciar que aquello era una sucesión de monólogos, no un debate constructivo (igual que el viernes denunciaron que no les dejaron hablar). Aquella estrategia de Sánchez, con un mapa autonómico entonces más equilibrado entre PSOE y PP, buscaba corresponsabilizar a los presidentes autonómicos en la gestión de la pandemia. Y él se quitó de en medio, aún antes de que el Tribunal Constitucional declarara inconstitucional la elección del Estado de alarma como fórmula jurídica para confinar a los ciudadanos. Lo que no calculó Sánchez al trasladar la responsabilidad a las comunidades es que de ahí emergió el liderazgo de Isabel Díaz Ayuso, que hizo uso del paso atrás dado por el Gobierno y decidió desmarcarse de las políticas preventivas que se estaban llevando a cabo no sólo España, sino en la mayor parte del mundo. Arriesgó y ganó, convirtiendo la respuesta de Madrid en un modelo único. Podría haberle salido mal, pero acertó flexibilizando las medidas restrictivas frente al virus. No sólo ella, que en las siguientes elecciones arrasó, sino todo el PP, que pasó a tener una potencia autonómica desconocida hasta la fecha, también por otros motivos.Es más: en ese tiempo de pandemia Sánchez consiguió otro hito en su erosión al Estado autonómico: su desprecio a los ayuntamientos propició una rebelión de alcaldes que unió a regidores de trece partidos distintos. Entre todos, le doblaron el pulso, para enfado de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. El manoseo del modelo autonómico también se reveló cuando La Moncloa, con la hoy vicepresidenta a la cabeza, acusó a Madrid de dumping fiscal por llevar a cabo una política de bajada de impuestos siempre en el ámbito de sus competencias. La Moncloa escondió en el eufemístico verbo «armonizar» un plan de recentralización de la política fiscal, exactamente lo contrario del modelo federal que pregonan los estatutos socialistas. Otro ejemplo tiene que ver con la conversión de los ministros en los líderes territoriales de su partido. Diana Morant, Pilar Alegría y, el último, Óscar López. El Gobierno de los 22 ministros convertido en plataforma de oposición autonómica. El Gobierno como aldea gala ante una realidad que sigue ahí: el 23 de julio de 2023, Sánchez perdió las elecciones, los resultados electorales fueron un viraje a la derecha (como en Europa), y solo la infinita capacidad de Pedro Sánchez para retorcer las reglas del juego le permite seguir en La Moncloa como el kamikaze que piensa que todos con los que se cruza van en dirección contraria. RSS de noticias de espana
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